AUTONOMÍA FAMILIAR, GOBERNABILIDAD Y ESTADO DE DERECHO
Por Javier Brown César
Documento de trabajo
presentado en la Mesa de Diálogo sobre el Campo convocada por la Secretaría de
Gobernación [circa 1992]
La familia es la célula
básica de la sociedad, esta observación no deja de ser válida porque se viva en
el campo. Ciertamente el medio ambiente rural no es el de las ciudades: existen
enormes maravillas naturales, pero también riesgos constantes ante una
naturaleza que se vive con intensidad, día con día. La ciudad puede volvernos
rutinarios, predecibles e incluso neuróticos; la vida en el campo nos devuelve
a la tierra primordial, a la lucha diaria por la existencia y al trabajo arduo
y constante; la vida en el campo tiene un gran atractivo: afina el carácter,
templa el espíritu y fortalece el cuerpo.
Pero para muchos la vida en
el campo ya no es atractiva, porque no encuentran oportunidades para sí y sus
familias. La crisis de la familia se vive aún con más intensidad en el campo y
es ahí más preocupante porque pone en riesgo a hogares que son instituciones
sociales fundamentales para México. La
desigual distribución del poder entre los miembros adultos de la familia es
como un espejo de la sociedad en que vivimos, en la que se dan fuertes
desequilibrios que se evidencian en la desigual distribución de recursos y de
oportunidades para el pleno desarrollo humano.
Muchas veces, las
necesidades elementales de los miembros de las familias no se pueden satisfacer
de manera óptima, dándose la desigualdad
y la injusticia, así como la dificultad para que se satisfagan
determinadas necesidades imperiosas: muchos tienen que abandonar la escuela,
otros nunca llegan a ella, otros más abandonan a sus familias y muchos más no
los vuelven a ver. La falta de recursos básicos, el hacinamiento, la
desnutrición, la angustia y la inseguridad ante el futuro son síntomas de
familias en las que ya no es posible garantizar la satisfacción de ciertas
necesidades de índole cotidiano.
Cuando las necesidades
básicas se ven insatisfechas, también es posible que se den conflictos de
roles, muchas veces causados por la ausencia del padre o por frecuentes
disturbios familiares. En este medio, las personas pueden sentirse devaluadas y
desesperadas. La familia se vuelve indefensa y puede quedar aislada y expuesta
a su disgregación. La consecuencia última de los grandes problemas familiares
es que muchas personas no pueden incorporarse exitosamente a ciertas
actividades sociales y productivas y así se ven privadas de los beneficios
sociales, e incluso de los bienes y servicios que resultan de las políticas
públicas implementadas por los gobiernos municipales y estatales.
Además, quienes han quedado
sin cabeza de familia pueden ser presa de las promesas de grupos o personas que
usualmente tienen intereses mezquinos, y llenos de esperanza pueden aceptar
someterse a líderes corruptos que principalmente buscan sus propios intereses.
Aquí, como en el gobierno, es posible distinguir a aquellos que trabajan en
interés de la comunidad de aquellos que sólo buscan un beneficio privado, los
primeros suelen ser personas serviciales, demócratas convencidos, los últimos
usualmente son serviles o tiranos en potencia.
Uno de los mecanismos más
efectivos para redistribuir las oportunidades es la política de desarrollo
social. Ningún sacrificio es demasiado grande si está al servicio de la
ampliación de oportunidades para los mexicanos y si permite que las familias de
todos aquellos que hacen producir al campo vivan con unidad y armonía. La
política social debe extender sus brazos y aquí es fundamental un esfuerzo de
todos los sectores y actores políticos, económicos y sociales para construir en
el campo mejores condiciones de vida, mayores oportunidades de empleo, más
espacios educativos, mejores servicios de salud y políticas adecuadas para
elevar el nivel de vida de manera generalizada. El campo no debe ser olvidado,
es fundamental apoyar a los hogares con políticas de vivienda, alimentación,
salud, empleo, educación y dotación de infraestructura básica.
La vida en el campo y del
campo debe ser oportunidad de libertad y desarrollo pleno de las familias y
medio para la consolidación de hogares estables y prósperos. La tierra tiene
una función social de primer nivel que debe ser reconocido generando políticas
sociales que estén al nivel de lo que debe ser la vida en aquellos lugares a
donde las personas viven de los beneficios de la propia tierra. Pero estas
políticas sociales deben construirse con el concurso de los involucrados y no
nada más ser diseñadas desde las cúpulas.
La autonomía familiar es una de las condiciones que
permiten una mejor integración de grupos intermedios cooperativos y unidos por
propósitos comunes. La falta de autonomía en las familias es causa de muchos
desajustes, de malos funcionamientos en los grupos intermedios, de problemas de
representación y, en última instancia, de ingobernabilidad. Un Estado de
derecho gobernable depende de familias estables, armónicas, integradas,
dedicadas al trabajo en equipo y vinculadas por el sentido de pertenencia que
la tierra nos da a todos.
Pero los beneficios pueden llegar a las propias familias
sólo si son las familias las que participan en las políticas que buscan
beneficiarlos. El fortalecimiento de la vida municipal es aquí fundamental
porque el municipio es precisamente la casa grande para todas las familias que
requieren apoyo. Se debe reiterar aquí la importancia de llegar a una política
agraria de Estado que nos permita llegar a acuerdos mínimos respecto a
problemas prioritarios, acciones emergentes y políticas a implementar; de los
acuerdos se debe pasar a los medios de acción y a la cooperación entre diversos
actores y sectores sociales en un esfuerzo decidido por hacer del campo un
motor del desarrollo nacional.
Es falso que un país se desarrolla dándole la espalda al
campo. Sólo se puede dar una economía de servicios eficiente y un sector
extractivo y de transformación productivo si el campo es la palanca del
desarrollo y si la tierra se hace producir gracias a la habilidad y creatividad
de los mexicanos de hoy. El campo debe recuperar su atractivo y su función como
motor del desarrollo, lo que significa también que la familia que produce y que
vive en el campo debe ser el eje de la transformación nacional. Es fundamental que los ojos de México volteen
a las familias que viven y producen en el campo y que también los escuchen y se
decidan a trabajar junto con ellos para emprender un gran esfuerzo de
reconstrucción nacional por México que debe comenzar donde México vive con más
intensidad: en el campo.
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