CIENCIA, SOCIEDAD Y UNIVERSIDAD
Por Javier Brown César
Al leer el
número de Bien Común y Gobierno de
junio de 2000, el título “La ciencia y la tecnología como base fundamental para
el desarrollo de México” me llamó poderosamente la atención. Recordé las tesis
de Jürgen Habermas del libro Ciencia y
Técnica como ideología: el motor del desarrollo de las naciones ya no es
más el progreso del sistema económico, bajo los imperativos de la
productivización óptima[1] de los sectores (primario,
secundario y terciario), sino la ciencia y la técnica[2]. El artículo referido es
un testimonio vivo de quien ha dedicado parte de su vida a la investigación y
ha constatado las deficiencias de la investigación en México. Abundan las
referencias negativas, esto es, el diagnóstico de lo que “no está bien”. Por
ejemplo: “La compra de tecnología nos convierte cada día en un país
dependiente, económica y políticamente...”[3]; o: nuestro país ha
quedado en una condición de desventaja innegable en lo que se refiere al
desarrollo tecnológico”[4]; y quizá aún más alarmante
es lo que sigue: “muchísimas veces se prepara al estudiante, sobre todo de las
carreras de ingeniería y física, a un buen nivel que incluye doctorado, pro los
poseedores de tal alcance jamás se explicitan o trabajan en aquello en lo que
se prepararon, porque simplemente el país no les proporciona los medios”[5].
Ante este
panorama desolador, y ante las advertencias sobre la posible dependencia
tecnológica futura muchos nos sentimos inclinados a manifestar: ¡así no podemos
continuar! Las líneas que siguen son, en primer lugar, un intento por explicar
teóricamente qué déficits o problemas estructurales pueden detectarse a nivel
de la investigación, y en segundo lugar, cómo hacer frente a algunos de los
problemas estructurales detectados. Como es usual, debemos recurrir a una tesis
que nos sirva como provocación y punto de partida: un sistema político
autoritario, excluyente, cerrado, autorreferido paternalista y verticalista da
pie, tarde o temprano, a sistemas de investigación científica y a instituciones
de educación superior que reflejan las contradicciones y deficiencias del
régimen. Comenzaremos aquí nuestra investigación sobre los condicionantes
estructurales de la investigación científica en México.
PROBLEMAS DE ESTRUCTURA
Si la teoría de
la diferenciación funcional de Luhmann es correcta, esto es, si nos encontramos
ante un orden mundial con sistemas sociales autopoiéticos, autonomizados,
autorreferidos a códigos binarios específicos y cerrados operativamente,
entonces la rígida estructura social jerárquica, propia de un orden social
estratificado resulta disfuncional en el sistema mundial actual. Si además,
este orden funcional de la sociedad dinamita las jerarquías sociales[6] y descentra[7] a la propia sociedad,
estamos ante un cambio estructural de enormes proporciones, que implica que los
sistemas que no se orientan hacia la función propia[8] se desfasan y “mal
funcionan”. Para el sistema de la ciencia, la configuración jerárquica[9] tradicional resulta
francamente disfuncional ante una sociedad mundial. La jerarquía científica
opera con base en supuestos rígidos: depende de una estructura burocrática y de
una especie de dictadura cientificista, que mantiene un carácter cerrado,
excluyente discrecional, vertical y autoritario.
En un sistema
con estas características, las élites científicas[10] se protegen mediante
estrategias de dominación que les permiten constituirse en una auténtica
dictadura cientificista[11] cerrada que: determina
los temas a tratar y la forma de tratarlos; introyecta opiniones o mínimamente
segrega las opiniones consideradas “válidas” de las “no válidas”; niega las
diferencias o quizá peor, las humilla; centraliza las decisiones, las
comunicaciones y las informaciones privilegiadas; y niega los disensos, conflictos
y divergencias o los suprime (véase el siguiente cuadro[12]).
CONFIGURACIÓN
JERÁRQUICA
|
CONFIGURACIÓN
HETERÁRQUICA
|
Temas
predeterminados/constreñimiento a la libertad para elegir temas
|
Libertad en
la elección de temas
|
Opiniones
introyectadas o seleccionadas
|
Libertad en
la expresión de opiniones
|
Decisiones
recursivas centralizadas
|
Decisiones
recursivas descentralizadas
|
Supresión/Negación
de la divergencia
|
Tolerancia
ante la divergencia
|
Supresión/Negación
del conflicto
|
Tolerancia
ante el conflicto
|
Esta especie de dictadura es consecuente en el desarrollo de al menos
tres estrategias que permiten el sostenimiento de una élite casi etérea: la
exclusión de la diferencia, la indoctrinación de prejuicios y la
unidimensionalidad crítica, “... los expertos llegan frecuentemente a resultados
distintos, tanto en cuestiones sustantivas como en su aplicación... A veces uno
se ve tentado a decir: tantos científicos, tantas opiniones. Hay naturalmente
terrenos en los que los científicos están de acuerdo, pero esto no basta para
despertar nuestra confianza. La unanimidad es muchas veces el resultado de una
decisión política: los disidentes son eliminados o guardan silencio para
preservar la reputación de la ciencia como fuente de un conocimiento fidedigno
y casi infalible. En otras ocasiones la unanimidad es resultado de prejuicios
compartidos: se toman posiciones sin que se haya sometido la cuestión a un
análisis detallado y se las reviste de la misma autoridad que resultaría de una
investigación minuciosa... La unanimidad puede también reflejar una disminución
de la conciencia crítica: la crítica será débil mientras se tome en
consideración un solo punto de vista”[13].
Un rasgo
complementario a la jerarquía rígida y a la protección de las élites detrás de
una “muralla China” aislante es la estructura buro-patologizada[14] del sistema científico.
El sistema de la ciencia suele operar constantemente, tanto en el sector
público, como en el sector privado, como una estructura piramidal jerárquica,
en la que pueden reconocerse tres niveles: los ejecutivos, los supervisores y
los operarios. Este esquematismo organizacional es una copia del que prevalece
en las empresas tradicionales que todavía conservan una estructura
jerárquico-lineal, así como de su modelo de gestión, sus deficiencias y
aberraciones. A nivel ejecutivo, se suponen como funciones privilegiadas: la
comunicación, las relaciones públicas y la toma de decisiones; el ejecutivo de
la investigación no investiga, sólo ordena o comunica, en muchas ocasiones no
es más que un buen publirelacionista. A nivel de supervisión, se supone una
vigilancia estricta sobre aquellos que han de realizar el trabajo de
investigación. Precisamente, un sistema con estas características, que tiene
operarios tanto dentro, como fuera del sistema es el SNI (Sistema Nacional de
Investigadores), el cual cuenta con sus ejecutivos publirelacionistas decisores[15] y con aquellos que
supervisan que los investigadores mantengan un mínimo de productividad[16], los operarios se
encuentran típicamente arrojados al entorno del sistema SNI, son sólo
investigadores periféricos que en su mayor parte suelen trabajar como islas
aisladas, monológicas.
Gracias a un
sistema buropático como el SNI, y a sistemas análogos, en los que prive la
lógica empresarial jerárquico-lineal, es posible el asentamiento de la pirámide
jerárquica sobre la base: en realidad, los verdaderamente productivos, suelen
ser los investigadores que están en las bases (y seguramente no todos) y que
sienten la imperiosa necesidad de escalar en la “jerarquía organizacional”.
Esto permite realizar, de manera constante, una tasa de explotación: el tiempo
de trabajo del investigador productivo no se paga en su totalidad, sino que una
parte del salario que no se le paga, se utiliza para costear la infraestructura,
y la estructura burocrática improductiva, que pone a funcionar al sistema, y
también, para pagar a los investigadores no productivos[17]. Podemos hablar aquí de
plusvalía en el sentido de Marx: del trabajo que realiza el investigador, una
parte de sus frutos sirven para sostener al resto de la estructura, esto
explica, en parte, el bajo nivel de vida de los investigadores en México, si se
les compara, por ejemplo, con los investigadores norteamericanos. Gracias e
este tipo de estrategias se permite el mantenimiento de las élites en tanto que
élites, las cuales acumulan una importante cantidad de recursos, que se pueden
utilizar como “capital” para canalizarlo a la negociación secreta, al ocio, a
la cooptación, etc.
De esta forma,
la vida del investigador se enfrenta no sólo al brutal confrontarse de lleno
con la verdad incomodante[18], sino a las limitaciones
y carencias derivadas de la explotación que ejercen los sistemas de
investigación. Esto nos llevaría a cuestionar ampliamente a sistemas de investigación
o de investigadores en los que la estructura burocrática no sea, de hecho
mínima. La proporción entre cantidad de investigadores y administrativos[19] es sin duda indicativa de
qué tanto un sistema de investigación se ha empresarializado de forma jerárquico-lineal,
entre más administrativos existan por investigador, es posible que más tareas
inútiles se realicen en el sistema y que más personas incompetentes estén en
cargos importantes[20]. Cuando un sistema de
investigadores se corrompe, las minorías oprimen a las mayorías y viven del
producto de su trabajo. De esta forma, a los investigadores, que son vistos
como operarios en una línea de montaje, se les va privando de lo necesario para
investigar: sus condiciones materiales de vida no les permiten realizar su
trabajo sin la preocupación de no tener cubiertas necesidades elementales de
alimentos sanos, vivienda digna y vestido apropiado (para él y su familia); sus
condiciones materiales de trabajo no les permiten realizar la investigación que
podrían hacer, debido a la falta de materiales documentales actualizados,
equipo e instrumental adecuado, herramientas y facilidades para su hacer
trabajo de campo, viáticos, etc.
Esta estructura
instaura, en el seno de la comunidad de investigadores, desigualdades de clase
patentes: entre investigadores de élite, quienes son los favorecidos del
sistema[21] y los investigadores
excluidos[22]
de la élite (aunque incluidos en la base del sistema), a quienes se considera,
tienen un bajo impacto en el funcionamiento del sistema, y por ende, reciben
sólo beneficios parciales. La experiencia de muchas personas es que
frecuentemente, los investigadores considerados como de élite, sólo explotan el
trabajo de sus subordinados: las ponencias y libros que presentan son, en realidad,
“recortes” de trabajos de sus asistentes e incluso, “recortes” del trabajo de
sus alumnos. De esta forma, se mantiene un sistema opresor y alienante. Esta
alienación se da sobre todo en la desvinculación que hay entre la investigación
y las condiciones de vida de la población: la investigación realizada, no tiene
como fin, en muchas ocasiones, la mejora en las condiciones de vida de la
población, sino la justificación de un presupuesto o de una beca; de esta
forma, el investigador pierde contacto con la realidad, investiga por
investigar, pero no investiga para mejorar su entorno. Así, el criterio
cuantitativista de evaluación de investigadores suele prevalecer sobre normas
cualitativas: lo importante es producir mucho, hacer ruido, pero no producir
innovaciones, ni investigaciones que arrojen resultados pertinentes para tratar
problemas sociales o relevantes por su importancia teórica, y desde luego,
ética.
Mediante los
criterios predominantemente cuantitativistas fijados, por ejemplo, por el SNI
(número de libros y de artículos, número de citas, número de tesis dirigidas,
etc.) se da pie a un sistema que no sólo se aliena de la realidad a la que
debería servir, sino que promueve un bajo nivel de competencia entre programas
de investigación alternativos. Incluso, el criterio b) para la incorporación al
SNI fija como parámetro la producción de aportaciones orientadas sobre todo en
la línea de los objetivos del Plan
Nacional de Desarrollo y de su correspondiente Programa de ciencia y tecnología, con lo que desde luego se
reproduce la investigación funcional al sistema, pero no la investigación
crítica, que puede observar las aberraciones producidas no-intencionalmente por
el sistema. La lógica de la competencia entre los investigadores obedece
frecuentemente a la cantidad de productos (sin que necesariamente su calidad se
tenga como criterio relevante) y no a proyectos alternativos que puedan
rivalizar competitivamente y que se orienten a descubrir hechos nuevos[23].
Un sistema
científico con estas características es perfecto para mantener una especie de
colonialismo (imperialismo diría Lenin) científico, dándose una tensión entre
sociedades industrializadas hegemónicas, exportadoras intensivas de tecnología
y utilizadoras extensivas de la misma, y sociedades oprimidas (o dominadas,
aunque retóricamente se autoproclamen soberanas) semi-industrializadas
importadoras netas de tecnología y exportadoras de talentos. Este modelo de
dominación es francamente conveniente para los países que conforman el centro
económico mundial.
Condición sine qua non para la conservación de
este centro mundial es el mantenimiento de países periféricos en un estado de
dependencia, exclusión y pobreza[24]. El principio de
explotación es en ambos tipos de sistemas científicos diferentes: los sistemas
de los países industrializados, cuyo desarrollo es apuntalado por la economía
de guerra, pueden lograr altos niveles de ganancia gracias a la tecnificación
de los mismos, esto es, la importante cantidad de recursos invertidos en
Investigación y Desarrollo les permiten obtener plusvalía extraordinaria en
cada salto tecnológico autoprovocado; pero los sistemas científicos de países
poco industrializados, que no invierten recursos significativos en gasto
militar o en desarrollo de nuevas tecnologías para las empresas, se mantienen
gracias a la explotación de los investigadores; así, la plusvalía se logra no
gracias al desarrollo tecnológico, sino a que los administradores (burócratas)
del sistema viven prácticamente de los que lo ponen en funcionamiento
(investigadores).
PARADIGMAS FUNCIONALES Y PARADIGMAS CRÍTICOS
En su Ética de la Liberación, Enrique Dussel
introduce una distinción (un tercer criterio de demarcación) para el trabajo en
ciencias sociales: el que se da entre paradigmas funcionales y paradigmas
críticos[25].
Para efectos de nuestra investigación, también distinguiremos entre la ciencia
funcional y la ciencia críticamente orientada considerando que las ciencias
críticas proponen, por lo general, una transformación de los sistemas con base
en modelos normativo-utópicos (desde luego, se trata de utopías posibles[26]), mientras que las
ciencias funcionalmente orientadas buscan ante todo la conservación de los
sistemas, mediante su descripción y explicación.
La teoría de
sistemas de Niklas Luhmann es un paradigma funcional, y como en el caso de toda
teoría funcional consecuente, su imperativo es: ¡Haz que funcione el sistema![27] La constatación que
siempre se busca, bajo los paradigmas funcionales es: ¡El sistema funciona![28] A quien hace funcionar al
sistema se le denomina gurú (científico), y es considerado, no explícitamente,
como el mago, como el chaman de nuestra contemporaneidad. Científico es, tanto
el que hace funcionar al, sistema como el que lo explica en sus condiciones de
funcionamiento posible, con miras a la conservación del propio sistema (la
autopoiesis, diría Luhmann, siguiendo de cerca a Humberto Maturana). Las
ciencias funcionalmente orientadas (ya se trate de las ciencias naturales o de
las ciencias sociales no críticas) tienen siempre un punto ciego, un unmarked space
(diría George Spencer Brown, o sea, un estado de cosas no marcado). Este punto
ciego, es el ámbito de lo no observado, el mundo cotidiano de la vida
(Lebenswelt) de las personas.
El ámbito de lo
no observado por las ciencias funcionalmente orientadas es una zona de
opacidad, de intransparencia, para la cual, estas ciencias no tienen medios de
acceso, instrumentos de clarificación, herramientas de transparentación. El
ámbito de lo no observado, sólo es accesible a las ciencias sociales críticas,
las cuales funcionan constantemente como una especie de conciencia del sistema
científico. Todo sistema (y desde luego la ciencia) “produce” una zona de
exclusión, envía a los márgenes a grupos importantes de excluidos[29]. Dentro de estas
comunidades de excluidos[30] podríamos diferenciar
entre: los excluidos de manera absoluta del sistema (el loco, el delincuente,
el borracho consuetudinario, el drogadicto incurable, el inadaptado, etc.) y
los excluidos sólo de manera relativa (o incluidos relativos o parciales,
quienes reciben del sistema sólo ciertos privilegios, pero que a cambio son
utilizados como carne de cañón, para hacer funcionar al sistema).
La zona de
exclusión absoluta es el exterior del sistema, su afuera (el entorno de
Luhmann). Los excluidos se encuentran en la no-verdad, bajo la ideología de las
ciencias y los sistemas funcionales. Esta ideología racionaliza la situación de
exclusión, la justifica, por ejemplo, para el logro de un paraíso futuro
anticipado, tal como sería el caso de la tesis de la derrama económica: si
sacrificamos a los pobres, llegará un momento en que la riqueza se acumulará en
cantidad suficiente para que llegue por derrama a ellos[31]. El trabajo de las
ciencias sociales críticas se da propiamente en la articulación de los
imperativos funcionales del sistema con el mundo de vida de los excluidos, el
criterio absolutamente irrevocable, como lo ha demostrado convincentemente
Dussel, no es sólo de carácter formal (como para Habermas, Apel o Rawls) sino
también material: la vida de los excluidos, y más concretamente, la obligación
ética de “producir, reproducir y desarrollar autorresponsablemente la vida
concreta de cada sujeto humano, en una comunidad de vida, desde una vida buena
cultural e histórica... que se comparte pulsional y solidariamente teniendo
como referencia última a toda la humanidad”[32]
LA COMUNIDAD DE INVESTIGADORES
La segunda
escuela de Frankfurt, tan dignamente representada por Jürgen Habermas, naufragó
precisamente en el intento habermasiano por encontrar los puntos de sutura
entre sistema y mundo de vida. Se trata, ciertamente, de analizar la forma como
los imperativos sistémicos desarticulan los mundos de vida, pero también, de
rearticular estos mundos de vida. Un punto de sutura para lograr una tal
articulación, un lugar de encuentro entre sistema y mundo de vida, es
precisamente la comunidad crítica de investigadores sociales[33]. Los lugares
privilegiados de estas comunidades críticas de investigadores deberían ser los
sistemas de investigación institucionalizados y las instituciones de educación
superior. Pero, al no darse en México las condiciones para la conformación de
comunidades críticas simétricas (por los aspectos estructurales estudiados
anteriormente) la crítica se vuelve autológica, autorreferente[34]: se regresa contra las
propias instituciones y sistemas de investigación y pierde su referencia a los
excluidos por los sistemas funcionales, se olvida del entorno por su énfasis en
la funcionalidad (que en el caso de México es particularmente disfuncional) del
sistema. El imperativo del investigador llega a ser así: mantener el status (y la funcionalidad del sistema),
para mantener la beca. La investigación se vuelve funcionalista, conservadora,
ideológica. El propio conocimiento es fetichizado como mercancía[35], dejando de lado todo su
potencial crítico.
Llegamos así al
momento de la propuesta. La tecnocracia “triunfó” y sin darse cuenta, cuando la
Universidad Nacional Autónoma de México se despolitizó para ideologizarse. La
UNAM perdió (por lo menos a nivel de las facultades con potencial crítico, como
las de derecho, filosofía, economía y sociología) de vista una auténtica causa
política[36]
con los excluidos del sistema, para en su lugar racionalizar el ímpetu
globalizador; pero lo que es peor, al dejar de lado su compromiso ético social,
se cerró sobre sí misma y al perder la referencia necesaria a los excluidos,
comenzó a devorar sus entrañas, comenzó a autodestruirse[37]. Desde luego, los
problemas presupuestales de la UNAM tienen que ver con razones económicas y
geopolíticas: se trata del mantenimiento encubierto del modelo de dependencia
colonialista actual, se busca mantener la dependencia tecnológica del exterior[38], sin darle este nombre.
Tanto en el caso de la UNAM, como en el de la investigación en general en
México, lo que se requiere en estos momentos de transición es un nuevo diseño
institucional, del que aquí sólo señalaré algunos frentes críticos:
1. Frente
presupuestal y horizonte de la demanda futura del sistema. El gasto (en
realidad la inversión) del Estado en materia de Educación Superior y en
Investigación y Desarrollo Científicos (Research & Development) debe
aumentar[39]
y no disminuir. El problema de la UNAM se puede desviar hacia la “ruta falsa”
del debate sobre la gratuidad de la educación superior[40], pero dicho debate puede
también centrarse en torno a buscar mecanismos para garantizar más recursos, en
un momento en que la demanda futura crecerá y en el que el riesgo es
mantenernos en el atraso industrial y tecnológico. Si seguimos importando
tecnología, estaremos siempre bajo la hegemonía de las naciones
industrializadas, para quien esta opresión es muy deseable. El riesgo es la
maquilización de nuestro país, esto es, convertirnos en un país maquilador, que
sigue formando científicos para exportar.
El gasto del
sector privado en las universidades es una de las mejores inversiones posibles:
al recibir dinero de la empresa, la universidad investiga y desarrolla nuevas
aplicaciones que tarde o temprano retornan a la empresa como beneficios
resultantes de la inversión inicial, se trata, claro está, de una apuesta de
largo plazo, para la que no es del todo deseable el imperativo empresarial por
el lucro desmedido sino una auténtica visión estratégica, que vea a la universidad
como una instancia para la superación constante de la situación actual: se
trata de un proyecto y una apuesta de futuro y desde luego, con mucho futuro.
2. Frente
comunitario. En el futuro de la investigación se encuentran las comunidades
dialógicas de investigadores. Se trata de comunidades simétricas (Apel), que se
comunican intensamente bajo el modelo de una red neuronal funcionalmente
especificada[41].
Desde luego, hay que romper con la dictadura jerárquica de las élites e
instaurar un sistema más democrático en todos los niveles. Esto vale
particularmente para el caso de la UNAM: sus órganos de gobierno cogestivos
deben representar a los sectores de la comunidad: alumnos[42], docentes, investigadores
y administrativos y su rectoría debe ser electa por la propia comunidad. ¡Nunca
más a una designación del rector desde el Poder Ejecutivo! Desde luego, la
comunidad de investigadores no es totalmente simétrica[43], ya que al interior de la
misma hay funciones específicas diferenciadas, por ejemplo, la de investigador
y la de auxiliar de investigación (y entre categorías de investigadores), pero
lo ideal es que el investigador forme al auxiliar (y que el investigador del
nivel superior forme a los de los niveles inferiores), para que la
investigación no sólo consista en aprovechar y explotar trabajo rutinario, con
el fin de conservar el status
permanente de investigador y mantener al auxiliar como subordinado de manera
indefinida (manteniendo así esta particular opresión de clase). Estas
comunidades simétricas de investigación obedecen a los principios de las
comunidades científicas heterárquicamente constituidas: con mecanismos de
procesamiento y posibilidades para la introducción libre de temas; con respeto
al disenso y a la oposición, los cuales son escuchados atentamente, como
componentes necesarios de un proceso científico autocrítico y autocorrectivo;
con una forma descentralizada de decidir e irrigando al sistema con
informaciones pertinentes, relevantes (privilegiadas) y oportunas, etc.
3. Frente
crítico-ético[44].
Estas comunidades de investigación tendrían, sobre todo para el caso de las
ciencias sociales, una función doble: funcional, de reproducción del sistema
vigente; y crítica[45], señalando la zona no
observada de los sistemas, los excluidos. Si esta función doble se pierde, la
ciencia social naufraga en su sentido: no tiene caso reproducir un sistema
cuando las personas para las que se reproduce mueren de hambre y sed todos los
días; pero tampoco tiene caso tratar de atender a los más desprotegidos si el sistema
no funciona y si, por ende, no les puede ofrecer satisfactores. Los científicos
críticos, socialmente comprometidos, pueden trabajar de cerca, formando
comunidades de excluidos, a partir de un compromiso intelectual, que permitan
articular a las comunidades de excluidos absolutos y relativos, solidariamente
articuladas mediante un proyecto alternativo, que refuncionalice los sistemas
en un nuevo nivel.
El más genuino
y auténtico sentido de la autonomía universitaria, no es desde luego, el
generar un espacio ad hoc extra
legal, sino la capacidad institucional y organizativa para generar
autogestivamente un proyecto alternativo funcional y crítico. El momento ético
se realiza cuando la universidad se asume como conciencia, tanto del
funcionamiento del sistema, como de las disfunciones, que de manera no
intencional pero necesaria, producen excluidos. La Universidad no es sólo un
sistema funcional más, es un instrumento político de crítica científica a las
aberraciones del sistema, es una especie de conciencia de la sociedad[46], ya que en su seno se
encuentran los saberes universales en diálogo y confrontación incesante, pero
este diálogo debe superar el actual modelo de la ciencia monológica moderna,
para la cual, la distinción entre cuestiones de valor y cuestiones de hecho,
permite mantener la hegemonía de las ciencias naturales puras, que en su
pretensión de referirse a hechos, creen encontrar un punto de partida más firme
que las ciencias sociales, a las que descalifican, porque consideran que sus
juicios de valor no son válidos científicamente.
4. Frente
comunicativo. La comunidad de comunicación de investigadores ha estado
constantemente coaccionada por las organizaciones: se comunica porque está
estipulado que así debe ser. Así, los investigadores dan a los supervisores
informes de sus actividades pero bajo la coacción que implica poder ser
excluidos del sistema de investigación. Ante esta coacción, hay dos formas de
ser libres: la primera forma, patológica, consiste en aprovechar los recursos
de la comunicación informal[47], para constituir una
comunidad anecdótica y crítica no propositiva; la segunda forma, consiste en
constituir comunidades simétricas de investigadores en las que, a partir de la
crítica y la propuesta se puedan plantear programas de investigación
alternativos críticos que compitan con los programas funcionales vigentes y
cuya base sea una especie de hermeneútica de lo vigente: la
comprensión-interpretación de lo funcional, del sistema imperante.
5. Frente
administrativo. Es necesaria la reforma de los sistemas de investigadores, su
desburopatologización y su des-empresarialización jerárquico-lineal: la
proporción entre ejecutivos y supervisores por un lado, e investigadores por
otro debe ser reducida: no es posible que un investigador sea explotado, con el
producto de su trabajo, para sostener a otros investigadores improductivos y a
burócratas indiferentes. No es posible mantener una estructura rígida,
burocrática, autocrática e ideologizada si se pretende hacer investigación
innovadora y de calidad. Por ello, también los criterios cuantitativos deben
subordinarse a criterios cualitativos, como la relevancia (qué tanto aporta
esta investigación para este caso concreto), pertinencia (qué tan adecuada es
esta investigación para explicar o transformar esta situación) y oportunidad
(qué tan actual es en estos momentos esta investigación) de las
investigaciones.
Por último, los
investigadores, y sobre todo los científicos sociales, debemos desarrollar la
conciencia de que tenemos un compromiso ético[48], y que este compromiso no
es con la sociedad, definida ambiguamente, sino ante todo con los excluidos por
el sistema. El punto de sutura que tanto buscó Habermas entre sistema y mundo
de vida y que no atinó a encontrar, es la condición de vida de las personas, y
sobre todo de los excluidos por el desarrollo globalizador: mientras haya
personas que mueran de hambre, sed y frío todos los días en México, mientras
haya personas que no tengan dónde vivir, la investigación social crítica y
éticamente comprometida no deberá parar.
[1]
En el sentido del óptimo de Pareto.
[2]
“Ciertamente que lo mismo antes que ahora son los intereses sociales los que
determinan la dirección, las funciones y la velocidad del progreso técnico.
Pero estos intereses definen al sistema social tan como un todo, que vienen a
coincidir con el interés por el mantenimiento del sistema. La forma privada de
la revalorización del capital y la clave de la distribución de las
compensaciones sociales que aseguran el asentimiento de la población,
permanecen como tales sustraídas a la discusión. Como variable independiente
aparece entonces un progreso cuasi-autónomo de la ciencia y de la técnica, del
que de hecho depende la otra variable más importante del sistema, es decir, el
progreso económico. El resultado es una perspectiva en la que la evolución del
sistema social parece estar determinada por la lógica del progreso científico y
técnico”. Jürgen Habermas, Ciencia y
técnica como ideología, México, REI, 1996,
p. 87-88.
[3]
Alejandro Pedroza Meléndez, “La ciencia y la tecnología como base fundamental
para el desarrollo de México”, en Bien
común y gobierno, No. 67, junio de 2000, p. 40.
[4] Idem.
[5] Ibid., p. 43.
[6] El orden jerárquico bidimensional, da paso a
un orden tridimensional heterárquico: “En el ámbito del sistema social, el
tránsito de una diferenciación estratificada a otra funcional ha provocado
modificaciones decisivas. En el sistema político esto corresponde al tránsito
de una diferenciación bidimensional a otra tridimensional”. Niklas Luhmann, Teoría política en el Estado de bienestar,
Madrid, Alianza, 1994,
(Alianza Universidad; 750), p. 62. Esto implica que
la vieja dicotomía gobernante/gobernados, basada en la añeja fórmula
monarca/súbditos, se desdoble y de paso a “la triple diferenciación de
Política, Administración y Público, a las que, en particular en el ámbito de la
Administración, pueden incorporarse jerarquías de competencias y mandatos”.
Idem.
[7]
“Una sociedad organizada en subsistemas no dispone de ningún órgano central. Es
una sociedad sin vértice ni centro. La sociedad no se representa a sí misma por
uno de sus, por así decir, propios subsistemas genuinos”. Ibid., p. 43.
[8]
“La diferenciación de un sistema parcial para cada función significa que para
este sistema (y sólo para éste) tal función goza de prioridad ante las demás
funciones”. Niklas Luhmann y Raffaele de Georgi. Teoría de la sociedad, 2a ed. México, Triana, UIA, 1998, p. 340.
[9]
Victor A. Thompson considera que, en la empresa tradicional, la jerarquía como
principio de organización, es contraria a la innovación. Vid infra, nota 14.
Esto vale, sobre todo, para el sistema científico: ¿cómo innovar cuando el
sistema tiene una estructura organizacional que es reacia a la innovación?
[10]
Se trata en realidad de una gerontocracia, que no consiste propiamente en el
gobierno de los viejos sabios, sino en el gobierno de los viejos (o sea, los
consagrados por el sistema), sean sabios o no.
[11]
Cf. Los orígenes del totalitarismo de
Hannah Arendt. Barcelona, Planeta, 1994, (Obras Maestras del pensamiento
Contemporáneo; No. 74), v. 2, p. 431: “El cientificismo de la propaganda de
masas ha sido tan universalmente empleado en la política moderna que ha llegado
a ser interpretado como un signo más general de la obsesión por la ciencia que
caracterizó al mundo occidental desde el desarrollo de las Matemáticas y de la
Física en el siglo XVI; de esta forma, el totalitarismo parece ser
exclusivamente la última fase de un proceso durante el cual la ciencia se ha
convertido en un ídolo que curará mágicamente todos los males de la existencia
y que transformará la naturaleza del hombre”. Este totalitarismo cientificista
interpretado funcionalmente no implica que se curarán mágicamente todos los
males, sino que la autopoiesis (reproducción y conservación) de los sistemas
funcionales, está garantizada (imperativo funcional).
[12]
Este cuadro ha sido elaborado a partir del siguiente texto de Luhmann: “Una serie de importantes dispositivos del sistema de la ciencia
se ajusta para hacer más probable la construcción de la complejidad,
acelerándola. Partes de este proceso son la institucionalización de la libertad
individual de elección de temas y de expresión de opiniones, la ausencia de
centralizaciones de decisión, esto es, la forma heterárquica (y no jerárquica)
de la conexión de decisión recursiva, una gran tolerancia institucionalizada en
cuanto a la divergencia de opiniones y los conflictos relativos a éstas”. La ciencia de la sociedad, México,
Anthropos, UIA, ITESO, 1996, (Autores, textos y temas. Ciencias sociales; 10),
pp. 263-264
[13]
Paul Feyerabend, La ciencia en una
sociedad libre, 2ª México, Siglo Veintiuno, 1988, (Teoría), pp. 101-102.
[14]
En teoría administrativa, La buropatía (buropatología) es la forma desviada del
modelo burocrático de organización de Weber. En sus estudios sobre las
organizaciones modernas, Victor A. Thompson opone las fuerzas innovadoras del
conocimiento a las fuerzas conservadoras de la jerarquía. Para defenderse ante
las innovaciones, las estructuras jerárquicas cuentan con mecanismos de defensa
como: la manipulación del sistema de información, lo que se posibilita gracias
al uso discrecional de informaciones privilegiadas; el desarrollo de
comportamientos dramatúrgicos (lo que en nuestro Modelo de comunicación
política hemos llamado modo escénico, el cual, en el plano de la organización,
se traduce en el principio: haz ruido y todos creerán que trabajas; para
Thompson, la dramaturgia se asocia con dar la impresión de ser el más ocupado,
capaz, indispensable y honesto); la introyección de ideologías que legitiman la
dominación sobre la base del carisma mediante la “administración de
impresiones” (el imperativo es aquí: causa la mejor impresión); y por último la
buropatía, entendida como el apego a reglamentos y rutinas, como reacción
defensiva ante el sentimiento de inseguridad derivado de la posibilidad de
perder el cargo. Acerca de la concepción original (no patológica) de la
burocracia en Max Weber, Cf. Enrique Alcántara Granados, “La burocracia, ¿el
gobierno de los mejores?” En Bien común y
gobierno, No. 50, Enero de 1999, p. 102-108.
[15]
En este nivel ejecutivo se encuentran el presidente del SNI, el vicepresidente,
el secretario ejecutivo y cuatro vocales.
[16]
En este nivel se encuentran siete comisiones dictaminadoras, cada una integrada
por doce miembros.
[17]
Los cuales pueden ingresar y mantenerse en el sistema gracias a decisiones
discrecionales o a la corrupción de ejecutivos o supervisores.
[18]
Popularmente se dice: la verdad no peca, pero incomoda. La confrontación del investigador
con la verdad suele ser una experiencia traumática, sobre todo en ciencias
sociales, porque en muchas ocasiones pone en evidencia las atrocidades del
régimen político, las injusticias sociales, las aberraciones colectivas y...
las decisiones estúpidas.
[19]
De manera análoga, indicador de la burocratización de la enseñanza es sin duda
la mayor cantidad de administrativos por docente: a mayor cantidad de
administrativos por docente, más buro-patologización de la organización, y por
ende, más ociosos e incompetentes y más “vividores” y corruptos puede haber.
[20]
Aquí debemos recordar el Principio de Peter: toda persona tiende a ser
promovida en las organizaciones hasta que alcanza finalmente su nivel de
incompetencia para ahí permanecer, por ende, el trabajo es realizado por
aquellos funcionarios que aún no han alcanzado su nivel de incompetencia.
Aplicando este principio, podríamos decir que: los ejecutivos incompetentes
dejan de comunicar informaciones y decisiones para comunicar rumores y
opiniones o para depender de otros en la comunicación de informaciones
relevantes, pertinentes y oportunas y en la toma de decisiones; de la misma
manera, los supervisores dejan de supervisar y los investigadores de
investigar. Así, el sistema se “amafia”: unos pocos son los que lo ponen en
marcha, mientras que los más, en su nivel de incompetencia, viven del producto
del trabajo de los otros, esto es desde luego, explotación pura: opresión del
hombre por el hombre.
[21]
Se trata, usualmente, de los magos o gurús que ponen a funcionar el sistema y
que de él reciben beneficios abundantes.
[22]
Se trata de lo que aquí llamaré excluidos relativos o parciales, quienes son,
por ende, incluidos de manera relativa en el sistema, recibiendo de él sólo
beneficios parciales o marginales. El modelo para la segregación de la
comunidad de los excluidos relativos (o incluidos parciales) es diferente al
modelo de segregación que opera para la comunidad de los excluidos absolutos
(las víctimas de Lévinas y Dussel; el enfermo mental, el delincuente, el
pervertido, el monstruo de Foucault), en el primer caso se utiliza la
tecnología que Foucault llama modelo de la lepra, en el segundo, el modelo de
la peste: “... el reemplazo del modelo de la lepra por el modelo de la peste
corresponde a un proceso histórico muy importante que, en una palabra, yo
llamaría la invención de las tecnologías positivas de poder. La reacción a la
lepra es una reacción negativa; una reacción de rechazo, exclusión, etcétera.
La reacción a la peste es una reacción positiva: una reacción de inclusión,
observación, formación de saber, multiplicación de los efectos de poder a
partir de la acumulación de la observación y el saber”. Michel Foucault, Los anormales: curso en el Collège de France
(1974-1975), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, (Sección de
Obras de Sociología), p. 55. Los que aquí llamo excluidos relativos pueden
vincularse solidariamente con los excluidos absolutos del sistema (los
marginales) para conformar una comunidad de comunicación en los márgenes de la
sociedad. Si como afirma Kuhn, los nuevos paradigmas surgen en los márgenes del
sistema científico institucionalizado, entonces este tipo de comunidad tiene el
potencial para desarrollar un proyecto científico auténticamente alternativo .
[23]
Para Lákatos, “los grandes logros científicos son programas de investigación
que pueden ser evaluados en términos de transformaciones progresivas y
regresivas de un problema; las revoluciones científicas consisten en que un
programa de investigación reemplaza, supera progresivamente, a otro”. Imre
Lákatos, La metodología de los programas de investigación científica, citado en
Enrique Dussel, Ética de la liberación en
la edad de la globalización y la exclusión, Madrid, Trotta, 1998, (Colec.
Estructuras y Procesos. Serie Filosofía). p. 443. Bajo la idea de Lákatos “hay
siempre una pluralidad de programas rivales en competencia, y sólo puede
refutarse una teoría desde la existencia de una nueva teoría mejor”. Idem. Lo
que sostenemos es que en México hay un déficit en cuanto a programas que
rivalicen entre sí, que se encuentren en franca competencia al proponer mejores
teorías. Los programas antes que competir, suelen respaldarse mutuamente, tanto
en sus aciertos, como en sus errores, lo que, entre otras cosas, impide que
prevalezcan las mejores teorías.
[24]
Respecto al tema del sistema-mundo actual y su zona de exclusión (periferia)
Cf. Enrique Dussel, Op., cit., p. 50
ss., p. 567.
[25]
Cf. Enrique Dussel, Ética de la
liberación, p. 439 ss. Especialmente, la p. 470, en la que se distingue
entre tres criterios de demarcación.
[26]
Cf. Ibid., p. 452 ss, especialmente la p. 471.
[27]
E incluso de forma mucho más simple, quitándole su componente ilocucionario
(con lo que el imperativo se despersonaliza), se puede decir: ¡Que funcione!
[28]
Nuevamente, y en forma abreviada: ¡Funciona!
[29]
Quienes promueven la participación total o la inclusión total, no se dan cuenta
que, con su retórica, incurren en una falacia reduccionista, denunciada con
toda claridad por Enrique Dussel: “... al tener en cuenta lo que ahora
denominamos principium exclusionis
(la imposibilidad empírica de no excluir a alguien del discurso), se torna
éticamente problemático aquello de todos los afectados posibles, ya que, como
insistiremos, no es posible ni siquiera descubrir su existencia (son afectados
de imposible participación). En efecto, nunca podrán todos los afectados ser
participantes reales (ni siquiera por representación), pero esto no es por una
dificultad empírica... No. La no-participación fáctica de la que hablamos es un
tipo de exclusión no intencional, inevitable. Ya que siempre habrá (y no podrá
no haber algún tipo de) afectados-excluidos de toda comunidad de comunicación
real posible”. Ibid., p. 413.
[30]
Hay que notar que no utilizamos la categoría de víctima, que Dussel desarrolla
a partir de Lévinas. Nuestra opción por mantener el concepto de excluido se
debe a que encontramos, en la categoría de víctima, una cierta ambigüedad: la
víctima puede desear mantener su posición de víctima, por conveniencia pragmática
o por mera patología, lo que hace particularmente difícil liberarlas. Aquí
habría que preguntar a Dussel ¿y qué pasa con las víctimas que quieren
permanecer como tales, que desconfían no sólo del “científico rehén” (el
incluido relativo o excluido parcial) sino también de las otras víctimas (los
excluidos absolutos o los marginales), y por ende, no tienen disposición para
integrarse a una comunidad de víctimas?
[31]
Desde luego, esta tesis de la derrama es falsa: la acumulación sólo hace más
ricos a los ricos y más pobres a los pobres, la esperada derrama nunca llega y
el sacrificio se perpetúa, de una generación a otra.
[32]
Enrique Dussel, Op., cit., p. 140.
[33]
El punto de sutura entre sistema y mundo de vida es la mediación del “conflicto
entre a) los sistemas formales... que proceden según la aceptación consciente
de pocas reglas bien definidas... a partir de cuya práctica comienzan a
producirse, “a espaldas de sus actores”, efectos no-intencionales, y b) el
marco de referencia que es delimitado por los principios ético-materiales y
discursivos universales -es decir, de la reproducción y desarrollo de la vida
de cada sujeto ético en dicho sistema formal y su participación discursiva”.
Ibid., p. 529.
[34]
El principio sociológico es el siguiente: una comunidad de investigación
competitiva se cierra sobre sí misma, una comunidad de investigación cohesiva,
encuentra fuera de sí un factor de asimetría, de desarmonía, por ende, deja de
ser competitiva hacia adentro, para cohesionarse: primero, para conformar un
programa de acción pedagógico-político, y después, para solidarizarse con los
excluidos vía acción programática.
[35]
Desde luego, en las causas de esta fetichización se encuentra el privilegio que
se da a criterios cuantitativos sobre los criterios cualitativos (por ejemplo,
pertinencia, relevancia y oportunidad de la investigación).
[36]
“... la enseñanza superior sólo puede preservar su autonomía si se constituye
como una unidad capaz de acción en el terreno político. Sólo entonces podrá
asumir con voluntad y conciencia las funciones de alcance político que en
cualquier caso ha de desempeñar”. Jürgen Habermas, “Democratízación de la
enseñanza superior”, en Teoría y Praxis:
estudios de filosofía social, México, REI, 1993, p. 355.
[37]
Este principio lo había enunciado más o menos de la siguiente forma: cuando un
sistema no puede crecer hacia afuera (en este caso, el crecimiento hacia afuera
implicará un considerar a los excluidos y un comprometerse éticamente con
ellos) comienza a crecer hacia adentro, se autodestruye: es un monstruo que se
devora a sí mismo. Se trata de un sistema autofágico, que se ha vuelto
paradójico al perder su referencia necesaria a las causas sociales de los
excluidos.
[38]
“Se trata de una transformación profunda de la estructura económica, a raíz del
intercambio comercial con el mundo capitalista desarrollado. Los países
soberano-dependientes entran en una relación de comercio libre, la cual
destruye por un lado su producción manufacturera tradicional sin reemplazarla
por una producción moderna e industrial correspondiente, y asegura, por otro
lado, el pago de la importación de los productos manufacturados importados...
Por lo tanto, se posterga la industrialización del país soberano libre. Bajo la
condición del comercio libre no hay posibilidad para efectuar tal
industrialización en razón de que la competencia extranjera es siempre superior
a cualquier industria naciente”. Franz Hinnkelammert, La teoría clásica del imperialismo, el subdesarrollo y la acumulación
socialista, Buenos Aires, Nueva Visión, 1973, p. 18.
[39]
“Mientras que el Gasto Interno en Investigación y Desarrollo Experimental... es
en nuestro país de 0.3 por ciento del PIB, en la Unión Europea es 6 veces mayor
y 7 en la OCDE. Las proporciones son mayores en cuanto al personal: México
tiene 6 investigadores por cada 10 mil integrantes de la población
económicamente activa (PEA), Japón tiene 92 y el promedio de la OCDE es 55.
Observatorio Ciudadano de la Educación, “Comunicado No. 40: La disyuntiva de la
educación global en México”, en La
Jornada, 29 de septiembre de 2000, p. 41.
[40]
Ya que en los hechos, ninguna institución de educación superior, ni siquiera la
UNAM, es totalmente gratuita.
[41]
Sobre el que he denominado modo dialógico de comunicación (así como sobre el
modo escénico que ya hemos mencionado) Cf. “Modelo de comunicación política”,
en Bien común y gobierno, No. 70,
septiembre de 2000.
[42]
“La cogestión de estudiantes (y asistentes) es ya recomendable por el hecho de
que estos grupos no se identifican con intereses de largo plazo vinculados con
su posición, o al menos no en la misma medida que los profesores. Su
participación asegura la transparencia de la configuración de decisiones;
fortalece la presión para la legitimación de las decisiones y el control sobre
el cumplimiento de los acuerdos adoptados; y sobre todo puede contribuir a un
tratamiento sin prejuicios de cuestiones que de otro modo quedarían fuera de
consideración”. Jürgen Habermas, “Democratización de la enseñanza superior”, en
Op., cit., p. 358.
[43]
“Ciertamente, una institución científico-docente presupone siempre un desnivel
funcional de competencia profesional”. Ibid., p. 359. Pero este desnivel
funcional no es el desnivel jerárquico artificialmente construido, sino una
especie de desnivel natural que puede ser “sublimado” mediante la formación
dialógica de los investigadores.
[44]
“La ética... se juega en el mostrar y normativizar la compatibilidad del
sistema formal no-intencional con la producción, reproducción y desarrollo de
la vida humana de cada sujeto ético con derecho a la participación discursiva.
De no producirse dicha compatibilidad... la intervención ético-crítica se hace
necesaria”. Enrique Dussel. p. 530-531.
[45]
“La palabra “crítica” hace referencia aquí a una unión de competencia y
capacidad de aprendizaje, que permita tanto una relación escrupulosa con un
saber especializado considerado a modo de ensayo como una disposición, basada
en una buena información y en la sensibilidad hacia el contexto, para la
resistencia política contra conexiones funcionales del saber practicado que
puedan ser sospechosas”. Jürgen Habermas, Democratización de la enseñanza
superior, Loc., cit., p. 358.
[47]
O sea, de aquellas comunicaciones que no están estipuladas por las rígidas
líneas de autoridad-responsabilidad de la organización.
[48]
En este aspecto, creemos que la primera parte de la conclusión del siguiente
texto es correcta, más no así la segunda: “No, la exigencia social a la
Universidad es de corte moral. Todo lo que exige -que es todo- es operar
conforme a la razón y mediante principios deliberativos; esta es la razón de
fondo que la constituye y esos los medios que hoy pueden reformarla”. Pedro
Gerardo Rodríguez, “El aura perdida”, En Este
país. No. 110, mayo de 2000, p. 56. No se puede estar de acuerdo con que la
racionalidad es todo lo que se puede exigir a la universidad; además de operar
conforme a la razón, se debe operar a partir de un compromiso ético con los que
en sociedad sufren de las operaciones de un sistema funcional que desde la
propia universidad puede ser superado, a partir de un proyecto no sólo
racional, sino material de vida (para la propia comunidad universitaria y para
México).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario