jueves, 27 de febrero de 2014

¿Por qué fracasan las políticas públicas?


¿POR QUÉ FRACASAN LAS POLÍTICAS PÚBLICAS?

 

Por Javier Brown César

 

Publicado originalmente en la Revista Bien Común y gobierno
 
A la memoria de Niklas Luhmann
 
Habermas interpretó el presente; Luhmann avizoró el futuro
 
Algunas personas -y sobre todo los políticos en ejercicio- pueden sentirse especialmente perturbadas con el título de este ensayo. Detrás de la pregunta inicial puede verse la afirmación rotunda de que las políticas públicas fracasan (o por lo menos suelen fracasar), pero lo que pretendo no es ser tan radical, sino buscar elementos que expliquen por qué suelen fracasar algunas importantes políticas públicas, que en su momento fueron elevadas al rango prioridades nacionales. La tesis de fondo que aquí se sustenta, es que la estructura del Estado mexicano contemporáneo, ha dejado de ser funcional ante las realidades emergentes que caracterizan la nueva complejidad de la sociedad mexicana[1]. El argumento de que la estructura estatal ha dejado de ser operativa, no pretende fundamentar la tesis alternativa de que se da una degradación o una desintegración de la administración pública, sino el hecho de que existe un déficit “administrativo”, una incapacidad para pasar de las metas y objetivos a las acciones concretas, y que esto se da al interior de la propia administración pública. Lo que sigue no tanto es un intento de responder a la pregunta que motiva este artículo, como el esbozo de sugerencias temáticas que señalan algunas interrogantes.
 
Del orden estratificado a la diferenciación funcional
 
¿Qué es lo que se encuentra en crisis en estos momentos? La tesis de inicio es: el orden institucional revolucionario fincó su lógica de dominación política en la relación entre el Todo y las partes, y su lógica de dominación social en un sistema estratificado. El todo estatal se fundamentó, durante décadas, en la unión (o confusión) simbiótica entre Estado-Nación-patria-partido oficial-gobierno y corporaciones. La población podía descansar en la comodidad etérea que significaba ser parte de un estado providencialista y asistencialista. Durante décadas, este orden totalizante[2] desdibujó las fronteras existentes entre economía y política[3]. La asimilación de la política a economía partidista y de la economía a manejo político de los pagos y de la capacidad de pago, encontraría su momento culminante en la expropiación de los bancos, y su evidencia flagrante, en la enorme cantidad de empresas bajo la propiedad del Estado[4]. Con toda claridad se podía reconocer la figura del Estado empresario, educador, proveedor... en fin, del Estado como el todo que daba sentido a la historia, la educación, la cultura, la política y la economía nacionales.
 
La diferenciación funcional[5] de la sociedad mexicana se veía obstaculizada por un sistema estratificado fundamentado en una jerarquía de rangos (cargos públicos) que permitía el mantenimiento de una distribución diferenciada de ventajas materiales e inmateriales. La lógica de la estratificación[6] implicaba la cerradura de la vida política nacional en torno a la clase política (familia revolucionaria) priísta[7], una muy singular concupiscencia por el poder[8] y la atribución de los gobernantes de una singular esfera de superioridad que les daba el privilegio de ser intérpretes de lo público[9]; la población podía sentirse ideológicamente neutralizada ante un “público estado de interpretada” que le restaba factores de diferencia perturbadores, en última instancia, la diferencia era procesada mediante reglas de exclusión que utilizaban como estrategia privilegiada la violencia institucionalizada y legitimada del aparato Estatal[10].
 
La modernización salinista ha sido considerada como una estrategia neoliberal y tecnocrática aberrante, pero detrás de esta formulación moral se encuentra una realidad social ineludible: el salinato inició la autonomización decidida del sistema económico, la separación sistémica y sistemática tajante entre política y economía. Un resultado no tan evidente ha sido la crítica de los políticos empresarios[11] y la emergencia, en la década de los ochentas, de la figura del  empresario-político, o sea, aquella persona que, habiendo sido empresario exitoso, decide dedicarse a la política[12].
 
Las consecuencias de la autonomización del sistema económico, o lo que es lo mismo, del intento reiterado por ampliar el margen de actuación de los sujetos privados guiados por sus propios intereses, protegidos por el derecho y actuando bajo la lógica del mecanismo del mercado, las vivimos con claridad, pero las tematizamos con relativa oscuridad[13]. Ante sus nuevos márgenes de autonomía, el sistema económico “se ha visto” frente a una libertad inusitada, quedando “nichos” importantes en los que la iniciativa privada se ha incrustado, no siempre con acierto. El caso más claro de los problemas de autonomía sistémica al interior de la economía se da porque, si bien es cierto que el dinero no tiene memoria[14], más cierto aún es que el sistema económico no parece tener interés particular en los problemas sociales de distribución[15], sino ante todo, en mantener constante la capacidad de pago del sistema mismo[16], por lo que el problema de la distribución es retomado por el sistema político como argumento retórico[17] o veces para intervenir con políticas “compensatorias”, que ante la corrupción de la cosa pública y la focalización clientelar, acarrean nuevos problemas de distribución, para los que a su vez se implementan nuevas políticas compensatorias. Junto con la corrupción, la fragilidad de nuestro sistema bancario[18] es un “talón de Aquiles” que pone constantemente en riesgo la autonomía sistémica e inclina la balanza a favor de una ingeniería del sistema económico concebida desde el sistema político, administrado tecnocráticamente.
 
Pero la “política tecnocrática” representa algo más que un “problema ideológico”[19], manifiesta una fórmula paradójica (por lo menos para los liberales y neoliberales): el supuesto es que desde la política es posible manipular al sistema económico para que se obtengan rendimientos altos (óptimos en el caso ideal) compensándose, por otro lado, las injusticias sociales. La fórmula utópica de esta intervención estatal selectiva y acertada, que permite a la vez la eficientización del sistema económica y la paliación de las desigualdades sociales, recibió en sus tiempos el nombre de liberalismo social. El sistema político se protege de los vaivenes de la economía y busca su legitimidad en fórmulas utópicas que envía al sistema social a través de los medios de difusión: bienestar para tu familia, economía social de mercado[20], por ejemplo; estos son intentos retóricos de controlar a un sistema económico que en los hechos es de por sí incontrolable. La alternativa política a esta situación ha sido planteada por la “izquierda”: la vuelta al modelo de Estado providencial y asistencialista. Se da una contraposición entre un modelo de Estado expansivo, que debe tomar y tener a su cargo la satisfacción de necesidades, deseos y expectativas sociales[21], y un Estado restrictivo, que debe limitar su función al logro de decisiones que sean colectivamente vinculantes[22]: el nuevo ideal utópico: la conquista del centro político.
 
La utopía retórica del liberalismo social disfraza una realidad inconfesable públicamente: la tecnocracia es insensible a los problemas sociales, su prioridad es el manejo exitoso y la producción de variables macro impresionantes, para clientes impresionables (sobre todo en el plano de la opinión pública y de las relaciones internacionales): el Producto Interno Bruto, la balanza comercial, el tipo de cambio, la inflación, el índice de la producción industrial, etc[23]. Este manejo macro encubre una evidencia abrumadora: ni siquiera la racionalidad tecnocrática es capaz de controlar un sistema económico desbocado[24].
 
Claro está, debe también preguntarse si se debe o no controlar al sistema económico y en qué medida. Pero además, debe cuestionarse a fondo la buena intención tecnocrática de lograr altos niveles de crecimiento económico aunados a mejores niveles de bienestar; en apariencia, esta fórmula es un telón retórico que trata de encubrir la receta tecnocrática: “Las necesidades de los más desfavorecidos no deben servir en principio de regulador del sistema, pues al ser ya conocida la manera de satisfacerlas, su satisfacción no puede mejorar sus actuaciones, sino solamente dificultar sus gastos”[25].
 
Una sociedad sin centro
 
Un problema particularmente sensible es que el sistema político, como centro, como lugar que articulaba la acción societal, como intérprete de nuestra historia y tradiciones, como padre providente, ha quedado vacío y no puede volver a ser ocupado[26]. Ningún partido, a pesar de los intentos (muchas veces meramente retóricos o ideológicos[27]) reiterados en discursos y propuestas programáticas, ha podido ubicarse en este centro[28], pero este hecho no se debe a que las medidas (en muchas ocasiones meros ideales o buenos deseos) no puedan caracterizarse como de centro, sino a que existe un nicho, un vacío de sentido. Nuestra historia (o por lo menos la de muchos mexicanos) ya no es la historia del partido oficial: tanto a nivel biográfico como a nivel colectivo, muchos hemos dejado de ser públicamente interpretados desde el poder y hemos cuestionado las mitologías disfrazadas como verdades dogmáticas, y la nostalgia que se puede denunciar como mecanismo regresivo. El caso del PRI es el de una familia sin padre, el de muchos mexicanos es el de un vacío político, que se pude manifestar tanto en una exigencia por nuevos liderazgos, como en el recurso regresivo a la figura del caudillo encumbrado a una esfera casi divina.
 
La sociedad mexicana ha dejado de tener un punto de referencia absoluto para sus convicciones políticas, religiosas, morales y culturales. Ni la religión, ni la moral, ni la política, ni la lógica implacable del sistema económico, ofrecen ya un sostén para nuestras convicciones colectivas. Se da no sólo un problema de posible “caída” en el relativismo, el escepticismo y los nuevos mesianismos, sino un grave problema de consenso en el medio de una sociedad plural, en el que las posturas antitéticas tienden, a la postre, a la radicalización de las posiciones políticas, y a una cerrazón de los actores en su propia lógica, muchas veces aberrante.
 
Lo que se defiende desde diversos ámbitos la sociedad civil, es una visión pluralista de la realidad política y social. Pero la pluralidad no debe implicar disgregación, eugenismo o racismo, sino la aceptación de actores sociales que sustentan diversas doctrinas políticas, religiosas, filosóficas, sociales y morales comprensivas, ninguna de las cuales puede abarcar con una sola mirada, ni interpretar el todo social[29]. La sociedad se encuentra dominado por la incertidumbre, la contingencia y la improbabilidad; de ahí que las organizaciones sociales, como sistemas de decisiones, deban de alguna manera absorber la incertidumbre, crear estructuras que permitan procesar la contingencia y complejidad del entorno en términos de complejidad autoincorporada, y hacer probable lo improbable a través de estrategias y estructuras ad hoc. Ni las personas ni las organizaciones se comportan como máquinas triviales[30] y no pueden someterse a una lógica causal determinística. La propia teoría administrativa ha tenido que hacer frente a este hecho desarrollando una teoría de la contingencia[31].
 
La vieja semántica nacional, en su referencia al Todo (al partido político), apuntaba a un orden estable e incluso inmutable al nivel de las referencias mínimas esenciales (historia, cultura, política, economía, educación, familia, religión, etc.). Pero este tiempo y espacio “newtonianos”, absolutos e inmutables están en entredicho, y también lo está la posibilidad de establecer, desde la política, explicaciones últimas sobre lo natural o lo social, que permitan orientarse por puntos de referencia fijos o por verdades absolutas fundamentadas en certezas incuestionables. La descripción de la sociedad como postmoderna y la caracterización de la postmodernidad como ausencia de metarrelatos refleja este hecho palmario: la ausencia de puntos de vista absolutos, la carencia en las sociedades contemporáneas de un centro absoluto (que ni la religión, ni la ciencia, ni la política o la moral pueden ocupar[32]).
 
Se da así un nicho de sentido y una necesidad de certidumbre que ya no puede ser satisfecha por la ciencia, ni por la religión, ni por la política o la educación. Es un nicho que en política muchos buscan llenar con la figura del nuevo caudillo carismático o con la idea (ya muy desgastada) de una praxis revolucionaria. Pero la evidencia es que, al estar la sociedad mundial traspasada por las comunicaciones de los diferentes sistemas funcionales (economía, educación, derecho, ciencia, organizaciones), el orden y la estabilidad se dan en un nivel donde la contingencia, la complejidad y la aceleración de la dimensión temporal[33], ponen en entredicho la concepción de la sociedad como sistema u organismo trivial cuyas partes son las personas[34]; además, la incertidumbre aumenta porque el orden funcional implica que las personas fluyen de un sistema a otro con relativa libertad o incluso de manera caprichosa. De esta movilidad sistémica y de la posibilidad, de que en la democracia de que se de una cúspide política dividida y sujeta a la alternancia, se deriva el hecho de que el sistema político ya no puede ganar adeptos incondicionales que le sirvan de manera permanente con lealtad garantizada.
 
El problema de los medios y el fracaso de las políticas
 
Hay un problema en los medios que se da en dos sentidos: por un lado, los medios de la política para intervenir en la economía muestran rápidamente su obsolescencia; por otro, los medios de difusión (la prensa, la radio y la televisión) magnifican la distorsión (cuando esta se da). El primer problema es demasiado específico para ser abordado aquí, pero caben algunas indicaciones sobre el problema de los medios y el fracaso de las políticas públicas.
 
No me gustaría dejar en el aire la tesis de que las políticas públicas fracasan, por ello recurriré a dos argumentos:
 
1º. Los informes de gobierno (tanto el nacional como los estatales) ponen un énfasis muy especial en los logros, en las cifras y en los avances, ¿por qué se pone tanto énfasis en el resultado?, ¿por qué en los informes se incurre en el eficientismo de las cifras crudas? Estos “informes del estado que guarda la administración pública”, se nos presentan como eventos que se caracterizan por ser poco reflexivos en el sentido de que siempre dejan un “unmarked space”[35]. Puede afirmarse que para todo logro promovido y difundido desde el gobierno hay por lo menos un fracaso escondido que se debe ocultar, ya sea porque evidencia promesas incumplidas[36], realidades ofensivas[37], conductas mezquinas o acciones omitidas. Los partidos de oposición hacen uso de estas realidades intencionalmente ocultadas desde el poder, y por el poder público, como capital político; de aquí resulta un postulado: entre mayor es el “unmarked space” (el espacio de la ignominia y de la atrocidad política) mayor es el potencial de capital político que puede utilizarse desde la oposición (desleal), no sólo para denostar y luchar en la arena pública, sino también para realizar “negociaciones secretas” basadas en la transacción de activos políticos (posiciones de poder políticas; escaños en los Congresos, por ejemplo) o en el chantaje.
 
2º. Los funcionarios públicos hacen un uso reiterado de “mecanismos de habla distorsionados”. Por ejemplo: preguntamos al funcionario público, con evidencias contundentes en la mano, las causas por las que, a pesar de que en su informe dijo que se atendió el problema X, en la realidad dicho problema se ha agravado[38]; la conducta frecuente del funcionario ante los medios de comunicación[39], regidos por la lógica kunderiana del onceavo mandamiento[40], es el recurso común a mecanismos de evitación y defensa, como: en realidad no estaba enterado (negación desarrollada a través de un argumento ocultativo: el funcionario quizá ya tenía información al respecto, pero la retórica no existe sin el maquillaje de los datos y las cifras) o la decisión que tomamos obedeció, ante todo, a razones de Estado (esta racionalización edípica evidencia la unión simbiótica que se da entre PRI, Estado, Patria, Gobierno y Nación)[41]. Desde el marco analítico de una teoría sistémica de la comunicación política se podría sustentar otra afirmación: la medida en que la función retórica (que privilegia el convencimiento mediante elementos teatrales) prevalece sobre las funciones doxológica (típica del espacio público-político) o dialógica (la cual implica el convencer al oponente político mediante el recurso al mejor argumento) se da un déficit en la argumentación[42]: los lugares (topos) para extraer los argumentos son pobres o los argumentos encubren falacias fácilmente desenmascarables para un ojo crítico y atento.
 
La problemática de la organización
 
¿Por qué utilizar a los medios como pantallas, como filtros o cajas de resonancia para promover logros “heroicos” que ocultan fracasos evidentes? Enunciaré una tesis final: la forma tradicional de planear, diseñar e implementar políticas públicas no puede permanecer inalterada si la situación del entorno ha cambiado tan drásticamente en tan sólo unas décadas; en términos negativos se puede decir que la organización de la administración pública no responde ya a la nueva realidad, está desfasada. En un entorno caracterizado por la incertidumbre de lo no programable (ni programado), el proceso de las políticas públicas involucra decisiones potencialmente riesgosas para el sistema político[43]; esto conlleva cambios significativos que se evidencian sobre todo en la dimensión temporal de la gestión pública.
 
La falta de tiempo presiona para que se tomen decisiones aún cuando el que decide no tenga todavía información o motivación suficiente para elegir entre un conjunto de alternativas difíciles de ponderar por su alto nivel de complejidad y por sus consecuencias ulteriores, difícilmente predecibles en todos sus detalles: “El tiempo escasea. Se puede hacer uso de la capacidad de la organización de trabajar simultáneamente, pero con eso surgen problemas de coordinación no sólo de tipo real y social, sino también de tipo temporal... La dependencia de fechas deforma las preferencias y metas, porque lo que tiene un plazo fijo debe ser solucionado con urgencia... A menudo son los plazos los que aseguran que un asunto reciba atención y no rara vez pasan por sobre la valoración del producto... El problema se agudiza con el aumento de la diferenciación de los sistemas organizacionales, en  la medida en que,  a pesar de la diferenciación, existen interdependencias; así estrangulan las fechas de las elecciones políticas y los plazos procesales del Estado de derecho a la administración pública con una lógica que no es la suya. El resultado de todo esto es una asociación  muy estrecha de conciencia del tiempo y del no poder decidir para todos los ámbitos organizacionales que se encuentran por sobre la ejecución rutinaria”[44]. 
 
La imagen de la ciencia decimonónica, que implicaba que el universo social era una máquina predecible, ha sido ampliamente cuestionada y apoya la tesis de que ningún subsistema del sistema social puede reclamar para sí el representar a toda la sociedad (ni la política, ni el derecho, ni la educación): las sociedades contemporáneas carecen de centro que articule todas sus decisiones. Además, la política no pueda absorber el riesgo por todas las decisiones tomadas en el sistema social o en los sistemas económico o educativo, entonces “la racionalidad del manejo del riesgo, como es propio de la política, podría consistir en ponderar los riesgos de decisión de uno y otro sendero”[45].
 
Cada sistema autónomo se ve compelido a “anticipar” algunos de los posibles riesgos que implican sus decisiones. Esto significa que en situaciones constantemente cambiantes, la única forma de operar planes, programas y procedimientos, es traduciendo estos instrumentos en decisiones que impliquen comunicaciones que se traduzcan en comunicaciones[46]. Adicionalmente, en el momento de adoptar ciertas decisiones, se puede dar una brecha significativa entre la intención buscada originalmente, el diseño organizacional o institucional concebido y la ejecución de determinadas acciones: ajustarse al procedimiento, así como seguir el plan o buscar determinados objetivos depende usualmente de la decisión de sujetos individuales orientados por sus propios intereses que pueden compartir o no los objetivos de una organización determinada; además, aquellos que deciden pueden cambiar de ruta o incluso pueden decidir no decidir (lo cual es ya una decisión).
 
La organización como red recursiva de decisiones
 
La aceleración de la dimensión temporal del sentido en las sociedades complejas y funcionalmente diferenciadas implica un énfasis particular en el instante: las decisiones en materia de políticas públicas, tomadas en un instante dado deben articular, de forma sui generis, las decisiones previamente asumidas con las posibilidades ulteriores de decisión: “Las decisiones en cuanto sucesos fijados a puntos del tiempo y pasajeros deben tomar y reflejar una función que ate al tiempo. La función del decidir que ata al tiempo corresponde con el hecho de que no haya un futuro objetivo (que funcione como objetivo), de tal forma que el futuro sólo puede entrar en función en cuanto diferencia con el pasado. Las decisiones sólo pueden, en consecuencia, ser suceso en cada uno de sus presentes cuando expresan una diferencia de pasado y futuro... Para poder decidir en uno u otro sentido, deben antes producir un sentido que, ante todo, pueda continuar”[47]. Lo que se debe garantizar es que la red recursiva de decisiones (decisiones sobre decisiones) continúe indefinidamente.
 
Pero si un cometido de las políticas públicas es garantizar una red recursiva de decisiones en las que esté implícita una cierta producción de sentido, ¿qué resulta de la tesis de que la planeación se constituye como una anticipación del futuro? La ecuación planeación=futurología resulta de que la planificación se conciba como anticipación, lo que a su vez implica planear con una base científica de reducir la teoría de la decisión a bases matemáticas o estadísticas, pero la idea de anticipación, tan propia de las leyes científicas (de la ciencia natural) parece resultar poco productiva en un entorno complejo; en consecuencia, la planeación no anticipa, antes bien, abre probabilidades de decisión en un entorno altamente complejo: “la planificación no es tanto un instrumento para el logro de efectos programados, sino más bien un procedimiento de autocrédito, comparable con un sistema bancario... Un sistema se permite, mediante la planificación, la ampliación de suposiciones mínimamente aseguradas, en .la medida en que las coordina internamente y se puede levantar bastante sobre la realidad con la ayuda de la planificación en la medida que el tiempo fluya en forma suficientemente rápida y que la planificación se justifique constantemente a través del aprovisionamiento suficiente de sucesos no esperados”[48].
 
Ante un entorno altamente contingente, la planeación tiene el competido de abrir posibilidades de decisión y de dejarlas abiertas ante lo no esperado: “La innovación sólo es posible cuando en los procesos de decisión se consideran alternativas realizables”[49]. El éxito de un plan está entonces en función de las capacidades del mismo para ampliar las posibilidades (libertades) de decisión articulando pasado y futuro en el instante de la ejecución: “La planificación permite, con otras palabras, una suposición reflexiva de suposiciones y esto no en forma arbitraria, sino en forma coordinada y por lo tanto asegurada. La coordinación de las suposiciones conduce, en determinados alcances, al decidir coordinado dando, al mismo tiempo, la seguridad para el riesgo de la misma suposición”[50]. Como ya no es posible que la planificación sea un instrumento para “mantener el futuro bajo control”, entonces “La tarea consiste más bien en una reintegración constante de decisiones planificadas y no planificadas”[51].
 
El plan no es un condicionador del futuro ni un anticipador legalista del mismo: “La preparación de decisiones ya no significa bosquejar las decisiones, tomarlas antes de tiempo o hacerlas superfluas mediante la planificación, sino que se trata de ganancia de tiempo y de alternativas para procesos abiertos de decisión... La planificación debe lograr, en la medida que sea posible, las condiciones para que un sistema organizacional sea lo que pretende ser: un sistema que se compone de decisiones”[52]. Esta estrategia necesariamente debe “anudarse” mediante la transcripción de las memorias del sistema (las decisiones anteriores deben idealmente documentarse) y “reproducir la autosimplificación del sistema a partir de sus productos, bajo condiciones cambiantes”[53].
 
La descentralización en la toma de decisiones, así como de las capacidades de gestión y uso de recursos parecen resultar más funcionales debido a que la oferta se da más cerca de la necesidad real y puede ser mejor especificada en comunicación con los demandantes, afectados y/o necesitados. La administración del sistema define de esta manera nuevas normas de inclusión locales y desde luego se obliga a plantear normas de exclusión[54] generales y consensadas[55].
 
La inclusión de una pluralidad de actores, con diferentes doctrinas comprensivas, en el proceso de toma de decisiones no implica necesariamente que no se pueda llegar a una base mínima de acuerdos en materia de principios elementales (por ejemplo, principios de justicia). Adicionalmente, la configuración de las líneas de autoridad al interior del sistema político tiende a hacerse menos jerárquica, se heterarquiza (se da un cambio de formas piramidales de organización a organizaciones de tipo red neuronal[56]): las organizaciones trabajan con grupos de “expertos” diferenciados por sus funciones, entre éstos no hay relación de subordinación, ya que son considerados como pares cuyo fin es dialogar para llegar juntos al mejor argumento (esto puede implicar también una reducción significativa de la administración, en cuanto a tamaño y personal). Debido a la orientación por la contingencia, la organización de la administración pública y las premisas de la planeación se sujetan a un modelo explicativo no determinístico, en el que no suponen relaciones causales rígidas, aunque sí isomorfismos y equivalencias funcionales. La planeación se da en un entorno de incertidumbres múltiples y por ello debe poder modificarse para ampliar la base de las decisiones, de acuerdo a las situaciones y eventos den entorno, los cuales son altamente contingentes.
 
El cambio en la percepción y concepción de la política parece imperioso. Ya sea mediante un nuevo diseño institucional o a través de una nueva Constitución (que implica a la postre un nuevo diseño institucional) los problemas deben clarificarse y ponerse sobre la mesa buscando una lógica inversa a la que parece prevalecer hoy día: a nivel de los medios una preponderancia de lo real sobre lo aparente, a nivel de las mediaciones (sobre todo entre los fines manifiestos de las políticas públicas, el diseño operativo organizacional y la ejecución) la superación de la enorme brecha existente entre lo propuesto y lo logrado, a nivel de la racionalidad tecnocrática un ajuste entre lo que personalmente se desea y lo que socialmente se necesita, a nivel de la cultura nacional el acento en las realidades antes que en los ideales y en la historiografía antes que en la mitología. Si bien el fracaso de nuestras políticas públicas se gesta de manera preponderante en la administración, su evidencia se manifiesta en todas las actividades colectivas: ¿será acaso fortuito que en deportes seamos exitosos en actividades individuales y fracasados en actividades colectivas? ¿No acaso sigue siendo preocupante el que algunas de nuestras mejores universidades “formen profesionistas exitosos en un país de fracasados”[57]?




[1] De aquí podría inferirse que se necesita un nuevo diseño del Estado: nuevas estructuras, nuevas relaciones, nuevas reglas y normas, en fin, una nueva institucionalidad y una organización diferente.
[2] Porque, entre otras cosas, tendía a asimilar la diversidad social a la unidad partidista, corporativizando la vida privada.
[3] Su reflejo más claro es la figura del político-empresario, o sea, de aquella persona que, a través de los medios patrimonialistas del poder, conseguía del espacio público todo lo necesario para garantizar la capacidad de pago recurrente de sus hijos, nietos, bisnietos y choznos.
[4] En 1982 había 1155 empresas públicas.
[5] “La diferenciación de un sistema parcial para cada función significa que para este sistema (y sólo para éste) tal función goza de prioridad ante las demás funciones... para un sistema político el éxito político es más importante que todo lo demás, y una economía que tenga éxito, en este caso, es importante únicamente como condición para los éxitos políticos. Esto significa, al mismo tiempo, que al nivel del sistema omnicomprensivo de la sociedad no puede predisponerse ninguna jerarquía de funciones universalmente válida, vinculante para todos los sistemas parciales”. Niklas Luhmann y Raffaele de Georgi, Teoría de la sociedad, 2ª ed., México, Triana, UIA, 1998. p. 340. Durante décadas, el establecimiento de esta jerarquía de funciones universalmente válidas fue una prerrogativa del presidencialismo autoritario.
[6] “El problema estructural de las sociedades estratificadas es que la identificación de los subsistemas requiere una definición jerárquica de sus entornos en términos de rango o de igualdad/desigualdad”. Niklas Luhmann. “La diferenciación de la sociedad”, en Complejidad y modernidad: de la unidad a la diferencia, Valladolid, Trotta, 1998, p. 77.
[7] “... la estratificación nace de la... diferenciación y la cerradura del estrato superior... en el plano de la semántica el estrato superior debe distinguirse con respecto a un estrato inferior que, en un primer momento, no sabe que lo es o que lo será... Naturalmente que una descripción del estrato inferior... es una descripción hecha desde el estrato superior”. Niklas Luhmann y Raffaele de Georgi. Op. cit., p. 317. La expresión popular que corresponde a esta formulación teórica es: “la historia es la que cuentan los vencedores, no los vencidos”.
[8] Cuya evidencia patológica es el afán neurótico de poderío. Cf. Javier Brown César. “Psicopatología de la política mexicana”, en Bien común y gobierno. No. 50, enero de 1999, p. 98-99.
[9] Y de lo privado desde lo público.
[10] En última instancia traducida en represión, coacción, segregación y marginación.
[11] Que tuvo sus inicios en fórmulas como: “renovación moral”.
[12] A la que concibe tradicionalmente como una empresa privada “a lo grande” que deber ser administrada bajo criterios eficientistas.
[13] “... sobre la base de una economía monetaria, la sociedad diferencia a un sistema de funciones dedicado a la economía y permite que el bienestar quede supeditado a la dinámica propia del sistema”. Niklas Luhmann, “Capitalismo y utopía”, en Teoría de los sistemas sociales: artículos, México, UIA, 1998,  (Colección Teoría Social), p. 113. De ahí que fórmulas políticas que prometen el bienestar parezcan en estos momentos meros deseos retóricos que líneas que oriente las política públicas futuras.
[14] . “El sistema económico está caracterizado por buenas posibilidades de cálculo y por una mala memoria... El dinero no recuerda por qué fue pagado”. Niklas Luhmann, Sociología del riesgo, México, Triana, UIA, 1998, p. 221.
[15] La economía produce... una dinámica propia que la política no puede controlar y ante la que la economía misma sólo puede reaccionar a posteriori. El sistema, para decirlo de otra manera, debe referirse siempre en todas sus operaciones al estado histórico momentáneo: de aquí que sea incalculable. Este tipo de turbulencias están muy por encima de las dimensiones del problema de la correcta distribución del ingreso que pudiera obtenerse mediante un bienestar controlado estatalmente, de aquí que no es posible visualizar que una revolución pudiera cambiar todas estas premisas básicas. Más bien lo que se avizora son catástrofes que pudieran resultar de un desplome de la producción que depende del financiamiento y de la economía de la transacción. Niklas Luhmann, “Capitalismo y utopía”, en Loc. Cit.,. p. 116.
[16] “... la economía se puede considerar como un inmenso emporio de riesgos. Esto, sin embargo, no quiere decir que el riesgo pueda ser reducido aquí continua y completamente en riesgos específicos de un objeto, como por ejemplo en la compra de coches usados. Queda un resto de riesgo, un riesgo central, a saber, el riesgo de la no reconstitución de la capacidad de pago”. Niklas Luhmann, Sociología del riesgo. p. 227.
[17] “Por razones estructurales y semánticas, el sistema político hoy en día está empujado a politizar los riesgos, vengan de donde vengan... En vano se buscará un catálogo de las tareas del Estado o de los límites fijos de sus actividades en cuanto a la naturaleza o la sociedad: la politización de los problemas es cuestión de la política”. Ibid., p. 209.
[18] “A semejanza de la corte en el sistema de derecho los bancos ocupan una posición central en el sistema económico... la función de los bancos (distinta a la de la producción) se puede entender sin más ni más como una condensación de la función del sistema económico”. Ibid., p. 231.
[19] Es una clase política paradójica en el sentido de que las condiciones para su inviabilidad como clase política están detrás de su propia ideología: fundamentan la legitimidad política en la eficacia económica, pero su ideología niega medios de intervención “estatales” que permitan influir políticamente, para que se dé una alza permanente en los rendimientos del sistema económico (esto lo dejan al juego del libre mercado), además de que no disponen de “mecanismos políticos” para asumir el riesgo que implica que en el sistema económico se dé un colapso general de los bancos y de la capacidad de pago en general.
[20] ¿Cómo se comporta el sistema político junto a un vecino tan incómodo [el sistema económico]? Mi respuesta: echando mano de las utopías...La utopía política que hace posible la convivencia entre sistema político y económico, bajo condiciones de diferenciación por funciones, lleva el nombre de economía social de mercado. Expresada en términos políticos esta fórmula lo que quiere decir es que los objetivos del capitalismo y los del socialismo se pueden realizar en la fusión de un sólo sistema. Niklas Luhmann, “Capitalismo y utopía”, en Loc. Cit., p. 116.
[21] Con lo cual, sin dudase sobrecarga ideológica y administrativamente, y se paradojiza (se hace inviable), como ya quedó claro con la crisis de los ochentas.
[22] Una concepción política expansiva podría enlazarse con tradiciones de la vieja Europa, que asignan a la política un papel rector en la sociedad...  Una concepción política restrictiva, por el contrario, únicamente vería en la política una función entre otras muchas. Niklas Luhmann, Teoría política en el Estado de Bienestar, Madrid, Alianza, 1994, (Alianza Universidad; 750), p. 156
[23] Pero ni el “éxito” macroeconómico puede encubrir el abrumador fracaso microeconómico.
[24] Ni quizá convenga hacerlo: si los economistas no han podido solucionar dos grandes problemas de los sistemas económicos -la inflación y el desempleo- quizá sea por una de dos razones: porque estos problemas no se pueden (o deben) solucionar, o porque no conviene a los economistas que sean solucionados, ya que si se solucionaran, tal vez perderían su empleo (el corolario sería: disminuir la demanda de economistas).
[25] Jean Francois Lyotard, La condición postmoderna, Barcelona, Planeta, 1993 (Obras Maestras del Pensamiento Contemporáneo; 18), p. 137.
[26] No se puede centrar sobre la política una sociedad funcionalmente diferenciada sin destruirla. Niklas Luhmann, Teoría política en el Estado de bienestar, p. 44.
[27] La sociedad moderna es un sistema sin portavoz y sin representación interna. Por esto, precisamente, sus orientaciones básicas devienen en ideología. Idem.
[28] En analogía con el pensamiento de Piaget se podría proponer la metáfora de que la sociedad mexicana se ha descentrado y con ello inferir que ha madurado. Pero hasta qué punto esta madura y para qué son preguntas que hay que plantear si seguimos esta metáfora.
[29] El problema del liberalismo político (que no liberalismo social) puede formularse, según Rawls, de la siguiente manera: ¿cómo es posible que unas doctrinas comprensivas totalmente opuestas entre sí, aunque razonables, puedan convivir y afirmen todas la concepción política de un régimen constitucional”. Liberalismo político, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, (Sección de Obras de Política y Derecho), p. 13.
[30] Heinz von Foerster introdujo la distinción entre máquinas triviales y no triviales en los siguientes términos: las máquinas triviales responden a un mismo input “con la transformación de un output mediante una función de transformación”; las máquinas no triviales “llevan a cabo operaciones recursivas... la programación, es entonces, siempre dependiente de la operación”. Niklas Luhmann, La ciencia de la sociedad, México, Anthropos, UIA, ITESO, 1996 (Autores, textos y temas. Ciencias sociales; 10), p. 289.
[31] El cambio no programado (ni programable) se percibió como un problema ya desde la década de los cincuentas: “Since classical planning theory applies literally only to the static case –to the comparison of equilibrium- it dos not provide a framework for normative propositions about planning under conditions of unprogrammed change. To the extent to which such dynamic considerations are important, therefore, the classical theory is largely irrelevant to the issue” [Ya que la teoría clásica de la planeación se aplica puntualmente sólo a situaciones estáticas –bajo la metáfora del equilibrio- no provee un marco de referencia adecuado para enunciar proposiciones normativas acerca de la planeación bajo condiciones de cambio no programado. En la medida en que dichas consideraciones dinámicas cobren importancia, la teoría clásica se demostrará como francamente irrelevante. Traducción del autor]. James G. March and Herbert A. Simon, Organizations, New York, John Wiley & Sons,  1958, p. 210.
[32] Una sociedad organizada en subsistemas no dispone de ningún órgano central. Es una sociedad sin vértice ni centro. La sociedad no se representa a sí misma por uno de sus, por así decir, propios subsistemas genuinos. Niklas Luhmann, Teoría política en el Estado de Bienestar, p. 43
[33] Una reflexión novelada sobre esta aceleración del continuo temporal se encuentra en La Lentitud de Milan Kundera
[34] Las personas son literalmente, “arrojadas” al entorno de los sistemas de funciones (esto implica que el sistema social no se compone de personas, sino de comunicaciones; pero también puede interpretarse en el sentido de que el cargo, en tanto que unidad impersonal de funciones al interior de las organizaciones, hace que cualquier persona pueda ser reemplazable por otra que “cubra la función”): “Si continuamos pensando en los términos de la antigua tradición europea, hoy en día el lugar de la sociedad parece casi vacío... Si somos imparciales en nuestra observación, la emergencia del nuevo sistema global de la sociedad mundial aparece como un hecho innegable. Esto requiere de cambios correspondientes en el concepto de sociedad”. Niklas Luhmann. “Los medios generalizados y el problema de la contingencia”, en Teoría de los sistemas sociales. p. 73.
[35] El concepto original desarrollado por Jorge Spencer Brown es el de “unmarked state” un estado de cosas no marcado, no indicado; prefiero el concepto de “unmarked space” (que es funcionalmente equivalente) porque hace referencia a una región que se deja tradicionalmente de lado. Es como una moneda que tenemos ante los ojos y de la cual sólo queremos ver el lado que tiene el escudo, olvidándonos que la moneda es el todo configurado por ambos lados y que al marcar un lado producimos una especie de escotosis cognoscitiva (una anulación deliberada de nuestro campo de observación).
[36] No es necesario ir demasiado lejos: la critica recurrente que se ha hecho a los informes de gobierno del presidente Zedillo es su énfasis en el manejo exitoso y eficiente de las variables macroeconómicas (lo cual constituye la bandera principal del gobierno tecnocrático, además de su única estrategia visible para elevar el nivel de consenso social) y su olvido de temas políticos tan lastimosos como: el conflicto de Chiapas, el problema de la UNAM, los asesinatos políticos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, y las matanzas de Acteal y Aguas Blancas, por sólo mencionar algunos temas olvidados.
[37] Como es el caso de la pobreza extrema. Inclusive, para no ver esta realidad, algunas personas dan limosna con un fin doble del que no son plenamente conscientes: no ver el reflejo de la naturaleza humana caída (en el fondo, el reflejo de la parte más oscura de su propia persona) y para paliar posibles sentimientos de culpa, los cuales pueden tener como origen la acumulación desmedida, el fraude sistemático y la explotación despiadada (claro está que estas afirmaciones requieren sustentarse desde la psicología social e individual, pero no es posible desarrollar aquí los argumentos respectivos).
[38] Un ejemplo claro podría extraerse de los informes de gobierno recientes, el argumento frecuente es: el gobierno ha destinado una importante cantidad de recursos al combate a la pobreza atendiendo así a un número importante de habitantes, la realidad es que la población en condiciones de pobreza extrema ha aumentado considerablemente
[39] Ciertamente aquí debemos diferenciar entre periodismo crítico-propositivo y periodismo servil-reiterativo.
[40] Cf. La inmortalidad.
[41] Desde luego, existen otros mecanismos de uso común. He realizado una breve caracterización de éstos en México 2000: entre la transición y la ingobernabilidad, México, Fundación Rafael Preciado Hernández, 1999, (Documentos de Trabajo; 36), p. 51-58.
[42] Para una caracterización de estas funciones de la comunicación política Cf. Javier Brown César. “La teoría de sistemas de Luhmann y la comunicación política”, en Bien común y gobierno. No. 54, mayo de 1999, p. 65-68.
[43] Pero, “el sistema político es incapaz de conservar la carga de riesgo que se le ha impuesto y de enfrentarse continuamente a los mismos casos”. ¿Qué pasa entonces con los riesgos? “La mayoría de las veces son entregados al sistema de derecho y con frecuencia pasados por éste a manos del sistema económico”. Niklas Luhmann, Sociología del riesgo, p. 214-215.
[44] Niklas Luhmann, Organización y decisión, Barcelona, Anthropos, UIA, 1997, (Biblioteca A. Sociedad; 27), p. 32-33.
[45] Niklas Luhmann, Sociología del riesgo, p. 223.
[46] “... la política en primer lugar es comunicación, es decir, una síntesis permanente de información, acto de comunicar y comprensión que el sistema reproduce de un momento al otro”. Niklas Luhmann, Sociología del riesgo, p. 211. 
[47] Niklas Luhmann, Organización y decisión, p. 17-18.
[48] Niklas Luhmann, Organización y decisión, p. 77-78
[49] Ibid., p. 91.
[50] Ibid., p. 77
[51] Ibid., p. 76-77.
[52] Ibid., p. 78.
[53] Ibid., p. 77.
[54] Cf. Niklas Luhmann, “Inclusión y exclusión”, en Complejidad y modernidad: de la unidad a la diferencia, p. 176 ss.
[55] A diferencia de lo que antes sucedía: el sistema político se “mantenía vivo” utilizando normas no explícitas de exclusión aplicables a diversos casos y situaciones particulares; se daba así una casuística de la exclusión
[56] “El sistema político de la sociedad actual se asemeja más a una masa nerviosa que a una jerarquía ejecutiva”. Niklas Luhmann, Sociología del riesgo, p. 211.
[57] Este cuestionamiento, que considero urgente, válido y legítimo, ha sido formulado con claridad por Xabier Gorostiaga.

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