viernes, 28 de febrero de 2014

Introducción a la ontología del lenguaje


INTRODUCCIÓN A LA ONTOLOGÍA DEL LENGUAJE

 

Javier Brown César

 

Ensayo inédito

 

Si seguimos de cerca a Martin Heidegger, Friedrich Nietzsche deberá ser considerado el último filósofo metafísico de Occidente. Después de Nietzsche ya no es posible hablar de pensamiento metafísico, sino de pensamiento postmetafísico. Para Habermas, el pensamiento postmetafísico se caracteriza, entre otros, por los siguientes aspectos: a) la racionalidad procedimental[1], la cual ya no puede garantizar una unidad previa en la diversidad de los fenómenos, b) el giro lingüístico de la filosofía cuyos hitos han sido el Tractatus del primer Wittgenstein, las Investigaciones filosóficas del segundo Wittgenstein, la teoría de los actos de habla de Austin y Searle y la Teoría de la acción comunicativa del mismo Habermas, y c) la deflación de lo cotidiano, favorecida por que la filosofía “hubo de renunciar a todo acceso privilegiado a la verdad y resignar toda significación salvífica de la teoría”[2].

 

La ontología del lenguaje se ubica en el ámbito filosófico inaugurado por Kant y radicalizado por Nietzsche: la crítica del proyecto metafísico de Occidente que puede remontarse a Platón. Al recuperar las enseñanzas de Heráclito se logró una comprensión del alma humana libre de la carga metafísica: “Nietzsche nos ha entregado la más fuerte crítica a la comprensión del alma humana. Fue el primer filósofo en situarse fuera del marco metafísico y en cuestionar seriamente sus supuestos básicos”[3]. El proyecto de la ontología del lenguaje no es metafísico: “Apunta hacia la creación de una base desde la cual podamos observar los fenómenos humanos, a partir de una perspectiva no-metafísica”[4].

 

Pero entonces, ¿cómo es posible que se desarrolle un proyecto no-metafísico de ontología del lenguaje si de lo que se trata es precisamente de hacer ontología, o sea, de pensar el ser? La ontología del lenguaje toma como punto de partida la definición heideggeriana de ontología y no la definición tradicional para la cual la ontología es la parte de la metafísica que estudia al ser en sí mismo. Heidegger distingue entre lo óntico, como dominio del ser y lo ontológico, como algo propio del ser humano (en terminología heideggeriana, el Dasein, o sea, el “ser-ahí”)). De ahí que la ontología, en sentido heideggeriano, deba ser definida como una interpretación “de lo que significa ser humano”[5]. Lo que la ontología del lenguaje ofrece es entonces una interpretación de lo que es ser humano desde el lenguaje: el ser humano se define por su capacidad para hablar, y cada persona puede ser conocida por lo que dice.

 

Para adentrarse en la ontología del lenguaje, es preciso desembarazarse del concepto tradicional de información, la información no es un concepto relevante para esta forma de pensar, es necesario ver las cosas desde el punto de vista del lenguaje y sus múltiples juegos. La filosofía perspectivista de Nietzsche desmontó nuestro concepto tradicional de verdad: lo importante en lo que se dice no es el contenido de lo que se dice sino quién lo dice y desde qué posición de poder lo dice (por ejemplo, los afectos pasivos como el resentimiento son el origen de una forma de decir las cosas que busca someter las fuerzas de la vida bajo el yugo del resentimiento; mientras que los afectos activos, como la voluntad de poder, son el origen de la afirmación de la vida). El lenguaje recupera así una fuerza que no tenía desde los tiempos en que se escribió el libro de los Proverbios (en esa época, se sabía que el lenguaje podía inclusive ponerse al servicio de la vida o de la muerte).

 

Tres son los postulados de la ontología del lenguaje:

 

1. Los seres humanos se interpretan como seres lingüísticos, o sea que “el lenguaje es, por sobre todo, lo que hace de los seres humanos el tipo particular de seres que son. Los seres humanos, planteamos, son seres lingüísticos, seres que viven en el lenguaje. El lenguaje, postulamos, es la clave para comprender los fenómenos humanos”[6]. De esta forma, el ser humano se puede definir como homo loquens, el ser que habla. Ya Aristóteles había visto esto con toda claridad en su política: lo que distingue al hombre de los brutos (animales) es que tiene a su disposición el lenguaje para comunicarse acerca de lo justo e injusto, de lo útil o dañino.

 

2. El lenguaje es interpretado como generativo “El lenguaje, postulamos, genera ser”[7]. Este es quizá el postulado más radical de la ontología del lenguaje: no es que la realidad genere al lenguaje, sino todo lo contrario, el lenguaje genera realidades, abre nuevos mundos. Esto puede parecer extraño, pero pensemos por un momento cómo el proceso de enseñanza-aprendizaje que hemos vivido en la escuela e incluso en nuestra propia casa nos ha enseñado mundos que antes desconocíamos: las matemáticas, la física, la historia, estos mundos se abren a través del lenguaje (sea oral o escrito). Abrir un mundo a partir del lenguaje es algo así como mostrar una realidad que aunque ya estaba ahí antes del lenguaje, permanece como una incógnita si no se distingue a partir del lenguaje.

 

Pongamos un ejemplo: antes de que el ser humano conociera la luna, ésta era como una especie de “X” una incógnita, gracias al lenguaje comenzamos a crear un mundo donde la luna encuadraba a la perfección, gracias al lenguaje distinguimos entre planetas y sus satélites y así llegamos a la convicción de que la luna es un satélite, gracias al lenguaje llegamos a la convicción de que la luna gira alrededor de la tierra y de que la luna tiene mares y cráteres; los conceptos de satélite, planeta, órbita, cráter, lado oscuro, mar y otros que nos han permitido comprender mejor la luna han surgido gracias al poder del ser humano para nombrar las cosas, al lenguaje. Desde la Biblia, el ser humano ha sido el único animal con el poder de nombrar, y así, desde que el ser humano nombró a la luna, dijo que era un satélite sin vida, con cráteres y mares, la luna dejó de ser una “X” de queso, para pasar a ser una realidad bien definida, todo gracias al lenguaje.

 

3. Se interpreta que los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a través de él. “El ser humano no es una forma de ser determinada, ni permanente. Es un espacio de posibilidad hacia su propia creación. Y aquello que lo posibilita es precisamente la capacidad generativa del lenguaje”[8]. Esto significa que gracias a la capacidad del lenguaje para abrir nuevos mundos (su capacidad generativa) el ser humano puede definirse a sí mismo de formas diferentes a lo largo de la historia, el ser humano crea su propia identidad a partir del lenguaje. No es lo mismo el ser humano como se define en Homero que en Aristóteles, y no es igual la comprensión griega del hombre en la polis que la concepción postmoderna del hombre viviendo en democracias pluralistas. El mismo concepto de pluralismo ha creado una forma de interpretar la realidad, ha abierto un mundo: el pluralismo admite que hay más de una explicación válida de la realidad y con ello pone las bases para subvertir el absolutismo y el totalitarismo: de esta forma, el ser humano crea un espacio político diferente y vive ahí de manera no comparable con la forma como vivía en la Europa feudal.

 

El lenguaje está detrás de casi todas las actividades: creando nuevas realidades, abriendo mundos, poniendo a la vista nuevos horizontes. Pero la ontología del lenguaje va todavía más allá: dinamita la tradicional distinción sujeto-objeto, tan apreciada por la teoría del conocimiento moderna. También desde el punto de vista del constructivismo operativo de Luhmann, la distinción sujeto-objeto desaparece, se trata de constructos teóricos fundamentados en la metáfora representacionista de la realidad: el sujeto es aquel que está frente al objeto para representarlo, para copiarlo. Esto es radicalmente falso. Todo sujeto, si es que así queremos seguirlo llamando es sólo un observador que está ubicado en una perspectiva determinada: el observador no ve la realidad tal cual es en sí misma, sino tal cual le aparece a él. De esta forma llegamos al primer principio de la ontología del lenguaje: “No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos”[9].

 

Dicho en forma más radical: nosotros no vemos el mundo tal cual es, sino que el mundo es tal cual nosotros lo vemos; si nosotros cambiamos, el mundo cambia. Pero, ¿cómo es posible que el mundo cambie si cambiamos nosotros? Supongamos un ejemplo muy simple: si soy un observador que quiere ver un bosque, necesito ubicarme en un lugar de observación - una atalaya o un mirador- para desde ahí observar, si cambio de mirador mi perspectiva del bosque será diferente. Pero hay que ir más allá todavía, no sólo el lenguaje abre mundos, también condiciona y coordina nuestras acciones. Una instrucción puede llevarnos a hacer algo que antes no haríamos, las órdenes respaldadas por el principio de autoridad nos llevan a la acción; para preparar un informe de actividades debemos ponernos a escribir. De ahí un segundo principio de la ontología del lenguaje: “No sólo actuamos de acuerdo a cómo somos, (y lo hacemos), también somos de acuerdo a cómo actuamos. La acción genera ser. Uno deviene de acuerdo a lo que hace”[10]. De esta forma, el lenguaje puede definirse como coordinación de coordinación de acciones: “El lenguaje, en cuanto fenómeno, es lo que un observador ve cuando ve una coordinación consensual de la coordinación de acciones -cuando los miembros participantes de una acción coordinan la forma en que coordinan juntos la acción. El lenguaje, sostenemos, es coordinación recursiva del comportamiento”[11].

 

Pero, ¿qué significa esto de coordinación de coordinación de acciones? En la soledad de nuestra vida no social, solemos realizar operaciones como ver, inteligir, juzgar, verificar, etc[12]., pero en sociedad, estas operaciones se coordinan con las operaciones de otros, a esta coordinación de operaciones se le puede llamar cooperación. El lenguaje coordina precisamente esta cooperación, coordina la forma como se coordinarán las acciones cooperativas. Esto se da gracias a que el lenguaje es autorreferencial, tiene una inusitada capacidad recursiva. Esta recursividad implica que el lenguaje puede volver constantemente sobre sí mismo: “los seres humanos, podemos hacer girar el lenguaje sobre sí mismo. Podemos hablar sobre nuestra habla, sobre nuestras distinciones lingüísticas, sobre nuestro lenguaje, sobre la forma en la que coordinamos nuestra coordinación de acciones. Y podemos hacerlo una y otra vez”[13].

 

Demos un paso más allá de la capacidad recursiva y coordinativa del lenguaje para concluir con los principios de la ontología del lenguaje. Si somos consecuentes, el postulado de la capacidad generativa del lenguaje, o sea, su aptitud para crear mundos, llega al extremo incluso, de también crear al ser humano: el lenguaje crea al ser humano. Veamos esto: la misma definición de ser humano es posibilitada por el lenguaje, nuestra comprensión de lo que somos se abre gracias al lenguaje, la anatomía divide el cuerpo humano gracias al lenguaje, la psicología analiza las facultades de la psique a través del lenguaje. El mismo concepto de ser humano es una creación lingüística (no otro es el sentido de la controvertida frase de Foucalt en Las palabras y las cosas sobre la muerte del hombre. Lo que Foucault no afirma es la muerte del género humano, pero sí la obsolescencia del concepto de hombre tal como fue diseñado por la modernidad). Pero el lenguaje, a su vez, “nace de la interacción social entre los seres humanos. En consecuencia, el lenguaje es un fenómeno social, no biológico”[14]. De ahí llegamos a una conclusión que a algunos puede resultar asombrosa, pero que sin duda no es ajena al pensamiento de raíz marxista, y que se constituye como el tercer y último principio de la ontología del lenguaje: “Los individuos actúan de acuerdo a los sistemas sociales a los que pertenecen. Pero a través de sus acciones, aunque condicionados por estos sistemas sociales, también pueden cambiar tales sistemas sociales”[15].

 

Hasta ahora sabemos, que todo lo que se dice biblioteca no es trivial, que el lenguaje no es inocente, que cada palabra pronunciada puede abrir o cerrar mundos (por ejemplo, en muchas ocasiones un “sí” abre un mundo posible en el que se puede actuar, mientras que un “no” puede cerrarlo). La metodología específica que desarrolla la ontología del lenguaje para el análisis de lo que se dice se basa en la teoría de los actos de habla y en la consecuente distinción entre diferentes tipos de actos lingüísticos. Para la ontología del lenguaje existen tres tipos principales de actos lingüísticos: las afirmaciones, las declaraciones y las promesas. Cada uno de estos actos tiene características muy particulares, su criterio de aplicación es diferente y también su origen puede variar. Para no extender más esta ya amplia presentación de la ontología del lenguaje, presentaremos un cuadro resumen donde se contemplan los actos de habla, su definición, su criterio de aplicación y su fuente u origen.

 

ACTO DE HABLA
DEFINICIÓN
CRITERIO
FUENTE
EJEMPLO
Afirmación
Proposición acerca de nuestras observaciones
Afirmación verdadera vs. afirmación falsa
El mundo de los hechos
Ayer llovió en la ciudad de México
Declaración
Proposición que genera un nuevo mundo
Declaración válida o inválida o en el caso de los juicios, juicios fundados o infundados
El poder o la autoridad conferidos a la persona que hace la declaración
Declaración del No y del Sí (aceptación), declaración de ignorancia, declaración de amor y declaración de perdón.   Juicios
Promesa
Son actos que permiten coordinar acciones con otros
Compromiso manifiesto mutuo entre un orador y un oyente par llevar a cabo un acción en el tiempo
Consentimiento mutuo de las partes
Peticiones y ofertas

 

La teoría de los actos de habla es una de las herramientas analíticas fundamentales de la ontología del lenguaje, gracias a esta teoría podemos distinguir, en una conversación, entre distintos tipos de actos. Las declaraciones, por poner un ejemplo, abren mundos nuevos, mientras que las afirmaciones sólo se refieren a mundos ya abiertos y a la mano: “cuando podamos sostener que la palabra debe adecuarse al mundo y que, por lo tanto, el mundo es el que conduce la palabra, hablaremos de afirmaciones. Cuando suceda lo contrario, cuando podamos señalar que la palabra modifica al mundo y que, por lo tanto, el mundo requiere adecuarse a lo dicho, hablaremos de declaraciones”[16].

 

Resumiendo lo logrado a partir de la ontología del lenguaje podemos decir: quien hace una afirmación se refiere siempre con su decir a algo en el mundo que puede constatarse, quien afirma puede demostrar que lo que afirma es tal como lo está afirmando si demuestra la veracidad de lo que dice, o sea, si su interpretación del mundo corresponde con los hechos. Quien hace una declaración abre un mundo nuevo, inaugura horizontes inéditos (esto es particularmente visible sobre todo en las declaraciones de independencia o cuando en los juicios penales se declara la culpabilidad o la inocencia del procesado), las declaraciones, a diferencia de las afirmaciones, no son verdaderas o falsas, sino válidas o inválidas, dependiendo de quien haga la declaración; si quien declara algo no tiene poder o autoridad para hacerlo la declaración es inválida. Finalmente, las promesas implican un compromiso y un consentimiento al menos entre dos personas respecto a ofertas o promesas traducidas en acciones que hay que cumplir en un lapso de tiempo determinado; cuando las ofertas o las promesas no se cumplen se pierde la confianza mutua y por lo tanto la base para el mutuo compromiso y el mutuo consentimiento.

 

TRANSPARENCIA/QUIEBRE

 

La teoría de los actos de habla es una de las herramientas analíticas fundamentales de la ontología del lenguaje, gracias a esta teoría podemos distinguir, en una conversación, entre distintos tipos de actos de habla. Es necesario introducir aquí una distinción adicional importante: transparencia/quiebre: cuando escribo estas líneas, mis dedos pulsan el teclado de la computadora de manera rápida, automática. Los cursos de mecanografía que realicé en el bachillerato me permiten escribir esto sin ver al teclado. Pero si una de mis manos se desplazara un lugar, comenzaría a escribir puras incoherencias. Este principio me lo enseñaron en los cursos, los dedos de ambas manos deben ponerse firmemente sobre los lugares adecuados en el teclado para desde ahí pulsar las teclas. Si desplazo una de mis manos tendría que reescribir lo mecanografiado. El posible desplazamiento de la mano interrumpe el fluir continuo de mi escribir ante la computadora. Aquí se da un quiebre. Cada vez que en la vida, el automatismo de nuestros actos se ve cuestionado, cuando por otra parte, nuestras expectativas y la realidad no se corresponden, se da un quiebre.

 

La vida se nos presenta de forma transparente si las cosas suceden tal cual lo esperábamos, si nuestras acciones causan los efectos deseados: “Cuando nos encontramos en... la transparencia del fluir de la vida, no sólo no estamos pensando en lo que hacemos, tampoco estamos en un mundo que se rige por la relación sujeto-objeto. Estamos en un estado que es previo a la constitución de esa relación”[17]. El quiebre es propiamente una forma de opacidad, una interrupción del fluir transparente de las cosas, o como dirían Flores, Spinosa y Dreyfus, una desarmonía. El quiebre hace que emane la conciencia de lo que hacemos, la deliberación sobre lo acontecido: “... sólo emerge la deliberación, la conciencia de lo que estamos ejecutando, cuando este fluir en la trasparencia, por alguna razón, se ve interrumpido: cuando se produce lo que llamamos un quiebre. Un quiebre, diremos, es una interrupción en el fluir transparente de la vida”[18].

 

¿Cómo debemos entonces declarar un quiebre y quién declara el quiebre? Parte de la respuesta ya está anticipada: el quiebre es una declaración, no una petición ni una afirmación; sin embargo, sí puede pedirse que alguien declare un quiebre, pero el quiebre mismo es una declaración. Ahora bien, ¿qué tipo de declaración? El quiebre es un juicio sobre lo factible[19]: “Todo quiebre involucra un juicio de que aquello que acontece, sea ello lo que sea, no cumple con lo que esperábamos que aconteciera. Un quiebre, por lo tanto, es un juicio de que lo acontecido altera el curso esperado de los acontecimientos”[20].

 

¿Quién debe declarar el quiebre? La fuente o el fundamento de todo quiebre es el poder o la autoridad conferidos a la persona que hace la declaración. A pesar de esta posición de autoridad o de poder que asumiremos los conversantes, debemos considerar que todo quiebre es una interpretación y no un punto de vista absoluto: “Todo problema es siempre función de la interpretación que lo sustenta y desde la cual se le califica como problema. Está interpretación no siempre debe ser dada por sentada y cabe considerar discutirla”[21]. De esta forma, al conversar, los quiebres se harán explícitos y serán objeto de posible debate.

 

LAS CONVERSACIONES

 

La conversación es una forma con dos caras. Usualmente solemos remarcar un sólo lado, creemos que conversar es ante todo hablar, pero ninguna conversación se da sin la presencia del hablar y el escuchar: “En la comunicación... no se da el hablar sin el escuchar y viceversa. Cuando el hablar y el escuchar están interactuando juntos, estamos en presencia de una “conversación”. Una conversación, en consecuencia, es la danza que tiene lugar entre el hablar y el escuchar, y entre el escuchar y el hablar”[22]. 

 

El déficit de nuestro escuchar atento se origina sin duda en la falacia de la transmisión de información: “La comprensión prevaleciente en nuestros días de la comunicación está basada en la noción de transmisión de información. Esta es una noción heredada de la ingeniería de la comunicación y desarrollada por C. Shannon, entre otros. Se ocupa de la comunicación entre máquinas -esto es, entre un transmisor y un receptor (como sucede en los procesos de transmisión radial). Este marco, a pesar de su utilidad en cuestiones técnicas de transmisión, demuestra su deficiencia cuando se utiliza para comprender la comunicación humana”[23]. Además, considero que la idea de sociedad de la información es falaz o por lo menos burda: el recurso que en estos es absolutamente vital y no-renovable, no es la información, sino el tiempo. Cada vez será más importante saber actuar con rapidez (y desde luego, en el momento oportuno). Nuestras sociedades complejas se podrían denominar, por ende, sociedades de tiempo acelerado.

 

Adicionalmente: “Lo que funge como información para un determinado sistema, además, no necesariamente representa una información también para otro... no es correcto definir a la comunicación como transmisión de información: no existe transmisión, ya que el emisor no pierde información y quien la recibe no la adquiere como una cosa, sino que reelabora autónomamente sus propias estructuras según las propias formas en consecuencia de un estímulo generado por la comunicación”[24]. De esta falacia de la transmisión de la información hemos ido de la mano, para nosotros el oír es un acto vacío, un mero llegar las palabras a un oído para salir por el otro: “Si nuestro oír fuera ante todo una captación y transmisión de sonidos, y no fuera más que esto, un proceso al que luego se asociaran otros, entonces lo que ocurriría sería que lo sonoro entraría por un oído y saldría por el otro. Esto es lo que de hecho ocurre cuando no nos concentramos a escuchar lo que se nos dice. Pero lo que se nos dice es lo que está-delante que, reunido, ha sido extendido delante. El oír es propiamente este concentrarse que se recoge para la interpelación y la exhortación. El oír es en primer lugar la escucha concentrada. En lo escuchable esencia el oído. Oímos cuando somos todo oídos”[25].

 

Al oír, al escuchar atento, le es esencial entonces la concentración, en la que somos interpelados y exhortados, interpelamos y exhortamos. Se trata de una forma doble: sólo oímos cuando somos oídos, sólo somos oídos cuando oímos. Pero, y esto es fundamental, el oír, el escuchar atento, no está exento de aberración, ya que todo escuchar es el escuchar de un observador que puede asumir una perspectiva errónea o escuchar lo que quiere escuchar:  “... a lo que es propiamente el oír pertenece justamente esto: que el hombre puede equivocarse al oír, desoyendo lo esencial. Si los oídos no pertenecen de un modo inmediato al auténtico escuchar en el sentido de la escucha (atenta), entonces la cuestión del escuchar y de los oídos es algo muy peculiar: No oímos porque tenemos oídos.”[26] Oír es una escucha concentrada que trasciende lo dicho hacia el sentido: “Somos todo oídos cuando nuestra concentración se traslada totalmente a la escucha y ha olvidado del todo los oídos y el mero acoso de los sonidos. Mientras oigamos sólo el sonido de las palabras como la expresión de uno que está hablando, estamos muy lejos aún de escuchar. De este modo tampoco llegaremos nunca a haber oído algo propiamente... Hemos oído cuando pertenecemos a lo que nos han dicho”[27].

 

En este hablar y escuchar que configura toda conversación debemos introducir algunas distinciones finales: las que se dan entre diferentes tipos de conversación. Para abreviar, presento el siguiente cuadro resumen de los tipos de conversación:

 

CONVERSACIÓN
SITUACIÓN
Conversaciones de juicios personales
Declaración de quiebres
Conversaciones para la coordinación de acciones[28]
Se hace uso de promesas, peticiones, ofertas y declaraciones. La petición de ayuda es una forma efectiva para encarar un quiebre
Conversaciones para posibles acciones
Incertidumbre respecto a las acciones requeridas para enfrentar un quiebre.
Conversaciones para posibles conversaciones
Cuando hay resistencia o dificultades (mal momento emocional) para llevar a cabo la conversación

 

Para declarar el quiebre, es fundamental el juicio personal, y por ende, habrá un momento de la conversación en la que se planteen juicios personales:  “Cuando nos enfrentamos a un quiebre, generalmente recurrimos a lo que llamamos “la conversación de juicios personales”. En esta conversación normalmente constituimos aquello que sucedió en un quiebre, aunque suele prolongarse más allá de su constitución, de manera casi espontánea”[29].

 

Como señala Echeverría, para encarar los quiebres declarados, para abrir mundos posibles de articulación de acciones, podemos pedir ayuda. Idealmente, buscaremos que las conversaciones sostenidas lleven a acciones posibles. De esta forma, remataríamos conversando sobre acciones posibles (a futuro): “Cuando no sabemos qué acciones realizar para tratar un quiebre, tenemos la posibilidad de iniciar otro tipo de conversación. A esta le llamamos la conversación para posibles acciones”[30]. Aunque llevaremos una propuesta a las “mesas de conversación” asumiremos la estrategia de pedir asesoría o ayuda para enfrentar juntos (los actores) el quiebre.

 

Sin embargo, hay que prever que cuando tenemos un quiebre puede suceder que “cada vez que iniciamos una conversación para tratar este tema, encontramos que [nuestro interlocutor] reacciona defensivamente, dificultando la conversación”[31]. Ante esto, podemos sostener una “conversación para posibles conversaciones”. “Si la emocionalidad no es la adecuada, por muy adecuado que sea el lenguaje, la conversación no será oportuna. Este es un aspecto que es crucial observar en toda conversación”[32]. Francamente, nuestra expectativa no es llegar a este tipo de conversación sino cerrar con ofertas claras: contemplar así condiciones para la satisfacción de la oferta y un horizonte temporal[33]. Veremos, en la parte siguiente, qué logramos con nuestro diseño intencional de conversaciones.

 

Finalmente, la situación emocional entre los interlocutores se puede referir a la posición que éstos ocupan con respecto a dos tipos de juicios: los de facticidad y los de posibilidad; los juicios de facticidad se refieren a aquello que no se puede cambiar, mientras que los de posibilidad se refieren a lo que podemos cambiar. Los interlocutores pueden oponerse, en el fondo a hechos inevitable (juicios de facticidad, o sobre lo que no se puede cambiar) en cuyo caso se da la actitud del resentimiento, ante una situación como esta se plantea al reto de cambiar su estado emocional. Gracias a Nietzsche, estamos plenamente conscientes de los peligros que aquejan a una sociedad resentida[34]: inversión de todos los valores, dominio de los esclavos sobre los poderosos, etc. Cuando se acepta lo que nos se puede cambiar, se da, en cambio la paz, la tranquilidad en el ánimo. Ante los juicios de posibilidad pueden darse también dos actitudes: o bien nos oponemos a lo que se puede cambiar, y entonces nos resignamos al cambio o aceptamos, con ambición, las perspectivas que abre el cambio. Esto lo podemos ver en el siguiente cuadro:

 

 
Juicios de
 
Facticidad (lo que no podemos cambiar)
Posibilidad (lo que podemos cambiar)
Nos oponemos
Resentimiento
Resignación
Aceptamos
Paz
Ambición

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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[1] “Ésta depende de la racionalidad de los procedimientos conforme a los que se tratan de resolver los problemas -empíricos y teóricos- en la comunidad de investigadores y en la esfera de la ciencia organizada, y problemas práctico-morales en la comunidad de los ciudadanos de un Estado democrático y en el sistema jurídico”. Jürgen Habermas. Pensamiento postmetafísico. p. 45. Ejemplos de este predomino de la racionalidad procedimental, o lo que es lo mismo, del énfasis en la forma como se llega a consensos más que en la materia de los mismos, son la Teoría de la justicia de Rawls y la ética del discurso de Habermas.
[2] Ibid., p. 59-60.
[3] Rafael Echeverría. Ontología del lenguaje, p. 26.
[4] Ibid., p. 27.
[5] Ibid., p. 28.
[6] Ibid., p. 31.
[7] Ibid., p. 33.
[8] Ibid., p. 36.
[9] Ibid., p. 39.
[10] Ibid., p. 45.
[11] Ibid., p. 49-50.
[12] Estas operaciones y sus niveles han sido estudiados ampliamente por Bernard Lonergan en Insight. Cf. sobre todo p. En su Método en teología, Lonergan presenta una versión abreviada de los niveles de conciencia: “different levels of consciousness and intentionality have to be distinguished.... There is the empirical level on which we sense, perceive, imagine, feel, speak, move. There is an intellectual level on which we inquire, come to understand, express what we have understood, work out the presuppositions and implications of our expression. There is the rational level on which we reflect, marshal de evidence, pass judgement on the truth of falsity, certainty or probability, of a statement. There is the responsible level on which we are concerned with ourselves, our own operations, our goals, and so deliberate about possible courses of action, evaluate them, decide, and carry out our decisions”. Method in theology. p. 9. [“.. diferentes niveles de conciencia e intencionalidad deben distinguirse... Hay un nivel empírico en el cual sentimos, percibimos, imaginamos, captamos la realidad, hablamos y movemos. Hay un nivel intelectual en el cual indagamos, llegamos a comprender, expresamos lo comprendido, trabajamos los supuestos e implicaciones de las formas de expresión. Hay un nivel racional en el cual reflexionamos, sopesamos la evidencia, juzgamos sobre la vedad o falsedad, sobre la certeza o probabilidad de una afirmación determinada. Hay un nivel de responsabilidad en el cual estamos ante todo preocupados por nosotros mismos, con nuestras operaciones y  metas y en consecuencia deliberamos acerca de los cursos posibles de acción, los evaluamos, decidimos y llevamos a cabo nuestras decisiones”]. La teoría de los niveles de conciencia de Lonergan es válida también para el proceso hermenéutico: el primer momento es el contacto con los textos, su percepción (a esto corresponde el patrón de la experiencia); el segundo momento es el de la intelección del texto, su comprensión y la expresión de lo comprendido (a esto corresponde el nivel de la inteligencia); el tercer momento es el del juicio racional, mediante el cual se pregunta reflexivamente si lo que comprendimos es verdadero o no (a esto corresponde el nivel racional); finalmente, el momento de la decisión nos lleva a la acción, es aquí donde puede darse la conversión del intérprete con base en lo leído en el texto: es posible que el intérprete decida poner en obra una forma de vida ejemplar (como la de aquellas historias que se leen en los textos edificantes o en las vidas de los mártires).
[13] Rafael Echeverría. Ontología del lenguaje. p. 51.
[14] Ibid., p. 48.
[15] Ibid., p. 59.
[16] Ibid., p. 69.
[17] Ibid., p. 183.
[18] Idem.
[19] Sobre el criterio de factibilidad Cf. Dussel. Ética de la liberación. p. 259 ss. . 
[20] Rafael Echeverría. Op. cit., p. 184.
[21] Ibid., p. 187.
[22] Ibid., p. 217.
[23] Rafael Echeverría. Ontología del Lenguaje. p. 137.
[24] GLU: Glosario sobre la teoría social de Niklas Luhmann. p. 95-
[25] Logos. En Conferencias y artículos. p. 185.
[26] Ibid., p. 186.
[27] Idem.
[28] Las acciones asociadas a las conversaciones para la coordinación de acciones son todos: “Los actos lingüísticos que permiten que surjan nuevas realidades... las peticiones, ofertas, promesas y declaraciones. Una de las formas más efectivas de encarar los quiebres es pedir ayuda”. p. 224.
[29] Ibid., p. 219.
[30] Ibid., p. 226.
[31] Ibid., p. 228.
[32] Ibid., p. 229.
[33] “Como las peticiones y las ofertas son básicamente movimientos de apertura para obtener promesas, comprenden los mismos elementos básicos que hemos identificado en éstas. Incluyen un orador, un oyente, algunas condiciones de satisfacción y un factor tiempo”. Ibid., p. 95.
[34] Al respecto Cf. La genealogía de la moral.

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