domingo, 16 de febrero de 2014

¿Es relativa la cultura?


¿ES RELATIVA LA CULTURA?

 

Javier Brown César

Artículo originalmente publicado en la Revista Bien Común y gobierno. No. 33, agosto de 1997. p. 49-55 y reproducido en la Revista Diógenes.

En el diálogo Teeteto de Platón, que versa sobre la conformación del saber científico, podemos ubicar el momento dialéctico álgido en la discusión de la conocida tesis de Protágoras de que “el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son”. La conclusión platónica es tajante: si el relativismo fuera absoluto la ciencia no sería posible y no sólo la ciencia sino la comunicación misma como apertura hacia los demás, trascendencia e intersubjetividad. Bajo un relativismo absoluto y al no ser posible el diálogo, el silencio sería monarca de un reino del ensimismamiento, del solipsismo y finalmente del escepticismo y la muerte.
 
La misma cultura, en tanto que patrimonio común, tesoro y fuente de tradiciones, usos y costumbre, patrones y roles conductuales sería la negatividad total bajo la premisa de un relativismo absoluto; es decir, no habría cultura, sólo voces clamando en el desierto del más cruel aislamiento. Pero esto sólo se aplica a la hipótesis de un relativismo absoluto, ¿qué pasaría si este relativismo, lejos de ser absoluto, fuera en sí mismo relativo (redundancia aparentemente ociosa y retórica pero necesaria en este lugar)? Toda cultura es relativa, pero este relativismo no es total. La cultura es, inicialmente relativa al ser humano (único ser cultural), pero además es relativa a una determinada comunidad ubicable en el tiempo y el espacio y es relativa también al miembro de esta cultura, al hombre individual que la vive y experimenta (de hecho es el hombre individual lo existente concreto, la comunidad es ciertamente una abstracción). Es aquí donde se debe afirmar la existencia del relativismo cultural.
 
LENGUA, HABLA E IDEOLECTO
 
La ya clásica distinción establecida por los semiólogos entre lengua, habla e ideolecto puede ser útil, mutatis mutandi, para desentrañar hasta dónde existe el relativismo cultural y si es posible hablar de una cultura universal. Aquí debemos entender el habla, la lengua y el ideolecto culturales no en su sentido lingüístico restringido, sino ampliados a otras formas de expresión e intersubjetividad, inclusive no-lingüísticas o prelingüísticas.
 
Seguiremos a Roland Barthes en su obra “La aventura semiológica” donde se afirma que la lengua “es el lenguaje menos la palabra: es a la vez una institución social y un sistema de valores. En cuanto institución social, no es de ninguna manera un acto, escapa a toda premeditación; es la parte social del lenguaje; el individuo no puede, por sí mismo, ni crearla ni modificarla; es esencialmente un contrato colectivo, al cual, si alguien quiere comunicarse, tiene que someterse por completo; además, este producto social es autónomo, a la manera de un juego, que tiene sus reglas propias, porque no se puede dominar sino después de un aprendizaje En cuanto sistema de valores, la lengua está constituida por cierto número de elementos, cada uno de los cuales es un vale-por y el término de una función más amplia, en la que ocupan un lugar, diferencialmente, otros valores correlativos” [1].
 
Por otro lado, el habla “es esencialmente un acto individual de selección y actualización; está constituida, ante todo, por las combinaciones gracias a las cuales el sujeto hablante puede utilizar el código del lenguaje para expresar su pensamiento personal (podría llamarse discurso a esta habla extendida), y además por los mecanismos psicofísicos que le permiten exteriorizar estas combinaciones.... El aspecto combinatorio del habla es evidentemente capital, porque implica que el habla está constituida por el retorno de signos idénticos.... porque el habla es esencialmente una combinatoria: corresponde a un acto individual y no a una creación pura”[2].
 
Finalmente, el “ideolecto” es el lenguaje en tanto hablado por un solo individuo. O bien, el juego completo de los hábitos de un solo individuo en un momento dado..... las tentativas que pone de manifiesto el concepto de ideolecto no hacen sino traducir la necesidad de una entidad intermedia entre el habla y la lengua.... o si se prefiere, de un habla ya institucionalizada, pero todavía no formalizable de manera radical, como es la lengua”[3].
 
LAS FORMAS A PRIORI DE LA CULTURA
 
Habría que cuestionar seriamente si existe algún tipo de a priori referido a la cultura, esto es, algún tipo de forma pura que estuviera antes de toda cultura como su posibilidad y condición previa. Este a priori cultural necesariamente sería entonces un absoluto, universalmente válido y necesario. Es claro que el a priori cultural no puede ni debe referirse a las costumbres, sino que sería la posibilidad de toda costumbre; no puede referirse a la ética, sino que sería el fundamento de toda ética.
 
Pero, ¿existirá este a priori cultural, este antes de toda cultura? Podemos afirmar sin duda alguna que sí, pero con la salvedad de que este a priori cultura se refiere exclusivamente a la formalidad, carente en sí misma de contenido material (cabe aquí recordar a Kant donde la distinción entre materia y forma, de origen netamente Aristotélico, permite deslindar entre la formalidad aportada por la sensibilidad y el entendimiento y la materialidad de los contenidos, sobre los cuales actúan las formas puras).
 
Los a priori culturales son algo así como el constitutivo de la naturaleza humana, pero no en tanto que naturaleza destinada a la salvación o determinada unívocamente a la gracia o a la condenación, tampoco en tanto que naturaleza destinada a la holganza o el trabajo, sino en tanto que constitutivo original del ser del hombre, observable universalmente, válido para todo tiempo y lugar y absolutamente necesario. Estos a prioris son:
 
1. La muerte cuya consciencia es una conquista temprana del ser humano (ya en la niñez la vivencia del fin de la vitalidad respecto a cualquier ser pone ante el niño frente a la cuestión del fin, del límite). Esta experiencia límite puede o no ser vivida en tanto que fin absoluto de la vida, puede ser vivida simplemente como un estado o como un tránsito, pero esta experiencia permea la cultura humana.
 
2. El tiempo, o más precisamente la duración. El hombre toma consciencia del cambio y lo cuestiona. Ve el deterioro de las cosas y de sí mismo y se pone frente a la experiencia de las cosas que duran, de las cosas que retornan y de las cosas que se van. 
 
3. La apertura hacia los otros y hacia el mundo. En esta apertura está la condición de toda sociabilidad y de toda comunidad. Antes de que el hombre sea un ser social es un ser abierto al mundo y sus posibilidades y de aquí necesitado de los otros. No es que el hombre necesite de los otros y por ello se abra a ellos, sino al revés, por ser apertura e indigencia se orienta hacia los otros.
 
4. La comunicación o más precisamente la emisión de signos lingüísticos y no lingüísticos. Lo que permite fundar la posibilidad de la intersubjetividad.
 
5. La sexualidad. La cual esta inscrita en la naturaleza humana y aunque sea negada por la castración (física o psicológica) está presente a lo largo de la vida sea como mera diferencia, sea como pasión o tendencia, sea como apetito o amor. Muchos disfraces puede tener la sexualidad y muchos símbolos que la representen (automóviles, ropa, cajetillas de cigarros, envases de bebidas, iconos, etc.), su negación es solamente su afirmación en tanto que ausencia o presencia indeseable.
 
6. El ritual o las formas rituales. Pero el ritual debe entenderse como forma universal, no como rito o práctica religiosa. El ritual es así entendido como formas de relación o intersubjetividad predominantemente no lingüística, pero donde se da una relación de intercambio significativo, de donde derivan el juego, la danza, la música y otros contenidos materiales de la forma ritual.
 
7. La territorialidad, sea como mero espacio vital necesario para la supervivencia, sea como espacio de poder o como espacio familiar. Si la temporalidad ha ubicado al hombre en la muerte y la duración, la espacialidad lo ubica en el territorio.
 
En estas formas a priori de la cultura, o mejor dicho condiciones previas de toda cultura no hay relativismo alguno. La relatividad comienza al nivel de la “lengua cultural”.
 
LA LENGUA CULTURAL, PRINCIPIO DEL RELATIVISMO
 
La “lengua cultural” es el principio de la diferenciación, de la exclusión, de la separatidad, de la otredad, es el origen del fanatismo, la intolerancia y los fundamentalismos. Este principio de distinción que se establece al nivel del habla cultural nacional se base, en sus fundamentos psicológicos en la en la experiencia de la conformación de la identidad personal a partir del discernimiento del no-yo, del alter ego o de la experiencia del otro, la cual es potencial generadora de incertidumbre.. La lengua cultural es un “contrato colectivo” que se firma fundamentalmente al interior de la comunidad lingüística cultural. Todos nos “sometemos” a este contrato colectivo cultural, por medio del cual “adquirimos” los elementos de identidad que conforman nuestra cultura.
 
Pero además, como sistema de valores, nos ubica en un contexto donde los diferentes significantes culturales y naturales adquieren una particular significación, de acuerdo a la forma de interpretación propia de la nación en la que se está inmerso. A través de esta adquisición de carácter colectivo, las ideologías dominantes, los esquemas de dominación-sometimiento, los patrones y roles sociales, los estereotipos y prejuicios, las prohibiciones y los tabúes son reproducidos generacionalmente. La lengua cultura es siempre la de la cultura de esta nación, de este pueblo. Cuando la lengua pierde el referente del a priori cultural, deviene entonces no sólo factor de identidad sino también exclusión de todo aquel que no “habla” esta lengua cultural.
 
La diferenciación que se da a partir de la “lengua cultural” forma la identidad, pero también da inicio al relativismo por medio del cual mi lengua religiosa, mis usos y costumbres e ideologías se oponen a los de los demás de manera meramente negativa. El riesgo latente y real es el de la absolutización de mi “lengua cultural”, ya que entonces las otras lenguas culturales son percibidas como falaces, como alternativas irreales o como engaños. Donde nuestra lengua cultural se absolutiza se origina a la intolerancia, simplemente porque no es comprendida como una lengua cultural entre muchas otras, llegando a ser considerada como la única lengua que permite la expresión cultural (lo cual es por completo falaz)
 
EL IDEOLECTO CULTURAL, LA COMUNIDAD RESTRINGIDA
 
Al interior de las naciones, de los pueblos y las ciudades se desarrollan los ideolectos, los cuales son fundamentalmente formas institucionalizadas del habla. A través de los ideolectos, las hablas individuales que entran en contradicción con el discurso nacional son asimiladas con fines legitimadores y meramente instrumentales (es esta sin duda alguna la función principal del “ideolecto cultural”). Si la lengua aparece como principio de diferenciación y exclusión, todo aquello que esté al margen de este discurso no-incluyente puede integrarse significativamente al ideolecto, con lo que se resuelven las contradicciones entre la comunidad y el individuo y este último es asimilado a la masa hablante.
 
El habla cultural individual es vista como un riesgo si plasma (como dice Barthes) el habla del afásico (en nuestro caso del loco, del marginado, del incomprendido y por que no, del genio) o el estilo (que en este caso sería una forma de expresión y desarrollo original que podría entrar en severa contradicción con las necesidades de dominación del poder político). El riesgo que corren aquellos cuya habla es ininteligible por no ubicarse dentro de los esquemas y patrones dominantes o aquellos que han desarrollado un estilo cultural propio es ser reprimidos, excluidos o asimilados a la masa parlante a través del ideolecto.
 
EL HABLA CULTURAL, LA FORMA ESPECÍFICA DE SUBJETIVIDAD DE LOS MARGINADOS (CONTRACULTURA Y SUBCULTURA)
 
No obstante, y a pesar de la asimilación del habla individual cultural por parte del ideolecto cultural, existen individuos que quedan al margen de esta institucionalización del habla y son practicantes de hablas revolucionarias. Aquí nos referimos principalmente a aquellos hombres marginales y marginados cuyo discurso subversivo no ha sido asimilado con fines legitimadores al ideolecto cultural. Estamos ante el caso del loco, del revolucionario, del belicoso que se mantienen al margen de la asimilación y que con su discurso conforman un monólogo que derriba cimientos y abre nuevas puertas de percepción para las realidades sociales. Es quizá en este nivel donde mejor se comprenden y reflexionan las estructuras de dominación-sometimiento, donde se ha conscientizado la dinámica de reproducción del poder que se ejerce sobre los individuos y donde se buscan formas alternativas de expresión que rompen con esquemas y paradigmas existentes.
 
La función original de las distintas formas de subcultura y contracultura es de carácter revolucionario y se dan precisamente a este nivel. Pero este tipo de discursos individuales se encuentran siempre ante el riesgo de su institucionalización e instrumentalización con fines legitimadores. El discurso marginal que ya se puede oír no es el genuinamente revolucionario, sino el que ya se ha asimilado a la institucionalidad del ideolecto. A lo largo de la historia existen casos notables de este tipo de discursos revolucionarios y marginales que en su tiempo fueron acallados y reprimidos y después legitimados con fines de mayor dominación y de reproducción de estructuras de poder. Los casos de Sade, Nietzsche,  Artaud, Bataille y otros caen dentro de este discurso, que, desde la aparente locura nos enuncian los principios de la ruptura revolucionaria, de la subversión institucional, del juego con el lenguaje cultural Estos discursos invitan a la acción subversiva y son por lo mismo acallados en su origen.
 
REFLEXIÓN FINAL
 
El habla cultural se emparienta de manera notable con las formas a priori de la cultura, pero de una manera puramente negativa, ya que mientras que en las formas a priori se da la necesidad y universalidad totales, a nivel del habla individual, se da la contingencia y la relatividad absolutas. En esta dialéctica cabría cuestionar si será necesario recuperar la noción de estas formas a priori culturales, vacías de todo contenido material (por naturaleza contingente y variable) para evitar el riesgo de la absolutización de cualquier materialidad que llene estas formas. Esto ciertamente no rompería con la diferenciación y la exclusión que se conforman al nivel del lenguaje cultural, pero evitarían el riesgo de absolutizar las lenguas culturales con la consciencia de su patente relativismo.
 
Por otro lado, al nivel del habla cultural individual se boga por una experiencia que se encuentra profundamente emparentada con el misticismo y a una distancia enorme de todos los esquemas de reproducción de la dominación y el poder existentes en nuestra sociedad. Este relativismo absoluto del habla individual se emparienta con el juego y con la libertad. Nuevamente, estos discursos que se originan en el habla cultural individual tienen el sello del estilo personal y por su carácter de relativismo absoluto están lejanos del posible riesgo de la absolutización. Sin embargo, esta habla pese a que acerca a una experiencia del yo sumamente introspectiva, llevan a la reclusión y al ensimismamiento, aunque pueden permitir el surgimiento de formas alternativas nacidas de la soledad del yo.
 
Intento de transubjetividad a través del a priori cultural o ruptura total a través del habla individual revolucionaria. Entre estos dos polos se mueve el relativismo a secas de nuestra cultura. Pero este relativismo es finalmente necesario para fundar la cultura, ya que el a priori del reino de lo absoluto impide lo relativo y el habla cultural individual con su relativismo total lleva al puro éxtasis individualizado, donde no hay cultura por no haber apertura al otro.



[1] Roland Barthes. La aventura semiológica. Barcelona, Planeta, 1994. p. 22
[2] Ibid. p. 22-23
[3] Ibid. p. 27

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