COMUNICACIÓN, POLÍTICA Y DEMOCRACIA
Por Javier Brown César
Publicado originalmente en la Revista Bien Común y gobierno
La
inquietud y la incertidumbre suelen acompañar a las transiciones y si el
horizonte y la ruta de la transición no están claros, la regresión es posible
debido a las tremendas inercias de la cultura política. La cultura es quizá “la
variable” más difícil de manipular y cambiar según los deseos de los expertos,
por ende, la apuesta por manejar las variables macroeconómicas con éxito es una
receta fácil para aparentar que se promueve el cambio y el bienestar sociales.
Al cimentar parte importante de la legitimidad en la eficacia decisoria
mediante el manejo de variables como el Producto Interno Bruto y la inflación[1], la
administración del presidente Fox sigue sin encontrar la manera de canalizar la
necesidad de amplia participación que se hace sentir por todas partes. Lejos de
activar y movilizar dinámicamente a la sociedad a partir de procesos políticos
incluyentes, el cambio parece inducirse desde fuera de la sociedad y de manera
marginal, a través de la subcultura del consumo, la gestión del ocio, la
promesa de derrama económica y el poder de persuasión del medio dinero; de esta
manera, muchas estructuras sociales básicas -así como múltiples relaciones
asimétricas de poder- se pueden mantener constantes y a pesar de los mejores
deseos de los políticos idealistas quedar intactas o deteriorarse gradualmente,
ocasionando pérdida de autonomía, cohesión o sentido de la realidad.
Nuestra democracia electoral es en extremo frágil. Al
analizar la vigencia de la vida democrática en tres planos: el régimen, el
subsistema de partidos y la sociedad civil, se llega a la conclusión de que
sólo existen argumentos para hablar a favor de una relativa democratización del
régimen, esto nos llevaría directamente a presentar los retos que implica
consolidar[2]
nuestra naciente democracia, por el momento, eminentemente procedimental[3]. La
vía que aquí se propone vincula democracia con política y comunicación. El
esquema analítico que se utilizará es un modelo de comunicación política que ya
fue publicado[4] y del que aquí sólo
recupero algunos elementos fundamentales del cuadro, algunos agregados que
apuntan a la realización de otros tipos de análisis y unas correcciones en el
mismo. El modelo es el siguiente:
MODO/
CARACTERÍSTICA
|
BIOLÓGICO
|
AGÓRICO
|
ESCÉNICO
|
DIALÓGICO
|
Régimen político típico[5]
|
Hegemonía cerrada
y sociedades en transición
|
Oligarquía competitiva
“Democracia” de élites
|
Hegemonía cerrada)
“Democracia” de masas
|
Poliarquía
|
Nivel de diferenciación de
la sociedad (según la tipología de Luhmann)
|
Sociedades segmentarias
(la familia como forma de
diferenciación)
|
Sociedades citadinas
(la desigualdad como forma
de diferenciación)
|
Sociedades estratificadas
(el estrato superior
cerrado sobre sí como forma de diferenciación)
|
Sociedades funcionalmente
diferenciadas
(cada sistema obedece sólo
a su función y código propios)
|
Valor enfatizado
|
Supervivencia
|
Sapiencia
|
Apariencia
|
Autenticidad
|
Paradigma
|
Tribu
|
Ágora griega
|
Circo romano
|
Red neuronal
|
Instancia psíquica
dominante
|
Ello (id)
|
Super-yo (Über ich)
|
Ello (id)
|
Yo (ich)
|
Estadio del desarrollo
moral bajo el cual opera mejor el modo (según la tipología de Kohlberg)
|
Preconvencional 1: etapa
del castigo y la obediencia
Etapa de transición
postconvencional 4 ½[6]:
elección personal y subjetiva, basada en emociones
|
Preconvencional 2. Etapa del propósito y el intercambio instrumentales
individuales
|
Convencional
3: Etapa de las
expectativas, relaciones y conformidades interpersonales mutuas
|
Postconvencional 6: etapa
de los principios éticos universales
|
Debido a que expliqué el modelo con anterioridad, asumiré
un punto de vista que permita demostrar su utilidad para analizar aspectos del
momento político actual. Mi tema será la sustentabilidad de la democracia en
México, en estos momentos. La pregunta que se puede deducir del modelo es: ¿qué
modo de comunicación permite afianzar la democracia donde ya existe y crearla
donde todavía no llega? Para quien conoce el modelo la respuesta es obvia: bajo
el modo dialógico. Fin del artículo. Pero no es justo dejar el modelo en el
aire ni la pregunta respondida de modo simplista. Comenzaré con una afirmación
audaz: en el momento actual, la lógica comunicativa de la política vacila entre
los modos agórico y escénico con el riesgo de una posible regresión a los
supuestos más extremos del modo biológico. Lo que sigue constituye el intento
de demostrar esto a partir del modelo propuesto.
EXPERTOCRACIA
Y BUROCRACIA
La
gestión exitosa de la economía es en última instancia un índice de la eficacia
decisoria[7] del
gobierno y por ende, un factor que brinda importantes cuotas de legitimidad.
Pero la historia ha demostrado que esta forma de legitimidad es frágil en
extremo. Los ociosos podemos encontrar un patrón cíclico si remontamos el
inicio de la transición en 1977, con la ley electoral de Reyes Heroles que
introdujo la representación proporcional y con ello la figura del diputado de
partido. Desde entonces a la fecha podemos, mediante una distinción simplista,
clasificar a los presidentes de acuerdo a la presencia o ausencia del carisma
(a los primeros podemos denominar presidentes carismáticos y a los segundos
presidentes grises). Tendríamos el siguiente patrón recurrente: administración
López Portillo, manejo del carisma y crisis de la economía hacia el final del
sexenio; administración Miguel de la Madrid, presidencia gris en un entorno de
crisis heredada y fuerte recesión, administración Salinas, manejo del carisma,
y crisis de la política y la economía hacia el final del sexenio;
administración Zedillo, crisis heredada y recesión; administración Fox, manejo
del carisma y... Hasta aquí el patrón diría: y posible crisis de final de
sexenio.
¿Qué
haría posible que este escenario de presidencia carismática con crisis de final
de sexenio volviera? Uno de los “factores de quiebre” es que las grandes
decisiones de política pública se sigan tomando bajo un esquema vertical, que
en lugar de basarse en consensos[8]
colectivamente vinculantes, mantiene las inercias del viejo régimen, lo cual
resulta ampliamente funcional a los políticos, los burócratas, e incluso a los
expertos[9]
(tecnócratas): a los primeros les permitiría un amplio margen discrecional para
la toma de decisiones, la asignación selectiva de recursos y la posible gestión
de programas sociales con fines electorales; a los segundos les permitiría
utilizar los procedimientos, las políticas y los trámites como instrumentos de
control y de conservación de su posición; y a los últimos les garantizaría el
ahorro de tiempo debido al hecho de no tener que consultar a nadie, más que a
sí mismos, para emitir sus juicios.
En
esta forma de planeación reactiva[10], las
políticas públicas son vistas como la articulación de los intereses de élites
restringidas, cerradas sobre sí mismas –llámense cúpulas sindicales o
patronales, dirigencias de partidos políticos, grupos de intereses u
organizaciones sociales- bajo un modelo que permite una discusión racional
cerrada, autorreferente. El modelo ideal es el Ágora griega, como un espacio
abierto a la deliberación, pero cerrado al rostro del otro, del excluido –en el
caso griego, las mujeres, los esclavos y los extranjeros. Esta forma de
planeación permite la articulación de los intereses de los políticos, los
tecnócratas, los burócratas y determinadas clientelas selectas, en una especie
de relación cómplice que tiende a proteger al sistema de las posibles crisis.
El interés común que articula a estos actores es la conservación del sistema y
su funcionamiento para el bien de ellos. Todo aquello que pueda poner en
peligro el funcionamiento del sistema, es ampliamente tematizado por estos
grupos de intereses y traducido en riesgos tanto para la estabilidad como para
la conservación y el acrecentamiento, de los imperativos de la política (más
poder) y de la economía (más dinero).
Esta
lógica voltea la cara a las necesidades sociales, imponiendo estructuralmente
necesidades. Además, bajo el concepto de clientelas no sólo deberían
identificarse a los electores potenciales o cautivos de una determinada
agrupación política, sino a todos aquellos sectores y actores que por su
potencial de movilización, por su cohesión y capacidad de organización, podrían
desestabilizar al sistema, constituyéndose así en posibles “objetos” de
programas públicos focalizados. La alternativa consiste en desarrollar esquemas
más participativos[11] para
lograr una auténtica gestión de “lo público” y abrir espacios de libertad para
la toma de decisiones responsables y cooperativas, así como maximizar el
potencial de las instituciones democráticas para hacer frente a los conflictos
y a las crisis: “Gobernar de acuerdo a política pública significa incorporar la
opinión, la participación, la corresponsabilidad, el dinero de los ciudadanos,
es decir, de contribuyentes fiscales y actores políticos autónomos y, a causa
de ello, ni pasivos ni unánimes. Política Pública no es sin más cualquier
política gubernamental. En efecto, supone gobernantes elegidos
democráticamente, elaboración de políticas que son compatibles con el marco
constitucional y se sustancian con la participación intelectual y práctica de
los ciudadanos, políticas que no mortifican las libertades, las oportunidades y
las utilidades de los ciudadanos ni introducen un trato desigual inmerecido
entre ellos”[12].
La
tentación del autoritarismo es grande, y sobre todo en tiempos de una
presidencia carismática, en el que se fijan las aspiraciones de la cultura
cívica mexicana manteniéndose un peligroso patrón ambivalente: una percepción
positiva del sistema político con bajos niveles de participación; una brecha
significativa entre el orgullo por la patria y la parte que cada quien juega en
la construcción del proyecto de nación (orgullo desmedido y participación nula
o marginal). Ya desde la década de los sesentas, el estudio sobre cultura
cívica de Almond y Verba resaltó este ambivalente patrón: la participación no
se relaciona estrechamente con las actividades que día a día desarrolla el
gobierno mexicano, sólo se da a nivel de las aspiraciones[13].
El
problema de las grandes decisiones políticas, como se han tomado hasta el
momento, es que permanece apegado al modelo vertical autoritario, y esto a
pesar de que se pretenda afianzar la democracia mediante consultas públicas (lo
cual, ya hizo Salinas y al final fracasó). La consulta pública no convoca a
todos[14], trata
a los desiguales como iguales y a lo heterogéneo como homogéneo: las consultas
no son por sí solas mecanismos democráticos para la toma de decisiones y desde
luego, no son el instrumento idóneo para construir un Plan de Desarrollo
auténticamente nacional, que se fundamente en amplios consensos colectivamente
vinculantes: “gobernar de acuerdo a plan exige grandes dosis de control
autoritario o bien masivo consenso y apoyo político. En el fondo, supone o
exige una homogeneidad inducida o convencida en el nivel político-ideológico”[15]. Lo
preocupante del momento actual y que hace ampliamente factible la crisis
política, social, cultural y/o económica de final de sexenio, es que el plan
resulta no de una homogeneidad generada gracias al acuerdo[16] al
convencimiento y a convicciones compartidas (no se ha descubierto todavía el
valor de la crisis para lograr consensos[17]),
sino gracias a la inducción de lo homogéneo a partir de dos mecanismos: la
consulta pública, y el modelo de planeación estratégica, cuyos momentos,
visión, misión, objetivos, estrategias y proyectos, coloca bajo una misma
matriz asuntos y problemas de diversa índole, reduciendo arbitrariamente la
complejidad y la incertidumbre propias de los sistemas sociales[18].
¿Por
qué sigue siendo autoritaria la gestión de lo público? Para ahorrar tiempo[19],
podemos suponer, los funcionarios toman las grandes decisiones en pequeñas
reuniones de expertos, bajo un modelo de planeación normativa y racional que
supone que la sociedad es un mecanismo predecible y trivial, por ende, se
concluye que todo cambio político, cultural, económico o social es programable
y puede ser objeto de políticas públicas, aunque no involucre a quienes serán
“objetos” y sujetos de dichas políticas. Esta forma de comunicación política
que hemos denominado agórica, es muy propicia para el autoritarismo (o para la
democracia de élites). El clima adecuado en el que fermenta este modo
comunicativo es la expertocracia (tecnocracia finalmente) y sus intereses por
controlar variables y presentar el éxito de una administración como el éxito en
el manejo de los números; buenos para los números, pero inocentes para todo lo
humano. Por formación y lógica de clase, la tecnocracia está tan lejos del
hombre común y sus necesidades, tanto por su lenguaje, como por sus decisiones
frías y calculadoras. El cálculo racional rígido, a pesar de todo, funciona
hasta cierto grado[20],
pero la tecnocracia, con su incapacidad para el diálogo, dinamita
constantemente los cimientos mismos de la democracia: sus instituciones[21].
Existe
un umbral más allá del cual la tecnocracia tiene que ceder en sus imperativos
de racionalidad y cálculo, y entrar en un juego perverso. La tecnocracia, con
sus intereses en el control, la racionalidad y el cálculo, se encuentra frente
a quienes han de operar sus mecanismos: la burocracia. El encuentro de
burocracia y expertocracia es el de dos titanes oligárquicos: el primero por su
tamaño y poder, el segundo por su pericia y saber. Si en este choque de titanes
con pretensiones oligárquicos se da un posible conflicto de intereses, ante la
posible colisión, lo más usual es entrar al juego de la colusión[22]:
tecnocracia y burocracia se unen en una relación cómplice para hacer creer que,
a pesar del deterioro que el ciudadano común observa en su nivel de vida, en su
entorno y en sus propiedades e integridad física y moral, todos piensen que las
cosas funcionan. ¡En realidad, el sistema funciona! Pero esta realidad del
funcionamiento de los sistemas, sobre todo del político y del económico, es una
ficción en la que entra en juego el poder de los medios.
MEDIOS MASIVOS Y SISTEMA POLÍTICO
El
teatro del mundo es el gran horizonte de todas nuestras representaciones, es
aquí donde, siguiendo a los griegos, utilizamos la máscara que permite
proyectar nuestro ser en los otros a partir de la (auto)presentación de la
persona en la vida cotidiana[23].
Tenemos constantemente la impresión de que los medios masivos nos manipulan[24] y en
un país donde la corrupción, la impunidad, la inequidad y la inseguridad son
todavía parte de nuestra vida cotidiana también podemos sospechar que la
convivencia entre medios masivos y política se puede dar bajo un modelo de
mutua tolerancia afianzada por un interés común: aumentar el rating (en los
medios) y con él la popularidad de los políticos. A partir de su labor
informativa los medios no sólo pueden alterar nuestra percepción de la realidad
política, sino también pueden informalizar la política misma, trivializarla,
vulgarizarla. También con los medios masivos, la política puede lograr una
relación cómplice, si se pasa de la convivencia bajo instituciones democráticas
a la connivencia[25] bajo los imperativos de
promover una imagen política popular y posicionable.
El medio debe captar y mantener la atención, debe cautivar
a la audiencia. A pesar de su desarrollo reciente, los medios masivos, en
cierta forma siguen y actualizan el viejo modelo de la tragedia, sus temas
llegan a ser una proyección de la aparente simpleza de la vida cotidiana a un
formato que descotidianiza la vida resaltando lo que se sale de la norma: todo
aquello que en la cotidianidad de la política (y de la vida) se sale de la
norma, todo lo nuevo, intrigante, escandaloso, grotesco o paradójico pasa al
primer plano de la realidad política a través del poder focalizador de los
medios masivos dominantes en la actualidad: prensa, radio, TV-Internet. Los
modernos medios de masas actualizan y potencian el viejo formato tricotómico de
los juegos romanos –carreras en el circo, luchas en el anfiteatro y
representaciones teatrales, desarrolladas a su vez en tres modalidades: Ludi
Magni (Ludi Romani con posterioridad), Ludi Plebeii y Ludi dedicados a Cibeles,
Ceres, Apolo y Fiora- dando un nuevo significado a simbolismos (incluso
arcaicos) anclados firmemente en el inconsciente y en el imaginario colectivos.
Antes la comunidad política autárquica se definía en sus
límites por una población y un territorio fácilmente accesibles a la mirada[26].
Ahora las comunicaciones a lo largo y ancho del globo, hacen del mundo una gran
ciudad: la aldea global de McLuhan en la que el medio sigue siendo el mensaje.
Un mensaje que deriva de un juego de los medios que se sostiene en tres pistas:
noticias y reportajes, publicidad y entretenimiento[27].
Noticias y reportajes tienen sólo sentido cuando el nivel de expresión de los
mensajes desciende al del ciudadano común, normal: se da un uso cotidianizado
del saber, incluso del científico, con lo que en definitiva los medios
renuncian a la pretensión de verdad[28] en
su sentido más fuerte, como pretensión de validez que puede resolverse
discursivamente (Habermas). Para mantener al espectador ante el medio, las
noticias y reportajes deben ofrecer algo nuevo, interesante, sorpresivo
inclusive; lo que vale la pena comunicar, el escándalo, lo fuera de lo común, lo
extravagante, lo absurdo, lo grotesco, lo injusto, etc., son los temas
políticos que están en el centro del interés de los magnates de los medios
masivos.
La video política[29] es
la forma expresiva de referirse a un dominio de los medios, que ha hecho del
político un actor que desempeña idealmente el rol de hombre de estado. La
retórica de los medios obliga a la reiteración de los símbolos que envisten a
este actor con su dignidad actoral: el elector es el gran consumidor-espectador[30] de
esta relativamente nueva forma de hacer política[31]. Se
da una significativa merma del político, una regresión de su papel de gran
estadista, todavía vigente en el siglo pasado, al de un simple actor ante su
público. Inclusive es posible especular que en un principio, el rol de
político-sacerdote, tenía un fuerte contenido de exigencias actorales, las
cuales con el paso a formas de organización más complejas, y con la
secularización de la política, dieron inicio a la figura del político
profesional[32], la desprofesionalización
de la política como fase del proceso video-político permitiría incluso que los
actores llegaran a ser presidentes, como en el caso de Ronald Reagan. Quizá
este es sólo el primer paso de una regresión más profunda, la del
político-actor a objeto de consumo masivo, lo que se expresa elocuentemente con
la idea de mercadotecnia política: el político, como un producto de consumo se
puede vender gracias a la mediación de las imágenes persuasivamente orientadas.
“La idea de que se pueden vender candidatos para las altas investiduras como si
fueran cereales para desayuno... es la última indignidad del proceso
democrático”[33].
Popularidad y legitimidad pueden hacerse equivaler, de
forma muy peligrosa. Cuando los medios encuentran un presidente como Fox,
tienen la noticia a la mano, sólo hay que ir a buscarla y esperar a que el
presidente diga algo, casi lo que sea. Independientemente del contenido, del
interés o del sentido de la declaración, los medios harán resonar lo
pintoresco, lo atípico, lo poco común, lo grotesco y lo escandaloso. Al entrar
en esta relación, la posibilidad de convivencia entre medios y sistema político
bajo la mediación crítica y propositiva de los últimos, es sustituida por la
connivencia bajo un interés coincidente: captar audiencias para noticiar
popularizando más al poder. En este tipo de relación se da la autocomplacencia
poder-medios, porque finalmente, y a pesar de que al país le vaya como le vaya
a los medios les conviene que el presidente sea popular porque esto dispara el
rating... y a los dos les va bien. Aquí vuelve a estar presente nuestra
ambigüedad política: grandes aspiraciones políticas y una percepción hasta
cierto punto positiva de nuestro gobierno con bajos niveles de participación y
malas experiencias frente a las autoridades.
EL REGRESO A LA SANGRE
Cuando
la autoridad sufre de un proceso de erosión continuo o cuando se ve limitada de
tal manera que para “imponerse” a los otros necesita mostrarse autoritaria, la
comunidad política y el régimen se encuentran ante el umbral en que la
regresión a la idea biológica del pueblo es posible; así, se puede dar un sutil
paso de los conflictos de clase a los conflictos de raza: “Los elementos
esenciales que concurren en la marcha que se inicia con la interpretación
biológica de la idea de pueblo pueden entenderse como consecuencias del
desmoronamiento de la autoridad”[34]. A
este desmoronamiento concurren el escenario de presidencialismo redimensionado[35] y un
plexo de factores culturales, económicos y tecnológicos que debilitan la
cultura autoritaria, en sus bases sociales: “Los procesos de creciente
disposición técnica y de creciente organización social, que psicológicamente
van acompañados de un aumento de los controles conscientes del yo, dan lugar
históricamente a cada vez más situaciones de un tipo al que ya no se puede
hacer frente según el esquema de la interiorización de un modelo y de la
repetición invariable de ese modelo, es decir, autoritariamente. Privan a la
cultura del padre de su fundamento objetivo, pero al mismo tiempo privan
también a los sujetos de los presupuestos que serían necesarios para una
identidad lograda, es decir, para la realización de la emancipación, del buen
potencial liberado por esa orfandad todavía llena de riesgos”[36].
En
las naciente democracia mexicana, la erosión de la cultura autoritaria puede
resultar en una transformación de la práctica política que implique una
despersonalización de la figura presidencial[37] o en
un proceso que conduzca a la renuncia generalizada de la libertad para seguir
la figura de un caudillo casi mítico[38]. El
caudillismo en todas sus formas es uno de los riesgos inherentes a sociedades
que, como la nuestra, siguen y seguirán por algún tiempo en transición. La
fascinación por las promesas de un líder puede incluso llevar al extremo de la
guerra, el exterminio y la sangre. Detrás de nuestra frágil democracia
plebiscitaria, acechan constantemente el racismo, la intolerancia, la muerte y
las guerras de sangre: “verter sangre es sentirse vivir, ser fuerte, ser único,
estar por encima de todos los demás. El matar se convierte en la gran
embriaguez, en la gran autoafirmación en el nivel más arcaico”[39]. El
camino hacia la razón (y la fe en nosotros mismos) comienza en la recuperación
de la sociedad y sus prácticas autoafirmativas y autopoiéticas (la cooperación,
la sinceridad, la confianza, el respeto), pasa por el desarrollo económico con
justicia, y lleva de la historia recuperada y del sentido de comunidad
colectivamente constituido, al “reino de la libertad en la necesidad”; el
camino inverso, hacia la sangre, también es posible: “El orden de salvación
supramundano deja paso a la razón, ésta a la historia, ésta a su vez a la
economía y a la sociedad y su puesto acaba siendo ocupado finalmente por la
sangre” [40].
Bajo los supuestos del modo biológico se despliegan los
regímenes cerrados y excluyentes basados en la imposición generalizada de
doctrinas y necesidades, en la guerra contra el extranjero y en la aniquilación
del otro. En estos regímenes se busca acabar con la diversidad, extender un dominio
patrimonialista sobre la tierra y dominar las mentes y las conciencias con
ideologías salvíficas: la gobernabilidad se mantiene gracias a la represión, la
coacción, el exterminio y la purificación. Los conflictos de clase en
sociedades injustas y segmentadas, cuando se dan relaciones de dominación
estabilizadas en el tiempo y que en el largo plazo tienden a extremar más las
desigualdades sociales, conducen al conformismo, la exclusión y a la regresión
a conflictos de tipo étnico e ideológico: surge la guerra de todos contra
todos. Este escenario parece lejano, pero cuando volteamos el rostro a la
inseguridad la vemos en todas partes: el riesgo de regresión autoritaria está
ahí, al acecho.
LA RECUPERACIÓN DEL DIÁLOGO
Recuperar
el diálogo nacional, el sentido de la planeación nacional, de las políticas
públicas, de la política de Estado y de la República, conlleva cambios
significativos en cuatro indicadores críticos: el manejo de información, el uso
de propaganda, la formación de la opinión, y el estilo de liderazgo. Un rápido
recuento de estas variables en cada modo sería similar al siguiente. En el modo
biológico se da un manejo de cierta información al nivel de secreto de estado,
los sistemas de inteligencia y represión son extensos y sofisticados; la
propaganda es utilizada con fines de indoctrinamiento totalitario[41],
como instrumento para el control de las masas; se busca formar una opinión por
completo heterodirigida, manipulada, controlada e ideologizada; el estilo de
liderazgo es autoritario sustentado en la apelación constante a la pureza
nacional o racional, a la sangre o al destino común y al valor de la tierra.
En
el modo agórico: el manejo de información se da entre una élite privilegiada
que controla los canales, los accesos, y los mensajes; la propaganda se usa
para dar a conocer los logros de la administración y para orientar las
preferencias electorales, concebidas al estilo de elecciones consumistas; la
opinión del público resulta prácticamente irrelevante, salvo cuando indica un posible
riesgo para la estabilidad del sistema político; el estilo de liderazgo es
autoritario, centrado en el conocimiento experto.
En
el modo escénico: la información no sólo fluye ampliamente sino que se crean
“informaciones y participaciones artificiales” para que fluyan y se refuercen
creando una realidad virtual que se sobrepone y llega a sobrepasar a la
realidad “real”, sin embargo, la información que se da a conocer no es
necesariamente pertinente, relevante u oportuna; la propaganda es utilizada ampliamente
como medio para aumentar la popularidad de los políticos y su rating, se crea
una imagen superficial y se mantiene la fuerza de cada ritual con el fin de
lograr una presentación impactante de los “sujetos políticos”; la opinión del
público es locuaz, ya que bajo el modo escénico todas las opiniones valen por
igual, sin embargo, los representantes de los medios son los filtradores,
normalizadores y moralizadores de estas opiniones; el estilo de liderazgo es lo
que se llama laissez faire.
El
modo dialógico es muy exigente: se requiere que la información pertinente,
relevante y oportuna fluya de manera amplia, a partir de varios y diversos
canales y mediante diferentes tipos de redes; la propaganda es un recurso para
la movilización de la sociedad y para generar compromisos, convicciones y
decisiones colectivamente vinculantes; la opinión pública se informa a partir
de diferentes tipos de mecanismos de diálogo que faciliten la escucha atenta de
la sociedad en la sociedad; finalmente, el liderazgo es democrático.
¿Dónde
estamos ahora? En el Plan Nacional de Desarrollo la idea de emancipación
aparece reiteradamente. Una vez más tenemos aquí un ejemplo de cómo un concepto
se puede esterilizar en su potencial crítico y asumirse con fines meramente
funcionalistas. La riqueza del contenido semántico-ideológico de la
emancipación no sólo queda irreversiblemente mutilada, sino incluso pervertida
en su ethos y en su razón de ser. En el PND, la emancipación aparece como un
concepto que equivale a la mercantilización generalizada de los intereses
sociales a partir de una imposición estructural de necesidades. Cabría esperar
que al recurrir al concepto crítico de emancipación, la expertocracia foxista
tuviera en mente algo diferente, pero tal parece que no es así. Este grupo de
expertos olvidó que no hay emancipación posible si la toma de decisiones
cruciales, si los principios mínimos de la convivencia pública y si las grandes
político-administrativas no se abren a la participación, a partir de mecanismos
de diálogo que permitan y garanticen un mínimo de coacciones y de distorsiones
en el habla, así como la imparcialidad de los procedimientos y el libre derecho
a disentir: “Emancipación significa en las sociedades complejas una
transformación participativa de las estructuras administrativas de decisión”.[42]
Con
Habermas podemos asumir que la transformación participativa de las estructuras
administrativas apuntaría a una situación ideal del habla, pero además, sería
el mecanismo que permitiría la conversión del poder social en poder
comunicativo y de este poder comunicativo socialmente gestionado y generado en
poder político-administrativo[43]. El
modo dialógico se fundamenta en procedimientos imparciales e intenta superar el
hecho de que si bien las “normas de la democracia entregan importantes poderes
y libertades a los ciudadanos... solamente les confiere un control débil sobre
las políticas”[44]. La legitimidad vía
legalidad procedimental es una opción para recuperar el carácter público de las
políticas, que basa la estabilidad del régimen no en la manipulación exitosa de
grandes variables, ni tampoco en el apego a una legalidad que por apego
excesivo a la letra de la ley puede volverse ciega al sufrimiento e injusta,
sino en la propia fuerza de la sociedad. La aparente omnipotencia del
gobernante es nada ante el poder de las masas organizadas, pero cuando el apoyo
generalizado de las masas es constante, el gobierno en turno puede contar con
importantes cuotas de legitimidad y lograr programas gubernamentales que nazcan
del consenso y que tomen en cuenta a los diversos actores, sus motivaciones,
creencias, recursos, situaciones e interacciones[45].
En un entorno de enorme desigualdad social, de
discriminación y exclusión, no basta con pronunciar discursos o decir que ya se
está trabajando vía programas gubernamentales, es fundamental cambiar las
prácticas políticas e incluir nuevos temas y actores en la definición de la
agenda pública: “las estrategias que son apropiadas bajo condiciones de severas
distorsiones estructurales y de desigualdad, son las estrategias
reestructuradoras que se orientan hacia la igualdad efectiva, la participación
y la voz democrática sustantiva, estrategias que marchan en sentido contrario a
la perpetuación sistemática de la dominación racional, sexual y económica”[46]. Es
posible que los medios recuperen las historias olvidadas, que nos permitan una
escucha más atenta y mayor sensibilidad, pero esto no vende muy bien. Para los
medios son mejores el monólogo y el diálogo de sordos, la sensiblería cursi y
el moralismo de lavandería. No quiero ser alarmista, pero no estamos
construyendo la democracia desde adentro, sino que la pretendemos introducir,
como las reformas económicas, desde afuera; con esto seguramente no tendremos
democracia para rato, o sea, democracia sustentable.
[1]
Bajo el modelo económico prevaleciente se supone que el control de variables
macroeconómicas como el índice inflacionario, el tipo de cambio, el Producto
Interno Bruto y las tasas de interés es una prueba de éxito en el manejo de
toda economía en proceso de reestructuración; desde luego, variables como el
coeficiente de Ginni (que es un indicador de la desigualdad social son poco
tomadas en cuenta. Además, para controlar la economía se ha adoptado una
política de sustitución de dinero por crédito, lo que aleja el riesgo de
inflación originado en la circulación de billetes y monedas (M1).
[2]
Respecto a los momento de la transición, y en especial la consolidación, Cf.
Rogelio Mondragón Reyes, “Progresistas o conservadores: el PAN antes y después
del 2 de julio. Un ensayo especulativo sobre los desacuerdos al respecto”, En Bien
común y gobierno, No. 78, junio de 2001, p. 42 ss.
[3]
Al respecto véase Alberto Escamilla Cadena, “La democracia vista como un
procedimiento” En Bien común y gobierno, No. 78, junio de 2001, p.
63-71.
[4]
Cf. Javier Brown César, “Modelo de comunicación política” En Bien común y
gobierno. No. 70, septiembre de 2000. p. 68-73.
[5]
Según la tipología de Robert A. Dahl, La poliarquía: participación y
oposición, México, REI, p. 18 ss.
[6]
Cf. Jürgen Habermas, Conciencia moral y acción comunicativa, Barcelona,
Planeta, 1994, p. 216.
[7]
“Por eficacia decisoria se entiende la capacidad que tiene un régimen o, mejor,
que tienen las estructuras del mismo para tomar y estructurar las decisiones
necesarias para superar los retos planteados al régimen o las otras medidas
destinadas a alcanzar los diversos fines queridos por los gobernantes, el
primero de los cuales es, de ordinario, el mantenimiento del propio régimen”.
Leonardo Morlino, Cómo cambian los regímenes políticos, Madrid, Centro
de Estudios Constitucionales, 1985, p. 219.
[8]
“... parece que no tiene mucho sentido... una política gubernamental que sea de
entrada descalificada y boicoteada por el conjunto o la mayoría del público
ciudadano, debido a que no están de acuerdo con los medios, agentes y fines del
curso de acción del gobierno, diseñado con la pretensión de resolver los
problemas y demandas ciudadanas. La actividades de formación del consenso
mediante comunicación son así, en pleno derecho, integrantes del concepto
propio de la política. Se introduce así una racionalidad nueva, dialógica, en
complemente y rebase de la llamada racionalidad instrumental, tan apreciada por
el análisis de política convencional”. Luis F. Aguilar Villanueva, “Estudio
introductorio”, En La hechura de las políticas, 2ª ed. México, Miguel
Ángel Porrúa, 1996, p. 28.
[9]
De esta forma, la conservación de un esquema de planeación reactivo y cerrado
garantiza que los intereses confluyan en un lugar común: la conservación y
funcionamiento adecuado del sistema para la conservación del status y del poder
(burocrático, político y expertocrático). Inclusive el tradicional conflicto de
intereses entre tecnócratas y políticos resulta superado. Este conflicto se
origina en que, mientras que los analistas suelen considerar “que la mejor
política es la que arroja mayores beneficios netos” y por ende su interés está
en los resultados (qué tanto se logró con los insumos invertidos), los
políticos “se interesen más en la distribución” y por ende su interés está en
los insumos (qué tanto se gastó y a cuántos llegó). Cf. Robert D. Behn. “El
análisis de políticas y la política”, En El estudio de las políticas
públicas, 3ª ed., México, Miguel Ángel Porrúa, 2000, p. 242.
[10]
Los documentos que resultan de la planeación reactiva constituyen una amalgama
caótica de promesas de campaña imperativos de la burocracia y de la
expertocracia, intereses de las élites y de grupos poderosos, recomendaciones
de organismos internacionales y medidas de política social de corte
redentorista.
[11]
“Mediante la inclusión del público en la evaluación del desarrollo económico,
social y político, se promueve un foro para la discusión de los asuntos
públicos. El análisis de políticas se contrapone entonces al proceso de
decisión política enclaustrado en el estado administrativo. La lógica de
investigación se orienta a la transformación de la vida pública”. Douglas
Torgerson, “Entre el conocimiento y la política”, en El estudio de las
políticas públicas, Op. cit., p. 227-229.
[12]
Luis F. Aguilar Villanueva, “Estudio introductorio”, en El estudio de las
políticas públicas, Loc. cit., p. 33.
[13] Gabriel Almnod y Sidney Verba, Civic
culture: political attitudes and democracy in five nations, Boston , Little, Brown,
1965, p. 203 et passim.
[14]
Cf. La crítica a este mecanismo en: Francisco J. Acosta Minquini,
“Consideraciones sobre el Plan Nacional de Desarrollo”, en Bien común y
gobierno, No. 76, abril de 2001, p. 8.
[15]
Luis F. Aguillar Villanueva, Estudio introductorio a El estudio de las
políticas, Loc. cit., p. 26.
[16]
“El acuerdo sobre la política como prueba de la mejor política parece ser un
sustituto muy pobre para verificar su idoneidad respecto a sus objetivos; se
debe, empero, recordar que los objetivos mismos sólo alcanza validez final
mediante el acuerdo. Por esto, el acuerdo es la prueba de la mejor
política...”. Charles E. Lindblom, “La ciencia de salir del paso”, En La
hechura de las políticas, p. 213.
[17]
“El papel de las crisis es muy significativo... en las democracias menos
pasivas, las crisis sirven para obtener consenso en torno a cambios
fundamentales de dirección”. Amitai Etzioni. “La exploración combinada”, En La
hechura de las políticas, p. 281.
[18]
“... toda propuesta de política está acompañada de riesgo e incertidumbre. Esto
es, todas las políticas pertenecen a la clase de las proposiciones
inverificadas. Las políticas son
hipótesis.” Martín Landau, “El ámbito propio del análisis de políticas”,
En El estudio de las políticas públicas, p. 177-178.
[19]
Es importante señalar que existe una tensión constante entre políticas públicas
participativas y políticas públicas negociadas en pequeños grupos de expertos o
pactadas a nivel de élites e impuestas desde arriba. La participación requiere
tiempo e incentivos, por lo que en sociedades donde las transformaciones
estructurales de la economía y la política son indispensables, suele recurrirse
a políticas dirigistas en las que unos pocos deciden por los muchos. El
conflicto entre democracia e imperativos de la política ha sido señalado
claramente por Lindblom: “Si una sociedad desea más análisis y lógica en la
formulación de las políticas públicas, quizás debería ceder algunos aspectos de
la democracia”; sin embargo, Lindblom estima que el análisis y la política se pueden completar: “Quizá, por lo tanto, a
pesar del conflicto, una sociedad puede tener una elaboración de políticas
públicas a la vez lógica y democrática, o al menos con mejoras desde ambos puntos
de vista”. Charles E. Lindblom, El proceso de elaboración de políticas
públicas, México, Miguel Ángel Porrúa, Instituto Nacional de Administración
Pública, Madrid, 1991, p. 20.
[20]
“Cuando los problemas son accesibles, la información está disponible y el
tiempo no es una variable importante, la estrategia más adecuada es la solución
racional de problemas”. John Forester, “La racionalidad limitada y la política
de salir del paso”, En La hechura de las políticas, p. 325.
[21]
“... el estilo tecnocrático de tomar decisiones debilita las instituciones
democráticas en ciernes”. Adam Przeworski... [et al.] Democracia sustentable,
Buenos Ares, Paidós, 1998, p. 120. La tensión entre políticas participativas y
políticas impuestas desde arriba es también señalada en esta obra: “El dilema
general al que enfrentan los gobiernos embargados en el camino de la reforma es
que la concertación y la consulta con todas las fuerzas políticas puede
conducir a la inercia, mientras las reformas impuestas desde arriba pueden ser
imposibles de implementar a raíz de las resistencias políticas y la
incredulidad económica”. Idem. Los autores proponen cuatro posibles estilos
políticos pare enfrentar el dilema: el “decretismo”, el gobierno por “mandato”,
el “parlamentarismo” y el corporativismo” o “concertación”.
[22] Cf. Ronald D. Laing, El yo y los otros, México, Fondo de
Cultura Económica. p. 104 ss.
[23]
El modo escénico sigue supuestos teatrales: el escenario (o región anterior),
el público, el trasfondo escénico, etc. Cf. Erving Goffman, La presentación
de la persona en la vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu, 1997, p. 117
ss.
[24]
“Lo que sabemos sobre la sociedad y aun lo que sabemos sobre el mundo, lo
advertimos a través de los medios de comunicación para las masas... Pero, por
otra parte, sabemos tanto gracias a los medios de comunicación de masas que no
podemos confiarnos a dicha fuente. Nos defendemos con decisión anteponiendo la
sospecha de que manipulan”. Niklas Luhmann, La realidad de los medios de
masas, México, UIA, Anthropos, 2000,
p. 1.
[25] Cf. Erving Gofmman, Op. cit., p. 190-204.
[26] Cf. Aristóteles, Política, VII, 5.
[27] Cf. Niklas Luhmann. Op. cit., p. 38.
[28]
“... a los medios de comunicación de masas lo verdadero los interesa bajo
límites muy restringidos y, sobre todo, claramente distintos de los intereses
de la investigación científica... Así como los mapas no pueden corresponder a
la magnitud y los detalles del territorio... así, no puede existir una
correspondencia punto-por-punto entre información y hecho, entre realidad
operativa y realidad representada”. Niklas Luhmann, Op. cit., p. 42.
[29]
Cf. Giovanni Sartori, Hommo videns, la sociedad teledirigida, Madrid,
Taurus, 1997, p. 105 ss.
[30] Cf. Vance Packard. Las formas ocultas de la propaganda,
México, Hermes, 1988, p. 198.
[31]
El proceso de dominio del código de la retórica (persuadir) en la política
contemporánea, comenzó en Estados Unidos, en la campaña presidencial de 1952. Cf. Packard, Op. cit., p. 198.
[32]
El Príncipe de Maquiavelo es ya una obra maestra sobre los medios de la
real-politik. En esta obra, la prioridad se da a los roles eminentemente
políticos, estratégicos y directivos del estadista, no al desempeño de un rol
actoral (eran tiempos en los que románticamente se llegó a pensar en que el
gran estadista debía ser un gran hombre y no sólo un bufón). Con posterioridad,
Weber intentará rescatar la figura del político distinguiéndolo del
intelectual.
[33]
Citado en Vance Packard, Loc. cit., p. 217.
[34]
Jürgen Habermas, Perfiles filosófico-políticos, Madrid, Taurus, 2000, p.
117.
[35]
Cf. Alberto Escamilla Cadena, “Las transformaciones en el sistema presidencial
mexicano”, En Bien común y gobierno, No. 75, marzo de 2000, p. 61-66.
[36]
Jürgen Habermas. Perfiles filosófico-políticos, Loc. cit., p. 166.
[37]
Contra esta despersonalización trabajan juntos los medios, los cuales
personalizan constantemente la política y las elecciones: “cuando hablamos de
personalización de las elecciones queremos decir que lo más importante son los
rostros (si son telegénicos, si llenan la pantalla o no) y que la
personalización llega a generalizarse, desde el momento en que la política en
imágenes se fundamenta en la exhibición de personas”. Giovanni Sartori, Hommo
videns, p. 108.
[38]
Esto es precisamente lo que sucedió en Alemania: su naciente democracia,
incapaz de afianzarse en la práctica de la libertad bajo instituciones
democráticas, llevó a una renuncia voluntaria a la libertad: “Hemos debido
reconocer que millones de personas, en Alemania, estaban tan ansiosas de
entregar su libertad como sus padres lo estuvieron de combatir por ella; que en
lugar de desear la libertad buscaban rehuirla... También reconocemos que la
crisis de la democracia no es un problema peculiar de Italia o Alemania, sino
que se plantea en todo Estado moderno”. Erich Fromm, El miedo a la libertad,
México, Paidós, 1989. p. 27. Pero entonces ¿en qué consiste esta libertad? El
único criterio sería, según Fromm: “la participación activa del individuo en la
determinación de su propia vida y en la de la sociedad, entendiéndose que tal
participación no se reduce al acto formal de votar... Si la democracia moderna
se limita a la mera esfera política, no podrá contrarrestar adecuadamente los
efectos de la insignificancia económica del individuo común”. Ibid., p. 260.
[39] Erich Fromm, El
corazón del hombre: su potencia para el bien y para el mal, México, Fondo de Cultura Económica, 1977. p. 31.
[40]
Habermas, Perfiles filosófico políticos, Loc. cit., p. 117.
[41] Cf. Hanna Arendt, Los orígenes del
totalitarismo, Barcelona, Planeta, 1994, p. 425 ss.
[42]
Jürgen Habermas, Perfiles filosófico políticos, p. 331.
[43]
Jürgen Habermas. Facticidad y validez. Valladolid, Trotta, 1998, p. 243
[44] Charles E. Lindblom. El
proceso de elaboración de políticas públicas, Loc. cit., p. 82.
[45] Cf. Arnold J. Melstsner. La factibilidad de las
políticas y el análisis de políticas, en La hechura de las políticas, p.
374 ss.
[46] John Forester, Op. cit., p. 354.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario