viernes, 21 de febrero de 2014

Globalización y mundialización: aclaraciones y conjeturas


GLOBALIZACIÓN Y MUNDIALIZACIÓN: ACLARACIONES Y CONJETURAS


 

Por Javier Brown César


 

“… nuestras decisiones más trascendentales no serán tecnológicas, sino políticas; se referirán a cambios en nuestros patrones de comunicación, obediencia, crítica y responsabilidad entre las personas”. Karl W. Deutsch[1]

 

 
Artículo originalmente publicado en Palabra
En este ensayo me gustaría hablar acerca de la distinción entre procesos políticos, económicos y sociales en los que las personas son protagonistas y aquellos procesos en los que las personas son del todo irrelevantes para los diversos sistemas sociales. El punto de partida será la crítica a la teoría de la racionalidad postmoderna, tal como la ha intentado rescatar Jürgen Habermas, con el fin de argumentar  a favor de la racionalidad ética.

 

TRES RACIONALIDADES

 
La trama de la filosofía occidental, desde Descartes hasta ya bien entrado el siglo XX[2], se ha centrado en la “razón” como categoría central. Descartes introdujo la distinción tajante res cogitans y res extensa, Leibniz introdujo el principio de razón suficiente (o razón de ser), Kant analizó los usos metafísicos de la razón pura y los principios de la razón práctica, Hegel estudió la trama universal en términos del devenir del Espíritu concebido como idea, etc.; por otro lado, filósofos como Pascal, Nietzsche y Bergson  se opusieron al poder hegemónico de la razón ya sea desde la lógica del corazón, de la voluntad de poder o del élan vital interpretado intuitivamente. Un cometido de la primera escuela de Frankfurt fue denunciar el poder manipulador de lo que se ha denominado racionalidad instrumental, a partir de una crítica frontal al racionalismo de corte cartesiano y a los mitos de la razón ilustrada.
 
Habermas, un representante de la Escuela de Frankfurt tardía, desarrolló una teoría de la racionalidad en la que la razón dominadora puede ser dividida en dos esferas[3]: la racionalidad instrumental, cuyo eje es el poder de disposición sobre la naturaleza, y la racionalidad estratégica, cuyo eje es el poder de disposición sobre la sociedad. Según Habermas, la única posibilidad para rescatar a la racionalidad de las severas críticas de que fue objeto por parte de los filósofos postmodernos, es redirigir los ímpetus de la razón al ideal de un consenso racionalmente logrado, libre de simulaciones, patologías y coacciones. La razón comunicativa es para Habermas el medio como se puede rescatar el potencial emancipador de la razón, como alternativa a su disgregación y a los ataques frontales provenientes de seudociencias, seudofilosofías y seudoreligiones.
 
Sin embargo, el ideal de la acción comunicativa de Habermas es cuestionable, no sólo por su alto contenido utópico –lo que prevalece en nuestras sociedades es el desacuerdo y no precisamente la ética del discurso- sino ante todo por su arbitrariedad. La acción comunicativa no puede representar la culminación o la norma para la teoría occidental de la racionalidad al menos por dos razones: primera, porque de hecho, toda acción con sentido social, en el más puro sentido weberiano, es eminentemente comunicativa, tiene un significado que es transmitido en el nivel de la sociedad, por lo que una teoría de la acción comunicativa parecería del todo innecesaria, pudiéndose desdoblar en una teoría de la comunicación formulada en términos sociológicos (Luhmann) y en una teoría de la acción formulada en términos psicológicos. Toda acción socialmente significativa y relevante es per se, comunicación.  Segunda: porque la “racionalidad comunicativa” o para ser más precisos, la comunicación, es el fundamento de toda teoría de la racionalidad. La razón, es en sí misma comunicativa: implica la articulación entre las percepciones sensibles siempre concretas e individuales y los pensamientos y esquemas mentales, siempre abstractos y universales; y también implica la vinculación entre sistemas de conciencia (personas) al interior de la sociedad.
 
La teoría habermasiana de la racionalidad requiere ser reformulada. Ciertamente podemos hablar de la racionalidad instrumental y de la estratégica, ya que ambas tienen fines específicos y por ende, claramente diferenciados, pero en lugar de la redundante noción de acción comunicativa se puede introducir un criterio diverso para el análisis de la razón, que en realidad debería resaltar de manera eminente sobre el discurso mismo: la racionalidad ética[4].
 
Para Habermas, el cometido de la ética del discurso y de la razón comunicativa es de carácter emancipatorio, pero también encontramos posibilidades liberadoras en las otras racionalidades: la instrumental tiende a liberar a las personas del trabajo mecánico y la estratégica permite descargar a las sociedades del peso de buscar consensos a cada momento. Si bien ambas racionalidades tienden a la dominación, la racionalidad instrumental se centra en el control de objetos, mientras que la racionalidad estratégica se centra en el control de personas individuales o de grupos de personas (masas). La racionalidad ética, por su parte, no tiende a la liberación como fin último, no es una ratio liberal en sus fines, sino ante todo eminentemente arquitectónica en sus fines y liberal en sus efectos; esto es, el fin de la razón ética es la construcción de sujetos que puedan desarrollarse a plenitud y por ende, ejercer su libertad sin autodestruirse y sin acabar con su entorno: el centro de la racionalidad ética es la construcción del sujeto a partir de un guión del yo basado en la autenticidad.
 
RACIONALIDAD Y GLOBALIZACIÓN
 
La racionalidad instrumental es propia de la economía tecnológicamente apuntalada y científicamente validada. La racionalidad estratégica es propia de la política burocráticamente administrada y procedimentalmente correcta. La racionalidad ética es propia de una humanidad espiritualmente progresista y guiada por valores superiores. La globalización trae como consecuencia el desarrollo acelerado de dos procesos macro transformadores de las estructuras y hábitos sociales: la creciente tecnificación de la sociedad y la integración civilizatoria de estados multinacionales. Ahora bien, ni los procesos tecnificadores, ni los procesos civilizatorios se vinculan necesariamente con el desarrollo ético pleno, sino ante todo con algunos mínimos éticos: su ámbito valorativo de aplicación preponderante es lo correcto, no lo bueno; esto es, desde el punto de vista técnico, lo correcto es lo que permite el funcionamiento de mecanismos, desde el punto de vista civilizatorio lo correcto es lo que permite una convivencia pacífica y ordenada. Los procesos de culturización, por el contrario, sí se encuentran necesariamente vinculados al pleno desarrollo ético de las personas.
 
La modernización creciente de las sociedades y el incremento de la diferenciación social aumentan la capacidad de la humanidad para disponer técnicamente de los recursos naturales y conllevan un proceso civilizatorio que garantiza la vida correcta de un sector de la población estadísticamente importante, dispuesto a someterse a determinados mandatos de la autoridad y a seguir normas percibidas como legítimas. Pero ambos procesos, que hasta cierto punto son concomitantes en los Estados contemporáneos, no son causas necesarias y suficientes del desarrollo espiritual de los pueblos, aunque sí de su desarrollo material y de su capacidad para convivir sin exterminarse al interior de las diversas megalópolis.
 
El riesgo a futuro es el predominio de sociedades éticamente insípidas, técnicamente logradas, y dóciles y amaestradas, desde el punto de vista de procesos civilizatorios y tecnologizadores que en buena medida transcurren de espaldas a los sujetos éticos y a la ética individual y social. Los desarrollos tecnológicos y civilizatorios no tienen como meta ideal una norma de bondad, sea en el nivel de las virtudes o en el del desarrollo espiritual plenificador y auténtico; están dirigidos por la lógica de la corrección, bajo la cual lo óptimo es seguir el procedimiento, apegarse a la norma abstracta y lograr que las cosas y los sistemas funcionen. Por otro lado, la lógica de la bondad implica sacrificios éticos de gran nobleza, que permiten superar la ley económica de la vida –el máximo de beneficio con el mínimo de esfuerzo- por las virtualidades caritativas del espíritu: el máximo de esfuerzo con el mínimo beneficio.
 
Los afanes de lucro y poder desmedidos, propios de economías y sistemas políticos descarriados por su enorme capacidad productiva y por la lógica de la acumulación de riqueza y poder, dinamitan los proyectos culturizadores en sus bases mismas: bloquean la capacidad de los individuos para autoconstruirse como sujetos éticos libres y por ende, en constante tensión entre deber y necesidad, entre autenticidad e inautenticidad, y tienden a la “producción” de un sujeto neutral, éticamente indiferente, pero racional en sus hábitos consumistas y en sus preferencias políticas esporádicamente manifestadas a través de actos casi simbólicos de voto y censura.
 

SISTEMA Y ENTORNO[5]

 
La globalización es un proceso de integración mundial que transcurre de espaldas a las personas y sus necesidades y que se basa en la tecnificación de la economía y en la política de corte civilizatorio; la mundialización por el contrario, es un proceso de integración social que transcurre a partir de la culturización, entendida como la generación de nichos que posibilitan el desarrollo de sujetos plenos y auténticos, este proceso se construye con la participación de personas y su cometido es la lucha contra la indiferencia de la economía lucrativamente orientada y de la política liberal de corte minimalista.
 
Asumiendo como marco de referencia la teoría de las necesidades de Maslow, podríamos hacer corresponder las racionalidades analizadas con el esquema propuesto, lo que nos podría llevar a la siguiente conclusión provisional: la racionalidad instrumental, en su orientación al dominio de las fuerzas naturales está volcada de manera preponderante a la satisfacción de necesidades fisiológicas básicas (hambre, sueño, sed), y a la satisfacción de determinadas necesidades de protección y seguridad, sobre todo de cara a una naturaleza potencialmente amenazante. La racionalidad estratégica, en su orientación al dominio de los seres humanos está volcada de manera preponderante a la satisfacción de determinadas necesidades de protección y seguridad, sobre todo de cara a un entorno social potencialmente amenazante, y también a la satisfacción de necesidades sociales y de pertenencia en un nivel muy primario, llegando incluso a impactar en la necesidad de status, la cual es de orden superior. Lo propio de la racionalidad ética es que da satisfacción a necesidades consideradas por Maslow como de orden superior, esto es, las necesidades de estima (más no necesariamente de status) y las necesidades de actualización de las potencialidades del yo (self-actualization). 
 
Con estas ideas en mente podemos afirmar que el potencial de la racionalidad ética radica en su fuerza para rescatar a la persona de las fuerzas impersonales del mercado y de los imperativos de poder ilimitado de una política guiada bajo supuestos Maquiavélicos del poder por el poder mismo. La persona humana fue amenazada en los tiempos de la Revolución Industrial por un aparato productivo que tendió a reducirla a engrane de la máquina y que consumió su tiempo de vida en esta esclavitud tecnológicamente inducida; la persona humana fue amenazada en el siglo XX por sistemas políticos totalitarios y por sistemas liberales minimalistas que la redujeron a un instrumento del poder y que consumió sus posibilidades de vida a partir de exigencias de sacrificio en pro de un futuro poco claro con promesas de mayor bienestar y libertad. En este siglo, la persona sigue estando amenazada por las fuerzas impersonales que tienden a lanzarla a la zona de indiferencia de los sistemas sociales.
 
La segregación de los improductivos y de los anormales es el principio de un proceso globalizador que puede arrojar a todos a los límites de los sistemas, haciéndonos vivir una existencia al servicio de las maquinarias del dinero y del poder. Fue Niklas Luhmann el gran teórico de la sociología que vio con claridad este envío de las personas al entorno y encontró en esta forma de segregación el pretexto para tomar en cuenta con seriedad a las personas, como sistemas de conciencia mucho más complejos que cualquier economía, régimen político o cultura particular.
 
El reto actual es superar la indiferencia a la que los sistemas nos condenan y la cual tiende a reproducirse incluso en la convivencia diaria: “… es una característica fundamental de las organizaciones humanas que los componentes más pequeños –los individuos- son más complejos y en cierto sentido más importantes que las grandes organizaciones que integran. Los mejores pensadores de la humanidad siempre han reconocido esto y se han negado a tratar a los seres humanos como algo de que se pueda disponer o sacrificar. Los teóricos de la democracia, de Pericles a John Stuart Mill, han visto la prueba de un buen gobierno en la calidad de los individuos que se desarrollan bajo el mismo. Esta prueba sigue siendo válida en la actualidad”.[6] En función de lo dicho en este ensayo, el buen gobierno deberá medirse no tanto en términos de progreso económico o de seguridad pública, sino ante todo por la calidad de sus ciudadanos. Este gobierno será un promotor activo de procesos de mundialización culturizante, que permitan que por vez primera en varios siglos, el espíritu humano, en términos de sus valores, aspiraciones e ideales, se ponga a la par de un desarrollo científico y tecnológico que está sepultando aquello por lo que la civilización occidental ha luchado por lo menos durante los últimos dos milenios: la plenitud de la vida humana en la tierra.
 

 



[1] Política y gobierno. México, Fondo de Cultura Económica, 1998. p. 161. 
[2] Quizá hasta la Crítica de la razón dialéctica de Sartre o Razón y revolución de Marcuse.
[3] Cf. Teoría de la acción comunicativa. Buenos Aires, Taurus, 1989. 2 v.
[4] El mismo Habermas pudo haber llegado a esta conclusión al esbozar su ética del discurso, pero por desgracia, su excesivo formalismo, aunado a su formación hegeliana y a su giro lingüístico, le impidieron colocar a la ética antes del discurso, con lo que podría haber llegado a un discurso sobre la ética (lo que es propiamente una defensa de la racionalidad ética) y no a una ética del discurso. Cf. Conciencia moral y acción comunicativa. Barcelona, Planeta, 1994. 219 p.
[5] Cf. En especial: Niklas Luhmann. Sistemas sociales: lineamientos para una teoría general. 2ª ed. Barcelona, Anthropos, UIA, CEJA, 1998, 445 p.
[6] Deutsch. Op. Cit. p. 162.

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