jueves, 13 de febrero de 2014

Ciencia, sociedad y universidad


CIENCIA, SOCIEDAD Y UNIVERSIDAD

 

Por Javier Brown César

Artículo publicado originamente en la Revista Bien Común y gobierno. No. 71, octubre de 2000. p. 58-67.

Al leer el número de Bien Común y Gobierno de junio de 2000, el título “La ciencia y la tecnología como base fundamental para el desarrollo de México” me llamó poderosamente la atención. Recordé las tesis de Jürgen Habermas del libro Ciencia y Técnica como ideología: el motor del desarrollo de las naciones ya no es más el progreso del sistema económico, bajo los imperativos de la productivización óptima[1] de los sectores (primario, secundario y terciario), sino la ciencia y la técnica[2]. El artículo referido es un testimonio vivo de quien ha dedicado parte de su vida a la investigación y ha constatado las deficiencias de la investigación en México. Abundan las referencias negativas, esto es, el diagnóstico de lo que “no está bien”. Por ejemplo: “La compra de tecnología nos convierte cada día en un país dependiente, económica y políticamente...”[3]; o: nuestro país ha quedado en una condición de desventaja innegable en lo que se refiere al desarrollo tecnológico”[4]; y quizá aún más alarmante es lo que sigue: “muchísimas veces se prepara al estudiante, sobre todo de las carreras de ingeniería y física, a un buen nivel que incluye doctorado, pro los poseedores de tal alcance jamás se explicitan o trabajan en aquello en lo que se prepararon, porque simplemente el país no les proporciona los medios”[5].
 
Ante este panorama desolador, y ante las advertencias sobre la posible dependencia tecnológica futura muchos nos sentimos inclinados a manifestar: ¡así no podemos continuar! Las líneas que siguen son, en primer lugar, un intento por explicar teóricamente qué déficits o problemas estructurales pueden detectarse a nivel de la investigación, y en segundo lugar, cómo hacer frente a algunos de los problemas estructurales detectados. Como es usual, debemos recurrir a una tesis que nos sirva como provocación y punto de partida: un sistema político autoritario, excluyente, cerrado, autorreferido paternalista y verticalista da pie, tarde o temprano, a sistemas de investigación científica y a instituciones de educación superior que reflejan las contradicciones y deficiencias del régimen. Comenzaremos aquí nuestra investigación sobre los condicionantes estructurales de la investigación científica en México.
 
PROBLEMAS DE ESTRUCTURA
 
Si la teoría de la diferenciación funcional de Luhmann es correcta, esto es, si nos encontramos ante un orden mundial con sistemas sociales autopoiéticos, autonomizados, autorreferidos a códigos binarios específicos y cerrados operativamente, entonces la rígida estructura social jerárquica, propia de un orden social estratificado resulta disfuncional en el sistema mundial actual. Si además, este orden funcional de la sociedad dinamita las jerarquías sociales[6] y descentra[7] a la propia sociedad, estamos ante un cambio estructural de enormes proporciones, que implica que los sistemas que no se orientan hacia la función propia[8] se desfasan y “mal funcionan”. Para el sistema de la ciencia, la configuración jerárquica[9] tradicional resulta francamente disfuncional ante una sociedad mundial. La jerarquía científica opera con base en supuestos rígidos: depende de una estructura burocrática y de una especie de dictadura cientificista, que mantiene un carácter cerrado, excluyente discrecional, vertical y autoritario.
 
En un sistema con estas características, las élites científicas[10] se protegen mediante estrategias de dominación que les permiten constituirse en una auténtica dictadura cientificista[11] cerrada que: determina los temas a tratar y la forma de tratarlos; introyecta opiniones o mínimamente segrega las opiniones consideradas “válidas” de las “no válidas”; niega las diferencias o quizá peor, las humilla; centraliza las decisiones, las comunicaciones y las informaciones privilegiadas; y niega los disensos, conflictos y divergencias o los suprime (véase el siguiente cuadro[12]).
 
CONFIGURACIÓN JERÁRQUICA
CONFIGURACIÓN HETERÁRQUICA
Temas predeterminados/constreñimiento a la libertad para elegir temas
Libertad en la elección de temas
Opiniones introyectadas o seleccionadas
Libertad en la expresión de opiniones
Decisiones recursivas centralizadas
Decisiones recursivas descentralizadas
Supresión/Negación de la divergencia
Tolerancia ante la divergencia
Supresión/Negación del conflicto
Tolerancia ante el conflicto
 
Esta especie de dictadura es consecuente en el desarrollo de al menos tres estrategias que permiten el sostenimiento de una élite casi etérea: la exclusión de la diferencia, la indoctrinación de prejuicios y la unidimensionalidad crítica, “... los expertos llegan frecuentemente a resultados distintos, tanto en cuestiones sustantivas como en su aplicación... A veces uno se ve tentado a decir: tantos científicos, tantas opiniones. Hay naturalmente terrenos en los que los científicos están de acuerdo, pero esto no basta para despertar nuestra confianza. La unanimidad es muchas veces el resultado de una decisión política: los disidentes son eliminados o guardan silencio para preservar la reputación de la ciencia como fuente de un conocimiento fidedigno y casi infalible. En otras ocasiones la unanimidad es resultado de prejuicios compartidos: se toman posiciones sin que se haya sometido la cuestión a un análisis detallado y se las reviste de la misma autoridad que resultaría de una investigación minuciosa... La unanimidad puede también reflejar una disminución de la conciencia crítica: la crítica será débil mientras se tome en consideración un solo punto de vista”[13].
 
Un rasgo complementario a la jerarquía rígida y a la protección de las élites detrás de una “muralla China” aislante es la estructura buro-patologizada[14] del sistema científico. El sistema de la ciencia suele operar constantemente, tanto en el sector público, como en el sector privado, como una estructura piramidal jerárquica, en la que pueden reconocerse tres niveles: los ejecutivos, los supervisores y los operarios. Este esquematismo organizacional es una copia del que prevalece en las empresas tradicionales que todavía conservan una estructura jerárquico-lineal, así como de su modelo de gestión, sus deficiencias y aberraciones. A nivel ejecutivo, se suponen como funciones privilegiadas: la comunicación, las relaciones públicas y la toma de decisiones; el ejecutivo de la investigación no investiga, sólo ordena o comunica, en muchas ocasiones no es más que un buen publirelacionista. A nivel de supervisión, se supone una vigilancia estricta sobre aquellos que han de realizar el trabajo de investigación. Precisamente, un sistema con estas características, que tiene operarios tanto dentro, como fuera del sistema es el SNI (Sistema Nacional de Investigadores), el cual cuenta con sus ejecutivos publirelacionistas decisores[15] y con aquellos que supervisan que los investigadores mantengan un mínimo de productividad[16], los operarios se encuentran típicamente arrojados al entorno del sistema SNI, son sólo investigadores periféricos que en su mayor parte suelen trabajar como islas aisladas, monológicas.
 
Gracias a un sistema buropático como el SNI, y a sistemas análogos, en los que prive la lógica empresarial jerárquico-lineal, es posible el asentamiento de la pirámide jerárquica sobre la base: en realidad, los verdaderamente productivos, suelen ser los investigadores que están en las bases (y seguramente no todos) y que sienten la imperiosa necesidad de escalar en la “jerarquía organizacional”. Esto permite realizar, de manera constante, una tasa de explotación: el tiempo de trabajo del investigador productivo no se paga en su totalidad, sino que una parte del salario que no se le paga, se utiliza para costear la infraestructura, y la estructura burocrática improductiva, que pone a funcionar al sistema, y también, para pagar a los investigadores no productivos[17]. Podemos hablar aquí de plusvalía en el sentido de Marx: del trabajo que realiza el investigador, una parte de sus frutos sirven para sostener al resto de la estructura, esto explica, en parte, el bajo nivel de vida de los investigadores en México, si se les compara, por ejemplo, con los investigadores norteamericanos. Gracias e este tipo de estrategias se permite el mantenimiento de las élites en tanto que élites, las cuales acumulan una importante cantidad de recursos, que se pueden utilizar como “capital” para canalizarlo a la negociación secreta, al ocio, a la cooptación, etc.
 
De esta forma, la vida del investigador se enfrenta no sólo al brutal confrontarse de lleno con la verdad incomodante[18], sino a las limitaciones y carencias derivadas de la explotación que ejercen los sistemas de investigación. Esto nos llevaría a cuestionar ampliamente a sistemas de investigación o de investigadores en los que la estructura burocrática no sea, de hecho mínima. La proporción entre cantidad de investigadores y administrativos[19] es sin duda indicativa de qué tanto un sistema de investigación se ha empresarializado de forma jerárquico-lineal, entre más administrativos existan por investigador, es posible que más tareas inútiles se realicen en el sistema y que más personas incompetentes estén en cargos importantes[20]. Cuando un sistema de investigadores se corrompe, las minorías oprimen a las mayorías y viven del producto de su trabajo. De esta forma, a los investigadores, que son vistos como operarios en una línea de montaje, se les va privando de lo necesario para investigar: sus condiciones materiales de vida no les permiten realizar su trabajo sin la preocupación de no tener cubiertas necesidades elementales de alimentos sanos, vivienda digna y vestido apropiado (para él y su familia); sus condiciones materiales de trabajo no les permiten realizar la investigación que podrían hacer, debido a la falta de materiales documentales actualizados, equipo e instrumental adecuado, herramientas y facilidades para su hacer trabajo de campo, viáticos, etc.
 
Esta estructura instaura, en el seno de la comunidad de investigadores, desigualdades de clase patentes: entre investigadores de élite, quienes son los favorecidos del sistema[21] y los investigadores excluidos[22] de la élite (aunque incluidos en la base del sistema), a quienes se considera, tienen un bajo impacto en el funcionamiento del sistema, y por ende, reciben sólo beneficios parciales. La experiencia de muchas personas es que frecuentemente, los investigadores considerados como de élite, sólo explotan el trabajo de sus subordinados: las ponencias y libros que presentan son, en realidad, “recortes” de trabajos de sus asistentes e incluso, “recortes” del trabajo de sus alumnos. De esta forma, se mantiene un sistema opresor y alienante. Esta alienación se da sobre todo en la desvinculación que hay entre la investigación y las condiciones de vida de la población: la investigación realizada, no tiene como fin, en muchas ocasiones, la mejora en las condiciones de vida de la población, sino la justificación de un presupuesto o de una beca; de esta forma, el investigador pierde contacto con la realidad, investiga por investigar, pero no investiga para mejorar su entorno. Así, el criterio cuantitativista de evaluación de investigadores suele prevalecer sobre normas cualitativas: lo importante es producir mucho, hacer ruido, pero no producir innovaciones, ni investigaciones que arrojen resultados pertinentes para tratar problemas sociales o relevantes por su importancia teórica, y desde luego, ética.
 
Mediante los criterios predominantemente cuantitativistas fijados, por ejemplo, por el SNI (número de libros y de artículos, número de citas, número de tesis dirigidas, etc.) se da pie a un sistema que no sólo se aliena de la realidad a la que debería servir, sino que promueve un bajo nivel de competencia entre programas de investigación alternativos. Incluso, el criterio b) para la incorporación al SNI fija como parámetro la producción de aportaciones orientadas sobre todo en la línea de los objetivos del Plan Nacional de Desarrollo y de su correspondiente Programa de ciencia y tecnología, con lo que desde luego se reproduce la investigación funcional al sistema, pero no la investigación crítica, que puede observar las aberraciones producidas no-intencionalmente por el sistema. La lógica de la competencia entre los investigadores obedece frecuentemente a la cantidad de productos (sin que necesariamente su calidad se tenga como criterio relevante) y no a proyectos alternativos que puedan rivalizar competitivamente y que se orienten a descubrir hechos nuevos[23].
 
Un sistema científico con estas características es perfecto para mantener una especie de colonialismo (imperialismo diría Lenin) científico, dándose una tensión entre sociedades industrializadas hegemónicas, exportadoras intensivas de tecnología y utilizadoras extensivas de la misma, y sociedades oprimidas (o dominadas, aunque retóricamente se autoproclamen soberanas) semi-industrializadas importadoras netas de tecnología y exportadoras de talentos. Este modelo de dominación es francamente conveniente para los países que conforman el centro económico mundial.
 
Condición sine qua non para la conservación de este centro mundial es el mantenimiento de países periféricos en un estado de dependencia, exclusión y pobreza[24]. El principio de explotación es en ambos tipos de sistemas científicos diferentes: los sistemas de los países industrializados, cuyo desarrollo es apuntalado por la economía de guerra, pueden lograr altos niveles de ganancia gracias a la tecnificación de los mismos, esto es, la importante cantidad de recursos invertidos en Investigación y Desarrollo les permiten obtener plusvalía extraordinaria en cada salto tecnológico autoprovocado; pero los sistemas científicos de países poco industrializados, que no invierten recursos significativos en gasto militar o en desarrollo de nuevas tecnologías para las empresas, se mantienen gracias a la explotación de los investigadores; así, la plusvalía se logra no gracias al desarrollo tecnológico, sino a que los administradores (burócratas) del sistema viven prácticamente de los que lo ponen en funcionamiento (investigadores).
 
PARADIGMAS FUNCIONALES Y PARADIGMAS CRÍTICOS
 
En su Ética de la Liberación, Enrique Dussel introduce una distinción (un tercer criterio de demarcación) para el trabajo en ciencias sociales: el que se da entre paradigmas funcionales y paradigmas críticos[25]. Para efectos de nuestra investigación, también distinguiremos entre la ciencia funcional y la ciencia críticamente orientada considerando que las ciencias críticas proponen, por lo general, una transformación de los sistemas con base en modelos normativo-utópicos (desde luego, se trata de utopías posibles[26]), mientras que las ciencias funcionalmente orientadas buscan ante todo la conservación de los sistemas, mediante su descripción y explicación.
 
La teoría de sistemas de Niklas Luhmann es un paradigma funcional, y como en el caso de toda teoría funcional consecuente, su imperativo es: ¡Haz que funcione el sistema![27] La constatación que siempre se busca, bajo los paradigmas funcionales es: ¡El sistema funciona![28] A quien hace funcionar al sistema se le denomina gurú (científico), y es considerado, no explícitamente, como el mago, como el chaman de nuestra contemporaneidad. Científico es, tanto el que hace funcionar al, sistema como el que lo explica en sus condiciones de funcionamiento posible, con miras a la conservación del propio sistema (la autopoiesis, diría Luhmann, siguiendo de cerca a Humberto Maturana). Las ciencias funcionalmente orientadas (ya se trate de las ciencias naturales o de las ciencias sociales no críticas) tienen siempre un punto ciego, un unmarked space (diría George Spencer Brown, o sea, un estado de cosas no marcado). Este punto ciego, es el ámbito de lo no observado, el mundo cotidiano de la vida (Lebenswelt) de las personas.
 
El ámbito de lo no observado por las ciencias funcionalmente orientadas es una zona de opacidad, de intransparencia, para la cual, estas ciencias no tienen medios de acceso, instrumentos de clarificación, herramientas de transparentación. El ámbito de lo no observado, sólo es accesible a las ciencias sociales críticas, las cuales funcionan constantemente como una especie de conciencia del sistema científico. Todo sistema (y desde luego la ciencia) “produce” una zona de exclusión, envía a los márgenes a grupos importantes de excluidos[29]. Dentro de estas comunidades de excluidos[30] podríamos diferenciar entre: los excluidos de manera absoluta del sistema (el loco, el delincuente, el borracho consuetudinario, el drogadicto incurable, el inadaptado, etc.) y los excluidos sólo de manera relativa (o incluidos relativos o parciales, quienes reciben del sistema sólo ciertos privilegios, pero que a cambio son utilizados como carne de cañón, para hacer funcionar al sistema).
 
La zona de exclusión absoluta es el exterior del sistema, su afuera (el entorno de Luhmann). Los excluidos se encuentran en la no-verdad, bajo la ideología de las ciencias y los sistemas funcionales. Esta ideología racionaliza la situación de exclusión, la justifica, por ejemplo, para el logro de un paraíso futuro anticipado, tal como sería el caso de la tesis de la derrama económica: si sacrificamos a los pobres, llegará un momento en que la riqueza se acumulará en cantidad suficiente para que llegue por derrama a ellos[31]. El trabajo de las ciencias sociales críticas se da propiamente en la articulación de los imperativos funcionales del sistema con el mundo de vida de los excluidos, el criterio absolutamente irrevocable, como lo ha demostrado convincentemente Dussel, no es sólo de carácter formal (como para Habermas, Apel o Rawls) sino también material: la vida de los excluidos, y más concretamente, la obligación ética de “producir, reproducir y desarrollar autorresponsablemente la vida concreta de cada sujeto humano, en una comunidad de vida, desde una vida buena cultural e histórica... que se comparte pulsional y solidariamente teniendo como referencia última a toda la humanidad”[32]
 
LA COMUNIDAD DE INVESTIGADORES
 
La segunda escuela de Frankfurt, tan dignamente representada por Jürgen Habermas, naufragó precisamente en el intento habermasiano por encontrar los puntos de sutura entre sistema y mundo de vida. Se trata, ciertamente, de analizar la forma como los imperativos sistémicos desarticulan los mundos de vida, pero también, de rearticular estos mundos de vida. Un punto de sutura para lograr una tal articulación, un lugar de encuentro entre sistema y mundo de vida, es precisamente la comunidad crítica de investigadores sociales[33]. Los lugares privilegiados de estas comunidades críticas de investigadores deberían ser los sistemas de investigación institucionalizados y las instituciones de educación superior. Pero, al no darse en México las condiciones para la conformación de comunidades críticas simétricas (por los aspectos estructurales estudiados anteriormente) la crítica se vuelve autológica, autorreferente[34]: se regresa contra las propias instituciones y sistemas de investigación y pierde su referencia a los excluidos por los sistemas funcionales, se olvida del entorno por su énfasis en la funcionalidad (que en el caso de México es particularmente disfuncional) del sistema. El imperativo del investigador llega a ser así: mantener el status (y la funcionalidad del sistema), para mantener la beca. La investigación se vuelve funcionalista, conservadora, ideológica. El propio conocimiento es fetichizado como mercancía[35], dejando de lado todo su potencial crítico.
 
Llegamos así al momento de la propuesta. La tecnocracia “triunfó” y sin darse cuenta, cuando la Universidad Nacional Autónoma de México se despolitizó para ideologizarse. La UNAM perdió (por lo menos a nivel de las facultades con potencial crítico, como las de derecho, filosofía, economía y sociología) de vista una auténtica causa política[36] con los excluidos del sistema, para en su lugar racionalizar el ímpetu globalizador; pero lo que es peor, al dejar de lado su compromiso ético social, se cerró sobre sí misma y al perder la referencia necesaria a los excluidos, comenzó a devorar sus entrañas, comenzó a autodestruirse[37]. Desde luego, los problemas presupuestales de la UNAM tienen que ver con razones económicas y geopolíticas: se trata del mantenimiento encubierto del modelo de dependencia colonialista actual, se busca mantener la dependencia tecnológica del exterior[38], sin darle este nombre. Tanto en el caso de la UNAM, como en el de la investigación en general en México, lo que se requiere en estos momentos de transición es un nuevo diseño institucional, del que aquí sólo señalaré algunos frentes críticos:
 
1. Frente presupuestal y horizonte de la demanda futura del sistema. El gasto (en realidad la inversión) del Estado en materia de Educación Superior y en Investigación y Desarrollo Científicos (Research & Development) debe aumentar[39] y no disminuir. El problema de la UNAM se puede desviar hacia la “ruta falsa” del debate sobre la gratuidad de la educación superior[40], pero dicho debate puede también centrarse en torno a buscar mecanismos para garantizar más recursos, en un momento en que la demanda futura crecerá y en el que el riesgo es mantenernos en el atraso industrial y tecnológico. Si seguimos importando tecnología, estaremos siempre bajo la hegemonía de las naciones industrializadas, para quien esta opresión es muy deseable. El riesgo es la maquilización de nuestro país, esto es, convertirnos en un país maquilador, que sigue formando científicos para exportar.
 
El gasto del sector privado en las universidades es una de las mejores inversiones posibles: al recibir dinero de la empresa, la universidad investiga y desarrolla nuevas aplicaciones que tarde o temprano retornan a la empresa como beneficios resultantes de la inversión inicial, se trata, claro está, de una apuesta de largo plazo, para la que no es del todo deseable el imperativo empresarial por el lucro desmedido sino una auténtica visión estratégica, que vea a la universidad como una instancia para la superación constante de la situación actual: se trata de un proyecto y una apuesta de futuro y desde luego, con mucho futuro.
 
2. Frente comunitario. En el futuro de la investigación se encuentran las comunidades dialógicas de investigadores. Se trata de comunidades simétricas (Apel), que se comunican intensamente bajo el modelo de una red neuronal funcionalmente especificada[41]. Desde luego, hay que romper con la dictadura jerárquica de las élites e instaurar un sistema más democrático en todos los niveles. Esto vale particularmente para el caso de la UNAM: sus órganos de gobierno cogestivos deben representar a los sectores de la comunidad: alumnos[42], docentes, investigadores y administrativos y su rectoría debe ser electa por la propia comunidad. ¡Nunca más a una designación del rector desde el Poder Ejecutivo! Desde luego, la comunidad de investigadores no es totalmente simétrica[43], ya que al interior de la misma hay funciones específicas diferenciadas, por ejemplo, la de investigador y la de auxiliar de investigación (y entre categorías de investigadores), pero lo ideal es que el investigador forme al auxiliar (y que el investigador del nivel superior forme a los de los niveles inferiores), para que la investigación no sólo consista en aprovechar y explotar trabajo rutinario, con el fin de conservar el status permanente de investigador y mantener al auxiliar como subordinado de manera indefinida (manteniendo así esta particular opresión de clase). Estas comunidades simétricas de investigación obedecen a los principios de las comunidades científicas heterárquicamente constituidas: con mecanismos de procesamiento y posibilidades para la introducción libre de temas; con respeto al disenso y a la oposición, los cuales son escuchados atentamente, como componentes necesarios de un proceso científico autocrítico y autocorrectivo; con una forma descentralizada de decidir e irrigando al sistema con informaciones pertinentes, relevantes (privilegiadas) y oportunas, etc.
 
3. Frente crítico-ético[44]. Estas comunidades de investigación tendrían, sobre todo para el caso de las ciencias sociales, una función doble: funcional, de reproducción del sistema vigente; y crítica[45], señalando la zona no observada de los sistemas, los excluidos. Si esta función doble se pierde, la ciencia social naufraga en su sentido: no tiene caso reproducir un sistema cuando las personas para las que se reproduce mueren de hambre y sed todos los días; pero tampoco tiene caso tratar de atender a los más desprotegidos si el sistema no funciona y si, por ende, no les puede ofrecer satisfactores. Los científicos críticos, socialmente comprometidos, pueden trabajar de cerca, formando comunidades de excluidos, a partir de un compromiso intelectual, que permitan articular a las comunidades de excluidos absolutos y relativos, solidariamente articuladas mediante un proyecto alternativo, que refuncionalice los sistemas en un nuevo nivel.
 
El más genuino y auténtico sentido de la autonomía universitaria, no es desde luego, el generar un espacio ad hoc extra legal, sino la capacidad institucional y organizativa para generar autogestivamente un proyecto alternativo funcional y crítico. El momento ético se realiza cuando la universidad se asume como conciencia, tanto del funcionamiento del sistema, como de las disfunciones, que de manera no intencional pero necesaria, producen excluidos. La Universidad no es sólo un sistema funcional más, es un instrumento político de crítica científica a las aberraciones del sistema, es una especie de conciencia de la sociedad[46], ya que en su seno se encuentran los saberes universales en diálogo y confrontación incesante, pero este diálogo debe superar el actual modelo de la ciencia monológica moderna, para la cual, la distinción entre cuestiones de valor y cuestiones de hecho, permite mantener la hegemonía de las ciencias naturales puras, que en su pretensión de referirse a hechos, creen encontrar un punto de partida más firme que las ciencias sociales, a las que descalifican, porque consideran que sus juicios de valor no son válidos científicamente.
 
4. Frente comunicativo. La comunidad de comunicación de investigadores ha estado constantemente coaccionada por las organizaciones: se comunica porque está estipulado que así debe ser. Así, los investigadores dan a los supervisores informes de sus actividades pero bajo la coacción que implica poder ser excluidos del sistema de investigación. Ante esta coacción, hay dos formas de ser libres: la primera forma, patológica, consiste en aprovechar los recursos de la comunicación informal[47], para constituir una comunidad anecdótica y crítica no propositiva; la segunda forma, consiste en constituir comunidades simétricas de investigadores en las que, a partir de la crítica y la propuesta se puedan plantear programas de investigación alternativos críticos que compitan con los programas funcionales vigentes y cuya base sea una especie de hermeneútica de lo vigente: la comprensión-interpretación de lo funcional, del sistema imperante.
 
5. Frente administrativo. Es necesaria la reforma de los sistemas de investigadores, su desburopatologización y su des-empresarialización jerárquico-lineal: la proporción entre ejecutivos y supervisores por un lado, e investigadores por otro debe ser reducida: no es posible que un investigador sea explotado, con el producto de su trabajo, para sostener a otros investigadores improductivos y a burócratas indiferentes. No es posible mantener una estructura rígida, burocrática, autocrática e ideologizada si se pretende hacer investigación innovadora y de calidad. Por ello, también los criterios cuantitativos deben subordinarse a criterios cualitativos, como la relevancia (qué tanto aporta esta investigación para este caso concreto), pertinencia (qué tan adecuada es esta investigación para explicar o transformar esta situación) y oportunidad (qué tan actual es en estos momentos esta investigación) de las investigaciones.
 
Por último, los investigadores, y sobre todo los científicos sociales, debemos desarrollar la conciencia de que tenemos un compromiso ético[48], y que este compromiso no es con la sociedad, definida ambiguamente, sino ante todo con los excluidos por el sistema. El punto de sutura que tanto buscó Habermas entre sistema y mundo de vida y que no atinó a encontrar, es la condición de vida de las personas, y sobre todo de los excluidos por el desarrollo globalizador: mientras haya personas que mueran de hambre, sed y frío todos los días en México, mientras haya personas que no tengan dónde vivir, la investigación social crítica y éticamente comprometida no deberá parar.
 

 



[1] En el sentido del óptimo de Pareto.
[2] “Ciertamente que lo mismo antes que ahora son los intereses sociales los que determinan la dirección, las funciones y la velocidad del progreso técnico. Pero estos intereses definen al sistema social tan como un todo, que vienen a coincidir con el interés por el mantenimiento del sistema. La forma privada de la revalorización del capital y la clave de la distribución de las compensaciones sociales que aseguran el asentimiento de la población, permanecen como tales sustraídas a la discusión. Como variable independiente aparece entonces un progreso cuasi-autónomo de la ciencia y de la técnica, del que de hecho depende la otra variable más importante del sistema, es decir, el progreso económico. El resultado es una perspectiva en la que la evolución del sistema social parece estar determinada por la lógica del progreso científico y técnico”. Jürgen Habermas, Ciencia y técnica como ideología, México, REI, 1996,  p. 87-88.
[3] Alejandro Pedroza Meléndez, “La ciencia y la tecnología como base fundamental para el desarrollo de México”, en Bien común y gobierno, No. 67, junio de 2000, p. 40.
[4] Idem.
[5] Ibid., p. 43.
[6]  El orden jerárquico bidimensional, da paso a un orden tridimensional heterárquico: “En el ámbito del sistema social, el tránsito de una diferenciación estratificada a otra funcional ha provocado modificaciones decisivas. En el sistema político esto corresponde al tránsito de una diferenciación bidimensional a otra tridimensional”. Niklas Luhmann, Teoría política en el Estado de bienestar, Madrid, Alianza, 1994, (Alianza Universidad; 750), p. 62. Esto implica que la vieja dicotomía gobernante/gobernados, basada en la añeja fórmula monarca/súbditos, se desdoble y de paso a “la triple diferenciación de Política, Administración y Público, a las que, en particular en el ámbito de la Administración, pueden incorporarse jerarquías de competencias y mandatos”. Idem.
[7] “Una sociedad organizada en subsistemas no dispone de ningún órgano central. Es una sociedad sin vértice ni centro. La sociedad no se representa a sí misma por uno de sus, por así decir, propios subsistemas genuinos”. Ibid., p. 43.
[8] “La diferenciación de un sistema parcial para cada función significa que para este sistema (y sólo para éste) tal función goza de prioridad ante las demás funciones”. Niklas Luhmann y Raffaele de Georgi. Teoría de la sociedad, 2a ed. México, Triana, UIA, 1998, p. 340.
[9] Victor A. Thompson considera que, en la empresa tradicional, la jerarquía como principio de organización, es contraria a la innovación. Vid infra, nota 14. Esto vale, sobre todo, para el sistema científico: ¿cómo innovar cuando el sistema tiene una estructura organizacional que es reacia a la innovación?
[10] Se trata en realidad de una gerontocracia, que no consiste propiamente en el gobierno de los viejos sabios, sino en el gobierno de los viejos (o sea, los consagrados por el sistema), sean sabios o no.
[11] Cf. Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt. Barcelona, Planeta, 1994, (Obras Maestras del pensamiento Contemporáneo; No. 74), v. 2, p. 431: “El cientificismo de la propaganda de masas ha sido tan universalmente empleado en la política moderna que ha llegado a ser interpretado como un signo más general de la obsesión por la ciencia que caracterizó al mundo occidental desde el desarrollo de las Matemáticas y de la Física en el siglo XVI; de esta forma, el totalitarismo parece ser exclusivamente la última fase de un proceso durante el cual la ciencia se ha convertido en un ídolo que curará mágicamente todos los males de la existencia y que transformará la naturaleza del hombre”. Este totalitarismo cientificista interpretado funcionalmente no implica que se curarán mágicamente todos los males, sino que la autopoiesis (reproducción y conservación) de los sistemas funcionales, está garantizada (imperativo funcional). 
[12] Este cuadro ha sido elaborado a partir del siguiente texto de Luhmann: “Una serie de importantes dispositivos del sistema de la ciencia se ajusta para hacer más probable la construcción de la complejidad, acelerándola. Partes de este proceso son la institucionalización de la libertad individual de elección de temas y de expresión de opiniones, la ausencia de centralizaciones de decisión, esto es, la forma heterárquica (y no jerárquica) de la conexión de decisión recursiva, una gran tolerancia institucionalizada en cuanto a la divergencia de opiniones y los conflictos relativos a éstas”. La ciencia de la sociedad, México, Anthropos, UIA, ITESO, 1996, (Autores, textos y temas. Ciencias sociales; 10), pp. 263-264
[13] Paul Feyerabend, La ciencia en una sociedad libre, 2ª México, Siglo Veintiuno, 1988, (Teoría), pp. 101-102.
[14] En teoría administrativa, La buropatía (buropatología) es la forma desviada del modelo burocrático de organización de Weber. En sus estudios sobre las organizaciones modernas, Victor A. Thompson opone las fuerzas innovadoras del conocimiento a las fuerzas conservadoras de la jerarquía. Para defenderse ante las innovaciones, las estructuras jerárquicas cuentan con mecanismos de defensa como: la manipulación del sistema de información, lo que se posibilita gracias al uso discrecional de informaciones privilegiadas; el desarrollo de comportamientos dramatúrgicos (lo que en nuestro Modelo de comunicación política hemos llamado modo escénico, el cual, en el plano de la organización, se traduce en el principio: haz ruido y todos creerán que trabajas; para Thompson, la dramaturgia se asocia con dar la impresión de ser el más ocupado, capaz, indispensable y honesto); la introyección de ideologías que legitiman la dominación sobre la base del carisma mediante la “administración de impresiones” (el imperativo es aquí: causa la mejor impresión); y por último la buropatía, entendida como el apego a reglamentos y rutinas, como reacción defensiva ante el sentimiento de inseguridad derivado de la posibilidad de perder el cargo. Acerca de la concepción original (no patológica) de la burocracia en Max Weber, Cf. Enrique Alcántara Granados, “La burocracia, ¿el gobierno de los mejores?” En Bien común y gobierno, No. 50, Enero de 1999, p. 102-108.
[15] En este nivel ejecutivo se encuentran el presidente del SNI, el vicepresidente, el secretario ejecutivo y cuatro vocales.
[16] En este nivel se encuentran siete comisiones dictaminadoras, cada una integrada por doce miembros.
[17] Los cuales pueden ingresar y mantenerse en el sistema gracias a decisiones discrecionales o a la corrupción de ejecutivos o supervisores.
[18] Popularmente se dice: la verdad no peca, pero incomoda. La confrontación del investigador con la verdad suele ser una experiencia traumática, sobre todo en ciencias sociales, porque en muchas ocasiones pone en evidencia las atrocidades del régimen político, las injusticias sociales, las aberraciones colectivas y... las decisiones estúpidas.
[19] De manera análoga, indicador de la burocratización de la enseñanza es sin duda la mayor cantidad de administrativos por docente: a mayor cantidad de administrativos por docente, más buro-patologización de la organización, y por ende, más ociosos e incompetentes y más “vividores” y corruptos puede haber.
[20] Aquí debemos recordar el Principio de Peter: toda persona tiende a ser promovida en las organizaciones hasta que alcanza finalmente su nivel de incompetencia para ahí permanecer, por ende, el trabajo es realizado por aquellos funcionarios que aún no han alcanzado su nivel de incompetencia. Aplicando este principio, podríamos decir que: los ejecutivos incompetentes dejan de comunicar informaciones y decisiones para comunicar rumores y opiniones o para depender de otros en la comunicación de informaciones relevantes, pertinentes y oportunas y en la toma de decisiones; de la misma manera, los supervisores dejan de supervisar y los investigadores de investigar. Así, el sistema se “amafia”: unos pocos son los que lo ponen en marcha, mientras que los más, en su nivel de incompetencia, viven del producto del trabajo de los otros, esto es desde luego, explotación pura: opresión del hombre por el hombre.
[21] Se trata, usualmente, de los magos o gurús que ponen a funcionar el sistema y que de él reciben beneficios abundantes.
[22] Se trata de lo que aquí llamaré excluidos relativos o parciales, quienes son, por ende, incluidos de manera relativa en el sistema, recibiendo de él sólo beneficios parciales o marginales. El modelo para la segregación de la comunidad de los excluidos relativos (o incluidos parciales) es diferente al modelo de segregación que opera para la comunidad de los excluidos absolutos (las víctimas de Lévinas y Dussel; el enfermo mental, el delincuente, el pervertido, el monstruo de Foucault), en el primer caso se utiliza la tecnología que Foucault llama modelo de la lepra, en el segundo, el modelo de la peste: “... el reemplazo del modelo de la lepra por el modelo de la peste corresponde a un proceso histórico muy importante que, en una palabra, yo llamaría la invención de las tecnologías positivas de poder. La reacción a la lepra es una reacción negativa; una reacción de rechazo, exclusión, etcétera. La reacción a la peste es una reacción positiva: una reacción de inclusión, observación, formación de saber, multiplicación de los efectos de poder a partir de la acumulación de la observación y el saber”. Michel Foucault, Los anormales: curso en el Collège de France (1974-1975), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, (Sección de Obras de Sociología), p. 55. Los que aquí llamo excluidos relativos pueden vincularse solidariamente con los excluidos absolutos del sistema (los marginales) para conformar una comunidad de comunicación en los márgenes de la sociedad. Si como afirma Kuhn, los nuevos paradigmas surgen en los márgenes del sistema científico institucionalizado, entonces este tipo de comunidad tiene el potencial para desarrollar un proyecto científico auténticamente alternativo .
[23] Para Lákatos, “los grandes logros científicos son programas de investigación que pueden ser evaluados en términos de transformaciones progresivas y regresivas de un problema; las revoluciones científicas consisten en que un programa de investigación reemplaza, supera progresivamente, a otro”. Imre Lákatos, La metodología de los programas de investigación científica, citado en Enrique Dussel, Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión, Madrid, Trotta, 1998, (Colec. Estructuras y Procesos. Serie Filosofía). p. 443. Bajo la idea de Lákatos “hay siempre una pluralidad de programas rivales en competencia, y sólo puede refutarse una teoría desde la existencia de una nueva teoría mejor”. Idem. Lo que sostenemos es que en México hay un déficit en cuanto a programas que rivalicen entre sí, que se encuentren en franca competencia al proponer mejores teorías. Los programas antes que competir, suelen respaldarse mutuamente, tanto en sus aciertos, como en sus errores, lo que, entre otras cosas, impide que prevalezcan las mejores teorías.
[24] Respecto al tema del sistema-mundo actual y su zona de exclusión (periferia) Cf. Enrique Dussel, Op., cit.,  p. 50 ss., p. 567.
[25] Cf. Enrique Dussel, Ética de la liberación, p. 439 ss. Especialmente, la p. 470, en la que se distingue entre tres criterios de demarcación.
[26] Cf. Ibid., p. 452 ss, especialmente la p. 471.
[27] E incluso de forma mucho más simple, quitándole su componente ilocucionario (con lo que el imperativo se despersonaliza), se puede decir: ¡Que funcione!
[28] Nuevamente, y en forma abreviada: ¡Funciona!
[29] Quienes promueven la participación total o la inclusión total, no se dan cuenta que, con su retórica, incurren en una falacia reduccionista, denunciada con toda claridad por Enrique Dussel: “... al tener en cuenta lo que ahora denominamos principium exclusionis (la imposibilidad empírica de no excluir a alguien del discurso), se torna éticamente problemático aquello de todos los afectados posibles, ya que, como insistiremos, no es posible ni siquiera descubrir su existencia (son afectados de imposible participación). En efecto, nunca podrán todos los afectados ser participantes reales (ni siquiera por representación), pero esto no es por una dificultad empírica... No. La no-participación fáctica de la que hablamos es un tipo de exclusión no intencional, inevitable. Ya que siempre habrá (y no podrá no haber algún tipo de) afectados-excluidos de toda comunidad de comunicación real posible”. Ibid., p. 413.
[30] Hay que notar que no utilizamos la categoría de víctima, que Dussel desarrolla a partir de Lévinas. Nuestra opción por mantener el concepto de excluido se debe a que encontramos, en la categoría de víctima, una cierta ambigüedad: la víctima puede desear mantener su posición de víctima, por conveniencia pragmática o por mera patología, lo que hace particularmente difícil liberarlas. Aquí habría que preguntar a Dussel ¿y qué pasa con las víctimas que quieren permanecer como tales, que desconfían no sólo del “científico rehén” (el incluido relativo o excluido parcial) sino también de las otras víctimas (los excluidos absolutos o los marginales), y por ende, no tienen disposición para integrarse a una comunidad de víctimas?
[31] Desde luego, esta tesis de la derrama es falsa: la acumulación sólo hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, la esperada derrama nunca llega y el sacrificio se perpetúa, de una generación a otra.
[32] Enrique Dussel, Op., cit., p. 140.
[33] El punto de sutura entre sistema y mundo de vida es la mediación del “conflicto entre a) los sistemas formales... que proceden según la aceptación consciente de pocas reglas bien definidas... a partir de cuya práctica comienzan a producirse, “a espaldas de sus actores”, efectos no-intencionales, y b) el marco de referencia que es delimitado por los principios ético-materiales y discursivos universales -es decir, de la reproducción y desarrollo de la vida de cada sujeto ético en dicho sistema formal y su participación discursiva”. Ibid., p. 529.
[34] El principio sociológico es el siguiente: una comunidad de investigación competitiva se cierra sobre sí misma, una comunidad de investigación cohesiva, encuentra fuera de sí un factor de asimetría, de desarmonía, por ende, deja de ser competitiva hacia adentro, para cohesionarse: primero, para conformar un programa de acción pedagógico-político, y después, para solidarizarse con los excluidos vía acción programática.
[35] Desde luego, en las causas de esta fetichización se encuentra el privilegio que se da a criterios cuantitativos sobre los criterios cualitativos (por ejemplo, pertinencia, relevancia y oportunidad de la investigación).
[36] “... la enseñanza superior sólo puede preservar su autonomía si se constituye como una unidad capaz de acción en el terreno político. Sólo entonces podrá asumir con voluntad y conciencia las funciones de alcance político que en cualquier caso ha de desempeñar”. Jürgen Habermas, “Democratízación de la enseñanza superior”, en Teoría y Praxis: estudios de filosofía social, México, REI, 1993, p. 355.
[37] Este principio lo había enunciado más o menos de la siguiente forma: cuando un sistema no puede crecer hacia afuera (en este caso, el crecimiento hacia afuera implicará un considerar a los excluidos y un comprometerse éticamente con ellos) comienza a crecer hacia adentro, se autodestruye: es un monstruo que se devora a sí mismo. Se trata de un sistema autofágico, que se ha vuelto paradójico al perder su referencia necesaria a las causas sociales de los excluidos.
[38] “Se trata de una transformación profunda de la estructura económica, a raíz del intercambio comercial con el mundo capitalista desarrollado. Los países soberano-dependientes entran en una relación de comercio libre, la cual destruye por un lado su producción manufacturera tradicional sin reemplazarla por una producción moderna e industrial correspondiente, y asegura, por otro lado, el pago de la importación de los productos manufacturados importados... Por lo tanto, se posterga la industrialización del país soberano libre. Bajo la condición del comercio libre no hay posibilidad para efectuar tal industrialización en razón de que la competencia extranjera es siempre superior a cualquier industria naciente”. Franz Hinnkelammert, La teoría clásica del imperialismo, el subdesarrollo y la acumulación socialista, Buenos Aires, Nueva Visión, 1973, p. 18.
[39] “Mientras que el Gasto Interno en Investigación y Desarrollo Experimental... es en nuestro país de 0.3 por ciento del PIB, en la Unión Europea es 6 veces mayor y 7 en la OCDE. Las proporciones son mayores en cuanto al personal: México tiene 6 investigadores por cada 10 mil integrantes de la población económicamente activa (PEA), Japón tiene 92 y el promedio de la OCDE es 55. Observatorio Ciudadano de la Educación, “Comunicado No. 40: La disyuntiva de la educación global en México”, en La Jornada, 29 de septiembre de 2000, p. 41.
[40] Ya que en los hechos, ninguna institución de educación superior, ni siquiera la UNAM, es totalmente gratuita.
[41] Sobre el que he denominado modo dialógico de comunicación (así como sobre el modo escénico que ya hemos mencionado) Cf. “Modelo de comunicación política”, en Bien común y gobierno, No. 70, septiembre de 2000.
[42] “La cogestión de estudiantes (y asistentes) es ya recomendable por el hecho de que estos grupos no se identifican con intereses de largo plazo vinculados con su posición, o al menos no en la misma medida que los profesores. Su participación asegura la transparencia de la configuración de decisiones; fortalece la presión para la legitimación de las decisiones y el control sobre el cumplimiento de los acuerdos adoptados; y sobre todo puede contribuir a un tratamiento sin prejuicios de cuestiones que de otro modo quedarían fuera de consideración”. Jürgen Habermas, “Democratización de la enseñanza superior”, en Op., cit., p. 358.
[43] “Ciertamente, una institución científico-docente presupone siempre un desnivel funcional de competencia profesional”. Ibid., p. 359. Pero este desnivel funcional no es el desnivel jerárquico artificialmente construido, sino una especie de desnivel natural que puede ser “sublimado” mediante la formación dialógica de los investigadores.
[44] “La ética... se juega en el mostrar y normativizar la compatibilidad del sistema formal no-intencional con la producción, reproducción y desarrollo de la vida humana de cada sujeto ético con derecho a la participación discursiva. De no producirse dicha compatibilidad... la intervención ético-crítica se hace necesaria”. Enrique Dussel. p. 530-531.
[45] “La palabra “crítica” hace referencia aquí a una unión de competencia y capacidad de aprendizaje, que permita tanto una relación escrupulosa con un saber especializado considerado a modo de ensayo como una disposición, basada en una buena información y en la sensibilidad hacia el contexto, para la resistencia política contra conexiones funcionales del saber practicado que puedan ser sospechosas”. Jürgen Habermas, Democratización de la enseñanza superior, Loc., cit., p. 358.
[46] Este parece ser uno de los sentidos del lema: Por mi raza hablará el espíritu.
[47] O sea, de aquellas comunicaciones que no están estipuladas por las rígidas líneas de autoridad-responsabilidad de la organización.
[48] En este aspecto, creemos que la primera parte de la conclusión del siguiente texto es correcta, más no así la segunda: “No, la exigencia social a la Universidad es de corte moral. Todo lo que exige -que es todo- es operar conforme a la razón y mediante principios deliberativos; esta es la razón de fondo que la constituye y esos los medios que hoy pueden reformarla”. Pedro Gerardo Rodríguez, “El aura perdida”, En Este país. No. 110, mayo de 2000, p. 56. No se puede estar de acuerdo con que la racionalidad es todo lo que se puede exigir a la universidad; además de operar conforme a la razón, se debe operar a partir de un compromiso ético con los que en sociedad sufren de las operaciones de un sistema funcional que desde la propia universidad puede ser superado, a partir de un proyecto no sólo racional, sino material de vida (para la propia comunidad universitaria y para México).

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