domingo, 16 de febrero de 2014

El sindicalismo corporativo en la encrucijada


EL SINDICALISMO CORPORATIVO EN LA ENCRUCIJADA

 

Por Javier Brown César

Artículo originalmente publicado en la Revista Bien Común y gobierno

 

RESUMEN

 

En este artículo se buscan los fundamentos racionales del sindicalismo corporativo mexicano, con el fin de hacer un análisis radical de los mismos, que permita identificar las grandes rupturas que se han dado al interior de las centrales obreras. Tres aspectos se consideran como básicos dentro de la conformación de este sindicalismo de corte tradicional: 1º. La existencia de una estructura piramidal que se asienta sobre su base, en la cual las relaciones de poder y los beneficios sociales y económicos se distribuyen de manera sumamente desigual. 2º. Un aparato ideológico que indoctrina a las personas con el fin de homogeneizar sus pensamientos y predecir sus comportamientos. 3º. Una forma de dominación tradicional basada en estructuras paternales y patrimoniales sumamente acentuadas y que han perdido su capacidad dinámica de transformación. Tomando como base estos aspectos básicos se bosquejan los retos de un sindicalismo no-corporativo (independiente del gobierno).

 

INTRODUCCIÓN

 

Somos testigos del final del desarrollo de una idea hecha realidad: el sindicalismo corporativo. Esta idea ha entrado en contradicción con las necesidades de desarrollo, libertad, representatividad y mejores condiciones de vida de la clase trabajadora. La decadencia del sindicalismo corporativo coincide con la del partido oficial y con el agotamiento del sistema político mexicano que se consolidó durante la presidencia del General Lázaro Cárdenas. Esto se debe a la confusión que existe entre el partido oficial (el PRI), el gobierno de la República (encabezado por priístas) y el sindicalismo oficialista (liderado también por priístas), confusión que hace que estas estructuras se fundan en un todo, donde las partes parecen sólo accidentes del mismo.

 

Las escisiones que se han dado al interior de las principales centrales obreras y la fuerza que ha cobrado el movimiento sindical independiente, plantean el reto de una transformación radical del sindicalismo oficialista. Podría pensarse que la simple reestructuración de estas centrales permitiría que el sistema recuperara su “performatividad”[1]; sin embargo, cualquier intento de llegar a cambios significativos mediante procesos demasiado graduales donde prevalezca la simulación democrática al exterior de los sindicatos y la coacción ideológica al interior, parece condenado al fracaso. Esto se debe fundamentalmente a que el problema del sindicalismo corporativo no se resuelve sólo cambiando las apariencias de una maquinaria que ha dejado de funcionar, sino mediante cambios profundos en las estructuras organizativas básicas, en las reglas de operatividad y en la forma como se dan las relaciones con el poder público.

 

CARACTERÍSTICAS DEL SINDICALISMO CORPORATIVO

 

1. Burocracia piramidal autocrática

 

Las centrales obreras corporativas se estructuran como pirámides sostenidas sobre la base. La punta de la pirámide es el lugar privilegiado donde anida la clase política priísta, la que, beneficiada inicialmente por la Revolución institucionalizada (el PRI), poco a poco ha ido perdiendo los privilegios de un poder y corrupción absolutos. Un ejemplo de esta estructura piramidal podría ser el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), el más grande de América Latina. La cúpula del SNTE se asienta en la punta de la pirámide, la pirámide se divide a su vez en secciones y cada sección se encuentra divida a la vez en subsecciones y delegaciones.

 

La distribución de los beneficios laborales y económicos es sumamente desigual a lo largo de toda la estructura piramidal: los beneficios inmediatos llegan a la punta de la pirámide y de ahí se distribuyen al resto, pero como es en las cúpulas donde se distribuyen los mayores beneficios se podría decir que éstos, al llegar a la base son nulos o llegan en muy escasas cantidades, debido a la mayúscula rapiña y codicia de las élites. Esta desigual distribución de los beneficios, que beneficia máximamente a las estructuras cupulares explica el por qué las cabezas de las secciones son espacios políticos al que los líderes ambiciosos y sin escrúpulos buscan llegar a toda costa.

 

La estructura piramidal implica también que las decisiones se encuentran desigualmente distribuidas: el poder de decisión es un privilegio de las estructuras cupulares, las sanciones y privilegios son distribuidos de manera totalmente discrecional por éstas, lo que permite el control de las estructuras subordinadas. Este poder discrecional funciona como un instrumento de normalización de las estructuras básicas: las inconformidades y oposiciones son minuciosamente controladas, mediante un mecanismo de sanción y privilegio racionalmente controlado, cuyo fin es la legitimación del poder cupular y el procesamiento de todo intento de insubordinación. Este poder implica también el que las demandas de las bases sean procesadas sólo cuando representan “focos rojos”, que puedan desestabilizar al sistema y anquilosar su funcionamiento: las demandas se procesan cuando representan riesgos extremos para la funcionalidad del sistema. Como lo ha afirmado Lyotard[2]:

 

“En el marco del criterio de poder, una demanda (es decir una forma de prescripción) no obtiene ninguna legitimidad del hecho de que proceda del sufrimiento a causa de una necesidad insatisfecha. El derecho no viene del sufrimiento, viene de que el tratamiento de éste hace al sistema más performativo. Las necesidades de los más desfavorecidos no deben servir en principio de regulador del sistema, pues al ser ya conocida la manera de satisfacerlas, su satisfacción no puede mejorar sus actuaciones, sino solamente dificultar sus gastos. La única contra-indicación es que la no satisfacción puede desestabilizar el conjunto. Es contrario a la fuerza regularse de acuerdo a la debilidad. Pero le es conforme suscitar demandas nuevas que se considera que deben dar lugar a la redefinición de las normas de <<vida>>. En este sentido, el sistema se presenta como la máquina vanguardista que arrastra a la humanidad detrás de ella, deshumanizándola para rehumanizarla a un distinto nivel de capacidad normativa[3].

 

Este párrafo ilustra la forma de funcionamiento de la maquinaria corporativa en México: las regulación de ésta no se realiza al nivel de las bases, ya que como dice Lyotard, regularse por las bases implicaría regirse por los elementos débiles del sistema y es precisamente debido a esto que en las bases del aparato corporativo es en donde se están dando las rupturas más significativas: el sindicalismo corporativo ha comenzado a desmantelarse y han sido las bases las que han iniciado este movimiento desestructurador; sin embargo, la capacidad de las bases para consolidar cambios estructurales profundos y su capacidad reformadora o revolucionaria son sumamente limitadas.

 

Esta circunstancia de ruptura de las estructuras sindicales desde la base ha sido aprovechada con oportunidad por el Partido de la Revolución Democrática, para insertarse de manera efectiva en algunas de las estructuras básicas, promoviendo vías no institucionales para el procesamiento de necesidades y a la vez creando nuevos mecanismos de indoctrinación ideológica y de normatividad. Esto ha permitido que este partido asuma el papel de nueva maquinaria vanguardista, aspecto que hasta el día de hoy parece haber sido desatendido por todos los partidos menos, por supuesto, por el PRD.

 

2. Coacción ideológica

 

 Las relaciones entre el dominador y los dominados reflejan el contexto social más extenso, aun cuando sea formalmente personal. Estas relaciones implican, por parte del dominado, la introyección de los mitos culturales del dominador[4]. Ingresar a las centrales obreras dependientes del partido oficial implica, para el nuevo integrante, un pacto implícito en el que de entrada se acepta la ideología dominante, o como dice Freire la mitología propia del dominador. Debido a la confusión existente entre gobierno, PRI y sindicalismo corporativo, esta mitología es la de la Revolución institucionalizada; aunque las grandes transformaciones que ha sufrido la hayan convertido en un híbrido sin pies ni cabeza. Cabe recordar la última gran subversión ideológica que fue operada en el sexenio salinista, la cual consistió en invertir los principios del nacionalismo revolucionario, el cual devino liberalismo social.

 

La indoctrinación ideológica, así como la elección de una línea de pensamiento unidimensional[5] es un privilegio del dominador (el líder sindical), no del dominado (el sindicalizado), pero aun más allá, es un privilegio exclusivo de quien detenta el poder político en un momento dado (el presidente de la República y su camarilla, en primer lugar y el presidente del PRI, como un instrumento del poder presidencial, en segundo), de ahí que la ideología sea inestable, maleable y en general imprecisa. El precio que se ha tenido que pagar por semejante inestabilidad es muy elevado ya que el resultado es la dualidad del sindicalizado, su ambigüedad, el hecho de ser y no ser él mismo, y la ambivalencia característica de su larga experiencia de dependencia, en una mezcla de atracción y rechazo respecto de la sociedad sindical. Pero además, las estructuras dependientes, al ser moldeadas por la voluntad de las élites cupulares, reflejan la inautenticidad de la infraestructura (ideológica y material), que las sostiene. Además, mientras que las cúpulas pueden absorber sus crisis ideológicas a través de mecanismos de distribución del poder económico y de los beneficios políticos, las estructuras subordinadas presentan demasiadas debilidades como para ser capaces de procesar las manifestaciones de los agremiados, por lo que su debilidad se acentúa con cada transformación ideológica significativa[6]. Esto explica en buena medida el irreparable daño ideológico que el salinismo operó sobre estas estructuras básicas, al subvertir de tal manera sus más firmes cimientos ideológicos.

 

Los mecanismos típicos para la introyección ideológica son la persuasión (retórica), el engaño (sofística) y la violencia verbal (que opera bajo la forma de amenaza). Lo que se busca con esta introyección es no sólo la uniformidad del agremiado, de sus valores y estilo de vida (masificación, homogeneización), sino también la predictibilidad en la actuación del sistema (la cual se basa en esta uniformidad u homogeneidad), el cual “al asimilar todo lo que toca, al absorber la oposición, al jugar con la contradicción, demuestra su superioridad cultural”[7]. Superioridad que radica fundamentalmente en su capacidad para definir una línea de pensamiento única e irrenunciable. La coherencia de esta línea de pensamiento no radica tanto en su concordancia con una realidad exterior, sino en la consistencia interna de sus propios argumentos y en la de las reglas que permiten formarlos. De aquí que todo cambio en las reglas de formación de argumentos conduzca a períodos de incertidumbre ideológica y de desorganización política (un momento como estos es el que vive el sindicalismo corporativo en estos momentos).

 

La crisis ideológica es más grave de lo que se ha pretendido hasta el día de hoy. Al no reinventarse a sí misma, asumiendo por el contrario cualquier ideología impuesta autoritariamente, la Revolución mexicana se ha negado a sí misma en sus posibilidades de transformarse de manera continua, manteniendo a pesar de estas transformaciones, la identidad del principio revolucionario a lo largo de sus diversas manifestaciones. De esta forma, la Revolución mexicana y su ideología parecen haber perdido todo sentido, ya que su existencia contemporánea como ideología está al servicio del status quo, por lo que su capacidad reformadora y renovadora parece haberse agotado[8].

 

El discurso revolucionario ha cedido su lugar a un discurso al servicio del establishment, el cual se ha convertido en uno más de los instrumentos de legitimación del poder político absoluto. Esto no sólo pone sobre la mesa un grave problema de identidad, sino también un problema fundamental de comprensión e interpretación del entorno social: “Los conceptos de autonomía, descubrimiento, demostración y crítica dan paso a los de designación, aserción e imitación. Elementos mágicos, autoritarios y rituales cubren el idioma. El lenguaje es despojado de las mediaciones que forman las etapas del proceso de conocimiento y de evaluación cognoscitiva. Los conceptos que encierran los hechos y por tanto los trascienden están perdiendo su auténtica representación lingüística. Sin estas mediaciones, el lenguaje tiende a expresar y auspiciar la inmediata identificación entre razón y hecho, verdad y verdad establecida, esencia y existencia, la cosa y su función”[9]. Así, en las centrales obreras, sobre la libertad y la autonomía prevalece la sumisión y la dependencia; sobre la apertura ideológica y la crítica, prevalece la aceptación incondicional de ideas extrañas y alienantes; sobre la originalidad de las manifestaciones propias, prevalece la mimesis y la asimilación del hombre a la masa. Como dice Marcuse, toda interacción lingüística al interior de las centrales obreras se da en términos de rituales institucionalizados, de interpretaciones fantásticas sustentadas en el imaginario colectivo revolucionario y de manifestaciones lingüísticas que están al servicio de la reproducción de discursos oficiales y oficialistas.

 

El entorno social inmediato (único espacio al que puede acceder cognoscitivamente el sindicalizado, ya que las mediaciones se han eliminado como elementos lingüísticos que pueden significar riesgos para la tranquila marcha del sistema) es interpretado en términos de ideas estereotipadas y de prejuicios que han arraigado firmemente en la conciencia. El mundo y su comprensión se cierran al sindicalizado, aparecen los elementos mágicos y fantasmagóricos, la imaginación sobre lo real, lo que lleva a una lamentable limitación del proyecto de vida y de los horizontes de desarrollo personal. “El habla, que es inherente a la estructura esencial del ser del “ser ahí[10]”, cuyo “estado de abierto” contribuye a constituir, tiene la posibilidad de convertirse en habladurías y, en cuanto tales, no tanto de mantener patente el “ser en el mundo” en una comprensión articulada, cuanto de cerrarlo y de encubrir los entes intramundanos[11].

 

La apariencia suplanta a la realidad, la sombra a las luces, el mundo se cierra a la comprensión del trabajador sindicalizado, y todo por obra de la sumisión ideológica. De esta forma, el sindicalismo corporativo promueve la existencia en nuestra sociedad de elementos cerrados, intransigentes, intolerantes y silenciosos. “Este cerrar se hace cada vez mayor por el hecho de que en las habladurías se cree haber alcanzado la comprensión de lo hablado “en” el habla, y en virtud de esta creencia estorban toda nueva pregunta y discusión, descartándolas y retardándolas de un modo peculiar[12]. Modo peculiar que se ajusta a la dinámica del sistema político mexicano y que descarta por adelantado cualquier cuestionamiento de sus fundamentos ideológicos y limita las discusiones y los intentos reformadores al servicio de una apariencia de democracia y pluralidad que tiene como fin persuadir a la sociedad de que estas estructuras se transforman de acuerdo a las necesidades de democratización del país y no de acuerdo a las necesidades de conservación del sistema político.

 

El sindicalismo corporativo es también por esencia silencioso, y cuando habla, su voz no es auténtica, sino el mero eco de la voz de los dominadores: en todos sus niveles, son los que dominan los que hablan, mientras que los sometidos a ellos sólo escuchan[13]. Las élites se encargan de silenciar a sus subordinados, ya que cuando éstos acceden a su derecho a hablar los cuestionamientos al sistema son los primeros elementos del discurso que salen a flote. Por esto, las posibilidades de una acción ideológica auténticamente revolucionaria parecen provenir sólo del exterior del mismo sistema, lo que implicaría la existencia de una organización política consolidada, propositiva y crítica, que pudiera contrarrestar los efectos de décadas de dominación ideológica. Esta organización podría conducir al sindicalizado por un proceso de progresivas tomas de conciencia: toma de conciencia de su realidad inmediata y mediata, articulación de esta toma de conciencia en estructuras intelectuales y posteriormente discursivas, vinculación del discurso con una praxis transformadora de la situación existencial concreta, y finalmente transformación revolucionaria de la realidad existente con el fin de llegar a un nuevo estadio de conciencia, donde el silencio no tenga ya lugar alguno. Esta sería entonces la auténtica conciencia revolucionaria y la forma más consecuente de mantener viva la ideología de la Revolución mexicana[14].

 

3. Dominación patriarcal-patrimonial

 

“La dominación es un caso especial del poder[15]”, y puede entenderse como “un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta (“mandato”) del “dominador” o de los “dominadores” influye sobre los actos del otro (del “dominado” o de los dominados”), de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí mismos y como máxima de su obrar el contenido del mandato (“obediencia”)[16]. Existe pues una relación dialéctica que se da en una doble vertiente: la relación intersubjetiva dominador(es)-dominado(s) y la relación dialógica mandato-obediencia. La base de toda estructura de dominación es esta oposición de individuos y preceptos cuyo fundamento es la percepción, por parte de los sometidos al poder, de que la dominación y el mandato ejercidos son legítimos.

 

La forma como se originó la dominación al interior de las estructuras corporativas se apega a lo que Weber ya había dicho con singular lucidez a principios de siglo: “La posición dominante de las personas pertenecientes a la organización… frente a las “masas” dominadas se basa siempre en lo que… se ha llamado la “ventaja del pequeño número”, es decir, en la posibilidad que tienen los miembros de la minoría dominante de ponerse rápidamente de acuerdo y de crear y dirigir sistemáticamente una acción societaria racionalmente ordenadora y encaminada a la conservación de su posición dirigente. De este modo, la actuación amenazadora de las masas o de la comunidad podrá ser fácilmente reprimida, siempre que los que oponen resistencia no hayan adoptado precauciones igualmente eficaces para dirigir una acción societaria encaminada a la obtención de un dominio”[17].

 

Esta acción societaria racionalmente ordenada quedó plasmada en el Pacto de las centrales que constituyeron al PRI, el 20 de enero de 1946: “Las centrales del pueblo -obreras, campesinas y populares- que constituyen el Partido Revolucionario Institucional celebraron… un pacto que las compromete a coordinar su actuación política electoral y proscribir las pugnas entre los sectores[18]. Así, actuación política electoral coordinada, que implicaba un orden racionalmente establecido, y proscripción de pugnas entre sectores, que implicaba un poder coercitivo ejercido desde las cúpulas y que permitía la conservación de la dirigencia en su posición de dominación, fueron los fundamentos de la forma de operar del partido durante décadas.

 

La forma de dominación que ha prevalecido al interior de las grandes centrales obreras parece haber sido durante décadas la que Weber describió como “dominación tradicional”. Esta forma de dominación se da “en virtud de creencia en la santidad de los ordenamientos y los poderes señoriales existentes desde siempre. Su tipo más puro es el del dominio patriarcal[19]”. Podría cuestionarse que en el fondo este tipo de dominación no es la que realmente se ha dado en las centrales obreras, ya que, ¿dónde están estos santos ordenamientos y estos poderes señoriales existentes desde siempre? Pero, si profundizamos un poco, caeremos en la cuenta de que sí existen estos ordenamientos y de que el poder señorial parece haber existido desde siempre.

 

Respecto a los ordenamientos, su existencia es incuestionable, pero su “santidad” puede quedar en duda; no obstante, esta “santidad” existe de hecho, ya que las reglas implícitas del sistema son absolutamente inviolables, de observancia general y sólo son modificadas mediante consensos cupulares muy esporádicos. Por otro lado, la Revolución mexicana ha significado para la historia de México algo así como lo que la revelación cristiana significó para la historia de la humanidad (la historia antes y después de Cristo); es precisamente nuestra Revolución (y por supuesto, el partido que la institucionalizó) la que parece haber inventado la historia nacional, asimilando a las figuras más representativas de la Independencia y la Reforma al ideario revolucionario, transformándolos en mitos y en parte del  imaginario heroico del mexicano. 

 

Esta forma de dominación tradicional se articula en una doble vertiente que se ha alternado en su predominio de acuerdo a los requerimientos históricos: es por un lado dominación patriarcal y por el otro, dominación patrimonial. Es importante considerar brevemente los rasgos fundamentales de estas formas de dominación tradicionales.

 

En principio, el trabajador sindicalizado sometido depende del líder sindical, y en virtud de esta dependencia, le debe una devoción que tiene el carácter de ser rigurosamente personal. La legitimidad de las normas que emanan del dominador no proviene de que sean racionales, legales y técnicamente consensadas, sino del mismo hecho de la sumisión: el mero acto de sometimiento hace legítima la norma. Estas normas no han sido escritas, por lo que no se las encuentra en ningún lugar, pero han sido consagradas por la tradición. En esta forma de dominación, el dominador mantiene una posición autoritaria, gracias a la continuidad y al carácter cotidiano de su mandato (por ejemplo, el mandato en la CTM se mantiene, entre otras cosas, gracias a la presencia constante del líder cupular en los medios de comunicación, presencia cuya fuerza consiste fundamentalmente en externar una opinión cualquiera supuestamente representativa del colectivo sindical). Esta posición autoritaria, hace que para los sindicalizados, el líder sindical sea el “señor” por excelencia.

 

La vertiente “positiva” de este poder de dominación radica en su capacidad para proveer a los subordinados de lo necesario para su subsistencia, en la protección que se les da en casos de peligros externos, en la ayuda que se les da en caso de necesidad y en ser cobijados en el ente colectivo de la organización sindical masiva y masificadora. La vertiente “negativa” radica en la obediencia ciega que los sometidos deben al dominador y en la exigencia de apoyo incondicional a éste último, así como en el silencio y respeto que hay que perpetuar (de ahí que todo discurso revolucionario, cuando no es instrumentalizado con fines de legitimación, represente una seria amenaza a la estabilidad del sistema).

 

En esta relación de dependencia, el sometido debe ayudar al “señor” con todos los medios que le sean accesibles, este deber solamente se encuentra limitado por carencias económicas y por el aprovechamiento según lo usual de las capacidades de trabajo e interacción humana de los subordinados. Este usual aprovechamiento es el que en cada caso fija el sistema como normas de rendimiento y convivencia implícitas. El “señor”, a su vez, elige a sus favoritos de entre quienes le obedecen, con fines de privilegiar a estos “hijos”, los cuales sólo pueden ser elegidos por el líder (este es uno de sus tantos privilegios). La relación de dependencia que así se establece se basa en la fidelidad y la lealtad, así como en la buena voluntad y disposición para en todo momento prestar servicios personales. A la par de esta prestación de servicios, el sometido entrega regalos de honor y ofrece diferentes tipos de apoyos de acuerdo a las necesidades del dominador. 

 

Esta forma de relación ha sido caracterizada existencialmente por Heidegger: “… en cuanto cotidiano “ser uno con otro” está el “ser ahí” bajo el señorío de los otros. No es él mismo, los otros le han arrebatado el ser. El arbitrio de los otros dispone de las cotidianas posibilidades de ser del “ser ahí”. Mas estos otros no son otros determinados. Por lo contrario, puede representarlos cualquier otro. Lo decisivo es sólo el dominio de los otros, que no es “sorprendente”, sino que es desde un principio aceptado, sin verlo así, por el “ser ahí” en cuanto “ser con”[20]. Este arbitrio que dispone en todo momento de las posibilidades de los otros para realizarse y que les arrebata el ser es una más de las expresiones de la dialéctica hegeliana del señor y el siervo: “El señor se relaciona al siervo de un modo mediato, a través del ser independiente, pues a esto precisamente es a lo que se halla sujeto el siervo; ésta es su cadena, de la que no puede abstraerse en la lucha, y por ella se demuestra como dependiente, como algo que tiene su independencia en la coseidad. Pero el señor es la potencia sobre este ser, pues ha demostrado en la lucha que sólo vale para él como algo negativo… el señor se relaciona con la cosa de un modo mediato, por medio del siervo”[21]. La relación entre el líder sindical y el subordinado sindicalizado se da precisamente en estos términos, donde las cosas aparecen como medio de relación y ámbito sobre el que el subordinado parece obtener su independencia. Dentro de este esquema el lema rector del subordinado es: “Si cedo en algo, no me harán mal”[22].

 

Esto nos lleva directamente a las características patrimoniales de la dominación tradicional. Si el dominio paternalista se ejerce sobre las personas en virtud de una relación de dominación-sometimiento incuestionada, el dominio patrimonial se ejerce sobre propiedades y cosas, las cuales median las relaciones entre personas. Por lo tanto, en esta forma de dominación lo que intervienen son las posesiones del “señor” administradas directamente en la forma inmediata de señorío territorial, a los cuales pueden llegar a agregarse otros “territorios”, los cuales si bien no están bajo el dominio directo del “señor”, son dominados por él desde el punto de vista político (esta dominación política, puede utilizar a la policía y a los aparatos represivos del Estado como instrumentos). 

 

En esta forma de dominación, el poder político se agrupa en torno al núcleo de grandes dominios patrimonialmente explotados. Ambas formas de dominación (paternalista y patrimonial) han sido institucionalizadas por el PRI a través de sus dos estructuras básicas de sometimiento: la estructura sectorial, asentada sobre los sindicatos corporativos, y la estructura territorial, asentada sobre feudos locales. Estas estructuras funcionan de manera muy estrecha, a tal grado que llegan a confundirse en un todo: así, los líderes sindicales llegan a ser también especies de señores feudales con sus siervos propios y sus dominios patrimoniales.

 

La forma de relación patrimonial a través de las cosas no sólo vale para territorios sino también para todo tipo de objetos, los cuales circulan al interior de las centrales obreras constituyendo un auténtico sistema tributario. Este sistema tributario que funciona al interior, y que no requiere de la utilización de la fuerza física para existir, vincula al “señor” con los que le están patrimonialmente sometidos mediante lazos de control normalizador muy estrechos. Los poderes de proscripción propios del Estado son usurpados por los líderes para reprimir conductas y discursos indeseables y promover conductas y discursos que reproduzcan o permitan reproducir las relaciones dominación-sometimiento; sin embargo, las posibles arbitrariedades del señor son restringidas por el poder santificado de la tradición (las reglas implícitas del sistema).

 

Es esta dominación tradicional (paternal-patrimonial) la que ha demostrado su agotamiento. El Gobierno de la República ha logrado transitar de esta dominación tradicional a la forma de dominación carismática, basada en la devoción afectiva a la persona del señor (presidente de la República) y a sus dotes metaconstitucionales (carisma) y se encuentra en estos momentos tratando de afianzarse en la forma de dominación legal, fundada en las leyes y en la eficiencia administrativa. Existe pues, un desfase en cuanto a las formas de dominación en las estructuras del partido oficial. El sindicalismo corporativo no ha logrado ni siquiera entrar en la fase de transición a la dominación legal, pasando por un estadio de dominación carismática (en este momento, la ausencia de auténticos líderes en el movimiento obrero oficialista se hace patente). Esto nos habla de un desfase entre la política del partido y la del gobierno, el cual ha comenzado a distanciar a ambas estructuras (aunque por el momento esta distancia sea demasiado corta).  

 

Por otro lado, el movimiento sindical corporativo no ha demostrado capacidad para renovar la acción societaria y para encauzarla de manera sistemática por causes racionales y ordenados. Es por ello que las masas que conforman las bases poco a poco han visto dirigida su acción por algunos líderes cupulares, que han buscado dirigir su propia acción societaria (con el apoyo de partidos políticos de oposición) encaminada a obtener un dominio propio. Este domino se ha consolidado poco a poco como un sindicalismo independiente (no oficialista).

 

Finalmente, los fundamentos patriarcales y patrimoniales se han visto severamente afectados por las crisis económicas recurrentes, lo que ha hecho que el sistema pierda varias de sus capacidades tradicionales: se han roto los esquemas tradicionales de dominación, la legitimidad de las normas ha sido cuestionada por los mismos que las aplican (una de las manifestaciones más evidentes de este cuestionamiento es la suspensión del desfile obrero oficial del 1º de mayo), la continuidad del mandato se ha visto interrumpida por amplios vacíos de liderazgo y autoridad, el sistema ha dejado de proveer a los subordinados de lo necesario para su subsistencia y ha perdido su capacidad para protegerlos de peligros externos, la ayuda “populista” se ha dirigido más con fines electoreros (para la captación del voto de los sectores más desprotegidos), los dominios territoriales han sido el centro de pugnas por la tierra (como en el caso de Chiapas) y el dominio político absoluto sobre los territorios se ha ido perdiendo, en virtud de la intromisión de grupos políticos opositores en los esquemas básicos de dominación y también de las crisis económicas que han mermado la riqueza de los “señores feudales”.

 

CONCLUSIONES: LOS RETOS DEL SINDICALISMO NO-CORPORATIVO

 

En este breve análisis de los fundamentos racionales del sindicalismo corporativo nos hemos concentrado en tres aspectos fundamentales: la estructura organizativa, la infraestructura ideológica y las formas de dominación (o de relación entre el poder político y los subordinados a él). El análisis de estos aspectos nos ha permitido identificar una serie de rupturas que se han operado al interior del sistema, ubicando algunas de las causas de su disfuncionalidad.

 

El sindicalismo corporativo enfrenta, según nuestro análisis, los siguientes grandes retos:

 

1. Transformación estructural profunda. La estructura piramidal no es en sí misma problemática, ya que es la forma típica de las organizaciones burocráticas; no obstante, la forma autocrática y fuertemente centralizada como se dan las decisiones debe cambiar radicalmente. Las decisiones de las centrales obreras no deben depender más de los acuerdos cupularmente consensados, esto implica la democratización de las decisiones. La fuerza de las centrales obreras radica precisamente en sus bases, ya que como dice Weber “Al lado de la omnipotencia frente al individuo sometido existe la impotencia frente a la totalidad de individuos“. Por ello, las cúpulas obreras deben asumir el compromiso de considerarse como instrumentos de las bases, siendo su voz en toda negociación.

 

2. Revitalización ideológica. Pero la democratización de las decisiones tiene que pasar necesariamente por una profunda transformación ideológica que presenta varias dimensiones:

 

a) La ideología de las centrales obreras debe dejar de ser la del partido oficial. Esto plantea el reto de desarrollar una ideología propia, la cual idealmente debería ser racionalmente oposicionista, meditadamente revolucionaria y cotidianamente renovadora.

 

b) Los mecanismos de coacción ideológica deben desaparecer para dar paso a la ilustración (que no indoctrinación) de los obreros que se integran al grupo sindical, esto con la finalidad de permitir graduales tomas de conciencia de los sindicalizados. Tomas de conciencia que tienen que ver con superar la realidad y la evidencia de lo inmediato, para llegar a una más compleja y completa interpretación de la realidad, que permita estructurar una praxis consecuente con la misma. Esto llevaría a la liberación del individuo de las diferentes estructuras de sometimiento y permitiría que la voz del trabajador pudiera ser escuchada en pleno, por una sociedad que comienza a abandonar la cultura del silencio.

 

c) Las demandas expresadas y los discursos pronunciados deben ser la plasmación de las necesidades de las estructuras básicas y no sólo formas que legitimen al poder público. En este sentido muchas cuestiones deberán ser tematizadas (problematizadas) por el movimiento obrero, con el fin de permitir la libre discusión de las ideas, la crítica constructiva y constructora de nuevas formas de institucionalidad y la representación real de los intereses de los agremiados.

 

3. Tránsito a una nueva forma de dominación. Es necesario romper con el tradicional esquema paternalista-patrimonial para transitar a una forma de dominación legal, con apego a las reglas y a la racionalidad. Este tránsito implicará la terminación del ciclo dialéctico señor-siervo y la superación de las ambivalencias propias de la relación paternalista. Para llegar a la forma de dominación legal necesariamente se tendrá que pasar por un estadio de dominación carismático (con riesgo de brotes populistas), donde exista un líder con la suficiente fuerza ideológica, capacidad organizativa y visión, para proyectar el movimiento obrero rumbo al próximo siglo. Esta necesidad de pasar por un estadio carismático puede capitalizar la tendencia del mexicano a buscar héroes (en apariencia esta tendencia se arraiga en debilidad de la imagen paterna o en la pérdida de la misma, lo que también podría explicar todo un complejo de problemas con la autoridad).

 

El gran riesgo existente al abandonar los esquemas de dominación paternalista no sólo radica en la posibilidad de un estadio populista más o menos prolongado, sino en que esta liberación de la relación de sometimiento puede dar al sindicalizado una nueva libertad que sea incapaz de capitalizar, lo que podría llevar a que se sometiera a liderazgos autoritarios y a que creara nuevos mitos (como los que en su momento fueron creados por el PRI). Estos riesgos sólo podrán evitarse si se logra la “maduración” del sindicalizado individual, mediante una política de ilustración, que le dé las herramientas intelectuales necesarias para asumir por vez primera desde hace muchos años la responsabilidad que implica estar condenado a la libertad (la frase es de Sartre).

 

En todo caso parece necesario que el sindicalismo corporativo se reinvente a sí mismo y se supere en una nueva forma de organización sindical no-corporativa, democrática y liberadora de las conciencias individuales. Como ya lo habíamos manifestado al inicio, esta misma transformación debe operarse en el sistema político autoritario, para lograr de esta manera, un nuevo orden social y político rumbo al siglo XXI.



[1] Esta performatividad podría definirse como la capacidad que tiene el sistema para transformar eficientemente los insumos en productos. O sea, la performatividad es una capacidad que tiene que ver con la relación inputs-outputs dentro de un sistema dado
[2] He señalado con letras cursivas los fragmentos de texto que he querido destacar
[3] Jean-Francois Lyotard. La condición postmoderna. P. 130-131
[4] Paulo Freire. Acción cultural y concienciación. P. 91
[5] La expresión es de Marcuse
[6] Cf. Idem.
[7] Herbert Marcuse. El hombre unidimensional. P. 115
[8] La declaración de principios de octubre de 1972 ratificaba esta voluntad revolucionaria “característica esencial de nuestra Revolución es ser una realidad en movimiento y en constante transformación, un conjunto de ideas, pero también de realidades, que, impulsadas por las fuerzas en que se sustentan, se mueven por sí mismas, y, obligando a pensar y a repensar, amplían el cuadro de las ideas esenciales”. (Declaración de principios y programa: XLVII aniversario de la fundación del Partido. P. 71). Esta capacidad de dinamismo y transformación es precisamente la que parece haberse perdido
[9] Idem.
[10] En la terminología de Heidegger el “ser ahí” (dasein) es el ser humano considerado de manera individual. El “ser ahí” es el ser que en cada caso soy yo mismo
[11] Martin Heidegger. El ser y el tiempo. P. 188
[12] Idem.
[13] Cf. Paulo Freire. Op. cit. p. 91-92
[14] Si es que en verdad la idea de la revolución es algo más que un nombre, significando entonces todo un conjunto de prácticas de vida concretas, cuyo fin sea la transformación constante de las estructuras políticas. En apariencia, la Revolución mexicana ha perdido todo sentido como idea que puede realizarse en los hechos, para pasar a ser sólo el nombre que designa el estilo de vida de la clase política priísta.
[15] Max Weber. Economía y sociedad. P. 695
[16] Ibid. p. 699
[17] Ibid. p. 704
[18] Partido Revolucionario Institucional. Historia gráfica del Partido: 1929-1991. P. 92
[19] Max Weber. Op. cit. p. 708
[20] Martin Heidegger. El Ser y el tiempo. P. 143
[21] George Willhem Friedrich Hegel. Fenomenología del espíritu. P. 117-118
[22] Karen Horney. La personalidad neurótica de nuestro tiempo. P. 84

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