NUESTRA CANSADA,
POBRE Y SOBREPROTEGIDA DEMOCRACIA
La teoría de la
democracia debe ser repensada completamente. Giovanni Sartori.
Por Javier Brown César
Artículo
originalmente publicado en Palabra
La ya famosa victoria del 2 de julio es sin duda un
parteaguas en la historia política contemporánea, pero su importancia ha sido
valorada con ingenuidad, por decir lo menos. Para muchos, la victoria equivalió
a la democracia plena, para algunos, al final del viejo régimen y para otros,
al inicio de una era de luz y vida plenas. Nada de esto fue instaurado el 2 de
julio, con el voto de los mexicanos. Lo único que se logró fue la alternancia
en el Gobierno Federal, nada más. Magro logro, dirán muchos, extraordinario
logro, dirán otros; seamos mesurados e invitemos a la reflexión sobre lo
logrado y lo mucho que nos falta por lograr para que la democracia no sólo sea
forma sino fondo de nuestra política..
Nuestro punto de partida será la presentación de dos
grandes teorías sobre lo que la democracia es o debe ser: la primera concepción
es meramente descriptiva y se denomina minimalista; la segunda concepción es
fuertemente normativa y se puede denominar perfeccionista. Para ir más allá de
estos extremismos, argumentaremos a favor de una tercera concepción, que será
la que aquí defenderemos y a la que llamaré democracia moderada, a falta de
otro nombre más adecuado[1].
CRÍTICA DE LA CONCEPCIÓN MINIMALISTA
La definición clásica de los minimalistas reza: “la
democracia es el régimen en el que se da la posibilidad de alternancia en el
poder sin derramamiento de sangre”. La definición es mínima, esto significa que
sólo es el punto de partida para una cabal concepción de la democracia, por
ello, limitar la democracia a esta definición puede ser perjudicial. El primer
punto que aquí quisiera remarcar es que la posibilidad de alternancia en el
poder no necesariamente es un sinónimo de democracia plena, sino sólo de un
sistema político altamente tecnificado (Luhmann), en el que se posibilita que
quien antes gobernaba, ahora sea oposición y que quien ahora gobierna, antes
haya sido oposición.
Analicemos por partes la
definición minimalista para obtener un rendimiento máximo de sus ideas
centrales. La alternancia en el poder sin derramamiento de sangre es un logro
de la política civilizada y la mejor alternativa antes quienes defienden medios
violentos para llegar al poder, como crímenes y golpes de Estado, revoluciones
y asonadas. Un componente fundamental de la civilización, o sea, de la vida en
común al interior de la civitas, consiste en la no agresión o como afirman
algunos liberales que son partidarios de la teoría minimalista, en luchar
contra la crueldad[2].
Así, el primer elemento de
la definición minimalista de la democracia consiste en la convivencia pacífica
que se da en torno a eventos electorales. Para que esta convivencia se dé en
paz, se requiere que haya reglas del juego democrático que sean aceptadas y
acatadas por los diversos actores, y que el juego se desarrolle siguiendo las
reglas, sin que existan cláusulas o pactos secretos[3].
Habiendo aceptado las reglas del juego, los ciudadanos requerirán también de la
existencia de partidos competitivos que puedan alternar en el poder, bajo
reglas que garanticen competencia pareja o imparcial para todos. No hay
democracia posible sin un fuerte sistema de partidos, el cual supone al menos
dos partidos políticos con armas suficientes para entrar a la contienda
electoral, garantizándose así que el ganador no será siempre el mismo.
Finalmente, se requiere de
órganos o autoridades electorales imparciales para con los partidos, que
garanticen que los resultados son fieles y que se den condiciones equitativas
en la competencia electoral. Como se puede apreciar, la democracia minimalista
aporta un piso mínimo para consolidar una democracia de tipo plebiscitario o
electoral, pero nada más. Vamos ahora a la crítica de las deficiencias de esta
concepción
Para la definición
minimalista, el ciudadano es el átomo de la democracia, su último reducto. Pero
ni la democracia ni la política son analizables ya de esta forma; por lo menos
desde los tiempos de la teoría sociológica de Talcott Parsons, las personas
deben diferenciarse de los sistemas sociales[4],
ya que los átomos de estos últimos no son personas, sino interacciones entre
personas. Tratar a la persona como átomo de la sociedad equivale a no darle
importancia respecto a los sistemas, a tratarla como engrane o como parte de la
sociedad. Además, desde el punto de vista estricto, la democracia no debería
ser atomizable en términos de personas ni tendría sentido hablar de átomos, sin
antes hablar de la totalidad, a la cual no se le define adecuadamente.
Si la totalidad de la
democracia es para los minimalistas la alternancia pacífica, se pierden de
vista los fines en aras de los medios. La paz para lograr la alternancia y la alternancia
misma son sólo los medios necesarios para el logro de los fines de la
democracia. La democracia como totalidad se define por su entelequia, por el
qué busca[5].
Y aquí es donde hay que ponerle adjetivos. La democracia sin más, no dice
relación a fin alguno, pero la democracia humanista debe estar al servicio de
los fines de las personas, a través de la realización del bien común, si esto
no se da, entonces no tiene sentido luchar por una idea que es contraria a la
tesis que afirma que la persona es el centro de la vida política y que la
política sólo está al servicio de las personas, a través de la gestión en común
del bien común.
En última instancia, el
minimalista deja sin contestar una pregunta crítica: ¿democracia para qué? Si
la respuesta es: para lograr la alternancia en el poder o para sancionar a
nuestros gobernantes, entonces todavía faltan los fines, ya que tanto la
alternancia como las sanciones persiguen fines que no radican en sí mismos: la
alternancia por la alternancia o el castigo por el castigo son perjudiciales.
Ahora bien, si el castigo es el mecanismo y la alternancia es el fin, entonces
¿cuál es el fin de la alternancia? ¿Un mejor gobierno? ¿Y qué significa un
mejor gobierno? Y además ¿un mejor gobierno para qué? ¿Para producir más? ¿Para
acabar con la pobreza? ¿Para promover la ética de la responsabilidad?
Una democracia debe
definirse, desde sus inicios, como un sistema político tecnificado en el que
existen partidos políticos, así como capacidad para organizar periódicamente
elecciones en las que compitan los partidos bajo reglas claras y aceptadas por
todos. Pero si esto es la democracia, entonces estamos ante un régimen que
puede y debe ser superado. La definición minimalista reduce al ciudadano a su
rol de elector, al poder político a sistema de reemplazos institucionalizados,
y a las elecciones a plebiscito de las mayorías.
Pongamos un ejemplo de los
límites de la concepción minimalista: en el caso de que se garantice la
libertad de expresión como componente necesario para informar a los ciudadanos
acerca de sus opciones políticas y para que los ciudadanos hagan uso público de
su razón, habrá deficiencias en la opinión pública política en tanto que ésta
no funcione como fuerza de presión moral y política y mientras que esta
libertad cabal y responsablemente ejercida, no tenga el poder para cambiar las
grandes decisiones.
La libertad de expresión es
contrapeso del poder sólo si se da en un medio plural, en donde se garantiza el
derecho a disentir pero también en el que se tenga la suficiente claridad para
descubrir la estrategia de los manipuladores de medios e informaciones. Los
medios son enemigos de la libertad de expresión si se empeñan en manipular a la
opinión pública, para que piense lo que se quiera y para que se diga lo que ya
se sabe. Además, el compromiso de los medios es con la veracidad, con la
autenticidad y con la rectitud propias de la sana conciencia moral del
ciudadano. Los medios no persiguen la verdad, como lo hace la ciencia, pero
presentan argumentos probables que enriquecen el debate en común de los asuntos
comunes y que apuntalan criterios morales con aspiraciones universales.
MÁS ALLÁ DEL MINIMALISMO
Educar a la ciudadanía para
votar es relativamente sencillo, comparada con la plena formación ciudadana,
que exige que cada uno vaya más allá del propio beneficio para mirar por el
beneficio de otro. Al defender una formación ciudadana integral no queremos
caer en la noción de ciudadano total, porque sabemos que no todos en todo
momento ejercen y están dispuestos y deseosos de ejercer sus derechos
políticos, pero sí significa que la democracia plena exige algo más que votos
esporádicos. Educar para votar es relativamente simple, porque podemos utilizar
el condicionamiento operante de Skinner, completado con información abundante
sobre las opciones políticas y esperar pacientemente los resultados.
La cortesía, el buen trato,
el respeto y la confianza, no se aprenden en las leyes, ni son propias de una
democracia reducida al mínimo. La definición minimalista de la democracia es
sospechosa porque no capacita a los políticos para ganar ni para perder, no les
enseña que al estar abajo deben tener consideración y cierta obediencia, y al
estar arriba deben ser misericordiosos y benévolos. La lógica de la alternancia
es como una rueda de la fortuna en la que unos suben y otros bajan, porque la
democracia es un sistema de alto riesgo en el que hay incertidumbre respecto a
quién va a ser el ganador en las próximas elecciones. Cuando estamos seguros de
quién ganará las próximas elecciones, aún antes de que estas se realicen,
estamos ante un sistema que ha dejado de ser democrático, por lo menos,
provisionalmente Por ahora, se da un precario equilibrio entre los inevitables
arribas y abajos que definen estructuralmente la política contemporánea, pero
es posible que la política futura garantice mayor igualdad y que los de arriba
y los de abajo se encuentren en el medio, aunque desde luego, sería aberrante
que se lograra la igualación total, ya que como dijo Santo Tomás, comentando a
Aristóteles: la máxima unidad destruye la ciudad.
Quienes defendemos
concepciones moderadas, que no perfeccionistas de la democracia, afirmamos que
los minimalistas han señalado algunos elementos mínimos, pero que estos mínimos
no dicen nada acerca de la eficacia de un sistema democrático ni acerca de su
sustentabilidad a largo plazo. Y los minimalistas nos podrán responder: si
estoy dando una definición mínima, no me puedes exigir más. Cierto, pero
entonces el minimalista tiene tres opciones: dejar la definición como está,
bajo el supuesto de que es perfecta y acabada por el resto de los tiempos y que
es válida universalmente o intentar dos estrategias: hacer que esta definición
mínima más pobre o enriquecer la definición mínima. Afirmaremos aquí que la
definición minimalista es el punto de encuentro y de consenso que permite
construir una definición más completa. A esta definición llegaremos al final de
este ensayo, por ahora, presentaremos la contrapartida de las tesis
minimalistas: la democracia propia del perfeccionista.
DEMOCRACIA Y PERFECCIÓN
En el otro extremo de las
concepciones acerca de la democracia, tenemos las ideas de los perfeccionistas.
Para el perfeccionista, la democracia es el régimen ideal, que puede solucionar
absolutamente todos los problemas y quedar bien con todos por igual. La
concepción minimalista y la perfeccionista se parecen en una cuestión
fundamental: para ambos, no hay nada más allá, extrema se tangunt, esto
es, los extremos se tocan.
Balo el ideal perfeccionista la democracia es el sistema
político en el que el gobierno queda bien con todos, porque resuelve los
problemas de todos y porque a todos trata por igual. No está por demás decir
que el perfeccionismo es tan discriminatorio y sesgado como el minimalismo,
porque trata a los iguales como desiguales y a los desiguales como iguales.
Pero además, el perfeccionismo oscila entre el reemplazo constante y la
inmovilidad de las élites, dificultando la formación de una clase política
relativamente estable y eficiente: si la democracia es perfecta entonces todos
debemos tener iguales oportunidades para ganar las próximas elecciones y todos
debemos algún día gobernar, pero también, si los gobernantes lo están haciendo
bien, no hay que cambiarlos, aunque ya se haya cumplido su plazo.
Algunos instrumentos
privilegiados por el perfeccionismo democrático son el referéndum, el
plebiscito y la consulta popular, bajo el supuesto de que todos están
igualmente interesados y que todos deben participar en política en cuanto se
les convoque. El perfeccionista no pregunta si alguien quiere o no participar:
obliga a participar. Aquí, participar se convierte en un fin en sí mismo. El
perfeccionista extremará los supuestos
de la democracia: todos los partidos deben tener los mismos recursos, todos los
ciudadanos deben tener información total, todos queremos la democracia al
estilo perfeccionista. Así, si la democracia supone participación, el
perfeccionista argumentará, bajo la lógica del ciudadano total: todos debemos
participar en política en todo momento[6],
y así, para tomar las decisiones se debe consultar a todos.
La democracia perfeccionista
no admite errores, no da pie al aprendizaje que resulta de omisiones y
descarríos: si alguien se equivoca, debe ser desplazado, vituperado y
despreciado. Pero el perfeccionismo no necesariamente busca el bien común,
antes bien, se preocupa por el bien aparente. Pongamos un ejemplo práctico: en
cuestiones de administración del hogar, la madre perfeccionista se preocupará
por que todo en la casa aparente un bienestar irreal, aunque los cajones de los
muebles estén llenos de polvo y los hijos se hayan ido de la casa; en
apariencia, repetimos, quien llegue a la casa de una madre perfeccionista
percibirá un orden aparente, porque el perfeccionista cuida sobre todo, de la
apariencia.
¿En qué falla el
perfeccionismo? Nada en la vida es perfecto, ni el bien, ni la justicia, ni la
verdad, pero los teóricos del perfeccionismo pretenden que todo aquello que es
causa de desorden debe ser abolido, por ello, si la economía capitalista está
mal es el sistema el que debe reemplazarse, porque ya no puede superarse
(aufgehoben). Por ello, los defensores del perfeccionismo tienen que disfrazar
la realidad imperfecta con decorados teatrales ad hoc. La democracia
perfecta es una fachada y más aún que la democracia minimalista, en la que por
lo menos la casa que vemos es la casa tal como es, porque el minimalisno no
pretende ir más allá de sus humildes y mundanos logros.
El motor de las democracias
perfeccionistas son las utopías. El perfeccionismo exige y desarrolla utopías.
Quizá la más extrema de todas, es la marxista, en la que un día cada quien
recibiría bienes de acuerdo a sus necesidades. Así, el marxista ortodoxo supone
un futuro paradisíaco y perfecto. Recuerdo a un maestro de filosofía que me
preguntaba si era posible una estética marxista. Ante mi perplejidad, él me
decía: la estética marxista es imposible porque si el mundo ha sido liberado de
la dominación y si todo es perfecto y común, ya no hay necesidad de crear nada
nuevo, todo el arte ya está plasmado y sólo existe para ser contemplado. No en
balde, el comunismo que Platón pregona en su diálogo La República es enemigo de
poetas y de la estética progresista. Incluso en su pensamiento tardío, Platón
siguió defendiendo el inmovilismo del arte, como todo buen perfeccionista, bajo
el ideal del egipticianismo de las formas artísticas.
Así, el perfeccionismo
persigue “la realización integral del ideal” democrático. Con lo que se
presenta el riesgo del peligro opuesto, o sea, la paradoja: que la democracia
perfecta llegue a destruir las bases de sí misma. La concepción moderada de la
democracia se conforma con lograr lo que Sartori ha denominado “optimización
satisfactoria”[7] y es
aquí donde va más allá del minimalismo y se queda corta frente al
perfeccionismo. El minimalismo no apunta a una optimización satisfactoria, ya
que ésta es propia de la democracia moderada, el perfeccionismo, por otro lado,
busca el óptimo de Pareto, el cual es poco factible en política, y quizá
también, en economía, tal como lo es el hipotético supuesto del crecimiento con
pleno empleo.
ESCENARIOS DEL CAMBIO
POLÍTICO[8]
Toda apuesta a futuro
depende, de manera estrecha, de la historia y de la situación en la que nos
encontramos en este instante. Nuestra naciente democracia se ubica todavía en
el eje de las transiciones políticas, lo que implica que debemos recorrer un
largo camino si queremos hablar de democracia como sistema de vida y no nada
más como plebiscito esporádico. Sabemos ya, porque se ha dicho hasta el
cansancio, que venimos de un sistema de partido hegemónico, en el que el PRI se
consolidó como partido de Estado; sabemos también que el régimen era
autoritario paternalista y patrimonialista, y que si bien se readaptó de
acuerdo a las cambiantes exigencias democratizadoras, mediante la
liberalización, todavía mantiene componentes que buscan revertir lo logrado.
En un cambio de gobierno,
podemos ubicar varias alternativas: primera, el gobierno cambia pero no cambia
el régimen, esto se puede llamar conservación; segunda, el gobierno cambia y
cambia el régimen gracias a la acción pactada de las élites y a la conformación
de nuevas coaliciones, esto se puede llamar transformación excluyente; tercera,
el gobierno y el régimen cambian al grado romper con la anterior tradición
política, con lo que se modifican radicalmente las reglas, las ideologías, los
motivos, la distribución del poder y las alianzas, esto se puede denominar
ruptura radical; finalmente, si cambia el gobierno y el régimen gracias a un
amplio acuerdo que incluya a las denominadas bases o a sus representantes
estaremos ante una transformación incluyente. ¿Cuál de estos escenarios del
cambio político es el más adecuado para México?
Vayamos por partes
descartando escenarios para llegar a la opción más viable. ¿Cuáles son las variables cruciales que nos
permiten analizar los cambios políticos? Para muchos minimalistas o para
aquellos que reducen la política a administración, los cambios políticos se
reflejan necesariamente en variables cuantitativas, como el crecimiento en el
Producto Interno Bruto. El argumento común es que si se da la alternancia, la
economía debe crecer. Con esto se supone que la causa necesaria y suficiente
para votar por otro partido es el desarrollo económico, con lo que se defiende
la siguiente tesis implícita: los más perjudicados por el bajo crecimiento son
quienes votarán por un partido diferente al que gobierna ¿Es esto cierto?
Quizá la tesis tenga un
sesgo de verdad, pero en última instancia incurre en un reduccionismo
arbitrario. Es posible que la alternancia, per se, no garantice salir de
una crisis económica y es posible que sí lo haga, todo depende del contexto. En
última instancia, el crecimiento del Producto Interno Bruto es signo de un
gobierno eficiente que puede o no ser democrático. Sin embargo, más adelante
argumentaremos que el crecimiento económico hace más atractivo a un régimen
determinado y que por ende, una condición necesaria para la sustentabilidad de
la democracia, es el crecimiento en la economía. Pero dejaremos para después
estas consideraciones, con el fin de introducir variables típicamente
políticas.
Suponemos que el cambio
político se reflejará necesariamente en: la posición del gobierno de la
alternancia con respecto al viejo régimen, el reemplazo de las élites, los
niveles de movilización social, el cambio en las reglas del poder y la
implementación de nuevas políticas (véase cuadro número 1). Vayamos ahora por
partes, analizando cada escenario.
CUADRO 1
VARIABLES Y ESCENARIOS DEL
CAMBIO POLÍTICO
|
|||||
VARIABLES
|
TIPOS DE CAMBIO POLÍTICO
|
||||
CONSERVACIÓN
|
RUPTURA RADICAL
|
CAMBIO GRADUAL
|
TRANSFORMACIÓN
EXCLUYENTE
|
TRANSFORMACIÓN
INCLUYENTE
|
|
POSICIÓN DEL NUEVO
GOBIERNO RESPECTO AL VIEJO RÉGIMEN
|
Ausencia de crítica,
asimilación del viejo proyecto
|
Distanciamiento total
respecto del viejo proyecto
|
Valoración positiva de
los logros y negativa de las carencias
|
Distanciamiento
crítico-propositivo
|
Distanciamiento
crítico-propositivo
|
REEMPLAZO DE ÉLITES
|
Casi nulo (sólo en la
cúpula)
|
Total reemplazo de
élites
|
Reemplazo parcial de
élites
|
Reemplazo gradual y
escalonado de élites
|
Reemplazo gradual en la
fase inicial con posterior renovación de la burocracia
|
NIVEL DE MOVILIZACIÓN
SOCIAL
|
Nula
|
Manipulada a través de
la coacción, la ideología y la fuerza
|
Escasa
|
Escasa
|
Intensa
|
CAMBIO EN EL RÉGIMEN
|
Nulo
|
Escenario de
incertidumbre dura
|
Mínimo
|
Incremental al
principio del proceso e intensivo a partir de las fase intermedia
|
Incremental al
principio del proceso e intensivo a partir de las fase intermedia
|
IMPLEMENTACIÓN DE
NUEVAS POLÍTICAS
|
Apoyo casi total de la
burocracia
|
Desde arriba, de manera
autoritaria
|
Negociada entre élites
|
Desde arriba a la
manera autoritaria
|
Negociada entre los
diversos actores mediante un acuerdo
nacional
|
En la conservación, el
gobierno de la alternancia decide censurar la crítica hacia el viejo régimen y
asimilar su proyecto de gobierno. Ante esta estrategia política de renuncia a
la búsqueda de un nuevo proyecto, la más prudente es conservar las viejas
estructuras, no movilizar a la sociedad e incluso reprimir cualquier intento de
movilización que ponga en cuestión al viejo régimen. Debido a los imperativos
de la conservación, las reglas del poder político bajo las cuales se ejerce la
autoridad se mantienen y se implementan políticas públicas que aprovechan la
inercia de la burocracia. La conservación no parece ser un escenario adecuado
para sistemas políticos que transitan del autoritarismo a la democracia. Antes
bien, la conservación es el escenario ideal cuando no se da la alternancia y
cuando el gobierno anterior fue exitoso.
La ruptura radical es un
escenario de cambio político que al parecer sólo puede darse a través de la
violencia directa en el corto plazo y estructural en el largo plazo. Las
grandes revoluciones y los movimientos de independencia se mueven en la lógica
de este escenario. Para que la ruptura sea radical se requiere un
distanciamiento total respecto de los proyectos del viejo régimen, el reemplazo
total de las élites y la manipulación de la sociedad para lograr apoyo al
movimiento revolucionario o independentista. En este escenario, se dan altos
niveles de incertidumbre: muchas cosas pueden pasar en los días de la
Revolución y una vez instaurado un nuevo régimen, puede haber una implementación
autoritaria de nuevas políticas exitosas o se puede dar una caída estrepitosa.
En última instancia, muchas rupturas radicales no se sostienen sin altos
niveles de represión, los cuales implican costos políticos muy altos, que
incluso se reflejan en la pérdida de vidas humanas y en el extremo, en
prácticas genocidas y/o xenofóbicas.
En el cambio gradual, la
posición del nuevo gobierno respecto del viejo régimen es ambivalente: algunos
aspectos del viejo proyecto serán valorados positivamente y otros no, en
función de las preferencias, prioridades y percepciones del gobierno en turno.
El reemplazo de élites es parcial y se dan pocos intentos para promover la
movilización de la sociedad. El cambio en el régimen es mínimo y esto obedece
usualmente a pactos secretos con el viejo régimen que hacen que las políticas
públicas tengan que negociarse con los actores tradicionales. El cambio gradual
es el escenario típico de las transiciones que buscan desterrar la violencia y
la coacción como medios de cambio político. Quienes se mueven bajo la lógica
del cambio gradual buscan quedar bien tanto con los actores del viejo régimen
como con los actores que presionan a favor de cambios importantes: a unos les
garantizan sus espacios de poder y para los otros, promueven políticas públicas
negociadas de bajo impacto, que puedan dar la impresión de que se está haciendo
algo nuevo.
En los escenarios de
transformación, el nuevo gobierno se distancia críticamente del proyecto del
viejo régimen, se dan reemplazos graduales en las élites, así como cambios
incrementales que se van intensificando conforme se avanza en la consolidación
de las nuevas reglas del juego político. La diferencia crítica entre ambos
escenarios es que en la transformación excluyente, la implementación de las
políticas se da bajo prácticas autoritarias con muy escasa movilización de la
sociedad, mientras que en la transformación incluyente, la movilización de la
sociedad para negociar nuevas políticas entre nuevos actores es absolutamente
crítica. La transformación excluyente, cuando se transita desde un régimen
autoritario hacia la democracia plena, es un obstáculo para la plena
democratización, porque mantiene prácticas autoritarias en el medio de una
sociedad que busca mayor democracia.
Como el lector podrá deducir
a estas alturas, defendemos el escenario de transformación incluyente como el
más viable para México por las siguientes razones: primera, dado que se
transita desde un sistema político autoritario, es necesario cambiar las reglas
del régimen para poder operar políticas, elecciones y tomar decisiones bajo un
nuevo modelo democrático; segunda, debido a que el viejo régimen, lo que se
llama la nomenklatura, acecha desde las diversas posiciones y grupos de poder,
parece necesario renovar las élites gobernantes de manera gradual pero decidida
hasta lograr reemplazos escalonados y casi totales con el fin de desmontar las
redes de poder que prevalecen y para impedir que la nomenklatura tome por
asalto el poder en la siguiente oportunidad que se presente; tercera, dadas las
aspiraciones de un pueblo que se decidió por la alternancia, es necesario hacer
atractiva la democracia, promoviendo una mayor participación en donde se debe
promover, y movilizando mayores recursos y apoyos sociales con el fin de lograr
un amplio acuerdo nacional que renueve a México; sin acuerdo, nuevo pacto,
nueva Constitución o nueva coalición, difícilmente se aporta el elemento
simbólico cultural necesario para satisfacer expectativas, cumplir aspiraciones
y promover nuevos objetivos políticos bajo un proyecto de Nación de unidad.
¿DÓNDE ESTAMOS AHORA Y HACIA
DÓNDE DEBEMOS IR?
Hemos argumentado que la
transformación incluyente es una opción viable para consolidar nuestra naciente
democracia. Pero ¿dónde estamos ahora? Nuestras variables nos dan el punto
exacto en que se mueve la política mexicana: en lo que respecta a la posición
del gobierno actual respecto del viejo régimen hemos constatado una separación
tibia, un deslinde gradual y poca crítico, esto nos ubicaría en el cambio gradual
con riesgo de conservación; en lo que respecta al reemplazo de élites, si bien
hubo movimientos en el gabinete desde el inicio del sexenio, la administración
pública está casi intacta, los directores de primer nivel y muchos mandos
medios mantienen sus posiciones:, el gobierno actual ha apostado por la
conservación de las viejas estructuras operativas; en lo que respecta a la
movilización social, ésta ha fluctuado entre la nula, la escasa, y la
participación manipulada por las diversas fuerzas políticas; así, el cambio de
régimen es mínimo, con posibilidades de regresión, mientras que la
implementación de las políticas tiene el apoyo de la burocracia y se da bajo el
modelo autoritario.
En síntesis, nos movemos en
la incertidumbre de dos escenarios que nada ayudan a la consolidación de la
democracia: en muchos aspectos hay conservación de viejas prácticas y
estructuras y en otros hay cambios graduales; sin embargo, la conservación
parece ganarle el paso al cambio gradual. Pero esto no es lo preocupante, en
una prospectiva a futuro de nuestro posible éxito democrático, la conservación
permitirá obtener resultados muy modestos en las diversas esferas y arenas de
actuación del gobierno, mientras que el cambio gradual no producirá tampoco
cambios significativos. Apostar por uno de estos dos escenarios equivale a la
renuncia por satisfacer las aspiraciones de un pueblo y significa dos palabras
y una consecuencia, las dos palabras son, expectativas defraudadas y la
consecuencia es: pérdida de confianza en el actual gobierno.
Aquí estamos, si vemos las
cosas con sobriedad y sin apasionamientos vanos. ¿Hacia dónde queremos ir? Si
preguntamos al ciudadano qué quiere de la democracia, nos dirá algo como esto:
mejores y más honestos gobernantes, más dinero en el bolsillo, más seguridad,
mejores servicios, menos burocracia, menos trámites, diputados que no falten a
sesiones, gobernadores y presidentes municipales comprometidos con las
necesidades de la ciudadanía, políticos más sensibles, menos corrupción, menos paros,
más prestaciones, mejores salarios, policías menos corruptos, etc. Y en todo
esto ¿qué puede aportar la democracia? ¿Qué es, en última instancia, lo que
debe aportar la democracia? ¿Cuál es su valor agregado, su plus
político? ¿Por qué es preferible al totalitarismo?
Desde el punto de vista
estrictamente económico, es posible defender la tesis de que en el largo plazo
las democracias suelen ser más eficaces para lograr el crecimiento que los
regímenes totalitarios; sin embargo, en el corto plazo, los regímenes
totalitarios pueden ser sumamente eficaces, como fue el caso de la Unión
Soviética, en los tiempos de los primeros planes quinquenales. La democracia
aporta un plus en materia económica porque atiende más al interés de los
diversos grupos organizados en torno a mercados específicos que los sistemas
totalitarios, los cuales desmontan el sistema de intereses propios del mercado
en aras de un interés supuestamente total. La falla del totalitarismo radica en
parte, en su perfeccionismo mesiánico.
Pero lo que debería
garantizar una democracia no es sólo mayor crecimiento económico, porque en
sistemas injustos, dicho crecimiento se distribuye de manera muy desigual.
Ahora bien, la pregunta crítica es: siendo la democracia una forma de gobierno
que garantiza la distribución del poder y no su concentración, ¿acaso puede ser
que la política y la economía se guíen bajo supuestos diferentes; esto es, si
la política democrática garantiza el reparto del poder, acaso la economía
democrática también debería garantizar el reparto de la riqueza. ¿Es
conciliable la democracia política con la dictadura económica? Los
perfeccionistas dirían que la democracia económica debe ser el reflejo fiel y
puntual de la democracia política, pero nuestra posición moderada nos exige ser
cautos
Introduciré en este lugar
los criterios para apuntar la concepción moderada de la democracia. El centro
de nuestras reflexiones será la idea de que si bien la razón es una y puede
canalizar sus esfuerzos a la vida teórica o a la vida práctica, es posible
distinguir tres enfoques valorativos que son válidos tanto en los aspectos
teóricos, como en los prácticos como en los teórico-prácticos, que son los que
más nos interesan por constituir la médula de la política.
Es posible hablar de tres grandes
enfoques valorativos o paradigmas, con sus respectivos instrumentos: el enfoque
técnico, el enfoque civilizatorio y el enfoque cultural. Nuestra concepción de
la democracia será integral, sin que estos signifique que defendemos el
perfeccionismo, antes bien, debido a que reconocemos los límites del entender y
del actuar humanos, sabemos que en todo razonamiento y en toda acción se puede
aspirar siempre a algo mejor. La vida humana plena no es una esfera cerrada y
acabada, definida de una vez por todas, es una construcción cotidiana que nunca
llega a la perfección deseada.
Primera tesis: la definición
minimalista de la democracia asume como supuestos aspectos fundamentales de los
instrumentos técnicos y civilizatorios de la política, pero no va más allá. El
voto es un instrumento meramente técnico de la democracia, y aquí está su
límite claro. Sin embargo, los minimalistas y otros sostienen que el voto es de
por sí civilizatorio, con lo cual disentimos. El voto es un instrumento técnico
porque entra en un sistema de contabilidad generalizado destinado a definir
mayorías bajo criterios imparciales y objetivos. La organización de las
elecciones en las democracias trata de apegarse a criterios que son
eminentemente científicos, e incluso, la
idea de un ciudadano un voto es una regla meramente técnica, basada en el ideal
del voto censatario. La consideración de por quién se ha de votar es, si bien
nos va, de carácter técnico y muy usualmente desciende al nivel de los
sentimientos y pasiones cuyas razones, como dice Pascal, no comprende bien
nuestra razón.
El instrumento civilizatorio
típico de una democracia minimalista es la ley. La observancia de la ley no es
una cuestión técnica: aunque muchas cuestiones legales se deciden técnicamente,
cumplir la ley es un deber civilizatorio, o sea, que permite convivir al
interior de la civitas. Si bien el núcleo de los paradigmas instrumentales son
las consideraciones cuantitativas y los criterios costo/beneficio y
objetivos/logros, los paradigmas civilizatorios buscan, sobre todo, la
convivencia ordenada al interior de un grupo determinado. Así, la ley es el
instrumento que induce a la civilidad y que excluye de la categoría de
ciudadanía a los incivilizados. Sin ley o sin normas mínimas de convivencia, no
es posible garantizar estabilidad en las cooperaciones sociales, como mínimo, y
desde luego, el ideal de la solidaridad se hace añicos.
Segunda tesis: la concepción
moderada de la democracia que aquí defendemos, si bien supone el logro de los
elementos instrumentales y civilizatorios propios de la concepción minimalista,
exige un fuerte componente cultural. Con esto no pretendemos reducir democracia
a cultura política, pero consideramos fundamental introducir el paradigma
cultural como una forma de ir más allá de la democracia liberal que en estos
momentos predomina en los “países desarrollados”. El paradigma cultural de la
democracia supone formas de vida en que las personas puedan actualizar sus
potencialidades, y si bien se basa en la libertad de coacción típica de toda
democracia civilizada, requiere además un compromiso personal con la
auto-superación y con la liberación de las ataduras cerradas del yo. La madurez
es necesaria para la democracia, porque el mayor descentramiento del yo tiende
a volver menos egoístas a las personas y más orientadas a la auto-promoción que
a la auto-satisfacción y la auto-gratificación.
El paradigma cultural de la
democracia exige calidad a sus ciudadanos: calidad cívica, moral, intelectual,
espiritual. También exige una concepción integral de la política como arte del
buen gobierno cuyo fin es el logro del bien común. Lo que falta en las
concepciones minimalistas es el fin de la democracia, este fin lo aporta el
paradigma cultural. Por ello, la democracia que defendemos no debe atentar
contra los fines de una sola persona, porque si así lo hace, el bien que busca
deja de ser deseable y deja de ser común. Nuestro paradigma exige ir más allá
de los criterios numéricos que garantizan la alternancia, porque estos
criterios son insuficientes, entre otras cosas, porque las democracias
contemporáneas no son gobernadas por el mayor número sino por el menor. Así,
los votos de las mayorías deberían garantizar la calidad del menor número, la
nobleza humana y la capacidad y vocación de servicio de los que gobiernan, pero
no lo hacen en la práctica.
La democracia debe ser más
igualitaria so pena de convertirse en dictadura disfrazada. Un problema central
de la democracia es la libertad, pero esta no puede lograrse sin calidad
ciudadana y la calidad ciudadana no puede lograrse si amplios sectores de la
población quedan al margen de los beneficios culturales y de las posibilidades
para ser mejores que la cultura ofrece. Lo que Tocqueville observó en su obra La
democracia en América es de sumo interés para nosotros: si bien se daban
instrumentos técnicos y civilizatorios, la democracia norteamericana se
apuntaló gracias al elemento cultural, a que la democracia vivía con fuerza en
las pequeñas comunidades y así, pudo ampliarse hasta convertirse en régimen[9].
Pero la erosión de los supuestos culturales de la democracia norteamericana ha
sido evidente y se refleja en los niveles de segregación de los grupos de
inmigrantes y en los niveles de neurosis en las grandes ciudades. Estados
Unidos ha dejado de ser lo que era para Tocqueville, para convertirse en el
modelo típico de democracia minimalista que encubre una tiranía. Este es el
riesgo de las concepciones minimalistas: llamar democracias a las seudo
democracias.
Pasemos a las definiciones:
la democracia es un régimen político en el que, gracias a la calidad ciudadana,
es posible cambiar las élites que gobiernan por élites emergentes, cuyo
gobierno se basa en la proximidad con el ciudadano y es expresión y garantía de
la dignidad de la persona y de las comunidades humanas. La democracia debe
tender a un igualitarismo proporcional a la dignidad propia de la persona, el
cual sólo puede garantizarse vía políticas sociales redistributivas del
ingreso, a través de bienes y servicios públicos accesibles en términos
preferenciales a ciertos grupos sociales. En la democracia ideal, la riqueza
excesiva es imposible, porque ésta supone siempre engaño, manipulación u otras
estratagemas que deberían desterrarse de los gobiernos democráticos. Y con esto
apuntamos a un último elemento, en la democracia, la ley tiene un valor general
y una prioridad absoluta sobre las preferencias e intereses individuales o
grupales. La democracia plena vive ahora en el Estado de derecho cabalmente
entendido.
La teoría moderada es normativa:
dice lo que la democracia debe ser, no se limita a describir lo que las
democracias actuales son. La descripción de la realidad nos permite señalar los
límites y las carencias, las injusticias y los males, pero sólo una teoría
normativa nos puede señalar el camino hacia lo mejor. La optimización
satisfactoria no busca la perfección absoluta del régimen, y tampoco niega los
altos ideales, señala sólo la forma como la concepción minimalista puede
ampliarse. Si todos estamos de acuerdo en que la democracia es esto y no lo
otro, entonces tenemos el punto de referencia para decir: la democracia también
nos puede llevar a esto. La concepción minimalista no supone nada en términos
de performatividad, no da por sentado que las democracias deban ser eficientes
pero la concepción moderada sí. Si una democracia no es eficiente desde el
punto de vista de las policies (las políticas públicas), entonces debe ser
mejorada o reemplazada por algún otro régimen: una democracia ineficiente es un
régimen lamentable, aunque cumpla con las condiciones mínimas, y precisamente
por este conformismo, es deficiente. La definición minimalista es conformista,
conservadora y limitativa.
LOS RETOS DE LA DEMOCRACIA
MODERADA
Ya habíamos presentado una
visión normativa de lo que aquí llamamos democracia moderada[10],
retomaremos algunos de sus componentes fundamentales para señalar algunos retos
de nuestra sobreprotegida, pobre y ya cansada democracia. Nuestra primera
consideración fundamental es que la democracia necesita demócratas y que los
demócratas se forman. La democracia no es resultado de la conjunción de genes
sino de procesos culturales y de instituciones y comunidades en las que se vive
la forma de vida democrática. ¿Quién está educado para la democracia? Aquel que
además de exigir derechos cumple sus obligaciones, aquel que practica la
libertad con responsabilidad y que asume las consecuencias de sus actos. Un
gobierno democrático es un gobierno responsivo, que da la cara y que asume,
junto con los beneficios, los costos de sus acciones.
Como los límites de un
sistema democrático están definidos por la voz de entrada y de salida
(Hirschman), o sea, por la comunicación en su doble vía: del gobierno a la
ciudadanía y de la ciudadanía al gobierno, la capacidad de participar es ante
todo posibilidad de comunicar; el que no comunica no participa. Ser parte de la
vida democrática no significa sólo asistir a reuniones o mítines, la presencia
no basta, porque se puede estar presente en cuerpo y ausente en espíritu, es
necesario comunicar, durante o después del evento. La eficacia de un sistema
democrático radica en la capacidad de generar puntos de encuentro en los que se
pueda dar la comunicación y reflexión de la sociedad en el sistema político.
El cambio en la cultura
cívica es otro aspecto fundamental para la consolidación de la democracia como
forma de vida. Es ya un lugar común hablar acerca de la necesidad de transitar
de una cultura de súbditos a una de ciudadanos participativos (según la
tipología de Almond y Verba). Una ciudadanía activa y competente, crítica y
propositiva es lo que necesitan las democracias, porque un sistema como éste
debe autocorregirse constantemente -sólo los perfeccionistas negarían esta
posibilidad-; la democracia exige incorporar, como parámetro, la capacidad de
aprendizaje. Y más allá, la democracia se basa en una conciencia moral
universalista, que dé pie al pluralismo moderado y que se base en la
productivización del disenso. En términos discursivos, la democracia es un
sistema que institucionaliza el diálogo y por ende, requiere la doble vía que
ya mencionamos. Pero el diálogo democrático no es un fin en sí mismo, es el
medio que los demócratas se dan para luchar en pro del bien común: el diálogo
permite negociar y acordar en común aquellos bienes, servicios e instituciones,
que deben ser comunes.
El reconocimiento y defensa
decididos de los derechos humanos, como prerrogativas de la persona es una de
las luchas permanentes de la democracia. En los sistemas democráticos la ley
debe cumplirse, pero además debe ser universal, esto es, no debe discriminar;
los derechos especiales atentan contra la igualdad compleja propia de las
democracias. La ley es el componente civilizatorio mínimo de los sistemas
democráticos cuyo complemento necesario es la recta conciencia moral de los
ciudadanos. Hay que anotar que el ideal del Estado de derecho es noble pero
insuficiente, no basta que las leyes sean observadas, es fundamental que estas
leyes sean justas en dos niveles: que permitan transacciones equitativas entre
iguales y que redistribuyan recursos en función de la necesaria igualdad
proporcional. Si estas dos condiciones no se dan, el derecho queda trunco y
reducido a su aspecto legalista: el derecho debe complementarse con la moral
pública, la cual asume un compromiso irrenunciable con los intercambios justos
y con las distribuciones proporcionales.
El problema de los
intercambios justos y de las distribuciones proporcionales pone sobre la mesa
el criterio normativo más exigente: las democracias no prosperan sin una fuerte
clase media y por ende, la riqueza y la pobreza excesivas, además de ofensivas,
son condiciones estructurales que desmontan gradualmente la cultura y las
instituciones democráticas. La democracia debe tender a la moderación, tanto en
el ejercicio y distribución del poder, como en el comercio y la distribución de
la riqueza: la democracia minimalista no impide que la economía y la política
sean esferas de vida dominadas por el afán de lucro, al contrario, promueve
este modelo bajo la lógica del elitismo competitivo.
El poder y la riqueza deben
distribuirse ampliamente: la democracia cabal exige un cambio en las relaciones
gobierno-ciudadanía, bajo un modelo en el que el gobierno sea el súbdito y el
pueblo el soberano, el gobierno debe ser responsivo y transparente, con
políticas públicas democráticas, en cuya gestión participen aquellos que tienen
que participar. La relación gobierno gobernados debe ser lo más directa posible
a partir de mecanismos de representación y gestoría que acerquen y no alejen.
En política los costos de transacción aumentan de manera muy similar a como lo
hacen en economía: si entre el productor y el consumidor se dan numerosas redes
de intermediación, los costos de las mercancías aumentan injustamente, ya que
los productores no reciben lo justo y los consumidores no pagan lo conveniente;
en un sistema de intermediación extendido, las ganancias mayores se quedan en
los intermediarios, quienes usualmente son sólo vividores que desangran los
recursos públicos y vuelven ineficiente la distribución de los beneficios. Los
costos de transacción democráticos deben minimizarse con el fin de abolir el
oportunismo de los intermediarios vividores.
Además, la democracia
moderada exige movilidad en las élites y no necesariamente alternancia y esta
es una corrección central a la teoría minimalista. Es posible que dos partidos
ganen alternativamente las elecciones, pero también es posible que se dé el
desplazamiento de élites de un partido a otro; así, la alternancia no
garantizaría necesariamente la movilidad de las élites, sino que sólo
justificaría el siguiente argumento: como un partido ganó antes y ahora ganó
otro partido, hay democracia; y sin embargo, las élites pueden ser las mismas.
Inclusive con dos partidos, la alternancia puede darse entre una élite y otra,
y así, nuevas élites ajenas a ambos partidos son marginadas. Desde el punto de
vista de las élites, suponemos que las cúpulas democráticamente electas deben
operar su reemplazo constante. Una democracia en la que dos élites centrales se
alternan en el poder ad infinitum es, en el fondo, una tiranía
disfrazada.
Al abatir los costos de la intermediación política, se
fortalecen los vínculos solidarios ciudadanos, y se promueven redes de trabajo
ciudadano eficaz. Si bien el gobierno no es responsable de hacer todo ni de
resolver todos los problemas, sí debe poner las condiciones para que la
iniciativa solidaria de los particulares rinda frutos. Los emprendedores no
sólo abren empresas, también inician movimientos sociales fundamentales para la
democratización de los sistemas políticos. La lucha contra los intermediarios
impulsa el cambio en las instituciones para lograr una administración pública
más eficiente.
Para la posición moderada,
la consolidación de la democracia no es un asunto que sólo se pueda resolver en
las urnas: votar por el partido de la alternancia equivale sólo a dar un bono
de confianza al nuevo gobierno y no necesariamente al logro de la democracia
plena (que no perfecta). La plenitud democrática no es tal, si no se da la
calidad ciudadana: si se cae en la indiferencia, el conformismo, la apatía, la
mediocridad y el cinismo. La democracia es un sistema de gobierno y de vida que
debe proponer nuevos ideales de gobierno al servicio de cada una de las
personas. La plenitud de la democracia se dará en la medida en que cada
ciudadano pueda desplegar sus potencialidades al máximo: la auténtica
democracia es gobierno al servicio de cada persona.
PARA CONCLUIR
He aquí el índice para medir
la eficacia de una democracia: tomemos al individuo que está en la peor
situación en cuanto a recursos políticos, económicos y culturales, este
individuo será el parámetro de nuestra nueva democracia, si en cuestión de
derechos políticos, sociales y económicos es libre y responsable, si puede
vivir bien y desarrollarse en conjunto con otros, si es capaz de influir en el
gobierno y si cree que algún día puede gobernar, entonces estaremos cerca del
ideal, pero si esta persona vaga por las calles viendo pisoteados sus derechos,
si es constantemente marginado y segregado, entonces todavía falta mucho por
hacer. Nuestra democracia es tan pobre como el más pobre de los mexicanos, tan
cansada como los niveles de abstencionismo que se dan en las elecciones, y
sobreprotegida en la medida en que se siga dando un déficit de acuerdos, que
nos inspiren y convoquen para construir una patria ordenada y generosa y una
vida mejor y más digna para todos; como decía Gómez Morin: “la democracia es
expresión y garantía de la dignidad de la persona y de las comunidades
humanas”, y nosotros agregamos, porque si esto no es así, entonces no vale la
pena luchar por ella.
[1] Dahl
ha sugerido el nombre de poliarquía, para un sistema político que garantiza un
conjunto amplio de derechos y en el que prevalecen el debate público y la
participación; bajo los supuestos de Dahl, el poder político estaría
distribuido y desconcentrado a diferencia de lo que sucede en la monarquía. La
democracia moderada que aquí se propone supone el modelo de Dahl, pero va más
allá al postular el compromiso del sistema político con la persona humana.
[2] Esta
la tesis expuesta por Richard Rorty.
[3] En su
Paz perpetua, Kant considera como condición para ésta la no existencia de
cláusulas secretas entre las naciones. En el caso de la democracia, como
alternancia pacífica, debe exigirse la misma situación: la no existencia de
cláusulas, arreglos o pactos secretos.
[4] Así
por ejemplo: Talcott Parsons y Edward a Shils. Toward a general theory of action. New York , Harper, 1951. p. 55 ss. et passim.
[5] La
vinculación totalidad entelequia es una idea central en el pensamiento de
Driesch.
[6] Cf.
esta descripción de Duverger del militante en un partido comunista: “El partido
exige de él toda una actividad política mucho más intensa. Todos los días, en
su fábrica o en su taller, debe militar en el cuadro de la célula, es decir,
difundir entre sus camaradas de trabajo las consignas del partido, comentarles
los textos esenciales… mantener su ardor reivindicativo… Lo mismo sucede con su
tiempo libre: una gran parte está absorbido por las reuniones del partido, del
sindicato o de organismos anexos… lo que queda está organizado gracias a los
cuidados del partido… el partido penetra también en su vida familiar… No hay distinción entre la vida pública y la
vida privada: no hay más que una vida dedicada al partido. Así se define el
partido totalitario”. Los partidos políticos, México, Fondo de Cultura
Económica, p. 146 Y más adelante Duverger agrega: “El verdadero totalitarismo
es espiritual”. p. 147.
[8] Cf.
Javier Brown César. “Escenarios y dimensiones del cambio educativo” En Bien
común y gobierno. No. 79, julio de 2001, p. 45-59.
[9]
Javier Brown César. “Tocqueville y la construcción de la democracia”, en Bien
común y gobierno. No. 52, marzo de 1999. p. 16.
[10]
Javier Brown César. “La práctica de la democracia”, en Bien común y gobierno.
No. 45, agosto de 1998. p. 35-44.
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