domingo, 9 de febrero de 2014

Comunicación, política y democracia


COMUNICACIÓN, POLÍTICA Y DEMOCRACIA


 

Por Javier Brown César

Publicado originalmente en la Revista Bien Común y gobierno
 

La inquietud y la incertidumbre suelen acompañar a las transiciones y si el horizonte y la ruta de la transición no están claros, la regresión es posible debido a las tremendas inercias de la cultura política. La cultura es quizá “la variable” más difícil de manipular y cambiar según los deseos de los expertos, por ende, la apuesta por manejar las variables macroeconómicas con éxito es una receta fácil para aparentar que se promueve el cambio y el bienestar sociales. Al cimentar parte importante de la legitimidad en la eficacia decisoria mediante el manejo de variables como el Producto Interno Bruto y la inflación[1], la administración del presidente Fox sigue sin encontrar la manera de canalizar la necesidad de amplia participación que se hace sentir por todas partes. Lejos de activar y movilizar dinámicamente a la sociedad a partir de procesos políticos incluyentes, el cambio parece inducirse desde fuera de la sociedad y de manera marginal, a través de la subcultura del consumo, la gestión del ocio, la promesa de derrama económica y el poder de persuasión del medio dinero; de esta manera, muchas estructuras sociales básicas -así como múltiples relaciones asimétricas de poder- se pueden mantener constantes y a pesar de los mejores deseos de los políticos idealistas quedar intactas o deteriorarse gradualmente, ocasionando pérdida de autonomía, cohesión o sentido de la realidad.

 

Nuestra democracia electoral es en extremo frágil. Al analizar la vigencia de la vida democrática en tres planos: el régimen, el subsistema de partidos y la sociedad civil, se llega a la conclusión de que sólo existen argumentos para hablar a favor de una relativa democratización del régimen, esto nos llevaría directamente a presentar los retos que implica consolidar[2] nuestra naciente democracia, por el momento, eminentemente procedimental[3]. La vía que aquí se propone vincula democracia con política y comunicación. El esquema analítico que se utilizará es un modelo de comunicación política que ya fue publicado[4] y del que aquí sólo recupero algunos elementos fundamentales del cuadro, algunos agregados que apuntan a la realización de otros tipos de análisis y unas correcciones en el mismo. El modelo es el siguiente:

 

 

 

 

MODO/
CARACTERÍSTICA
BIOLÓGICO
AGÓRICO
ESCÉNICO
DIALÓGICO
Régimen político típico[5]
Hegemonía cerrada
y sociedades en transición
Oligarquía competitiva
“Democracia” de élites
Hegemonía cerrada)
“Democracia” de masas
Poliarquía
Nivel de diferenciación de la sociedad (según la tipología de Luhmann)
Sociedades segmentarias
(la familia como forma de diferenciación)
Sociedades citadinas
(la desigualdad como forma de diferenciación)
Sociedades estratificadas
(el estrato superior cerrado sobre sí como forma de diferenciación)
Sociedades funcionalmente diferenciadas
(cada sistema obedece sólo a su función y código propios)
Valor enfatizado
Supervivencia
Sapiencia
Apariencia
Autenticidad
Paradigma
Tribu
Ágora griega
Circo romano
Red neuronal
Instancia psíquica dominante
Ello (id)
Super-yo (Über ich)
Ello (id)
Yo (ich)
Estadio del desarrollo moral bajo el cual opera mejor el modo (según la tipología de Kohlberg)
Preconvencional 1: etapa del castigo y la obediencia
Etapa de transición postconvencional 4 ½[6]: elección personal y subjetiva, basada en emociones
Preconvencional 2. Etapa del propósito y el intercambio instrumentales individuales
Convencional 3: Etapa de las expectativas, relaciones y conformidades interpersonales mutuas
Postconvencional 6: etapa de los principios éticos universales

 

Debido a que expliqué el modelo con anterioridad, asumiré un punto de vista que permita demostrar su utilidad para analizar aspectos del momento político actual. Mi tema será la sustentabilidad de la democracia en México, en estos momentos. La pregunta que se puede deducir del modelo es: ¿qué modo de comunicación permite afianzar la democracia donde ya existe y crearla donde todavía no llega? Para quien conoce el modelo la respuesta es obvia: bajo el modo dialógico. Fin del artículo. Pero no es justo dejar el modelo en el aire ni la pregunta respondida de modo simplista. Comenzaré con una afirmación audaz: en el momento actual, la lógica comunicativa de la política vacila entre los modos agórico y escénico con el riesgo de una posible regresión a los supuestos más extremos del modo biológico. Lo que sigue constituye el intento de demostrar esto a partir del modelo propuesto.

 

EXPERTOCRACIA Y BUROCRACIA

 

La gestión exitosa de la economía es en última instancia un índice de la eficacia decisoria[7] del gobierno y por ende, un factor que brinda importantes cuotas de legitimidad. Pero la historia ha demostrado que esta forma de legitimidad es frágil en extremo. Los ociosos podemos encontrar un patrón cíclico si remontamos el inicio de la transición en 1977, con la ley electoral de Reyes Heroles que introdujo la representación proporcional y con ello la figura del diputado de partido. Desde entonces a la fecha podemos, mediante una distinción simplista, clasificar a los presidentes de acuerdo a la presencia o ausencia del carisma (a los primeros podemos denominar presidentes carismáticos y a los segundos presidentes grises). Tendríamos el siguiente patrón recurrente: administración López Portillo, manejo del carisma y crisis de la economía hacia el final del sexenio; administración Miguel de la Madrid, presidencia gris en un entorno de crisis heredada y fuerte recesión, administración Salinas, manejo del carisma, y crisis de la política y la economía hacia el final del sexenio; administración Zedillo, crisis heredada y recesión; administración Fox, manejo del carisma y... Hasta aquí el patrón diría: y posible crisis de final de sexenio.

 

¿Qué haría posible que este escenario de presidencia carismática con crisis de final de sexenio volviera? Uno de los “factores de quiebre” es que las grandes decisiones de política pública se sigan tomando bajo un esquema vertical, que en lugar de basarse en consensos[8] colectivamente vinculantes, mantiene las inercias del viejo régimen, lo cual resulta ampliamente funcional a los políticos, los burócratas, e incluso a los expertos[9] (tecnócratas): a los primeros les permitiría un amplio margen discrecional para la toma de decisiones, la asignación selectiva de recursos y la posible gestión de programas sociales con fines electorales; a los segundos les permitiría utilizar los procedimientos, las políticas y los trámites como instrumentos de control y de conservación de su posición; y a los últimos les garantizaría el ahorro de tiempo debido al hecho de no tener que consultar a nadie, más que a sí mismos, para emitir sus juicios.

 

En esta forma de planeación reactiva[10], las políticas públicas son vistas como la articulación de los intereses de élites restringidas, cerradas sobre sí mismas –llámense cúpulas sindicales o patronales, dirigencias de partidos políticos, grupos de intereses u organizaciones sociales- bajo un modelo que permite una discusión racional cerrada, autorreferente. El modelo ideal es el Ágora griega, como un espacio abierto a la deliberación, pero cerrado al rostro del otro, del excluido –en el caso griego, las mujeres, los esclavos y los extranjeros. Esta forma de planeación permite la articulación de los intereses de los políticos, los tecnócratas, los burócratas y determinadas clientelas selectas, en una especie de relación cómplice que tiende a proteger al sistema de las posibles crisis. El interés común que articula a estos actores es la conservación del sistema y su funcionamiento para el bien de ellos. Todo aquello que pueda poner en peligro el funcionamiento del sistema, es ampliamente tematizado por estos grupos de intereses y traducido en riesgos tanto para la estabilidad como para la conservación y el acrecentamiento, de los imperativos de la política (más poder) y de la economía (más dinero).

 

Esta lógica voltea la cara a las necesidades sociales, imponiendo estructuralmente necesidades. Además, bajo el concepto de clientelas no sólo deberían identificarse a los electores potenciales o cautivos de una determinada agrupación política, sino a todos aquellos sectores y actores que por su potencial de movilización, por su cohesión y capacidad de organización, podrían desestabilizar al sistema, constituyéndose así en posibles “objetos” de programas públicos focalizados. La alternativa consiste en desarrollar esquemas más participativos[11] para lograr una auténtica gestión de “lo público” y abrir espacios de libertad para la toma de decisiones responsables y cooperativas, así como maximizar el potencial de las instituciones democráticas para hacer frente a los conflictos y a las crisis: “Gobernar de acuerdo a política pública significa incorporar la opinión, la participación, la corresponsabilidad, el dinero de los ciudadanos, es decir, de contribuyentes fiscales y actores políticos autónomos y, a causa de ello, ni pasivos ni unánimes. Política Pública no es sin más cualquier política gubernamental. En efecto, supone gobernantes elegidos democráticamente, elaboración de políticas que son compatibles con el marco constitucional y se sustancian con la participación intelectual y práctica de los ciudadanos, políticas que no mortifican las libertades, las oportunidades y las utilidades de los ciudadanos ni introducen un trato desigual inmerecido entre ellos”[12].

 

La tentación del autoritarismo es grande, y sobre todo en tiempos de una presidencia carismática, en el que se fijan las aspiraciones de la cultura cívica mexicana manteniéndose un peligroso patrón ambivalente: una percepción positiva del sistema político con bajos niveles de participación; una brecha significativa entre el orgullo por la patria y la parte que cada quien juega en la construcción del proyecto de nación (orgullo desmedido y participación nula o marginal). Ya desde la década de los sesentas, el estudio sobre cultura cívica de Almond y Verba resaltó este ambivalente patrón: la participación no se relaciona estrechamente con las actividades que día a día desarrolla el gobierno mexicano, sólo se da a nivel de las aspiraciones[13].

 

El problema de las grandes decisiones políticas, como se han tomado hasta el momento, es que permanece apegado al modelo vertical autoritario, y esto a pesar de que se pretenda afianzar la democracia mediante consultas públicas (lo cual, ya hizo Salinas y al final fracasó). La consulta pública no convoca a todos[14], trata a los desiguales como iguales y a lo heterogéneo como homogéneo: las consultas no son por sí solas mecanismos democráticos para la toma de decisiones y desde luego, no son el instrumento idóneo para construir un Plan de Desarrollo auténticamente nacional, que se fundamente en amplios consensos colectivamente vinculantes: “gobernar de acuerdo a plan exige grandes dosis de control autoritario o bien masivo consenso y apoyo político. En el fondo, supone o exige una homogeneidad inducida o convencida en el nivel político-ideológico”[15]. Lo preocupante del momento actual y que hace ampliamente factible la crisis política, social, cultural y/o económica de final de sexenio, es que el plan resulta no de una homogeneidad generada gracias al acuerdo[16] al convencimiento y a convicciones compartidas (no se ha descubierto todavía el valor de la crisis para lograr consensos[17]), sino gracias a la inducción de lo homogéneo a partir de dos mecanismos: la consulta pública, y el modelo de planeación estratégica, cuyos momentos, visión, misión, objetivos, estrategias y proyectos, coloca bajo una misma matriz asuntos y problemas de diversa índole, reduciendo arbitrariamente la complejidad y la incertidumbre propias de los sistemas sociales[18].

 

¿Por qué sigue siendo autoritaria la gestión de lo público? Para ahorrar tiempo[19], podemos suponer, los funcionarios toman las grandes decisiones en pequeñas reuniones de expertos, bajo un modelo de planeación normativa y racional que supone que la sociedad es un mecanismo predecible y trivial, por ende, se concluye que todo cambio político, cultural, económico o social es programable y puede ser objeto de políticas públicas, aunque no involucre a quienes serán “objetos” y sujetos de dichas políticas. Esta forma de comunicación política que hemos denominado agórica, es muy propicia para el autoritarismo (o para la democracia de élites). El clima adecuado en el que fermenta este modo comunicativo es la expertocracia (tecnocracia finalmente) y sus intereses por controlar variables y presentar el éxito de una administración como el éxito en el manejo de los números; buenos para los números, pero inocentes para todo lo humano. Por formación y lógica de clase, la tecnocracia está tan lejos del hombre común y sus necesidades, tanto por su lenguaje, como por sus decisiones frías y calculadoras. El cálculo racional rígido, a pesar de todo, funciona hasta cierto grado[20], pero la tecnocracia, con su incapacidad para el diálogo, dinamita constantemente los cimientos mismos de la democracia: sus instituciones[21].

 

Existe un umbral más allá del cual la tecnocracia tiene que ceder en sus imperativos de racionalidad y cálculo, y entrar en un juego perverso. La tecnocracia, con sus intereses en el control, la racionalidad y el cálculo, se encuentra frente a quienes han de operar sus mecanismos: la burocracia. El encuentro de burocracia y expertocracia es el de dos titanes oligárquicos: el primero por su tamaño y poder, el segundo por su pericia y saber. Si en este choque de titanes con pretensiones oligárquicos se da un posible conflicto de intereses, ante la posible colisión, lo más usual es entrar al juego de la colusión[22]: tecnocracia y burocracia se unen en una relación cómplice para hacer creer que, a pesar del deterioro que el ciudadano común observa en su nivel de vida, en su entorno y en sus propiedades e integridad física y moral, todos piensen que las cosas funcionan. ¡En realidad, el sistema funciona! Pero esta realidad del funcionamiento de los sistemas, sobre todo del político y del económico, es una ficción en la que entra en juego el poder de los medios. 

 

MEDIOS MASIVOS Y SISTEMA POLÍTICO

 

El teatro del mundo es el gran horizonte de todas nuestras representaciones, es aquí donde, siguiendo a los griegos, utilizamos la máscara que permite proyectar nuestro ser en los otros a partir de la (auto)presentación de la persona en la vida cotidiana[23]. Tenemos constantemente la impresión de que los medios masivos nos manipulan[24] y en un país donde la corrupción, la impunidad, la inequidad y la inseguridad son todavía parte de nuestra vida cotidiana también podemos sospechar que la convivencia entre medios masivos y política se puede dar bajo un modelo de mutua tolerancia afianzada por un interés común: aumentar el rating (en los medios) y con él la popularidad de los políticos. A partir de su labor informativa los medios no sólo pueden alterar nuestra percepción de la realidad política, sino también pueden informalizar la política misma, trivializarla, vulgarizarla. También con los medios masivos, la política puede lograr una relación cómplice, si se pasa de la convivencia bajo instituciones democráticas a la connivencia[25] bajo los imperativos de promover una imagen política popular y posicionable.

 

El medio debe captar y mantener la atención, debe cautivar a la audiencia. A pesar de su desarrollo reciente, los medios masivos, en cierta forma siguen y actualizan el viejo modelo de la tragedia, sus temas llegan a ser una proyección de la aparente simpleza de la vida cotidiana a un formato que descotidianiza la vida resaltando lo que se sale de la norma: todo aquello que en la cotidianidad de la política (y de la vida) se sale de la norma, todo lo nuevo, intrigante, escandaloso, grotesco o paradójico pasa al primer plano de la realidad política a través del poder focalizador de los medios masivos dominantes en la actualidad: prensa, radio, TV-Internet. Los modernos medios de masas actualizan y potencian el viejo formato tricotómico de los juegos romanos –carreras en el circo, luchas en el anfiteatro y representaciones teatrales, desarrolladas a su vez en tres modalidades: Ludi Magni (Ludi Romani con posterioridad), Ludi Plebeii y Ludi dedicados a Cibeles, Ceres, Apolo y Fiora- dando un nuevo significado a simbolismos (incluso arcaicos) anclados firmemente en el inconsciente y en el imaginario colectivos.

 

Antes la comunidad política autárquica se definía en sus límites por una población y un territorio fácilmente accesibles a la mirada[26]. Ahora las comunicaciones a lo largo y ancho del globo, hacen del mundo una gran ciudad: la aldea global de McLuhan en la que el medio sigue siendo el mensaje. Un mensaje que deriva de un juego de los medios que se sostiene en tres pistas: noticias y reportajes, publicidad y entretenimiento[27]. Noticias y reportajes tienen sólo sentido cuando el nivel de expresión de los mensajes desciende al del ciudadano común, normal: se da un uso cotidianizado del saber, incluso del científico, con lo que en definitiva los medios renuncian a la pretensión de verdad[28] en su sentido más fuerte, como pretensión de validez que puede resolverse discursivamente (Habermas). Para mantener al espectador ante el medio, las noticias y reportajes deben ofrecer algo nuevo, interesante, sorpresivo inclusive; lo que vale la pena comunicar, el escándalo, lo fuera de lo común, lo extravagante, lo absurdo, lo grotesco, lo injusto, etc., son los temas políticos que están en el centro del interés de los magnates de los medios masivos.

 
La video política[29] es la forma expresiva de referirse a un dominio de los medios, que ha hecho del político un actor que desempeña idealmente el rol de hombre de estado. La retórica de los medios obliga a la reiteración de los símbolos que envisten a este actor con su dignidad actoral: el elector es el gran consumidor-espectador[30] de esta relativamente nueva forma de hacer política[31]. Se da una significativa merma del político, una regresión de su papel de gran estadista, todavía vigente en el siglo pasado, al de un simple actor ante su público. Inclusive es posible especular que en un principio, el rol de político-sacerdote, tenía un fuerte contenido de exigencias actorales, las cuales con el paso a formas de organización más complejas, y con la secularización de la política, dieron inicio a la figura del político profesional[32], la desprofesionalización de la política como fase del proceso video-político permitiría incluso que los actores llegaran a ser presidentes, como en el caso de Ronald Reagan. Quizá este es sólo el primer paso de una regresión más profunda, la del político-actor a objeto de consumo masivo, lo que se expresa elocuentemente con la idea de mercadotecnia política: el político, como un producto de consumo se puede vender gracias a la mediación de las imágenes persuasivamente orientadas. “La idea de que se pueden vender candidatos para las altas investiduras como si fueran cereales para desayuno... es la última indignidad del proceso democrático”[33].
 
Popularidad y legitimidad pueden hacerse equivaler, de forma muy peligrosa. Cuando los medios encuentran un presidente como Fox, tienen la noticia a la mano, sólo hay que ir a buscarla y esperar a que el presidente diga algo, casi lo que sea. Independientemente del contenido, del interés o del sentido de la declaración, los medios harán resonar lo pintoresco, lo atípico, lo poco común, lo grotesco y lo escandaloso. Al entrar en esta relación, la posibilidad de convivencia entre medios y sistema político bajo la mediación crítica y propositiva de los últimos, es sustituida por la connivencia bajo un interés coincidente: captar audiencias para noticiar popularizando más al poder. En este tipo de relación se da la autocomplacencia poder-medios, porque finalmente, y a pesar de que al país le vaya como le vaya a los medios les conviene que el presidente sea popular porque esto dispara el rating... y a los dos les va bien. Aquí vuelve a estar presente nuestra ambigüedad política: grandes aspiraciones políticas y una percepción hasta cierto punto positiva de nuestro gobierno con bajos niveles de participación y malas experiencias frente a las autoridades.

 

EL REGRESO A LA SANGRE

 

Cuando la autoridad sufre de un proceso de erosión continuo o cuando se ve limitada de tal manera que para “imponerse” a los otros necesita mostrarse autoritaria, la comunidad política y el régimen se encuentran ante el umbral en que la regresión a la idea biológica del pueblo es posible; así, se puede dar un sutil paso de los conflictos de clase a los conflictos de raza: “Los elementos esenciales que concurren en la marcha que se inicia con la interpretación biológica de la idea de pueblo pueden entenderse como consecuencias del desmoronamiento de la autoridad”[34]. A este desmoronamiento concurren el escenario de presidencialismo redimensionado[35] y un plexo de factores culturales, económicos y tecnológicos que debilitan la cultura autoritaria, en sus bases sociales: “Los procesos de creciente disposición técnica y de creciente organización social, que psicológicamente van acompañados de un aumento de los controles conscientes del yo, dan lugar históricamente a cada vez más situaciones de un tipo al que ya no se puede hacer frente según el esquema de la interiorización de un modelo y de la repetición invariable de ese modelo, es decir, autoritariamente. Privan a la cultura del padre de su fundamento objetivo, pero al mismo tiempo privan también a los sujetos de los presupuestos que serían necesarios para una identidad lograda, es decir, para la realización de la emancipación, del buen potencial liberado por esa orfandad todavía llena de riesgos”[36].

 

En las naciente democracia mexicana, la erosión de la cultura autoritaria puede resultar en una transformación de la práctica política que implique una despersonalización de la figura presidencial[37] o en un proceso que conduzca a la renuncia generalizada de la libertad para seguir la figura de un caudillo casi mítico[38]. El caudillismo en todas sus formas es uno de los riesgos inherentes a sociedades que, como la nuestra, siguen y seguirán por algún tiempo en transición. La fascinación por las promesas de un líder puede incluso llevar al extremo de la guerra, el exterminio y la sangre. Detrás de nuestra frágil democracia plebiscitaria, acechan constantemente el racismo, la intolerancia, la muerte y las guerras de sangre: “verter sangre es sentirse vivir, ser fuerte, ser único, estar por encima de todos los demás. El matar se convierte en la gran embriaguez, en la gran autoafirmación en el nivel más arcaico”[39]. El camino hacia la razón (y la fe en nosotros mismos) comienza en la recuperación de la sociedad y sus prácticas autoafirmativas y autopoiéticas (la cooperación, la sinceridad, la confianza, el respeto), pasa por el desarrollo económico con justicia, y lleva de la historia recuperada y del sentido de comunidad colectivamente constituido, al “reino de la libertad en la necesidad”; el camino inverso, hacia la sangre, también es posible: “El orden de salvación supramundano deja paso a la razón, ésta a la historia, ésta a su vez a la economía y a la sociedad y su puesto acaba siendo ocupado finalmente por la sangre” [40].

 
Bajo los supuestos del modo biológico se despliegan los regímenes cerrados y excluyentes basados en la imposición generalizada de doctrinas y necesidades, en la guerra contra el extranjero y en la aniquilación del otro. En estos regímenes se busca acabar con la diversidad, extender un dominio patrimonialista sobre la tierra y dominar las mentes y las conciencias con ideologías salvíficas: la gobernabilidad se mantiene gracias a la represión, la coacción, el exterminio y la purificación. Los conflictos de clase en sociedades injustas y segmentadas, cuando se dan relaciones de dominación estabilizadas en el tiempo y que en el largo plazo tienden a extremar más las desigualdades sociales, conducen al conformismo, la exclusión y a la regresión a conflictos de tipo étnico e ideológico: surge la guerra de todos contra todos. Este escenario parece lejano, pero cuando volteamos el rostro a la inseguridad la vemos en todas partes: el riesgo de regresión autoritaria está ahí, al acecho. 

 

LA RECUPERACIÓN DEL DIÁLOGO

 

Recuperar el diálogo nacional, el sentido de la planeación nacional, de las políticas públicas, de la política de Estado y de la República, conlleva cambios significativos en cuatro indicadores críticos: el manejo de información, el uso de propaganda, la formación de la opinión, y el estilo de liderazgo. Un rápido recuento de estas variables en cada modo sería similar al siguiente. En el modo biológico se da un manejo de cierta información al nivel de secreto de estado, los sistemas de inteligencia y represión son extensos y sofisticados; la propaganda es utilizada con fines de indoctrinamiento totalitario[41], como instrumento para el control de las masas; se busca formar una opinión por completo heterodirigida, manipulada, controlada e ideologizada; el estilo de liderazgo es autoritario sustentado en la apelación constante a la pureza nacional o racional, a la sangre o al destino común y al valor de la tierra.

 

En el modo agórico: el manejo de información se da entre una élite privilegiada que controla los canales, los accesos, y los mensajes; la propaganda se usa para dar a conocer los logros de la administración y para orientar las preferencias electorales, concebidas al estilo de elecciones consumistas; la opinión del público resulta prácticamente irrelevante, salvo cuando indica un posible riesgo para la estabilidad del sistema político; el estilo de liderazgo es autoritario, centrado en el conocimiento experto.

 

En el modo escénico: la información no sólo fluye ampliamente sino que se crean “informaciones y participaciones artificiales” para que fluyan y se refuercen creando una realidad virtual que se sobrepone y llega a sobrepasar a la realidad “real”, sin embargo, la información que se da a conocer no es necesariamente pertinente, relevante u oportuna; la propaganda es utilizada ampliamente como medio para aumentar la popularidad de los políticos y su rating, se crea una imagen superficial y se mantiene la fuerza de cada ritual con el fin de lograr una presentación impactante de los “sujetos políticos”; la opinión del público es locuaz, ya que bajo el modo escénico todas las opiniones valen por igual, sin embargo, los representantes de los medios son los filtradores, normalizadores y moralizadores de estas opiniones; el estilo de liderazgo es lo que se llama laissez faire.

 

El modo dialógico es muy exigente: se requiere que la información pertinente, relevante y oportuna fluya de manera amplia, a partir de varios y diversos canales y mediante diferentes tipos de redes; la propaganda es un recurso para la movilización de la sociedad y para generar compromisos, convicciones y decisiones colectivamente vinculantes; la opinión pública se informa a partir de diferentes tipos de mecanismos de diálogo que faciliten la escucha atenta de la sociedad en la sociedad; finalmente, el liderazgo es democrático.

 

¿Dónde estamos ahora? En el Plan Nacional de Desarrollo la idea de emancipación aparece reiteradamente. Una vez más tenemos aquí un ejemplo de cómo un concepto se puede esterilizar en su potencial crítico y asumirse con fines meramente funcionalistas. La riqueza del contenido semántico-ideológico de la emancipación no sólo queda irreversiblemente mutilada, sino incluso pervertida en su ethos y en su razón de ser. En el PND, la emancipación aparece como un concepto que equivale a la mercantilización generalizada de los intereses sociales a partir de una imposición estructural de necesidades. Cabría esperar que al recurrir al concepto crítico de emancipación, la expertocracia foxista tuviera en mente algo diferente, pero tal parece que no es así. Este grupo de expertos olvidó que no hay emancipación posible si la toma de decisiones cruciales, si los principios mínimos de la convivencia pública y si las grandes político-administrativas no se abren a la participación, a partir de mecanismos de diálogo que permitan y garanticen un mínimo de coacciones y de distorsiones en el habla, así como la imparcialidad de los procedimientos y el libre derecho a disentir: “Emancipación significa en las sociedades complejas una transformación participativa de las estructuras administrativas de decisión”.[42]

 

Con Habermas podemos asumir que la transformación participativa de las estructuras administrativas apuntaría a una situación ideal del habla, pero además, sería el mecanismo que permitiría la conversión del poder social en poder comunicativo y de este poder comunicativo socialmente gestionado y generado en poder político-administrativo[43]. El modo dialógico se fundamenta en procedimientos imparciales e intenta superar el hecho de que si bien las “normas de la democracia entregan importantes poderes y libertades a los ciudadanos... solamente les confiere un control débil sobre las políticas”[44]. La legitimidad vía legalidad procedimental es una opción para recuperar el carácter público de las políticas, que basa la estabilidad del régimen no en la manipulación exitosa de grandes variables, ni tampoco en el apego a una legalidad que por apego excesivo a la letra de la ley puede volverse ciega al sufrimiento e injusta, sino en la propia fuerza de la sociedad. La aparente omnipotencia del gobernante es nada ante el poder de las masas organizadas, pero cuando el apoyo generalizado de las masas es constante, el gobierno en turno puede contar con importantes cuotas de legitimidad y lograr programas gubernamentales que nazcan del consenso y que tomen en cuenta a los diversos actores, sus motivaciones, creencias, recursos, situaciones e interacciones[45].

 
En un entorno de enorme desigualdad social, de discriminación y exclusión, no basta con pronunciar discursos o decir que ya se está trabajando vía programas gubernamentales, es fundamental cambiar las prácticas políticas e incluir nuevos temas y actores en la definición de la agenda pública: “las estrategias que son apropiadas bajo condiciones de severas distorsiones estructurales y de desigualdad, son las estrategias reestructuradoras que se orientan hacia la igualdad efectiva, la participación y la voz democrática sustantiva, estrategias que marchan en sentido contrario a la perpetuación sistemática de la dominación racional, sexual y económica”[46]. Es posible que los medios recuperen las historias olvidadas, que nos permitan una escucha más atenta y mayor sensibilidad, pero esto no vende muy bien. Para los medios son mejores el monólogo y el diálogo de sordos, la sensiblería cursi y el moralismo de lavandería. No quiero ser alarmista, pero no estamos construyendo la democracia desde adentro, sino que la pretendemos introducir, como las reformas económicas, desde afuera; con esto seguramente no tendremos democracia para rato, o sea, democracia sustentable. 

 

 



[1] Bajo el modelo económico prevaleciente se supone que el control de variables macroeconómicas como el índice inflacionario, el tipo de cambio, el Producto Interno Bruto y las tasas de interés es una prueba de éxito en el manejo de toda economía en proceso de reestructuración; desde luego, variables como el coeficiente de Ginni (que es un indicador de la desigualdad social son poco tomadas en cuenta. Además, para controlar la economía se ha adoptado una política de sustitución de dinero por crédito, lo que aleja el riesgo de inflación originado en la circulación de billetes y monedas (M1).
[2] Respecto a los momento de la transición, y en especial la consolidación, Cf. Rogelio Mondragón Reyes, “Progresistas o conservadores: el PAN antes y después del 2 de julio. Un ensayo especulativo sobre los desacuerdos al respecto”, En Bien común y gobierno, No. 78, junio de 2001, p. 42 ss.
[3] Al respecto véase Alberto Escamilla Cadena, “La democracia vista como un procedimiento” En Bien común y gobierno, No. 78, junio de 2001, p. 63-71.
[4] Cf. Javier Brown César, “Modelo de comunicación política” En Bien común y gobierno. No. 70, septiembre de 2000. p. 68-73.
[5] Según la tipología de Robert A. Dahl, La poliarquía: participación y oposición, México, REI, p. 18 ss.
[6] Cf. Jürgen Habermas, Conciencia moral y acción comunicativa, Barcelona, Planeta, 1994, p. 216.
[7] “Por eficacia decisoria se entiende la capacidad que tiene un régimen o, mejor, que tienen las estructuras del mismo para tomar y estructurar las decisiones necesarias para superar los retos planteados al régimen o las otras medidas destinadas a alcanzar los diversos fines queridos por los gobernantes, el primero de los cuales es, de ordinario, el mantenimiento del propio régimen”. Leonardo Morlino, Cómo cambian los regímenes políticos, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1985, p. 219.
[8] “... parece que no tiene mucho sentido... una política gubernamental que sea de entrada descalificada y boicoteada por el conjunto o la mayoría del público ciudadano, debido a que no están de acuerdo con los medios, agentes y fines del curso de acción del gobierno, diseñado con la pretensión de resolver los problemas y demandas ciudadanas. La actividades de formación del consenso mediante comunicación son así, en pleno derecho, integrantes del concepto propio de la política. Se introduce así una racionalidad nueva, dialógica, en complemente y rebase de la llamada racionalidad instrumental, tan apreciada por el análisis de política convencional”. Luis F. Aguilar Villanueva, “Estudio introductorio”, En La hechura de las políticas, 2ª ed. México, Miguel Ángel Porrúa, 1996, p. 28.
[9] De esta forma, la conservación de un esquema de planeación reactivo y cerrado garantiza que los intereses confluyan en un lugar común: la conservación y funcionamiento adecuado del sistema para la conservación del status y del poder (burocrático, político y expertocrático). Inclusive el tradicional conflicto de intereses entre tecnócratas y políticos resulta superado. Este conflicto se origina en que, mientras que los analistas suelen considerar “que la mejor política es la que arroja mayores beneficios netos” y por ende su interés está en los resultados (qué tanto se logró con los insumos invertidos), los políticos “se interesen más en la distribución” y por ende su interés está en los insumos (qué tanto se gastó y a cuántos llegó). Cf. Robert D. Behn. “El análisis de políticas y la política”, En El estudio de las políticas públicas, 3ª ed., México, Miguel Ángel Porrúa, 2000, p. 242.
[10] Los documentos que resultan de la planeación reactiva constituyen una amalgama caótica de promesas de campaña imperativos de la burocracia y de la expertocracia, intereses de las élites y de grupos poderosos, recomendaciones de organismos internacionales y medidas de política social de corte redentorista.
[11] “Mediante la inclusión del público en la evaluación del desarrollo económico, social y político, se promueve un foro para la discusión de los asuntos públicos. El análisis de políticas se contrapone entonces al proceso de decisión política enclaustrado en el estado administrativo. La lógica de investigación se orienta a la transformación de la vida pública”. Douglas Torgerson, “Entre el conocimiento y la política”, en El estudio de las políticas públicas, Op. cit., p. 227-229.
[12] Luis F. Aguilar Villanueva, “Estudio introductorio”, en El estudio de las políticas públicas, Loc. cit., p. 33.
[13] Gabriel Almnod y Sidney Verba, Civic culture: political attitudes and democracy in five nations, Boston, Little, Brown, 1965, p. 203 et passim.
[14] Cf. La crítica a este mecanismo en: Francisco J. Acosta Minquini, “Consideraciones sobre el Plan Nacional de Desarrollo”, en Bien común y gobierno, No. 76, abril de 2001, p. 8.
[15] Luis F. Aguillar Villanueva, Estudio introductorio a El estudio de las políticas, Loc. cit., p. 26.
[16] “El acuerdo sobre la política como prueba de la mejor política parece ser un sustituto muy pobre para verificar su idoneidad respecto a sus objetivos; se debe, empero, recordar que los objetivos mismos sólo alcanza validez final mediante el acuerdo. Por esto, el acuerdo es la prueba de la mejor política...”. Charles E. Lindblom, “La ciencia de salir del paso”, En La hechura de las políticas, p. 213.
[17] “El papel de las crisis es muy significativo... en las democracias menos pasivas, las crisis sirven para obtener consenso en torno a cambios fundamentales de dirección”. Amitai Etzioni. “La exploración combinada”, En La hechura de las políticas, p. 281.
[18] “... toda propuesta de política está acompañada de riesgo e incertidumbre. Esto es, todas las políticas pertenecen a la clase de las proposiciones inverificadas. Las políticas son  hipótesis.” Martín Landau, “El ámbito propio del análisis de políticas”, En El estudio de las políticas públicas, p. 177-178.
[19] Es importante señalar que existe una tensión constante entre políticas públicas participativas y políticas públicas negociadas en pequeños grupos de expertos o pactadas a nivel de élites e impuestas desde arriba. La participación requiere tiempo e incentivos, por lo que en sociedades donde las transformaciones estructurales de la economía y la política son indispensables, suele recurrirse a políticas dirigistas en las que unos pocos deciden por los muchos. El conflicto entre democracia e imperativos de la política ha sido señalado claramente por Lindblom: “Si una sociedad desea más análisis y lógica en la formulación de las políticas públicas, quizás debería ceder algunos aspectos de la democracia”; sin embargo, Lindblom estima que el análisis y la política  se pueden completar: “Quizá, por lo tanto, a pesar del conflicto, una sociedad puede tener una elaboración de políticas públicas a la vez lógica y democrática, o al menos con mejoras desde ambos puntos de vista”. Charles E. Lindblom, El proceso de elaboración de políticas públicas, México, Miguel Ángel Porrúa, Instituto Nacional de Administración Pública, Madrid, 1991, p. 20.
[20] “Cuando los problemas son accesibles, la información está disponible y el tiempo no es una variable importante, la estrategia más adecuada es la solución racional de problemas”. John Forester, “La racionalidad limitada y la política de salir del paso”, En La hechura de las políticas, p. 325.
[21] “... el estilo tecnocrático de tomar decisiones debilita las instituciones democráticas en ciernes”. Adam Przeworski... [et al.] Democracia sustentable, Buenos Ares, Paidós, 1998, p. 120. La tensión entre políticas participativas y políticas impuestas desde arriba es también señalada en esta obra: “El dilema general al que enfrentan los gobiernos embargados en el camino de la reforma es que la concertación y la consulta con todas las fuerzas políticas puede conducir a la inercia, mientras las reformas impuestas desde arriba pueden ser imposibles de implementar a raíz de las resistencias políticas y la incredulidad económica”. Idem. Los autores proponen cuatro posibles estilos políticos pare enfrentar el dilema: el “decretismo”, el gobierno por “mandato”, el “parlamentarismo” y el corporativismo” o “concertación”.
[22] Cf. Ronald D. Laing, El yo y los otros, México, Fondo de Cultura Económica. p. 104 ss.
[23] El modo escénico sigue supuestos teatrales: el escenario (o región anterior), el público, el trasfondo escénico, etc. Cf. Erving Goffman, La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu, 1997, p. 117 ss.
[24] “Lo que sabemos sobre la sociedad y aun lo que sabemos sobre el mundo, lo advertimos a través de los medios de comunicación para las masas... Pero, por otra parte, sabemos tanto gracias a los medios de comunicación de masas que no podemos confiarnos a dicha fuente. Nos defendemos con decisión anteponiendo la sospecha de que manipulan”. Niklas Luhmann, La realidad de los medios de masas, México, UIA, Anthropos, 2000,  p. 1.
[25] Cf. Erving Gofmman, Op. cit., p. 190-204.
[26] Cf. Aristóteles, Política, VII, 5.
[27] Cf. Niklas Luhmann. Op. cit., p. 38.
[28] “... a los medios de comunicación de masas lo verdadero los interesa bajo límites muy restringidos y, sobre todo, claramente distintos de los intereses de la investigación científica... Así como los mapas no pueden corresponder a la magnitud y los detalles del territorio... así, no puede existir una correspondencia punto-por-punto entre información y hecho, entre realidad operativa y realidad representada”. Niklas Luhmann, Op. cit., p. 42.
[29] Cf. Giovanni Sartori, Hommo videns, la sociedad teledirigida, Madrid, Taurus, 1997, p. 105 ss.
[30] Cf. Vance Packard. Las formas ocultas de la propaganda, México, Hermes, 1988, p. 198.
[31] El proceso de dominio del código de la retórica (persuadir) en la política contemporánea, comenzó en Estados Unidos, en la campaña presidencial de 1952. Cf. Packard, Op. cit., p. 198.
[32] El Príncipe de Maquiavelo es ya una obra maestra sobre los medios de la real-politik. En esta obra, la prioridad se da a los roles eminentemente políticos, estratégicos y directivos del estadista, no al desempeño de un rol actoral (eran tiempos en los que románticamente se llegó a pensar en que el gran estadista debía ser un gran hombre y no sólo un bufón). Con posterioridad, Weber intentará rescatar la figura del político distinguiéndolo del intelectual.
[33] Citado en Vance Packard, Loc. cit., p. 217.
[34] Jürgen Habermas, Perfiles filosófico-políticos, Madrid, Taurus, 2000, p. 117.
[35] Cf. Alberto Escamilla Cadena, “Las transformaciones en el sistema presidencial mexicano”, En Bien común y gobierno, No. 75, marzo de 2000, p. 61-66.
[36] Jürgen Habermas. Perfiles filosófico-políticos, Loc. cit., p. 166.
[37] Contra esta despersonalización trabajan juntos los medios, los cuales personalizan constantemente la política y las elecciones: “cuando hablamos de personalización de las elecciones queremos decir que lo más importante son los rostros (si son telegénicos, si llenan la pantalla o no) y que la personalización llega a generalizarse, desde el momento en que la política en imágenes se fundamenta en la exhibición de personas”. Giovanni Sartori, Hommo videns, p. 108. 
[38] Esto es precisamente lo que sucedió en Alemania: su naciente democracia, incapaz de afianzarse en la práctica de la libertad bajo instituciones democráticas, llevó a una renuncia voluntaria a la libertad: “Hemos debido reconocer que millones de personas, en Alemania, estaban tan ansiosas de entregar su libertad como sus padres lo estuvieron de combatir por ella; que en lugar de desear la libertad buscaban rehuirla... También reconocemos que la crisis de la democracia no es un problema peculiar de Italia o Alemania, sino que se plantea en todo Estado moderno”. Erich Fromm, El miedo a la libertad, México, Paidós, 1989. p. 27. Pero entonces ¿en qué consiste esta libertad? El único criterio sería, según Fromm: “la participación activa del individuo en la determinación de su propia vida y en la de la sociedad, entendiéndose que tal participación no se reduce al acto formal de votar... Si la democracia moderna se limita a la mera esfera política, no podrá contrarrestar adecuadamente los efectos de la insignificancia económica del individuo común”. Ibid., p. 260.
[39] Erich Fromm, El corazón del hombre: su potencia para el bien y para el mal, México, Fondo de Cultura Económica, 1977. p. 31.
[40] Habermas, Perfiles filosófico políticos, Loc. cit., p. 117.
[41] Cf. Hanna Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Barcelona, Planeta, 1994, p. 425 ss.
[42] Jürgen Habermas, Perfiles filosófico políticos, p. 331.
[43] Jürgen Habermas. Facticidad y validez. Valladolid, Trotta, 1998, p. 243
[44] Charles E. Lindblom. El proceso de elaboración de políticas públicas, Loc. cit., p. 82.
[45] Cf. Arnold J. Melstsner. La factibilidad de las políticas y el análisis de políticas, en La hechura de las políticas, p. 374 ss.
[46] John Forester, Op. cit., p. 354.

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