ARCHIVOS, BIBLIOTECAS Y FILOSOFÍA
Por Javier Brown César
Octubre 24 de 2002
INTRODUCCIÓN GENERAL
El
11 de septiembre de 2001 cayeron por tierra las Torres Gemelas del World Trade
Center y con ellas, muchos mitos del siglo XX. En algún momento nos
consideramos postmodernos, y con ello pretendimos desterrar algunas ideas al
considerarlas anticuadas o demasiado tradicionales. Pero ahora, la
incertidumbre nos ha hecho su presa y nos deja la pregunta urgente: ¿qué nos
caracteriza a nosotros, archivistas y bibliotecarios del tercer milenio? Y más
allá ¿cuál es la característica principal de este milenio que apenas comienza?
De entrada, podemos señalar algunas tendencias a las que el siglo anterior nos
está empujando: la maquinización creciente de la sociedad, cuyo límite es la automatización
más completa posible; el agotamiento del modelo productivo basado en el uso
preponderante de la fuerza de trabajo humano; la concentración de la población
en megalópolis; la reducción del tamaño de las organizaciones y la tendencia a
la realización de grandes fusiones de empresas constituyéndose así mega
consorcios o mega corporaciones transnacionales; la preponderancia de las
comunicaciones asincrónicas o no simultáneas y la decadencia del trato
interpersonal, del núcleo familiar tradicional y de los lugares tradicionales
de convivencia; la indiferencia de los sistemas sociales hacia las personas, y
el predominio de la video-política y en general, de las imágenes sobre las
ideas.
Pero quizá la tendencia
fundamental de nuestro milenio es la intensidad y rapidez de las
comunicaciones. Si hace más de dos milenios Aristóteles afirmaba que el tamaño
de la ciudad se definía por el alcance de la mirada, ahora podemos decir que el
tamaño del mundo es definido por el alcance de las comunicaciones. Además, el
siglo XX acumuló y produjo más saberes que todos los siglos anteriores. Lo que
ahora define a la sociedad es su red de comunicaciones: la comunicación es el
tema de nuestro tiempo. Pero, ¿dónde estamos ubicados los archivistas y
bibliotecarios? ¿Cuál es nuestra función principal en sociedades urbanas
postindustriales, o sea, en sociedades donde las ciudades son lo más importante
y donde la industria tradicional es secundaria con respecto a los servicios? Si
bien parece claro que no somos industriales, sí es cierto que realizamos
ciertas tareas de manufactura, como por ejemplo, el procesamiento físico de
materiales documentales y la elaboración de catálogos; pero dentro del amplio
espectro de servicios financieros, recreativos, educativos, de salud, etc.
¿Dónde estamos ubicados como profesionistas?
LA IDENTIDAD DE UNA PROFESIÓN
Todavía en el siglo XVIII
los médicos eran un sector con una identidad frágil: su instrumental no era tan
sofisticado y sus recursos analíticos no eran los adecuados. La medicina del
siglo XVIII hablaba acerca de enfermedades causadas por sustancias etéreas
denominadas humores; sin embargo, durante el siglo XX la medicina se consolidó
como profesión y ciencia. Las profesiones actuales no nacieron con patente de
origen: los administradores construyeron gradualmente su ciencia, y también los
ingenieros y los científicos sociales. Todavía a principios del siglo XX, la
ciencia política buscaba su lugar y la sociología trataba de consolidarse. No
nos extrañe a nosotros, archivistas y bibliotecarios, si algunas personas nos
preguntan si nuestra carrera es o no es una profesión. Ninguna carrera de las
que conocemos actualmente, comenzó siendo una profesión: incluso los
administradores públicos se fueron especializando y tuvieron a la mano un
cuerpo teórico congruente y consistente por obra de Bonnin y Von Stein, hasta
bien entrado el siglo XIX.
Las profesiones siguen una
línea evolutiva de la que no parece haber excepciones: inicialmente, son
constituidas como prácticas, esto es oficios que se basan en el conocimiento de
unos pocos expertos, y en una jerarquía donde el aprendiz se encuentra en la
base y el maestro en la cúspide; así pasó con los gremios, formas de agrupación
que preludian los actuales sindicatos e incluso, las asociaciones
profesionales. Después de una fase inicial, netamente empírica, los oficios se
van depurando hasta consolidar un cuerpo teórico que les da sustento y
fundamento. Esta evolución no se da de manera pareja en todos los países y en
todo momento: tiene sus vaivenes y retrocesos. Por ejemplo: en México, los
plomeros, carpinteros, electricistas y zapateros, son considerados como
trabajadores vinculados a un oficio y no como profesionistas, mientras que en
Alemania, estos oficios se han transformado en carreras técnicas para las
cuales se requiere un cierto período de estudio y un título de profesional
técnico para su ejercicio.
Los bibliotecarios y los
archivistas estamos precisamente en un momento de transición: se trata de
profesiones reconocidas como tales, que se encuentran a la búsqueda de una
teoría que las eleve, de manera definitiva, al plano de ciencias. Mi
experiencia es que existe la posibilidad de que, tanto bibliotecarios como
archivistas se desesperen, y a falta de una teoría, busquen fusionarse con
otras profesiones, para así elevar, en apariencia, su status. En un debate que
tuve con profesores y alumnos de la escuela de ciencia bibliotecaria de Queens,
en Nueva York, los maestros señalaban que se está dando una tendencia en las
universidades norteamericanas, consistente en fusionar a la ciencia
bibliotecaria con las ciencias de la comunicación, de la información y con el
periodismo. De esta manera, en lugar de hacer avanzar a la profesión
bibliotecaria, se daría un paso atrás de proporciones probablemente
desastrosas: la tendencia del mundo contemporáneo no es a la unidad sino a la
dispersión, no es al exclusivismo sino al pluralismo, no es a la identificación
sino a la diferenciación creciente. Ya lo decía Herbert Spencer: la evolución
va de lo indiferenciado a lo diferenciado, de lo uno a lo múltiple, de lo
simple a lo complejo.
Si queremos hablar acerca de
evolución en nuestras profesiones, debemos encontrar aquello que nos hace
únicos, aquello que nos justifica como profesionistas y aquello que nos da
sustento como científicos sociales. Ahora hablamos acerca de las sociedades del
conocimiento o de la era de la información, pero debemos preguntarnos, con
cierta urgencia: ¿cuál es nuestro papel en este mundo transfigurado? ¿Somos
acaso productores o consumidores de conocimientos o de informaciones? Y si no
somos ni productores ni consumidores, entonces ¿qué somos? Y aquí
introduciremos una importante precisión conceptual: ni el conocimiento ni la
información se producen, porque ni uno ni otro son cosas. Quien pretende
estudiar al conocimiento o a la información no lo puede hacer, si no considera
a ambos como procesos que dependen, tanto de cosas como de personas.
Ni la información ni el
conocimiento son cosas que existan en el mundo, son procesos que se dan en las
personas. De esta forma, estamos introduciendo una teoría del conocimiento y de
la información que nos dice: conocer es actuar, informarse es algo activo
propio de un sujeto. Ni el conocimiento ni la información pueden entrar ahora
por esta puerta, ni se pueden administrar en inyecciones o en supositorios,
porque no hay forma de encapsularlos. Y a estas alturas alguien me puede decir:
sí, todo esto está muy bien, pero entonces ¿qué hay en los documentos de
archivo y en los libros de biblioteca si en ellos no están ni el conocimiento
ni la información? ¿Qué hay en un libro o en un documento de archivo? La
respuesta es simple, papel y tinta si se trata de impresos, códigos magnéticos
y ópticos si se trata de materiales analógicos o digitales. Nada más, pero
tampoco, nada menos. Un ejemplo: si yo les doy un papiro escrito en chino,
¿quién de ustedes puede comprender lo que ahí se dice? Sólo el que tiene
competencia para hablar en chino, nadie más, por lo tanto, estos papeles sólo
informan a quienes los comprenden y sólo el que es capaz de descifrar el código
puede conocer lo que ahí se dice, para todos los demás, este papiro estará en
chino y no nos dirá nada, salvo que está escrito en chino.
Cuando damos un giro con
estas características, podemos al fin comprender, que si bien las bibliotecas y
los archivos son recintos donde está la memoria cultural de la humanidad, si
nadie puede acceder a esta memoria y comprenderla, casi podemos considerar que
no existe como memoria, sino sólo como deposito de cosas. La memoria se
actualiza en cada momento o deja de ser memoria, quien no puede acceder a la
memoria, pierde el sentido y el legado del pasado. Una humanidad sin memoria
tiene que aprender todo nuevamente, día con día, repitiendo los errores ya
superados. En esto, como en otras ideas, tiene razón Hans George Gadamer,
alumno de Heidegger: la tradición no puede ser sepultada en aras del progreso.
Pero la tradición que iba del todo a las partes para explicar el orden cósmico,
debe ser superada. Es por esto que los archivistas y bibliotecarios debemos
diferenciarnos con claridad de otros profesionistas, identificando nuestro
campo de actuación propio, nuestro objeto de estudio.
LA ESPECIFIDAD DE LAS CIENCIAS ARCHIVÍSTICA Y BIBLIOTECARIA
Durante algunos años, los
archivistas y los bibliotecarios, pero sobre todo los bibliotecarios, hemos
sido seducidos por la idea de que somos profesionales de la información. Nos
han vendido una idea que es radicalmente falsa. Es necesario profundizar en lo
que la información significa, para llegar a la conclusión de que no somos
científicos de la información y que nuestro objeto de estudio no es la
información, sino documentos administrados en sistemas de gestión, que tienen
como fin mediar entre productores y consumidores de materiales documentales.
Hay que empezar con una afirmación contundente: los objetos de estudio y los
intereses de las ciencias archivística y bibliotecaria, por un lado y de las
ciencias de la información, por el otro, son diversos. Las ciencias de la
información tienen objetos diferentes, enfoques y metodologías diferentes a las
de las ciencias archivística y bibliotecaria, por lo que fusionarlas traería
confusión, en lugar de claridad.
Para las ciencias de la
información, el elemento central puede ser llamado dato, esto es, un código
binario, un cero o un uno, un sí o un no, estos elementos nucleares, cuando se
conjuntan con otros, forman unidades con significado; esto es, los códigos
binarios combinados nos conducen a programas, bytes combinados producen
sonidos, imágenes o textos. Para los archivistas y bibliotecarios, las unidades
documentales con significado propio son el elemento central, como parte de una
amplia colección de documentos. El elemento nuclear de las ciencias
archivísticas y bibliotecarias es el documento, en cualquier formato que esté
disponible y con cualquier material que sea elaborado. La revolución
tecnológica y digital no nos ha hecho perder nuestro objeto tradicional de
estudio, simplemente ha diversificado los documentos que podemos encontrar en
archivos y bibliotecas.
Las ciencias archivística y
bibliotecaria se interesan en la forma como los documentos son coleccionados,
organizados y puestos a la mano de determinados usuarios. La teoría general de
los lenguajes binarios es importante para nosotros, ya que ayuda a construir
programas para organizar colecciones, las unidades con significado, como las
oraciones, son de interés para las ciencias archivística y bibliotecaria y para
la teoría de la comunicación y las ciencias informáticas, así como para las
ciencias de los medios masivos (incluido el periodismo), pero confundir estos
intereses bajo una sola ciencia seria aberrante. En consecuencia, debemos
distinguir con claridad entre las siguientes ciencias: las ciencias de la
comunicación, las cuales son el marco general de interés para las diversas
ciencias que estudian aspectos del proceso de la comunicación humana, en el
caso particular de la archivonomía y la biblioteconomía, las ciencias de la
comunicación ofrecen un marco teórico general, para explicar la forma como los
documentos se constituyen en medios de difusión que permiten que emisores y
receptores de mensajes se pongan en contacto unos con otros; la codificación
binaria es el campo privilegiado de interés para la ciencia de las máquinas
basadas en ella, esto es, para la llamada informática; los medios masivos y sus
procesos son el objeto principal de las ciencias de la comunicación y del
periodismo; las ciencias de la información, analizan los procesos subjetivos
mediante los cuales se procesan datos para construir unidades informativas con
significado propio, por lo que requieren elementos de las teorías sociológica y
psicológica para explicar estos procesos; finalmente, la integración,
organización y puesta a disposición de documentos en archivos y bibliotecas es
el centro de interés para las ciencias que se estudian en la ENBA.
Creo que con estas
diferenciaciones nos podemos dar cuenta de los errores en que incurren quienes
pretenden fusionar ciencias con campos de interés distintos, así como de las
falacias en que caen todos aquellos que nos llaman profesionales de la
información. Si un nombre nos podemos dar es el de profesionales de la
administración documental, entendida ésta no como el estudio de documentos en
sí mismos, sino como el estudio de documentos en sistemas de gestión, a los que
tradicionalmente hemos llamado bibliotecas y archivos y que yo prefiero
denominar: sistemas de gestión documental.
LAS CIENCIAS DE LOS SISTEMAS DE GESTIÓN DOCUMENTAL
Sigo sin entender porqué algunos se empeñan en conquistar
un campo colonizado por completo: el de las ciencias de la información. Sea que
nos llamemos científicos o profesionales de la información, no nos damos cuenta
que con este calificativo estamos disputando un campo al que llegamos al final:
ahí están ya los periodistas, los profesionales de los medios masivos e incluso
los ingenieros en informática. Y mientras intentamos cubrir un campo ya
colonizado, para reivindicarlo como nuestra propiedad, perdemos de vista el
hecho de que existe un campo al que ninguna ciencia le ha prestado la debida
atención: el de las ciencias que se encargan de estudiar la forma como los
documentos se organizan en sistemas de gestión documental. No existe, por el
momento, ciencia alguna, ni especialidad que nos dispute este, que es nuestro
campo, con pleno derecho.
Nuestro reto es recorrer
ahora la ruta que nos lleva a descubrir este territorio, hasta el día de hoy,
casi inhóspito y deshabitado. Estamos todavía en el punto medio entre los
oficios, las profesiones y las ciencias, moviéndonos de manera fluida entre
unos y otros, sin atrevernos a cruzar el punto de no regreso, el umbral que nos
haga profesionistas y científicos con pleno derecho. ¿Cómo se hicieron
profesionistas los médicos? Para empezar, dejaron de hablar de humores
abstractos y comenzaron a hablar de enfermedades concretas, de virus y
bacterias, de órganos y sistemas; pero nosotros seguimos buscando explicaciones
abstractas y etéreas en el concepto de información, que es para las profesiones
archivística y bibliotecaria, lo que en su tiempo fueron los humores para la
medicina: el obstáculo que impedía que fueran conscientes de que su objeto de
estudio no son los humores, sino aquello que produce la salud y la enfermedad.
Espero que pronto caigamos en la cuenta de que nuestro campo de estudio no son
las informaciones, sino dilemas como: integrar o no documentos al acervo o
poner o no a disposición de los usuarios determinados documentos. Nuestros
dilemas tienen que ver con la saludable organización de sistemas de
administración de documentos, a la vez eficientes y modernos: la tecnología es
aquí el medio y no el fin. Las computadoras son nuestras aliadas, pero no son
nuestro campo privilegiado de estudio: para eso están los ingenieros; y desde
luego, los ingenieros no saben bien cómo organizar un sistema de gestión
documental: para eso estamos nosotros.
Los sistemas de gestión
documental son un tipo de sistemas sociales de la mayor relevancia para
nuestras sociedades: la economía, el derecho, la política, la educación, la
familia, la religión, el arte y la ciencia, entre otros sistemas, requieren
documentar sus decisiones y necesitan una memoria que les permita mejorar, de
manera constante, sus procesos y servicios. Qué sería de la economía sin
indicadores, qué sería del derecho sin leyes, qué sería de la política sin
consensos escritos, qué sería de la educación sin libros de texto, qué sería de
la familia sin registros fotográficos, videos y cartas, qué sería de la
religión sin libros sagrados, y del arte sin catálogos de obras y de la ciencia
sin publicaciones científicas. Todos los sistemas sociales, en mayor o menor
medida, requieren de sistemas organizados de documentos, para tener memoria de
lo que han sido y para proyectarse de tal manera, que lleguen a ser lo que
están destinados a ser.
¿Qué sería de las empresas y
organizaciones sociales sin archivos, y de las universidades y centros de
investigación sin bibliotecas? Un mundo donde no existen sistemas de gestión
documental es ciertamente un mundo sin memoria, con bajos niveles de cultura y
con una organización política primitiva o casi primitiva: entre mayor sea el
número de bibliotecas en una nación determinada, mayores serán sus
posibilidades para que en ella viva una población culta, educada y con futuro.
Los archivistas y los bibliotecarios estamos en el centro de la sociedad, no
porque seamos el sistema que articule a los demás, sino porque tenemos la
capacidad para organizar la memoria de todos los sistemas sociales y de todas
las organizaciones e instituciones. Esta es nuestra función, ni más, ni menos:
no somos los pedagogos de la sociedad, porque para eso está la educación y
tampoco somos los moralizadores de las personas, porque para eso esta la religión,
pero sí somos los organizadores de los sistemas de documentos que se manejan y
administran en todo el mundo. Nuestra función debería ser clara: debemos
decidir qué documentos integran los acervos, cómo se representan estos
documentos para conformar catálogos y listados, y qué documentos se ponen a
disposición de determinados usuarios.
Podríamos decir que nuestro
universo se conforma: primero, por sistemas de gestión documental, esto es, por
archivos, bibliotecas, centros de documentación e información y centros de
documentación, los cuales son propiamente organizaciones ubicadas en el sector
servicios, no producimos necesariamente documentos primarios, pero sí somos el
puente de unión entre productores y consumidores de documentos, y para ello producimos
documentos secundarios como índices, catálogos, bibliografías y abstracts;
segundo, por documentos que son administrados en sistemas de gestión
documental, para conformar diferentes tipos de acervos, como colecciones de
consulta y de publicaciones periódicas, archivos de correspondencia e
históricos, colecciones de materiales audiovisuales, etc.; tercero, por
usuarios de sistemas de gestión documental, los cuales van ahí para satisfacer
determinadas necesidades de informarse que sólo se pueden satisfacer
consultando documentos u obteniendo cifras o datos basados en documentos;
cuarto, por gestores y facilitadores, esto es, por personal o máquinas, que
desarrollan sus actividades en sistemas de gestión documental y cuya función es
integrar documentos a un acervo, representar estos documentos a un usuario y
poner determinados documentos a su alcance; quinto, por herramientas e
instrumentos, tanto tecnológicos como administrativos, esto es, computadoras
personales, catálogos, sistemas de señalización, fax, módem o correo
electrónico, políticas, procedimientos, manuales, normas, reglamentos,
registros y controles, etc.; finalmente, por proveedores de documentos, que son
todos aquellos que documentan decisiones, investigaciones, noticias,
narraciones o ideas.
Lo que nos distingue de los
centros de información y de las estaciones de radio y televisión es que
nosotros no solamente proporcionamos informes, datos o noticias, sino que
ponemos en contacto a determinados usuarios con documentos que pueden satisfacer
su necesidad por saber o conocer más y mejor, sobre algún tema general o
particular. Las bibliotecas y archivos nacieron con la cultura, su origen es
remoto y se puede vincular con el nacimiento de grandes organizaciones
políticas para las que se requería documentar los recursos del Estado,
contabilizar y administrar tributos, así como documentar logros y avances; sin
duda, en un principio, los primeros archivistas y bibliotecarios eran algo así
como artesanos, pero ahora, con todos los avances científicos y tecnológicos,
el artesano está dando paso al profesionista. De nosotros depende que el
profesionista se haga científico, para de esta manera, posicionar a nuestras
profesiones en el lugar que les corresponde.
Estoy seguro que este nuevo
milenio será testigo del auge sin igual de las profesiones archivística y
bibliotecaria, porque la cantidad de documentos producidos y que se seguirán
produciendo, es de tal magnitud, que sin archivos y bibliotecas y sin
profesionistas capaces de administrarlos, el mundo se volverá cada día más
caótico e ignorante y tendríamos que redescubrir aquello que ya se ha
inventado. Un ser humano sin memoria, tiene que aprender por sí mismo a hablar,
comer, caminar, leer, escribir, y otras competencias ahora consideradas básicas;
no vaya a ser que, por falta de interés científico y de memoria, la humanidad
tenga que descubrir ahora, que lo que pensamos que es nuevo, ya había sido
estudiado y analizado a detalle: si la teoría del caos nos dice que el universo
tiende a su destrucción, la función de la ciencia y de otros sistemas sociales
es reducir la incertidumbre, luchar contra la entropía y reequilibrar a la
sociedad para superar lo previamente logrado; esto es, para evolucionar. Como
dije al principio, la memoria se actualiza al día de hoy, porque todo lo que
existe es el presente. Como dijo Octavio Paz: “Todo es presencia, todos los
siglos son este presente”, el ayer vive en el hoy y nosotros, archivistas y
bibliotecarios, como depositarios y artífices organizadores de la memoria de la
humanidad, tenemos el privilegio de vivir un presente en el que coexiste toda
una historia que sin nosotros, podría quedar en el olvido. Muchas gracias.
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