EL
SINDICALISMO CORPORATIVO EN LA ENCRUCIJADA
Por Javier Brown César
RESUMEN
En este artículo se buscan los
fundamentos racionales del sindicalismo corporativo mexicano, con el fin de
hacer un análisis radical de los mismos, que permita identificar las grandes
rupturas que se han dado al interior de las centrales obreras. Tres aspectos se
consideran como básicos dentro de la conformación de este sindicalismo de corte
tradicional: 1º. La existencia de una estructura piramidal que se asienta sobre
su base, en la cual las relaciones de poder y los beneficios sociales y
económicos se distribuyen de manera sumamente desigual. 2º. Un aparato
ideológico que indoctrina a las personas con el fin de homogeneizar sus
pensamientos y predecir sus comportamientos. 3º. Una forma de dominación
tradicional basada en estructuras paternales y patrimoniales sumamente
acentuadas y que han perdido su capacidad dinámica de transformación. Tomando
como base estos aspectos básicos se bosquejan los retos de un sindicalismo no-corporativo
(independiente del gobierno).
INTRODUCCIÓN
Somos testigos del final del
desarrollo de una idea hecha realidad: el sindicalismo corporativo. Esta idea
ha entrado en contradicción con las necesidades de desarrollo, libertad,
representatividad y mejores condiciones de vida de la clase trabajadora. La decadencia
del sindicalismo corporativo coincide con la del partido oficial y con el
agotamiento del sistema político mexicano que se consolidó durante la
presidencia del General Lázaro Cárdenas. Esto se debe a la confusión que existe
entre el partido oficial (el PRI), el gobierno de la República (encabezado por
priístas) y el sindicalismo oficialista (liderado también por priístas),
confusión que hace que estas estructuras se fundan en un todo, donde las partes
parecen sólo accidentes del mismo.
Las escisiones que se han dado al
interior de las principales centrales obreras y la fuerza que ha cobrado el
movimiento sindical independiente, plantean el reto de una transformación
radical del sindicalismo oficialista. Podría pensarse que la simple
reestructuración de estas centrales permitiría que el sistema recuperara su
“performatividad”[1];
sin embargo, cualquier intento de llegar a cambios significativos mediante
procesos demasiado graduales donde prevalezca la simulación democrática al
exterior de los sindicatos y la coacción ideológica al interior, parece
condenado al fracaso. Esto se debe fundamentalmente a que el problema del
sindicalismo corporativo no se resuelve sólo cambiando las apariencias de una
maquinaria que ha dejado de funcionar, sino mediante cambios profundos en las
estructuras organizativas básicas, en las reglas de operatividad y en la forma
como se dan las relaciones con el poder público.
CARACTERÍSTICAS
DEL SINDICALISMO CORPORATIVO
1.
Burocracia piramidal autocrática
Las centrales obreras
corporativas se estructuran como pirámides sostenidas sobre la base. La punta
de la pirámide es el lugar privilegiado donde anida la clase política priísta,
la que, beneficiada inicialmente por la Revolución institucionalizada (el PRI),
poco a poco ha ido perdiendo los privilegios de un poder y corrupción
absolutos. Un ejemplo de esta estructura piramidal podría ser el Sindicato
Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), el más grande de América
Latina. La cúpula del SNTE se asienta en la punta de la pirámide, la pirámide
se divide a su vez en secciones y cada sección se encuentra divida a la vez en
subsecciones y delegaciones.
La distribución de los beneficios
laborales y económicos es sumamente desigual a lo largo de toda la estructura
piramidal: los beneficios inmediatos llegan a la punta de la pirámide y de ahí
se distribuyen al resto, pero como es en las cúpulas donde se distribuyen los
mayores beneficios se podría decir que éstos, al llegar a la base son nulos o
llegan en muy escasas cantidades, debido a la mayúscula rapiña y codicia de las
élites. Esta desigual distribución de los beneficios, que beneficia máximamente
a las estructuras cupulares explica el por qué las cabezas de las secciones son
espacios políticos al que los líderes ambiciosos y sin escrúpulos buscan llegar
a toda costa.
La estructura piramidal implica
también que las decisiones se encuentran desigualmente distribuidas: el poder
de decisión es un privilegio de las estructuras cupulares, las sanciones y
privilegios son distribuidos de manera totalmente discrecional por éstas, lo
que permite el control de las estructuras subordinadas. Este poder discrecional
funciona como un instrumento de normalización de las estructuras básicas: las
inconformidades y oposiciones son minuciosamente controladas, mediante un
mecanismo de sanción y privilegio racionalmente controlado, cuyo fin es la
legitimación del poder cupular y el procesamiento de todo intento de
insubordinación. Este poder implica también el que las demandas de las bases
sean procesadas sólo cuando representan “focos rojos”, que puedan
desestabilizar al sistema y anquilosar su funcionamiento: las demandas se
procesan cuando representan riesgos extremos para la funcionalidad del sistema.
Como lo ha afirmado Lyotard[2]:
“En el marco del criterio de
poder, una demanda (es decir una forma de prescripción) no obtiene ninguna
legitimidad del hecho de que proceda del sufrimiento a causa de una necesidad
insatisfecha. El derecho no viene del sufrimiento, viene de que el tratamiento
de éste hace al sistema más performativo. Las
necesidades de los más desfavorecidos no deben servir en principio de regulador
del sistema, pues al ser ya conocida la manera de satisfacerlas, su satisfacción
no puede mejorar sus actuaciones, sino solamente dificultar sus gastos. La
única contra-indicación es que la no satisfacción puede desestabilizar el
conjunto. Es contrario a la fuerza regularse de acuerdo a la debilidad.
Pero le es conforme suscitar demandas nuevas que se considera que deben dar
lugar a la redefinición de las normas de <<vida>>. En este sentido,
el sistema se presenta como la máquina
vanguardista que arrastra a la humanidad detrás de ella, deshumanizándola para
rehumanizarla a un distinto nivel de capacidad normativa”[3].
Este párrafo ilustra la forma de
funcionamiento de la maquinaria corporativa en México: las regulación de ésta
no se realiza al nivel de las bases, ya que como dice Lyotard, regularse por
las bases implicaría regirse por los elementos débiles del sistema y es
precisamente debido a esto que en las bases del aparato corporativo es en donde
se están dando las rupturas más significativas: el sindicalismo corporativo ha
comenzado a desmantelarse y han sido las bases las que han iniciado este
movimiento desestructurador; sin embargo, la capacidad de las bases para
consolidar cambios estructurales profundos y su capacidad reformadora o
revolucionaria son sumamente limitadas.
Esta circunstancia de ruptura de
las estructuras sindicales desde la base ha sido aprovechada con oportunidad
por el Partido de la Revolución Democrática, para insertarse de manera efectiva
en algunas de las estructuras básicas, promoviendo vías no institucionales para
el procesamiento de necesidades y a la vez creando nuevos mecanismos de
indoctrinación ideológica y de normatividad. Esto ha permitido que este partido
asuma el papel de nueva maquinaria vanguardista, aspecto que hasta el día de
hoy parece haber sido desatendido por todos los partidos menos, por supuesto,
por el PRD.
2.
Coacción ideológica
“Las
relaciones entre el dominador y los dominados reflejan el contexto social más
extenso, aun cuando sea formalmente personal. Estas relaciones implican, por parte del dominado, la introyección de
los mitos culturales del dominador”[4].
Ingresar a las centrales obreras dependientes del partido oficial implica, para
el nuevo integrante, un pacto implícito en el que de entrada se acepta la
ideología dominante, o como dice Freire la mitología propia del dominador.
Debido a la confusión existente entre gobierno, PRI y sindicalismo corporativo,
esta mitología es la de la Revolución institucionalizada; aunque las grandes
transformaciones que ha sufrido la hayan convertido en un híbrido sin pies ni
cabeza. Cabe recordar la última gran subversión ideológica que fue operada en
el sexenio salinista, la cual consistió en invertir los principios del
nacionalismo revolucionario, el cual devino liberalismo social.
La indoctrinación ideológica, así
como la elección de una línea de pensamiento unidimensional[5] es un
privilegio del dominador (el líder sindical), no del dominado (el
sindicalizado), pero aun más allá, es un privilegio exclusivo de quien detenta
el poder político en un momento dado (el presidente de la República y su
camarilla, en primer lugar y el presidente del PRI, como un instrumento del
poder presidencial, en segundo), de ahí que la ideología sea inestable,
maleable y en general imprecisa. El precio que se ha tenido que pagar por
semejante inestabilidad es muy elevado ya que el resultado es la dualidad del
sindicalizado, su ambigüedad, el hecho de ser y no ser él mismo, y la
ambivalencia característica de su larga experiencia de dependencia, en una
mezcla de atracción y rechazo respecto de la sociedad sindical. Pero además,
las estructuras dependientes, al ser moldeadas por la voluntad de las élites
cupulares, reflejan la inautenticidad de la infraestructura (ideológica y
material), que las sostiene. Además, mientras que las cúpulas pueden absorber
sus crisis ideológicas a través de mecanismos de distribución del poder
económico y de los beneficios políticos, las estructuras subordinadas presentan
demasiadas debilidades como para ser capaces de procesar las manifestaciones de
los agremiados, por lo que su debilidad se acentúa con cada transformación
ideológica significativa[6]. Esto
explica en buena medida el irreparable daño ideológico que el salinismo operó
sobre estas estructuras básicas, al subvertir de tal manera sus más firmes
cimientos ideológicos.
Los mecanismos típicos para la
introyección ideológica son la persuasión (retórica), el engaño (sofística) y
la violencia verbal (que opera bajo la forma de amenaza). Lo que se busca con
esta introyección es no sólo la uniformidad del agremiado, de sus valores y
estilo de vida (masificación, homogeneización), sino también la predictibilidad
en la actuación del sistema (la cual se basa en esta uniformidad u
homogeneidad), el cual “al asimilar todo lo que toca, al absorber la oposición,
al jugar con la contradicción, demuestra su superioridad cultural”[7].
Superioridad que radica fundamentalmente en su capacidad para definir una línea
de pensamiento única e irrenunciable. La coherencia de esta línea de
pensamiento no radica tanto en su concordancia con una realidad exterior, sino
en la consistencia interna de sus propios argumentos y en la de las reglas que
permiten formarlos. De aquí que todo cambio en las reglas de formación de
argumentos conduzca a períodos de incertidumbre ideológica y de desorganización
política (un momento como estos es el que vive el sindicalismo corporativo en
estos momentos).
La crisis ideológica es más grave
de lo que se ha pretendido hasta el día de hoy. Al no reinventarse a sí misma,
asumiendo por el contrario cualquier ideología impuesta autoritariamente, la
Revolución mexicana se ha negado a sí misma en sus posibilidades de
transformarse de manera continua, manteniendo a pesar de estas
transformaciones, la identidad del principio revolucionario a lo largo de sus
diversas manifestaciones. De esta forma, la Revolución mexicana y su ideología
parecen haber perdido todo sentido, ya que su existencia contemporánea como
ideología está al servicio del status quo,
por lo que su capacidad reformadora y renovadora parece haberse agotado[8].
El discurso revolucionario ha
cedido su lugar a un discurso al servicio del establishment, el cual se ha
convertido en uno más de los instrumentos de legitimación del poder político
absoluto. Esto no sólo pone sobre la mesa un grave problema de identidad, sino también
un problema fundamental de comprensión e interpretación del entorno social:
“Los conceptos de autonomía, descubrimiento, demostración y crítica dan paso a
los de designación, aserción e imitación. Elementos mágicos, autoritarios y
rituales cubren el idioma. El lenguaje es despojado de las mediaciones que
forman las etapas del proceso de conocimiento y de evaluación cognoscitiva. Los
conceptos que encierran los hechos y por tanto los trascienden están perdiendo
su auténtica representación lingüística. Sin estas mediaciones, el lenguaje
tiende a expresar y auspiciar la inmediata identificación entre razón y hecho,
verdad y verdad establecida, esencia y existencia, la cosa y su función”[9]. Así,
en las centrales obreras, sobre la libertad y la autonomía prevalece la
sumisión y la dependencia; sobre la apertura ideológica y la crítica, prevalece
la aceptación incondicional de ideas extrañas y alienantes; sobre la
originalidad de las manifestaciones propias, prevalece la mimesis y la
asimilación del hombre a la masa. Como dice Marcuse, toda interacción
lingüística al interior de las centrales obreras se da en términos de rituales
institucionalizados, de interpretaciones fantásticas sustentadas en el
imaginario colectivo revolucionario y de manifestaciones lingüísticas que están
al servicio de la reproducción de discursos oficiales y oficialistas.
El entorno social inmediato
(único espacio al que puede acceder cognoscitivamente el sindicalizado, ya que
las mediaciones se han eliminado como elementos lingüísticos que pueden
significar riesgos para la tranquila marcha del sistema) es interpretado en
términos de ideas estereotipadas y de prejuicios que han arraigado firmemente
en la conciencia. El mundo y su comprensión se cierran al sindicalizado,
aparecen los elementos mágicos y fantasmagóricos, la imaginación sobre lo real,
lo que lleva a una lamentable limitación del proyecto de vida y de los
horizontes de desarrollo personal. “El
habla, que es inherente a la estructura esencial del ser del “ser ahí[10]”,
cuyo “estado de abierto” contribuye a constituir, tiene la posibilidad de convertirse en habladurías y, en cuanto tales,
no tanto de mantener patente el “ser en el mundo” en una comprensión
articulada, cuanto de cerrarlo y de encubrir los entes intramundanos”[11].
La apariencia suplanta a la
realidad, la sombra a las luces, el mundo se cierra a la comprensión del
trabajador sindicalizado, y todo por obra de la sumisión ideológica. De esta
forma, el sindicalismo corporativo promueve la existencia en nuestra sociedad
de elementos cerrados, intransigentes, intolerantes y silenciosos. “Este cerrar
se hace cada vez mayor por el hecho de que en las habladurías se cree haber alcanzado la comprensión de lo hablado “en”
el habla, y en virtud de esta creencia estorban toda nueva pregunta y
discusión, descartándolas y retardándolas de un modo peculiar”[12].
Modo peculiar que se ajusta a la dinámica del sistema político mexicano y que
descarta por adelantado cualquier cuestionamiento de sus fundamentos
ideológicos y limita las discusiones y los intentos reformadores al servicio de
una apariencia de democracia y pluralidad que tiene como fin persuadir a la
sociedad de que estas estructuras se transforman de acuerdo a las necesidades
de democratización del país y no de acuerdo a las necesidades de conservación
del sistema político.
El sindicalismo corporativo es
también por esencia silencioso, y cuando habla, su voz no es auténtica, sino el
mero eco de la voz de los dominadores: en todos sus niveles, son los que
dominan los que hablan, mientras que los sometidos a ellos sólo escuchan[13]. Las
élites se encargan de silenciar a sus subordinados, ya que cuando éstos acceden
a su derecho a hablar los cuestionamientos al sistema son los primeros
elementos del discurso que salen a flote. Por esto, las posibilidades de una
acción ideológica auténticamente revolucionaria parecen provenir sólo del
exterior del mismo sistema, lo que implicaría la existencia de una organización
política consolidada, propositiva y crítica, que pudiera contrarrestar los
efectos de décadas de dominación ideológica. Esta organización podría conducir
al sindicalizado por un proceso de progresivas tomas de conciencia: toma de
conciencia de su realidad inmediata y mediata, articulación de esta toma de
conciencia en estructuras intelectuales y posteriormente discursivas,
vinculación del discurso con una praxis transformadora de la situación
existencial concreta, y finalmente transformación revolucionaria de la realidad
existente con el fin de llegar a un nuevo estadio de conciencia, donde el
silencio no tenga ya lugar alguno. Esta sería entonces la auténtica conciencia
revolucionaria y la forma más consecuente de mantener viva la ideología de la
Revolución mexicana[14].
3.
Dominación patriarcal-patrimonial
“La dominación es un caso
especial del poder[15]”, y
puede entenderse como “un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta
(“mandato”) del “dominador” o de los “dominadores” influye sobre los actos del
otro (del “dominado” o de los dominados”), de tal suerte que en un grado
socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran
adoptado por sí mismos y como máxima de su obrar el contenido del mandato
(“obediencia”)[16].
Existe pues una relación dialéctica que se da en una doble vertiente: la
relación intersubjetiva dominador(es)-dominado(s) y la relación dialógica
mandato-obediencia. La base de toda estructura de dominación es esta oposición
de individuos y preceptos cuyo fundamento es la percepción, por parte de los
sometidos al poder, de que la dominación y el mandato ejercidos son legítimos.
La forma como se originó la
dominación al interior de las estructuras corporativas se apega a lo que Weber
ya había dicho con singular lucidez a principios de siglo: “La posición
dominante de las personas pertenecientes a la organización… frente a las
“masas” dominadas se basa siempre en lo que… se ha llamado la “ventaja del
pequeño número”, es decir, en la posibilidad que tienen los miembros de la
minoría dominante de ponerse rápidamente de acuerdo y de crear y dirigir sistemáticamente una acción societaria racionalmente
ordenadora y encaminada a la conservación de su posición dirigente. De este
modo, la actuación amenazadora de las masas o de la comunidad podrá ser
fácilmente reprimida, siempre que los que oponen resistencia no hayan adoptado
precauciones igualmente eficaces para dirigir una acción societaria encaminada
a la obtención de un dominio”[17].
Esta acción societaria
racionalmente ordenada quedó plasmada en el Pacto de las centrales que
constituyeron al PRI, el 20 de enero de 1946: “Las centrales del pueblo
-obreras, campesinas y populares- que constituyen el Partido Revolucionario
Institucional celebraron… un pacto que las compromete a coordinar su actuación política electoral y proscribir las pugnas entre
los sectores”[18].
Así, actuación política electoral coordinada, que implicaba un orden
racionalmente establecido, y proscripción de pugnas entre sectores, que
implicaba un poder coercitivo ejercido desde las cúpulas y que permitía la
conservación de la dirigencia en su posición de dominación, fueron los
fundamentos de la forma de operar del partido durante décadas.
La forma de dominación que ha
prevalecido al interior de las grandes centrales obreras parece haber sido
durante décadas la que Weber describió como “dominación tradicional”. Esta
forma de dominación se da “en virtud de creencia
en la santidad de los ordenamientos y los poderes señoriales existentes desde
siempre. Su tipo más puro es el del dominio patriarcal[19]”.
Podría cuestionarse que en el fondo este tipo de dominación no es la que
realmente se ha dado en las centrales obreras, ya que, ¿dónde están estos
santos ordenamientos y estos poderes señoriales existentes desde siempre? Pero,
si profundizamos un poco, caeremos en la cuenta de que sí existen estos
ordenamientos y de que el poder señorial parece haber existido desde siempre.
Respecto a los ordenamientos, su
existencia es incuestionable, pero su “santidad” puede quedar en duda; no
obstante, esta “santidad” existe de hecho, ya que las reglas implícitas del
sistema son absolutamente inviolables, de observancia general y sólo son
modificadas mediante consensos cupulares muy esporádicos. Por otro lado, la
Revolución mexicana ha significado para la historia de México algo así como lo
que la revelación cristiana significó para la historia de la humanidad (la
historia antes y después de Cristo); es precisamente nuestra Revolución (y por
supuesto, el partido que la institucionalizó) la que parece haber inventado la
historia nacional, asimilando a las figuras más representativas de la
Independencia y la Reforma al ideario revolucionario, transformándolos en mitos
y en parte del imaginario heroico del
mexicano.
Esta forma de dominación
tradicional se articula en una doble vertiente que se ha alternado en su
predominio de acuerdo a los requerimientos históricos: es por un lado
dominación patriarcal y por el otro, dominación patrimonial. Es importante
considerar brevemente los rasgos fundamentales de estas formas de dominación
tradicionales.
En principio, el trabajador
sindicalizado sometido depende del líder sindical, y en virtud de esta
dependencia, le debe una devoción que tiene el carácter de ser rigurosamente
personal. La legitimidad de las normas que emanan del dominador no proviene de
que sean racionales, legales y técnicamente consensadas, sino del mismo hecho
de la sumisión: el mero acto de sometimiento hace legítima la norma. Estas
normas no han sido escritas, por lo que no se las encuentra en ningún lugar,
pero han sido consagradas por la tradición. En esta forma de dominación, el
dominador mantiene una posición autoritaria, gracias a la continuidad y al
carácter cotidiano de su mandato (por ejemplo, el mandato en la CTM se
mantiene, entre otras cosas, gracias a la presencia constante del líder cupular
en los medios de comunicación, presencia cuya fuerza consiste fundamentalmente
en externar una opinión cualquiera supuestamente representativa del colectivo
sindical). Esta posición autoritaria, hace que para los sindicalizados, el
líder sindical sea el “señor” por excelencia.
La vertiente “positiva” de este
poder de dominación radica en su capacidad para proveer a los subordinados de
lo necesario para su subsistencia, en la protección que se les da en casos de
peligros externos, en la ayuda que se les da en caso de necesidad y en ser
cobijados en el ente colectivo de la organización sindical masiva y
masificadora. La vertiente “negativa” radica en la obediencia ciega que los
sometidos deben al dominador y en la exigencia de apoyo incondicional a éste
último, así como en el silencio y respeto que hay que perpetuar (de ahí que
todo discurso revolucionario, cuando no es instrumentalizado con fines de
legitimación, represente una seria amenaza a la estabilidad del sistema).
En esta relación de dependencia,
el sometido debe ayudar al “señor” con todos los medios que le sean accesibles,
este deber solamente se encuentra limitado por carencias económicas y por el
aprovechamiento según lo usual de las capacidades de trabajo e interacción
humana de los subordinados. Este usual aprovechamiento es el que en cada caso
fija el sistema como normas de rendimiento y convivencia implícitas. El
“señor”, a su vez, elige a sus favoritos de entre quienes le obedecen, con
fines de privilegiar a estos “hijos”, los cuales sólo pueden ser elegidos por
el líder (este es uno de sus tantos privilegios). La relación de dependencia
que así se establece se basa en la fidelidad y la lealtad, así como en la buena
voluntad y disposición para en todo momento prestar servicios personales. A la
par de esta prestación de servicios, el sometido entrega regalos de honor y
ofrece diferentes tipos de apoyos de acuerdo a las necesidades del
dominador.
Esta forma de relación ha sido
caracterizada existencialmente por Heidegger: “… en cuanto cotidiano “ser uno
con otro” está el “ser ahí” bajo el
señorío de los otros. No es él mismo, los otros le han arrebatado el ser. El
arbitrio de los otros dispone de las cotidianas posibilidades de ser del “ser
ahí”. Mas estos otros no son otros determinados. Por lo contrario, puede
representarlos cualquier otro. Lo
decisivo es sólo el dominio de los otros, que no es “sorprendente”, sino que es
desde un principio aceptado, sin verlo así, por el “ser ahí” en cuanto “ser
con”[20].
Este arbitrio que dispone en todo momento de las posibilidades de los otros
para realizarse y que les arrebata el ser es una más de las expresiones de la
dialéctica hegeliana del señor y el siervo: “El señor se relaciona al siervo de
un modo mediato, a través del ser independiente, pues a esto precisamente es a
lo que se halla sujeto el siervo; ésta es su cadena, de la que no puede
abstraerse en la lucha, y por ella se demuestra como dependiente, como algo que
tiene su independencia en la coseidad. Pero el señor es la potencia sobre este
ser, pues ha demostrado en la lucha que sólo vale para él como algo negativo…
el señor se relaciona con la cosa de un modo mediato, por medio del siervo”[21]. La
relación entre el líder sindical y el subordinado sindicalizado se da
precisamente en estos términos, donde las cosas aparecen como medio de relación
y ámbito sobre el que el subordinado parece obtener su independencia. Dentro de
este esquema el lema rector del subordinado es: “Si cedo en algo, no me harán
mal”[22].
Esto nos lleva directamente a las
características patrimoniales de la dominación tradicional. Si el dominio
paternalista se ejerce sobre las personas en virtud de una relación de
dominación-sometimiento incuestionada, el dominio patrimonial se ejerce sobre
propiedades y cosas, las cuales median las relaciones entre personas. Por lo
tanto, en esta forma de dominación lo que intervienen son las posesiones del
“señor” administradas directamente en la forma inmediata de señorío
territorial, a los cuales pueden llegar a agregarse otros “territorios”, los
cuales si bien no están bajo el dominio directo del “señor”, son dominados por
él desde el punto de vista político (esta dominación política, puede utilizar a
la policía y a los aparatos represivos del Estado como instrumentos).
En esta forma de dominación, el
poder político se agrupa en torno al núcleo de grandes dominios
patrimonialmente explotados. Ambas formas de dominación (paternalista y
patrimonial) han sido institucionalizadas por el PRI a través de sus dos
estructuras básicas de sometimiento: la estructura sectorial, asentada sobre
los sindicatos corporativos, y la estructura territorial, asentada sobre feudos
locales. Estas estructuras funcionan de manera muy estrecha, a tal grado que
llegan a confundirse en un todo: así, los líderes sindicales llegan a ser
también especies de señores feudales con sus siervos propios y sus dominios
patrimoniales.
La forma de relación patrimonial
a través de las cosas no sólo vale para territorios sino también para todo tipo
de objetos, los cuales circulan al interior de las centrales obreras
constituyendo un auténtico sistema tributario. Este sistema tributario que
funciona al interior, y que no requiere de la utilización de la fuerza física
para existir, vincula al “señor” con los que le están patrimonialmente
sometidos mediante lazos de control normalizador muy estrechos. Los poderes de
proscripción propios del Estado son usurpados por los líderes para reprimir
conductas y discursos indeseables y promover conductas y discursos que
reproduzcan o permitan reproducir las relaciones dominación-sometimiento; sin
embargo, las posibles arbitrariedades del señor son restringidas por el poder
santificado de la tradición (las reglas implícitas del sistema).
Es esta dominación tradicional
(paternal-patrimonial) la que ha demostrado su agotamiento. El Gobierno de la
República ha logrado transitar de esta dominación tradicional a la forma de
dominación carismática, basada en la devoción afectiva a la persona del señor
(presidente de la República) y a sus dotes metaconstitucionales (carisma) y se
encuentra en estos momentos tratando de afianzarse en la forma de dominación
legal, fundada en las leyes y en la eficiencia administrativa. Existe pues, un
desfase en cuanto a las formas de dominación en las estructuras del partido
oficial. El sindicalismo corporativo no ha logrado ni siquiera entrar en la
fase de transición a la dominación legal, pasando por un estadio de dominación
carismática (en este momento, la ausencia de auténticos líderes en el
movimiento obrero oficialista se hace patente). Esto nos habla de un desfase
entre la política del partido y la del gobierno, el cual ha comenzado a
distanciar a ambas estructuras (aunque por el momento esta distancia sea
demasiado corta).
Por otro lado, el movimiento sindical
corporativo no ha demostrado capacidad para renovar la acción societaria y para
encauzarla de manera sistemática por causes racionales y ordenados. Es por ello
que las masas que conforman las bases poco a poco han visto dirigida su acción
por algunos líderes cupulares, que han buscado dirigir su propia acción
societaria (con el apoyo de partidos políticos de oposición) encaminada a
obtener un dominio propio. Este domino se ha consolidado poco a poco como un
sindicalismo independiente (no oficialista).
Finalmente, los fundamentos
patriarcales y patrimoniales se han visto severamente afectados por las crisis
económicas recurrentes, lo que ha hecho que el sistema pierda varias de sus
capacidades tradicionales: se han roto los esquemas tradicionales de dominación,
la legitimidad de las normas ha sido cuestionada por los mismos que las aplican
(una de las manifestaciones más evidentes de este cuestionamiento es la
suspensión del desfile obrero oficial del 1º de mayo), la continuidad del
mandato se ha visto interrumpida por amplios vacíos de liderazgo y autoridad,
el sistema ha dejado de proveer a los subordinados de lo necesario para su
subsistencia y ha perdido su capacidad para protegerlos de peligros externos,
la ayuda “populista” se ha dirigido más con fines electoreros (para la
captación del voto de los sectores más desprotegidos), los dominios
territoriales han sido el centro de pugnas por la tierra (como en el caso de
Chiapas) y el dominio político absoluto sobre los territorios se ha ido
perdiendo, en virtud de la intromisión de grupos políticos opositores en los
esquemas básicos de dominación y también de las crisis económicas que han
mermado la riqueza de los “señores feudales”.
CONCLUSIONES:
LOS RETOS DEL SINDICALISMO NO-CORPORATIVO
En este breve análisis de los
fundamentos racionales del sindicalismo corporativo nos hemos concentrado en
tres aspectos fundamentales: la estructura organizativa, la infraestructura
ideológica y las formas de dominación (o de relación entre el poder político y
los subordinados a él). El análisis de estos aspectos nos ha permitido
identificar una serie de rupturas que se han operado al interior del sistema,
ubicando algunas de las causas de su disfuncionalidad.
El sindicalismo corporativo
enfrenta, según nuestro análisis, los siguientes grandes retos:
1. Transformación estructural
profunda. La estructura piramidal no es en sí misma problemática, ya que es la
forma típica de las organizaciones burocráticas; no obstante, la forma
autocrática y fuertemente centralizada como se dan las decisiones debe cambiar
radicalmente. Las decisiones de las centrales obreras no deben depender más de
los acuerdos cupularmente consensados, esto implica la democratización de las
decisiones. La fuerza de las centrales obreras radica precisamente en sus
bases, ya que como dice Weber “Al lado de la omnipotencia frente al individuo
sometido existe la impotencia frente a la totalidad de individuos“. Por ello,
las cúpulas obreras deben asumir el compromiso de considerarse como
instrumentos de las bases, siendo su voz en toda negociación.
2. Revitalización ideológica.
Pero la democratización de las decisiones tiene que pasar necesariamente por
una profunda transformación ideológica que presenta varias dimensiones:
a) La ideología de las centrales
obreras debe dejar de ser la del partido oficial. Esto plantea el reto de
desarrollar una ideología propia, la cual idealmente debería ser racionalmente
oposicionista, meditadamente revolucionaria y cotidianamente renovadora.
b) Los mecanismos de coacción
ideológica deben desaparecer para dar paso a la ilustración (que no
indoctrinación) de los obreros que se integran al grupo sindical, esto con la
finalidad de permitir graduales tomas de conciencia de los sindicalizados.
Tomas de conciencia que tienen que ver con superar la realidad y la evidencia
de lo inmediato, para llegar a una más compleja y completa interpretación de la
realidad, que permita estructurar una praxis consecuente con la misma. Esto
llevaría a la liberación del individuo de las diferentes estructuras de
sometimiento y permitiría que la voz del trabajador pudiera ser escuchada en
pleno, por una sociedad que comienza a abandonar la cultura del silencio.
c) Las demandas expresadas y los
discursos pronunciados deben ser la plasmación de las necesidades de las
estructuras básicas y no sólo formas que legitimen al poder público. En este
sentido muchas cuestiones deberán ser tematizadas (problematizadas) por el
movimiento obrero, con el fin de permitir la libre discusión de las ideas, la
crítica constructiva y constructora de nuevas formas de institucionalidad y la
representación real de los intereses de los agremiados.
3. Tránsito a una nueva forma de
dominación. Es necesario romper con el tradicional esquema
paternalista-patrimonial para transitar a una forma de dominación legal, con
apego a las reglas y a la racionalidad. Este tránsito implicará la terminación
del ciclo dialéctico señor-siervo y la superación de las ambivalencias propias
de la relación paternalista. Para llegar a la forma de dominación legal
necesariamente se tendrá que pasar por un estadio de dominación carismático
(con riesgo de brotes populistas), donde exista un líder con la suficiente
fuerza ideológica, capacidad organizativa y visión, para proyectar el movimiento
obrero rumbo al próximo siglo. Esta necesidad de pasar por un estadio
carismático puede capitalizar la tendencia del mexicano a buscar héroes (en
apariencia esta tendencia se arraiga en debilidad de la imagen paterna o en la
pérdida de la misma, lo que también podría explicar todo un complejo de
problemas con la autoridad).
El gran riesgo existente al
abandonar los esquemas de dominación paternalista no sólo radica en la
posibilidad de un estadio populista más o menos prolongado, sino en que esta
liberación de la relación de sometimiento puede dar al sindicalizado una nueva
libertad que sea incapaz de capitalizar, lo que podría llevar a que se
sometiera a liderazgos autoritarios y a que creara nuevos mitos (como los que
en su momento fueron creados por el PRI). Estos riesgos sólo podrán evitarse si
se logra la “maduración” del sindicalizado individual, mediante una política de
ilustración, que le dé las herramientas intelectuales necesarias para asumir
por vez primera desde hace muchos años la responsabilidad que implica estar condenado a la libertad (la frase
es de Sartre).
En todo caso parece necesario que
el sindicalismo corporativo se reinvente a sí mismo y se supere en una nueva
forma de organización sindical no-corporativa, democrática y liberadora de las
conciencias individuales. Como ya lo habíamos manifestado al inicio, esta misma
transformación debe operarse en el sistema político autoritario, para lograr de
esta manera, un nuevo orden social y político rumbo al siglo XXI.
[1]
Esta performatividad podría definirse como la capacidad que tiene el sistema
para transformar eficientemente los insumos en productos. O sea, la
performatividad es una capacidad que tiene que ver con la relación
inputs-outputs dentro de un sistema dado
[2] He señalado
con letras cursivas los fragmentos de texto que he querido destacar
[3]
Jean-Francois Lyotard. La condición postmoderna. P. 130-131
[4]
Paulo Freire. Acción cultural y concienciación. P. 91
[5] La expresión
es de Marcuse
[6] Cf. Idem.
[7] Herbert Marcuse. El hombre
unidimensional. P. 115
[8]
La declaración de principios de octubre de 1972 ratificaba esta voluntad
revolucionaria “característica esencial de nuestra
Revolución es ser una realidad en movimiento y en constante transformación,
un conjunto de ideas, pero también de realidades, que, impulsadas por las fuerzas en que se sustentan, se mueven por sí
mismas, y, obligando a pensar y a repensar, amplían el cuadro de las ideas
esenciales”. (Declaración de principios y programa: XLVII aniversario de la
fundación del Partido. P. 71). Esta capacidad de dinamismo y transformación es
precisamente la que parece haberse perdido
[9]
Idem.
[10]
En la terminología de Heidegger el “ser ahí” (dasein) es el ser humano
considerado de manera individual. El “ser ahí” es el ser que en cada caso soy
yo mismo
[11]
Martin Heidegger. El ser y el tiempo. P. 188
[12] Idem.
[13] Cf. Paulo Freire. Op. cit. p. 91-92
[14]
Si es que en verdad la idea de la revolución es algo más que un nombre,
significando entonces todo un conjunto de prácticas de vida concretas, cuyo fin
sea la transformación constante de las estructuras políticas. En apariencia, la
Revolución mexicana ha perdido todo sentido como idea que puede realizarse en
los hechos, para pasar a ser sólo el nombre que designa el estilo de vida de la
clase política priísta.
[15] Max Weber.
Economía y sociedad. P. 695
[16] Ibid. p. 699
[17] Ibid. p. 704
[18] Partido
Revolucionario Institucional. Historia gráfica del Partido: 1929-1991. P. 92
[19] Max Weber. Op. cit. p. 708
[20]
Martin Heidegger. El Ser y el tiempo. P. 143
[21] George Willhem Friedrich Hegel. Fenomenología
del espíritu. P. 117-118
[22] Karen Horney. La personalidad neurótica de nuestro
tiempo. P. 84
No hay comentarios.:
Publicar un comentario