martes, 18 de febrero de 2014

Nuestra cansada, pobre y sobreprotegida democracia


NUESTRA CANSADA, POBRE Y SOBREPROTEGIDA DEMOCRACIA


 

La teoría de la democracia debe ser repensada completamente. Giovanni Sartori.

 

Por Javier Brown César


 

Artículo originalmente publicado en Palabra

 
La ya famosa victoria del 2 de julio es sin duda un parteaguas en la historia política contemporánea, pero su importancia ha sido valorada con ingenuidad, por decir lo menos. Para muchos, la victoria equivalió a la democracia plena, para algunos, al final del viejo régimen y para otros, al inicio de una era de luz y vida plenas. Nada de esto fue instaurado el 2 de julio, con el voto de los mexicanos. Lo único que se logró fue la alternancia en el Gobierno Federal, nada más. Magro logro, dirán muchos, extraordinario logro, dirán otros; seamos mesurados e invitemos a la reflexión sobre lo logrado y lo mucho que nos falta por lograr para que la democracia no sólo sea forma sino fondo de nuestra política..
 
Nuestro punto de partida será la presentación de dos grandes teorías sobre lo que la democracia es o debe ser: la primera concepción es meramente descriptiva y se denomina minimalista; la segunda concepción es fuertemente normativa y se puede denominar perfeccionista. Para ir más allá de estos extremismos, argumentaremos a favor de una tercera concepción, que será la que aquí defenderemos y a la que llamaré democracia moderada, a falta de otro nombre más adecuado[1].
 
CRÍTICA DE LA CONCEPCIÓN MINIMALISTA
 
La definición clásica de los minimalistas reza: “la democracia es el régimen en el que se da la posibilidad de alternancia en el poder sin derramamiento de sangre”. La definición es mínima, esto significa que sólo es el punto de partida para una cabal concepción de la democracia, por ello, limitar la democracia a esta definición puede ser perjudicial. El primer punto que aquí quisiera remarcar es que la posibilidad de alternancia en el poder no necesariamente es un sinónimo de democracia plena, sino sólo de un sistema político altamente tecnificado (Luhmann), en el que se posibilita que quien antes gobernaba, ahora sea oposición y que quien ahora gobierna, antes haya sido oposición.
 
Analicemos por partes la definición minimalista para obtener un rendimiento máximo de sus ideas centrales. La alternancia en el poder sin derramamiento de sangre es un logro de la política civilizada y la mejor alternativa antes quienes defienden medios violentos para llegar al poder, como crímenes y golpes de Estado, revoluciones y asonadas. Un componente fundamental de la civilización, o sea, de la vida en común al interior de la civitas, consiste en la no agresión o como afirman algunos liberales que son partidarios de la teoría minimalista, en luchar contra la crueldad[2].
 
Así, el primer elemento de la definición minimalista de la democracia consiste en la convivencia pacífica que se da en torno a eventos electorales. Para que esta convivencia se dé en paz, se requiere que haya reglas del juego democrático que sean aceptadas y acatadas por los diversos actores, y que el juego se desarrolle siguiendo las reglas, sin que existan cláusulas o pactos secretos[3]. Habiendo aceptado las reglas del juego, los ciudadanos requerirán también de la existencia de partidos competitivos que puedan alternar en el poder, bajo reglas que garanticen competencia pareja o imparcial para todos. No hay democracia posible sin un fuerte sistema de partidos, el cual supone al menos dos partidos políticos con armas suficientes para entrar a la contienda electoral, garantizándose así que el ganador no será siempre el mismo.

 

Finalmente, se requiere de órganos o autoridades electorales imparciales para con los partidos, que garanticen que los resultados son fieles y que se den condiciones equitativas en la competencia electoral. Como se puede apreciar, la democracia minimalista aporta un piso mínimo para consolidar una democracia de tipo plebiscitario o electoral, pero nada más. Vamos ahora a la crítica de las deficiencias de esta concepción

 

Para la definición minimalista, el ciudadano es el átomo de la democracia, su último reducto. Pero ni la democracia ni la política son analizables ya de esta forma; por lo menos desde los tiempos de la teoría sociológica de Talcott Parsons, las personas deben diferenciarse de los sistemas sociales[4], ya que los átomos de estos últimos no son personas, sino interacciones entre personas. Tratar a la persona como átomo de la sociedad equivale a no darle importancia respecto a los sistemas, a tratarla como engrane o como parte de la sociedad. Además, desde el punto de vista estricto, la democracia no debería ser atomizable en términos de personas ni tendría sentido hablar de átomos, sin antes hablar de la totalidad, a la cual no se le define adecuadamente.

 

Si la totalidad de la democracia es para los minimalistas la alternancia pacífica, se pierden de vista los fines en aras de los medios. La paz para lograr la alternancia y la alternancia misma son sólo los medios necesarios para el logro de los fines de la democracia. La democracia como totalidad se define por su entelequia, por el qué busca[5]. Y aquí es donde hay que ponerle adjetivos. La democracia sin más, no dice relación a fin alguno, pero la democracia humanista debe estar al servicio de los fines de las personas, a través de la realización del bien común, si esto no se da, entonces no tiene sentido luchar por una idea que es contraria a la tesis que afirma que la persona es el centro de la vida política y que la política sólo está al servicio de las personas, a través de la gestión en común del bien común. 

 

En última instancia, el minimalista deja sin contestar una pregunta crítica: ¿democracia para qué? Si la respuesta es: para lograr la alternancia en el poder o para sancionar a nuestros gobernantes, entonces todavía faltan los fines, ya que tanto la alternancia como las sanciones persiguen fines que no radican en sí mismos: la alternancia por la alternancia o el castigo por el castigo son perjudiciales. Ahora bien, si el castigo es el mecanismo y la alternancia es el fin, entonces ¿cuál es el fin de la alternancia? ¿Un mejor gobierno? ¿Y qué significa un mejor gobierno? Y además ¿un mejor gobierno para qué? ¿Para producir más? ¿Para acabar con la pobreza? ¿Para promover la ética de la responsabilidad?

 

Una democracia debe definirse, desde sus inicios, como un sistema político tecnificado en el que existen partidos políticos, así como capacidad para organizar periódicamente elecciones en las que compitan los partidos bajo reglas claras y aceptadas por todos. Pero si esto es la democracia, entonces estamos ante un régimen que puede y debe ser superado. La definición minimalista reduce al ciudadano a su rol de elector, al poder político a sistema de reemplazos institucionalizados, y a las elecciones a plebiscito de las mayorías.

 

Pongamos un ejemplo de los límites de la concepción minimalista: en el caso de que se garantice la libertad de expresión como componente necesario para informar a los ciudadanos acerca de sus opciones políticas y para que los ciudadanos hagan uso público de su razón, habrá deficiencias en la opinión pública política en tanto que ésta no funcione como fuerza de presión moral y política y mientras que esta libertad cabal y responsablemente ejercida, no tenga el poder para cambiar las grandes decisiones.

 

La libertad de expresión es contrapeso del poder sólo si se da en un medio plural, en donde se garantiza el derecho a disentir pero también en el que se tenga la suficiente claridad para descubrir la estrategia de los manipuladores de medios e informaciones. Los medios son enemigos de la libertad de expresión si se empeñan en manipular a la opinión pública, para que piense lo que se quiera y para que se diga lo que ya se sabe. Además, el compromiso de los medios es con la veracidad, con la autenticidad y con la rectitud propias de la sana conciencia moral del ciudadano. Los medios no persiguen la verdad, como lo hace la ciencia, pero presentan argumentos probables que enriquecen el debate en común de los asuntos comunes y que apuntalan criterios morales con aspiraciones universales.

 

MÁS ALLÁ DEL MINIMALISMO

 

Educar a la ciudadanía para votar es relativamente sencillo, comparada con la plena formación ciudadana, que exige que cada uno vaya más allá del propio beneficio para mirar por el beneficio de otro. Al defender una formación ciudadana integral no queremos caer en la noción de ciudadano total, porque sabemos que no todos en todo momento ejercen y están dispuestos y deseosos de ejercer sus derechos políticos, pero sí significa que la democracia plena exige algo más que votos esporádicos. Educar para votar es relativamente simple, porque podemos utilizar el condicionamiento operante de Skinner, completado con información abundante sobre las opciones políticas y esperar pacientemente los resultados.

 

La cortesía, el buen trato, el respeto y la confianza, no se aprenden en las leyes, ni son propias de una democracia reducida al mínimo. La definición minimalista de la democracia es sospechosa porque no capacita a los políticos para ganar ni para perder, no les enseña que al estar abajo deben tener consideración y cierta obediencia, y al estar arriba deben ser misericordiosos y benévolos. La lógica de la alternancia es como una rueda de la fortuna en la que unos suben y otros bajan, porque la democracia es un sistema de alto riesgo en el que hay incertidumbre respecto a quién va a ser el ganador en las próximas elecciones. Cuando estamos seguros de quién ganará las próximas elecciones, aún antes de que estas se realicen, estamos ante un sistema que ha dejado de ser democrático, por lo menos, provisionalmente Por ahora, se da un precario equilibrio entre los inevitables arribas y abajos que definen estructuralmente la política contemporánea, pero es posible que la política futura garantice mayor igualdad y que los de arriba y los de abajo se encuentren en el medio, aunque desde luego, sería aberrante que se lograra la igualación total, ya que como dijo Santo Tomás, comentando a Aristóteles: la máxima unidad destruye la ciudad.

 

Quienes defendemos concepciones moderadas, que no perfeccionistas de la democracia, afirmamos que los minimalistas han señalado algunos elementos mínimos, pero que estos mínimos no dicen nada acerca de la eficacia de un sistema democrático ni acerca de su sustentabilidad a largo plazo. Y los minimalistas nos podrán responder: si estoy dando una definición mínima, no me puedes exigir más. Cierto, pero entonces el minimalista tiene tres opciones: dejar la definición como está, bajo el supuesto de que es perfecta y acabada por el resto de los tiempos y que es válida universalmente o intentar dos estrategias: hacer que esta definición mínima más pobre o enriquecer la definición mínima. Afirmaremos aquí que la definición minimalista es el punto de encuentro y de consenso que permite construir una definición más completa. A esta definición llegaremos al final de este ensayo, por ahora, presentaremos la contrapartida de las tesis minimalistas: la democracia propia del perfeccionista.

 

DEMOCRACIA Y PERFECCIÓN

 

En el otro extremo de las concepciones acerca de la democracia, tenemos las ideas de los perfeccionistas. Para el perfeccionista, la democracia es el régimen ideal, que puede solucionar absolutamente todos los problemas y quedar bien con todos por igual. La concepción minimalista y la perfeccionista se parecen en una cuestión fundamental: para ambos, no hay nada más allá, extrema se tangunt, esto es, los extremos se tocan.

 

Balo el ideal perfeccionista la democracia es el sistema político en el que el gobierno queda bien con todos, porque resuelve los problemas de todos y porque a todos trata por igual. No está por demás decir que el perfeccionismo es tan discriminatorio y sesgado como el minimalismo, porque trata a los iguales como desiguales y a los desiguales como iguales. Pero además, el perfeccionismo oscila entre el reemplazo constante y la inmovilidad de las élites, dificultando la formación de una clase política relativamente estable y eficiente: si la democracia es perfecta entonces todos debemos tener iguales oportunidades para ganar las próximas elecciones y todos debemos algún día gobernar, pero también, si los gobernantes lo están haciendo bien, no hay que cambiarlos, aunque ya se haya cumplido su plazo.

 

Algunos instrumentos privilegiados por el perfeccionismo democrático son el referéndum, el plebiscito y la consulta popular, bajo el supuesto de que todos están igualmente interesados y que todos deben participar en política en cuanto se les convoque. El perfeccionista no pregunta si alguien quiere o no participar: obliga a participar. Aquí, participar se convierte en un fin en sí mismo. El perfeccionista extremará  los supuestos de la democracia: todos los partidos deben tener los mismos recursos, todos los ciudadanos deben tener información total, todos queremos la democracia al estilo perfeccionista. Así, si la democracia supone participación, el perfeccionista argumentará, bajo la lógica del ciudadano total: todos debemos participar en política en todo momento[6], y así, para tomar las decisiones se debe consultar a todos. 

 

La democracia perfeccionista no admite errores, no da pie al aprendizaje que resulta de omisiones y descarríos: si alguien se equivoca, debe ser desplazado, vituperado y despreciado. Pero el perfeccionismo no necesariamente busca el bien común, antes bien, se preocupa por el bien aparente. Pongamos un ejemplo práctico: en cuestiones de administración del hogar, la madre perfeccionista se preocupará por que todo en la casa aparente un bienestar irreal, aunque los cajones de los muebles estén llenos de polvo y los hijos se hayan ido de la casa; en apariencia, repetimos, quien llegue a la casa de una madre perfeccionista percibirá un orden aparente, porque el perfeccionista cuida sobre todo, de la apariencia.

 

¿En qué falla el perfeccionismo? Nada en la vida es perfecto, ni el bien, ni la justicia, ni la verdad, pero los teóricos del perfeccionismo pretenden que todo aquello que es causa de desorden debe ser abolido, por ello, si la economía capitalista está mal es el sistema el que debe reemplazarse, porque ya no puede superarse (aufgehoben). Por ello, los defensores del perfeccionismo tienen que disfrazar la realidad imperfecta con decorados teatrales ad hoc. La democracia perfecta es una fachada y más aún que la democracia minimalista, en la que por lo menos la casa que vemos es la casa tal como es, porque el minimalisno no pretende ir más allá de sus humildes y mundanos logros.

 

El motor de las democracias perfeccionistas son las utopías. El perfeccionismo exige y desarrolla utopías. Quizá la más extrema de todas, es la marxista, en la que un día cada quien recibiría bienes de acuerdo a sus necesidades. Así, el marxista ortodoxo supone un futuro paradisíaco y perfecto. Recuerdo a un maestro de filosofía que me preguntaba si era posible una estética marxista. Ante mi perplejidad, él me decía: la estética marxista es imposible porque si el mundo ha sido liberado de la dominación y si todo es perfecto y común, ya no hay necesidad de crear nada nuevo, todo el arte ya está plasmado y sólo existe para ser contemplado. No en balde, el comunismo que Platón pregona en su diálogo La República es enemigo de poetas y de la estética progresista. Incluso en su pensamiento tardío, Platón siguió defendiendo el inmovilismo del arte, como todo buen perfeccionista, bajo el ideal del egipticianismo de las formas artísticas.

 

Así, el perfeccionismo persigue “la realización integral del ideal” democrático. Con lo que se presenta el riesgo del peligro opuesto, o sea, la paradoja: que la democracia perfecta llegue a destruir las bases de sí misma. La concepción moderada de la democracia se conforma con lograr lo que Sartori ha denominado “optimización satisfactoria”[7] y es aquí donde va más allá del minimalismo y se queda corta frente al perfeccionismo. El minimalismo no apunta a una optimización satisfactoria, ya que ésta es propia de la democracia moderada, el perfeccionismo, por otro lado, busca el óptimo de Pareto, el cual es poco factible en política, y quizá también, en economía, tal como lo es el hipotético supuesto del crecimiento con pleno empleo.

 

ESCENARIOS DEL CAMBIO POLÍTICO[8]

 

Toda apuesta a futuro depende, de manera estrecha, de la historia y de la situación en la que nos encontramos en este instante. Nuestra naciente democracia se ubica todavía en el eje de las transiciones políticas, lo que implica que debemos recorrer un largo camino si queremos hablar de democracia como sistema de vida y no nada más como plebiscito esporádico. Sabemos ya, porque se ha dicho hasta el cansancio, que venimos de un sistema de partido hegemónico, en el que el PRI se consolidó como partido de Estado; sabemos también que el régimen era autoritario paternalista y patrimonialista, y que si bien se readaptó de acuerdo a las cambiantes exigencias democratizadoras, mediante la liberalización, todavía mantiene componentes que buscan revertir lo logrado.

 

En un cambio de gobierno, podemos ubicar varias alternativas: primera, el gobierno cambia pero no cambia el régimen, esto se puede llamar conservación; segunda, el gobierno cambia y cambia el régimen gracias a la acción pactada de las élites y a la conformación de nuevas coaliciones, esto se puede llamar transformación excluyente; tercera, el gobierno y el régimen cambian al grado romper con la anterior tradición política, con lo que se modifican radicalmente las reglas, las ideologías, los motivos, la distribución del poder y las alianzas, esto se puede denominar ruptura radical; finalmente, si cambia el gobierno y el régimen gracias a un amplio acuerdo que incluya a las denominadas bases o a sus representantes estaremos ante una transformación incluyente. ¿Cuál de estos escenarios del cambio político es el más adecuado para México?

 

Vayamos por partes descartando escenarios para llegar a la opción más viable.  ¿Cuáles son las variables cruciales que nos permiten analizar los cambios políticos? Para muchos minimalistas o para aquellos que reducen la política a administración, los cambios políticos se reflejan necesariamente en variables cuantitativas, como el crecimiento en el Producto Interno Bruto. El argumento común es que si se da la alternancia, la economía debe crecer. Con esto se supone que la causa necesaria y suficiente para votar por otro partido es el desarrollo económico, con lo que se defiende la siguiente tesis implícita: los más perjudicados por el bajo crecimiento son quienes votarán por un partido diferente al que gobierna ¿Es esto cierto?

 

Quizá la tesis tenga un sesgo de verdad, pero en última instancia incurre en un reduccionismo arbitrario. Es posible que la alternancia, per se, no garantice salir de una crisis económica y es posible que sí lo haga, todo depende del contexto. En última instancia, el crecimiento del Producto Interno Bruto es signo de un gobierno eficiente que puede o no ser democrático. Sin embargo, más adelante argumentaremos que el crecimiento económico hace más atractivo a un régimen determinado y que por ende, una condición necesaria para la sustentabilidad de la democracia, es el crecimiento en la economía. Pero dejaremos para después estas consideraciones, con el fin de introducir variables típicamente políticas.

 

Suponemos que el cambio político se reflejará necesariamente en: la posición del gobierno de la alternancia con respecto al viejo régimen, el reemplazo de las élites, los niveles de movilización social, el cambio en las reglas del poder y la implementación de nuevas políticas (véase cuadro número 1). Vayamos ahora por partes, analizando cada escenario.

 

CUADRO 1
VARIABLES Y ESCENARIOS DEL CAMBIO POLÍTICO
VARIABLES
TIPOS DE CAMBIO POLÍTICO
CONSERVACIÓN
RUPTURA RADICAL
CAMBIO GRADUAL
TRANSFORMACIÓN EXCLUYENTE
TRANSFORMACIÓN INCLUYENTE
POSICIÓN DEL NUEVO GOBIERNO RESPECTO AL VIEJO RÉGIMEN
Ausencia de crítica, asimilación del viejo proyecto               
Distanciamiento total respecto del viejo proyecto
Valoración positiva de los logros y negativa de las carencias
Distanciamiento crítico-propositivo
Distanciamiento crítico-propositivo
REEMPLAZO DE ÉLITES
Casi nulo (sólo en la cúpula)
Total reemplazo de élites
Reemplazo parcial de élites
Reemplazo gradual y escalonado de élites
Reemplazo gradual en la fase inicial con posterior renovación de la burocracia
NIVEL DE MOVILIZACIÓN SOCIAL
Nula
Manipulada a través de la coacción, la ideología y la fuerza
Escasa
Escasa
Intensa
CAMBIO EN EL RÉGIMEN
Nulo
Escenario de incertidumbre dura
Mínimo
Incremental al principio del proceso e intensivo a partir de las fase intermedia
Incremental al principio del proceso e intensivo a partir de las fase intermedia
IMPLEMENTACIÓN DE NUEVAS POLÍTICAS
Apoyo casi total de la burocracia
Desde arriba, de manera autoritaria
Negociada entre élites
Desde arriba a la manera autoritaria
Negociada entre los diversos actores  mediante un acuerdo nacional

 

En la conservación, el gobierno de la alternancia decide censurar la crítica hacia el viejo régimen y asimilar su proyecto de gobierno. Ante esta estrategia política de renuncia a la búsqueda de un nuevo proyecto, la más prudente es conservar las viejas estructuras, no movilizar a la sociedad e incluso reprimir cualquier intento de movilización que ponga en cuestión al viejo régimen. Debido a los imperativos de la conservación, las reglas del poder político bajo las cuales se ejerce la autoridad se mantienen y se implementan políticas públicas que aprovechan la inercia de la burocracia. La conservación no parece ser un escenario adecuado para sistemas políticos que transitan del autoritarismo a la democracia. Antes bien, la conservación es el escenario ideal cuando no se da la alternancia y cuando el gobierno anterior fue exitoso.

 

La ruptura radical es un escenario de cambio político que al parecer sólo puede darse a través de la violencia directa en el corto plazo y estructural en el largo plazo. Las grandes revoluciones y los movimientos de independencia se mueven en la lógica de este escenario. Para que la ruptura sea radical se requiere un distanciamiento total respecto de los proyectos del viejo régimen, el reemplazo total de las élites y la manipulación de la sociedad para lograr apoyo al movimiento revolucionario o independentista. En este escenario, se dan altos niveles de incertidumbre: muchas cosas pueden pasar en los días de la Revolución y una vez instaurado un nuevo régimen, puede haber una implementación autoritaria de nuevas políticas exitosas o se puede dar una caída estrepitosa. En última instancia, muchas rupturas radicales no se sostienen sin altos niveles de represión, los cuales implican costos políticos muy altos, que incluso se reflejan en la pérdida de vidas humanas y en el extremo, en prácticas genocidas y/o xenofóbicas.

 

En el cambio gradual, la posición del nuevo gobierno respecto del viejo régimen es ambivalente: algunos aspectos del viejo proyecto serán valorados positivamente y otros no, en función de las preferencias, prioridades y percepciones del gobierno en turno. El reemplazo de élites es parcial y se dan pocos intentos para promover la movilización de la sociedad. El cambio en el régimen es mínimo y esto obedece usualmente a pactos secretos con el viejo régimen que hacen que las políticas públicas tengan que negociarse con los actores tradicionales. El cambio gradual es el escenario típico de las transiciones que buscan desterrar la violencia y la coacción como medios de cambio político. Quienes se mueven bajo la lógica del cambio gradual buscan quedar bien tanto con los actores del viejo régimen como con los actores que presionan a favor de cambios importantes: a unos les garantizan sus espacios de poder y para los otros, promueven políticas públicas negociadas de bajo impacto, que puedan dar la impresión de que se está haciendo algo nuevo.

 

En los escenarios de transformación, el nuevo gobierno se distancia críticamente del proyecto del viejo régimen, se dan reemplazos graduales en las élites, así como cambios incrementales que se van intensificando conforme se avanza en la consolidación de las nuevas reglas del juego político. La diferencia crítica entre ambos escenarios es que en la transformación excluyente, la implementación de las políticas se da bajo prácticas autoritarias con muy escasa movilización de la sociedad, mientras que en la transformación incluyente, la movilización de la sociedad para negociar nuevas políticas entre nuevos actores es absolutamente crítica. La transformación excluyente, cuando se transita desde un régimen autoritario hacia la democracia plena, es un obstáculo para la plena democratización, porque mantiene prácticas autoritarias en el medio de una sociedad que busca mayor democracia.

 

Como el lector podrá deducir a estas alturas, defendemos el escenario de transformación incluyente como el más viable para México por las siguientes razones: primera, dado que se transita desde un sistema político autoritario, es necesario cambiar las reglas del régimen para poder operar políticas, elecciones y tomar decisiones bajo un nuevo modelo democrático; segunda, debido a que el viejo régimen, lo que se llama la nomenklatura, acecha desde las diversas posiciones y grupos de poder, parece necesario renovar las élites gobernantes de manera gradual pero decidida hasta lograr reemplazos escalonados y casi totales con el fin de desmontar las redes de poder que prevalecen y para impedir que la nomenklatura tome por asalto el poder en la siguiente oportunidad que se presente; tercera, dadas las aspiraciones de un pueblo que se decidió por la alternancia, es necesario hacer atractiva la democracia, promoviendo una mayor participación en donde se debe promover, y movilizando mayores recursos y apoyos sociales con el fin de lograr un amplio acuerdo nacional que renueve a México; sin acuerdo, nuevo pacto, nueva Constitución o nueva coalición, difícilmente se aporta el elemento simbólico cultural necesario para satisfacer expectativas, cumplir aspiraciones y promover nuevos objetivos políticos bajo un proyecto de Nación de unidad.

 

¿DÓNDE ESTAMOS AHORA Y HACIA DÓNDE DEBEMOS IR?

 

Hemos argumentado que la transformación incluyente es una opción viable para consolidar nuestra naciente democracia. Pero ¿dónde estamos ahora? Nuestras variables nos dan el punto exacto en que se mueve la política mexicana: en lo que respecta a la posición del gobierno actual respecto del viejo régimen hemos constatado una separación tibia, un deslinde gradual y poca crítico, esto nos ubicaría en el cambio gradual con riesgo de conservación; en lo que respecta al reemplazo de élites, si bien hubo movimientos en el gabinete desde el inicio del sexenio, la administración pública está casi intacta, los directores de primer nivel y muchos mandos medios mantienen sus posiciones:, el gobierno actual ha apostado por la conservación de las viejas estructuras operativas; en lo que respecta a la movilización social, ésta ha fluctuado entre la nula, la escasa, y la participación manipulada por las diversas fuerzas políticas; así, el cambio de régimen es mínimo, con posibilidades de regresión, mientras que la implementación de las políticas tiene el apoyo de la burocracia y se da bajo el modelo autoritario.

 

En síntesis, nos movemos en la incertidumbre de dos escenarios que nada ayudan a la consolidación de la democracia: en muchos aspectos hay conservación de viejas prácticas y estructuras y en otros hay cambios graduales; sin embargo, la conservación parece ganarle el paso al cambio gradual. Pero esto no es lo preocupante, en una prospectiva a futuro de nuestro posible éxito democrático, la conservación permitirá obtener resultados muy modestos en las diversas esferas y arenas de actuación del gobierno, mientras que el cambio gradual no producirá tampoco cambios significativos. Apostar por uno de estos dos escenarios equivale a la renuncia por satisfacer las aspiraciones de un pueblo y significa dos palabras y una consecuencia, las dos palabras son, expectativas defraudadas y la consecuencia es: pérdida de confianza en el actual gobierno.

 

Aquí estamos, si vemos las cosas con sobriedad y sin apasionamientos vanos. ¿Hacia dónde queremos ir? Si preguntamos al ciudadano qué quiere de la democracia, nos dirá algo como esto: mejores y más honestos gobernantes, más dinero en el bolsillo, más seguridad, mejores servicios, menos burocracia, menos trámites, diputados que no falten a sesiones, gobernadores y presidentes municipales comprometidos con las necesidades de la ciudadanía, políticos más sensibles, menos corrupción, menos paros, más prestaciones, mejores salarios, policías menos corruptos, etc. Y en todo esto ¿qué puede aportar la democracia? ¿Qué es, en última instancia, lo que debe aportar la democracia? ¿Cuál es su valor agregado, su plus político? ¿Por qué es preferible al totalitarismo?

 

Desde el punto de vista estrictamente económico, es posible defender la tesis de que en el largo plazo las democracias suelen ser más eficaces para lograr el crecimiento que los regímenes totalitarios; sin embargo, en el corto plazo, los regímenes totalitarios pueden ser sumamente eficaces, como fue el caso de la Unión Soviética, en los tiempos de los primeros planes quinquenales. La democracia aporta un plus en materia económica porque atiende más al interés de los diversos grupos organizados en torno a mercados específicos que los sistemas totalitarios, los cuales desmontan el sistema de intereses propios del mercado en aras de un interés supuestamente total. La falla del totalitarismo radica en parte, en su perfeccionismo mesiánico.

 

Pero lo que debería garantizar una democracia no es sólo mayor crecimiento económico, porque en sistemas injustos, dicho crecimiento se distribuye de manera muy desigual. Ahora bien, la pregunta crítica es: siendo la democracia una forma de gobierno que garantiza la distribución del poder y no su concentración, ¿acaso puede ser que la política y la economía se guíen bajo supuestos diferentes; esto es, si la política democrática garantiza el reparto del poder, acaso la economía democrática también debería garantizar el reparto de la riqueza. ¿Es conciliable la democracia política con la dictadura económica? Los perfeccionistas dirían que la democracia económica debe ser el reflejo fiel y puntual de la democracia política, pero nuestra posición moderada nos exige ser cautos

 

Introduciré en este lugar los criterios para apuntar la concepción moderada de la democracia. El centro de nuestras reflexiones será la idea de que si bien la razón es una y puede canalizar sus esfuerzos a la vida teórica o a la vida práctica, es posible distinguir tres enfoques valorativos que son válidos tanto en los aspectos teóricos, como en los prácticos como en los teórico-prácticos, que son los que más nos interesan por constituir la médula de la política.

 

Es posible hablar de tres grandes enfoques valorativos o paradigmas, con sus respectivos instrumentos: el enfoque técnico, el enfoque civilizatorio y el enfoque cultural. Nuestra concepción de la democracia será integral, sin que estos signifique que defendemos el perfeccionismo, antes bien, debido a que reconocemos los límites del entender y del actuar humanos, sabemos que en todo razonamiento y en toda acción se puede aspirar siempre a algo mejor. La vida humana plena no es una esfera cerrada y acabada, definida de una vez por todas, es una construcción cotidiana que nunca llega a la perfección deseada.

 

Primera tesis: la definición minimalista de la democracia asume como supuestos aspectos fundamentales de los instrumentos técnicos y civilizatorios de la política, pero no va más allá. El voto es un instrumento meramente técnico de la democracia, y aquí está su límite claro. Sin embargo, los minimalistas y otros sostienen que el voto es de por sí civilizatorio, con lo cual disentimos. El voto es un instrumento técnico porque entra en un sistema de contabilidad generalizado destinado a definir mayorías bajo criterios imparciales y objetivos. La organización de las elecciones en las democracias trata de apegarse a criterios que son eminentemente  científicos, e incluso, la idea de un ciudadano un voto es una regla meramente técnica, basada en el ideal del voto censatario. La consideración de por quién se ha de votar es, si bien nos va, de carácter técnico y muy usualmente desciende al nivel de los sentimientos y pasiones cuyas razones, como dice Pascal, no comprende bien nuestra razón.

 

El instrumento civilizatorio típico de una democracia minimalista es la ley. La observancia de la ley no es una cuestión técnica: aunque muchas cuestiones legales se deciden técnicamente, cumplir la ley es un deber civilizatorio, o sea, que permite convivir al interior de la civitas. Si bien el núcleo de los paradigmas instrumentales son las consideraciones cuantitativas y los criterios costo/beneficio y objetivos/logros, los paradigmas civilizatorios buscan, sobre todo, la convivencia ordenada al interior de un grupo determinado. Así, la ley es el instrumento que induce a la civilidad y que excluye de la categoría de ciudadanía a los incivilizados. Sin ley o sin normas mínimas de convivencia, no es posible garantizar estabilidad en las cooperaciones sociales, como mínimo, y desde luego, el ideal de la solidaridad se hace añicos.

 

Segunda tesis: la concepción moderada de la democracia que aquí defendemos, si bien supone el logro de los elementos instrumentales y civilizatorios propios de la concepción minimalista, exige un fuerte componente cultural. Con esto no pretendemos reducir democracia a cultura política, pero consideramos fundamental introducir el paradigma cultural como una forma de ir más allá de la democracia liberal que en estos momentos predomina en los “países desarrollados”. El paradigma cultural de la democracia supone formas de vida en que las personas puedan actualizar sus potencialidades, y si bien se basa en la libertad de coacción típica de toda democracia civilizada, requiere además un compromiso personal con la auto-superación y con la liberación de las ataduras cerradas del yo. La madurez es necesaria para la democracia, porque el mayor descentramiento del yo tiende a volver menos egoístas a las personas y más orientadas a la auto-promoción que a la auto-satisfacción y la auto-gratificación.

 

El paradigma cultural de la democracia exige calidad a sus ciudadanos: calidad cívica, moral, intelectual, espiritual. También exige una concepción integral de la política como arte del buen gobierno cuyo fin es el logro del bien común. Lo que falta en las concepciones minimalistas es el fin de la democracia, este fin lo aporta el paradigma cultural. Por ello, la democracia que defendemos no debe atentar contra los fines de una sola persona, porque si así lo hace, el bien que busca deja de ser deseable y deja de ser común. Nuestro paradigma exige ir más allá de los criterios numéricos que garantizan la alternancia, porque estos criterios son insuficientes, entre otras cosas, porque las democracias contemporáneas no son gobernadas por el mayor número sino por el menor. Así, los votos de las mayorías deberían garantizar la calidad del menor número, la nobleza humana y la capacidad y vocación de servicio de los que gobiernan, pero no lo hacen en la práctica.

 

La democracia debe ser más igualitaria so pena de convertirse en dictadura disfrazada. Un problema central de la democracia es la libertad, pero esta no puede lograrse sin calidad ciudadana y la calidad ciudadana no puede lograrse si amplios sectores de la población quedan al margen de los beneficios culturales y de las posibilidades para ser mejores que la cultura ofrece. Lo que Tocqueville observó en su obra La democracia en América es de sumo interés para nosotros: si bien se daban instrumentos técnicos y civilizatorios, la democracia norteamericana se apuntaló gracias al elemento cultural, a que la democracia vivía con fuerza en las pequeñas comunidades y así, pudo ampliarse hasta convertirse en régimen[9]. Pero la erosión de los supuestos culturales de la democracia norteamericana ha sido evidente y se refleja en los niveles de segregación de los grupos de inmigrantes y en los niveles de neurosis en las grandes ciudades. Estados Unidos ha dejado de ser lo que era para Tocqueville, para convertirse en el modelo típico de democracia minimalista que encubre una tiranía. Este es el riesgo de las concepciones minimalistas: llamar democracias a las seudo democracias.

 

Pasemos a las definiciones: la democracia es un régimen político en el que, gracias a la calidad ciudadana, es posible cambiar las élites que gobiernan por élites emergentes, cuyo gobierno se basa en la proximidad con el ciudadano y es expresión y garantía de la dignidad de la persona y de las comunidades humanas. La democracia debe tender a un igualitarismo proporcional a la dignidad propia de la persona, el cual sólo puede garantizarse vía políticas sociales redistributivas del ingreso, a través de bienes y servicios públicos accesibles en términos preferenciales a ciertos grupos sociales. En la democracia ideal, la riqueza excesiva es imposible, porque ésta supone siempre engaño, manipulación u otras estratagemas que deberían desterrarse de los gobiernos democráticos. Y con esto apuntamos a un último elemento, en la democracia, la ley tiene un valor general y una prioridad absoluta sobre las preferencias e intereses individuales o grupales. La democracia plena vive ahora en el Estado de derecho cabalmente entendido.

 

La teoría moderada es normativa: dice lo que la democracia debe ser, no se limita a describir lo que las democracias actuales son. La descripción de la realidad nos permite señalar los límites y las carencias, las injusticias y los males, pero sólo una teoría normativa nos puede señalar el camino hacia lo mejor. La optimización satisfactoria no busca la perfección absoluta del régimen, y tampoco niega los altos ideales, señala sólo la forma como la concepción minimalista puede ampliarse. Si todos estamos de acuerdo en que la democracia es esto y no lo otro, entonces tenemos el punto de referencia para decir: la democracia también nos puede llevar a esto. La concepción minimalista no supone nada en términos de performatividad, no da por sentado que las democracias deban ser eficientes pero la concepción moderada sí. Si una democracia no es eficiente desde el punto de vista de las policies (las políticas públicas), entonces debe ser mejorada o reemplazada por algún otro régimen: una democracia ineficiente es un régimen lamentable, aunque cumpla con las condiciones mínimas, y precisamente por este conformismo, es deficiente. La definición minimalista es conformista, conservadora y limitativa.

 

LOS RETOS DE LA DEMOCRACIA MODERADA

 

Ya habíamos presentado una visión normativa de lo que aquí llamamos democracia moderada[10], retomaremos algunos de sus componentes fundamentales para señalar algunos retos de nuestra sobreprotegida, pobre y ya cansada democracia. Nuestra primera consideración fundamental es que la democracia necesita demócratas y que los demócratas se forman. La democracia no es resultado de la conjunción de genes sino de procesos culturales y de instituciones y comunidades en las que se vive la forma de vida democrática. ¿Quién está educado para la democracia? Aquel que además de exigir derechos cumple sus obligaciones, aquel que practica la libertad con responsabilidad y que asume las consecuencias de sus actos. Un gobierno democrático es un gobierno responsivo, que da la cara y que asume, junto con los beneficios, los costos de sus acciones.

 

Como los límites de un sistema democrático están definidos por la voz de entrada y de salida (Hirschman), o sea, por la comunicación en su doble vía: del gobierno a la ciudadanía y de la ciudadanía al gobierno, la capacidad de participar es ante todo posibilidad de comunicar; el que no comunica no participa. Ser parte de la vida democrática no significa sólo asistir a reuniones o mítines, la presencia no basta, porque se puede estar presente en cuerpo y ausente en espíritu, es necesario comunicar, durante o después del evento. La eficacia de un sistema democrático radica en la capacidad de generar puntos de encuentro en los que se pueda dar la comunicación y reflexión de la sociedad en el sistema político.

 

El cambio en la cultura cívica es otro aspecto fundamental para la consolidación de la democracia como forma de vida. Es ya un lugar común hablar acerca de la necesidad de transitar de una cultura de súbditos a una de ciudadanos participativos (según la tipología de Almond y Verba). Una ciudadanía activa y competente, crítica y propositiva es lo que necesitan las democracias, porque un sistema como éste debe autocorregirse constantemente -sólo los perfeccionistas negarían esta posibilidad-; la democracia exige incorporar, como parámetro, la capacidad de aprendizaje. Y más allá, la democracia se basa en una conciencia moral universalista, que dé pie al pluralismo moderado y que se base en la productivización del disenso. En términos discursivos, la democracia es un sistema que institucionaliza el diálogo y por ende, requiere la doble vía que ya mencionamos. Pero el diálogo democrático no es un fin en sí mismo, es el medio que los demócratas se dan para luchar en pro del bien común: el diálogo permite negociar y acordar en común aquellos bienes, servicios e instituciones, que deben ser comunes.

 

El reconocimiento y defensa decididos de los derechos humanos, como prerrogativas de la persona es una de las luchas permanentes de la democracia. En los sistemas democráticos la ley debe cumplirse, pero además debe ser universal, esto es, no debe discriminar; los derechos especiales atentan contra la igualdad compleja propia de las democracias. La ley es el componente civilizatorio mínimo de los sistemas democráticos cuyo complemento necesario es la recta conciencia moral de los ciudadanos. Hay que anotar que el ideal del Estado de derecho es noble pero insuficiente, no basta que las leyes sean observadas, es fundamental que estas leyes sean justas en dos niveles: que permitan transacciones equitativas entre iguales y que redistribuyan recursos en función de la necesaria igualdad proporcional. Si estas dos condiciones no se dan, el derecho queda trunco y reducido a su aspecto legalista: el derecho debe complementarse con la moral pública, la cual asume un compromiso irrenunciable con los intercambios justos y con las distribuciones proporcionales.

 

El problema de los intercambios justos y de las distribuciones proporcionales pone sobre la mesa el criterio normativo más exigente: las democracias no prosperan sin una fuerte clase media y por ende, la riqueza y la pobreza excesivas, además de ofensivas, son condiciones estructurales que desmontan gradualmente la cultura y las instituciones democráticas. La democracia debe tender a la moderación, tanto en el ejercicio y distribución del poder, como en el comercio y la distribución de la riqueza: la democracia minimalista no impide que la economía y la política sean esferas de vida dominadas por el afán de lucro, al contrario, promueve este modelo bajo la lógica del elitismo competitivo. 

 

El poder y la riqueza deben distribuirse ampliamente: la democracia cabal exige un cambio en las relaciones gobierno-ciudadanía, bajo un modelo en el que el gobierno sea el súbdito y el pueblo el soberano, el gobierno debe ser responsivo y transparente, con políticas públicas democráticas, en cuya gestión participen aquellos que tienen que participar. La relación gobierno gobernados debe ser lo más directa posible a partir de mecanismos de representación y gestoría que acerquen y no alejen. En política los costos de transacción aumentan de manera muy similar a como lo hacen en economía: si entre el productor y el consumidor se dan numerosas redes de intermediación, los costos de las mercancías aumentan injustamente, ya que los productores no reciben lo justo y los consumidores no pagan lo conveniente; en un sistema de intermediación extendido, las ganancias mayores se quedan en los intermediarios, quienes usualmente son sólo vividores que desangran los recursos públicos y vuelven ineficiente la distribución de los beneficios. Los costos de transacción democráticos deben minimizarse con el fin de abolir el oportunismo de los intermediarios vividores.

 

Además, la democracia moderada exige movilidad en las élites y no necesariamente alternancia y esta es una corrección central a la teoría minimalista. Es posible que dos partidos ganen alternativamente las elecciones, pero también es posible que se dé el desplazamiento de élites de un partido a otro; así, la alternancia no garantizaría necesariamente la movilidad de las élites, sino que sólo justificaría el siguiente argumento: como un partido ganó antes y ahora ganó otro partido, hay democracia; y sin embargo, las élites pueden ser las mismas. Inclusive con dos partidos, la alternancia puede darse entre una élite y otra, y así, nuevas élites ajenas a ambos partidos son marginadas. Desde el punto de vista de las élites, suponemos que las cúpulas democráticamente electas deben operar su reemplazo constante. Una democracia en la que dos élites centrales se alternan en el poder ad infinitum es, en el fondo, una tiranía disfrazada.

 

Al abatir los costos de la intermediación política, se fortalecen los vínculos solidarios ciudadanos, y se promueven redes de trabajo ciudadano eficaz. Si bien el gobierno no es responsable de hacer todo ni de resolver todos los problemas, sí debe poner las condiciones para que la iniciativa solidaria de los particulares rinda frutos. Los emprendedores no sólo abren empresas, también inician movimientos sociales fundamentales para la democratización de los sistemas políticos. La lucha contra los intermediarios impulsa el cambio en las instituciones para lograr una administración pública más eficiente.

 

Para la posición moderada, la consolidación de la democracia no es un asunto que sólo se pueda resolver en las urnas: votar por el partido de la alternancia equivale sólo a dar un bono de confianza al nuevo gobierno y no necesariamente al logro de la democracia plena (que no perfecta). La plenitud democrática no es tal, si no se da la calidad ciudadana: si se cae en la indiferencia, el conformismo, la apatía, la mediocridad y el cinismo. La democracia es un sistema de gobierno y de vida que debe proponer nuevos ideales de gobierno al servicio de cada una de las personas. La plenitud de la democracia se dará en la medida en que cada ciudadano pueda desplegar sus potencialidades al máximo: la auténtica democracia es gobierno al servicio de cada persona.

 

PARA CONCLUIR

 

He aquí el índice para medir la eficacia de una democracia: tomemos al individuo que está en la peor situación en cuanto a recursos políticos, económicos y culturales, este individuo será el parámetro de nuestra nueva democracia, si en cuestión de derechos políticos, sociales y económicos es libre y responsable, si puede vivir bien y desarrollarse en conjunto con otros, si es capaz de influir en el gobierno y si cree que algún día puede gobernar, entonces estaremos cerca del ideal, pero si esta persona vaga por las calles viendo pisoteados sus derechos, si es constantemente marginado y segregado, entonces todavía falta mucho por hacer. Nuestra democracia es tan pobre como el más pobre de los mexicanos, tan cansada como los niveles de abstencionismo que se dan en las elecciones, y sobreprotegida en la medida en que se siga dando un déficit de acuerdos, que nos inspiren y convoquen para construir una patria ordenada y generosa y una vida mejor y más digna para todos; como decía Gómez Morin: “la democracia es expresión y garantía de la dignidad de la persona y de las comunidades humanas”, y nosotros agregamos, porque si esto no es así, entonces no vale la pena luchar por ella.



[1] Dahl ha sugerido el nombre de poliarquía, para un sistema político que garantiza un conjunto amplio de derechos y en el que prevalecen el debate público y la participación; bajo los supuestos de Dahl, el poder político estaría distribuido y desconcentrado a diferencia de lo que sucede en la monarquía. La democracia moderada que aquí se propone supone el modelo de Dahl, pero va más allá al postular el compromiso del sistema político con la persona humana.
[2] Esta la tesis expuesta por Richard Rorty.
[3] En su Paz perpetua, Kant considera como condición para ésta la no existencia de cláusulas secretas entre las naciones. En el caso de la democracia, como alternancia pacífica, debe exigirse la misma situación: la no existencia de cláusulas, arreglos o pactos secretos.
[4] Así por ejemplo: Talcott Parsons y Edward a Shils. Toward a general theory of action. New York, Harper, 1951. p. 55 ss. et passim.
[5] La vinculación totalidad entelequia es una idea central en el pensamiento de Driesch.
[6] Cf. esta descripción de Duverger del militante en un partido comunista: “El partido exige de él toda una actividad política mucho más intensa. Todos los días, en su fábrica o en su taller, debe militar en el cuadro de la célula, es decir, difundir entre sus camaradas de trabajo las consignas del partido, comentarles los textos esenciales… mantener su ardor reivindicativo… Lo mismo sucede con su tiempo libre: una gran parte está absorbido por las reuniones del partido, del sindicato o de organismos anexos… lo que queda está organizado gracias a los cuidados del partido… el partido penetra también en su vida familiar…  No hay distinción entre la vida pública y la vida privada: no hay más que una vida dedicada al partido. Así se define el partido totalitario”. Los partidos políticos, México, Fondo de Cultura Económica, p. 146 Y más adelante Duverger agrega: “El verdadero totalitarismo es espiritual”. p. 147.
[7] Giovanni. Sartori. ¿Qué es la democracia? México, Taurus, 2003. p. 403.
[8] Cf. Javier Brown César. “Escenarios y dimensiones del cambio educativo” En Bien común y gobierno. No. 79, julio de 2001, p. 45-59.
[9] Javier Brown César. “Tocqueville y la construcción de la democracia”, en Bien común y gobierno. No. 52, marzo de 1999. p. 16.
[10] Javier Brown César. “La práctica de la democracia”, en Bien común y gobierno. No. 45, agosto de 1998. p. 35-44.

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