sábado, 8 de febrero de 2014

Isaiah Berlin, Alexander Herzen, y el tema de la libertad


ISAIAH BERLIN, ALEXANDER HERZEN, Y EL TEMA DE LA LIBERTAD

 
Por Javier Brown César
Originalmente publicado en la Revista Bien común y gobierno. Número 44, de julio de 1998

 

La libertad es el gobierno de sí mismo -así en política como en la vida personal- y todo lo que aumenta el control del yo sobre las fuerzas externas contribuye a la libertad

 

Sir Isaiah Berlin

 

¿No es extraño que el hombre, liberado por la ciencia moderna de la penuria y de la rapacidad sin ley, sin embargo no haya sido liberado sino, en cierta medida, devorado por la sociedad? Comprender toda la envergadura y realidad, toda la santidad de los derechos del hombre; y no destruir la sociedad, no reducirla a átomos constituye el más arduo de los problemas sociales; probablemente será resuelto un día por la historia misma; en el pasado, nunca ha sido resuelto

 

Alexander Herzen

 

LA AUTONOMÍA DE LAS CIENCIAS DEL HOMBRE

 

Si todavía viniera al caso el uso de etiquetas superficiales, destinadas a clasificar o encasillar el pensamiento de un filósofo, a Sir Isaiah Berlin se le podría considerar, ante todo, como un humanista, y no como un liberal o un relativista[1]. Las preocupaciones centrales de Berlin giran en torno al problema de este complejo animal que somos nosotros: la voluntad, la libertad, la identidad, la personalidad, la dignidad y la naturaleza del yo, son asuntos que nos competen e interesan a todos; las respuestas que se den a todos ellos dependen, sobre todo, de la forma como nos concibamos a nosotros mismos, y a nuestros semejantes, sobre la base de una cosmovisión: “Las creencias de los hombres en la esfera de la conducta son parte de la concepción que se forman de sí mismos y de los demás como seres humanos; y esta concepción, a su vez, consciente o no, es intrínseca a su imagen del mundo”[2].

 

A su vez, la comprensión del hombre, requiere establecer un dominio autónomo para los asuntos humanos. Berlin defiende con vehemencia la autonomía de las ciencias del hombre ante los dominios propios de las ciencias empíricas (naturales) y formales (matemáticas). Los asuntos humanos no pueden comprenderse a partir de los métodos empíricos de carácter experimental, hipotético deductivo, ni tampoco a partir de formalidades consistentes en el establecimiento de un sistema axiomático, donde, mediante un conjunto de enunciados básicos y de reglas, pueden deducirse todas las proposiciones necesarias para conocer de manera completa una realidad determinada. Los asuntos humanos requieren de un método en el que “… ni la inducción (en su sentido más amplio de razonamiento científico), ni la observación directa (conveniente para las indagaciones empíricas), ni la deducción (exigida por los problemas formales) parecen sernos útiles” [3].

 

De esta forma, Berlin realiza una crítica certera al positivismo, y al monismo metodológico[4], que implica el que sólo sean consideradas como ciencias, aquellas disciplinas que encuentran relaciones constantes y causales entre fenómenos. Esta crítica, con su fuerte carga epistemológica, es fundamental, porque permite que la ciencia política pueda seguir siendo una realidad viva y fecunda; le da un futuro promisorio, ya que “Mientras exista la curiosidad racional -un deseo de justificación y explicación en términos de motivos y razones, y no sólo de causas, o correlaciones funcionales, o probabilidades estadísticas-, la teoría política no desaparecerá plenamente de la faz de la Tierra”[5].

 

MONISMO Y PLURALISMO

 

En la base de las preocupaciones de Berlin se encuentra la distinción entre filosofías y cosmovisiones monistas y pluralistas. Para la visión monista de la realidad, el ser humano es una realidad completa, predeterminada y por ende clausurada, cerrada; en esta visión, todos tenemos una esencia única: la naturaleza humana es fundamentalmente la misma en todos los tiempos y  lugares, y por ende, la existencia de metas universales es incuestionable y exigida; de ahí también que la humanidad pueda ser comprendida a partir de “… una estructura lógicamente conectada de leyes y generalizaciones susceptible de demostración y verificación…”[6]

 

Por otro lado, para la visión pluralista de la realidad, el ser humano es una realidad incompleta, indeterminada, en constante construcción, y por ende, abierta. La visión pluralista presupone que no poseemos una intuición directa e inmediata de la verdad, y por ello, podemos considerar siempre a la misma verdad desde diversos aspectos y perspectivas; así, el pluralismo posibilita que la historia sea concebida como un proceso en el que: “… nuevas formas, más ricas y más profundas del propio conocimiento colectivo, de lo que los hombres son y pueden ser, emergen en efecto de la interacción histórica de los hombres con los hombres, colectiva e individualmente, con su propio pasado, con otras nociones y culturas y con su medio físico”[7].

 

El primer gran riesgo inherente a las visiones y cosmovisiones monistas consiste en la esquematización absoluta de la realidad, bajo una óptica simplista y reduccionista, lo que lleva como consecuencia la negación de la auténtica libertad en la comprensión e interpretación de la realidad: “Un hombre mira algo libremente sólo cuando no tiene que plegarlo a su teoría, ni se inclina él mismo ante ello; la reverencia, no libre sino impuesta, limita al hombre, reduce su libertad; algo de lo que no se puede sonreír al hablar sin cometer blasfemia es un fetiche, un hombre es aplastado por él, le aterra confundirle con la vida ordinaria”[8]. Quien pliega la realidad a su teoría pierde la capacidad de reír (incluso de sí mismo), como una de las expresiones más nobles y notables de la libertad; la risa resta densidad a la existencia, la humaniza, la hace más llevadera. Quien pierde la capacidad de reír, por miedo a la blasfemia o por represión interna o externa, pierde el gozo de la existencia, y cae en la pesantez y en la turbiedad. Plegarse a una teoría equivale a esquematizarse a anquilosarse: encuadrar todas las cosas en un modelo predeterminado, es la mejor forma de reducir la múltiple riqueza de la realidad al simplismo estúpido de una idea, por más buena y bien intencionada que ésta sea.

 

Pero no sólo el monismo se opone al pluralismo, también las cosmovisiones dualistas, las cuales consisten ante todo en “… una confusión de palabras con hechos, la construcción de teorías mediante términos abstractos que no están fundados en verdaderas necesidades descubiertas, de programas políticos deducidos de principios abstractos no relacionados con situaciones auténticas”[9]. Este dualismo es una simplificación excesiva de una realidad infinitamente más rica: las oposiciones duales, los arribas y los abajos, los superiores y los inferiores no son tales, sino simples relativos que forman parte de una realidad más amplia y compleja. La única forma de romper con esta interpretación dual es mediante una visión analógica y pluralista de la realidad.

 

Cabe preguntar aquí a qué obedecen estas distinciones teóricas, en apariencia tan lejanas, entre monistas y pluralistas. ¿Es acaso Berlin un pensador que sólo está preocupado por distinciones filosóficas sutiles y difíciles, y por especulaciones con un alto contenido de abstracción? Dos intereses fundamentales creo yo que motivan a Berlin para establecer la distinción entre filosofías y cosmovisiones monistas y pluralistas: la primera es de índole teórica y se refiere al mínimo de comprensión requerida para los asuntos públicos: “… para reconocer la realidad de las cuestiones políticas, es necesario presuponer un pluralismo de valores…”[10]; la segunda es de índole práctica y se refiere quizá a la cuestión más candente y urgente a la que todos nos podemos enfrentar en nuestra vida: el problema de la libertad, el cual se manifiesta, de manera cotidiana, en cada uno de mis actos: “Mi conducta, mi carácter, mi personalidad… no es una sustancia misteriosa o el referente de un conjunto estructurado de proposiciones hipotéticas generales (causales), sino de un conjunto estructurado de elecciones o renunciaciones a elegir que representan ellas mismas una suerte de decisión de dejar que las cosas sigan su curso, de no hacerme valer a mí mismo como agente activo”[11].

 

LO QUE NO ES LA LIBERTAD

 

El tema de la libertad es uno de los más difíciles de abordar, porque siempre detrás del conocimiento de lo que es ser libre existe algún interés primordial, y subyace además una concepción de lo que es el ser humano. La libertad es un asunto que compete a todos, desde el momento en que somos capaces de elección y de acción, pero es un tema que pocos abordan, por temor a descubrir las cadenas que los atan, porque además “… quizá yo mismo sea una pared que está soñando que es libre”[12].

 

La caracterización de la libertad es siempre difícil en términos de afirmaciones que puedan sostenerse apodícticamente. Por ello, para lograr una primera aproximación al problema de la libertad será conveniente practicar un mecanismo discriminatorio que nos permita establecer con claridad qué no es la libertad, para así tratar de llegar a la esencia de lo que sí es la libertad.

 

Cuando se lee atentamente a Berlin, no puede dejar de percibirse la simpatía que expresa por las ideas de pensadores como Vico y Herzen, entre otros. Para Sir Isaiah Berlin, Alexander Herzen es “el más interesante escritor político ruso del siglo XIX”. Muchas de las ideas de Herzen respecto a la libertad son ampliamente compartidas por Berlin y han servido como fundamento teórico a su visión pluralista.

 

Para Herzen, la libertad tiene sus propios demonios que debe ser exorcizados. Estos demonios o enemigos de la libertad tienen la característica de constituirse fácilmente en metarrelatos, en cuya base se encuentra la visión monista de la realidad, que tanto critica Berlin. Las creencias éticas y filosóficas más importantes de Herzen no sólo entraban en contradicción, más o menos franca, con el marxismo mesiánico y con el hegelianismo de la época, sino también con el positivismo decimonónico y con los ideales de la ilustración francesa.

 

1. La primera fórmula que define a la libertad por lo que no es dice así: la libertad no se da en abstracto. En esta fórmula se encuentra el tipo de crítica a sistemas racionales como el de Hegel, tan apreciada por pensadores, en apariencia disímbolos, como Sören Kierkegaard o Friedrich Nietzsche: “ … los términos generales y abstractos como “libertad” o “igualdad”, a menos que fueran traducidos a términos específicos, aplicables a situaciones reales, en el mejor de los casos tan sólo podían conmover la imaginación poética e inspirar a los hombres sentimientos generosos; en el peor de los casos, justificar estupideces y crímenes”[13]. Por ello, la libertad es siempre concreta y referida a mi experiencia individual. No basta entonces, que al nivel teórico, se me diga que el Estado garantiza la libertad, si en mi experiencia interior no se da ésta realmente. La libertad no es entonces un argumento, es una vivencia, tampoco puede ser garantizada por el discurso, sólo por los hechos; pero más aún, la libertad no puede ser garantizada absolutamente por las leyes, éstas sólo crean las condiciones o prerrequisitos de la libertad: el orden jurídico está en el principio de la libertad, como una de sus condiciones, pero no como su garante absoluto.

 

2. La segunda fórmula puede enunciarse así: la vida masificada no es libre. “las masas rara vez han deseado la libertad: Las masas desean sostener la mano que descaradamente les arrebata el pan que se han ganado… Son indiferentes a la libertad individual, a la libertad de expresión. Las masas aman la autoridad. Siguen cegadas por el arrogante brillo del poder; las ofenden quienes permanecen solos. Por igualdad entienden igualdad de opresión… Desean un gobierno social que gobierne para su beneficio y no, como el actual, contra él. Pero no les pasa por la cabeza gobernarse a sí mismas”[14]. Las grandes epopeyas de masas, los movimientos colectivos, los relatos masificadores y la existencia como parte de un colectivo al que hay que sacrificar la individualidad pletórica, constituyen abiertas negaciones a los ideales de libertad personales. En esta reivindicación del individuo ante los poderes anónimos e impersonales de la masa, que constituyen a un individuo homogéneo, manipulable y predecible, y niegan, por ende, la subjetividad, y la arrestan o la secuestran, se encuentra otro de los temas fundamentales del existencialismo de Kierkegaard, Heidegger y Sartre. La vida individual es lo verdaderamente valioso, lo auténtico, por lo que vale la pena luchar: la masa sólo resta al individuo el plus de subjetividad necesario para destacar, para sobresalir, para individualizarse o subjetivarse plenamente, y por ende, para ser verdaderamente libre: “… los propósitos particulares de personas particulares son lo único que, en último término, es valioso, y pisotear esto es siempre un crimen, porque no hay ni puede haber principio ni valor más alto que los fines de los individuos, y por tanto no hay principio en nombre del cual deba permitirse cometer violencia o degradar o matar a los individuos, únicos autores de todos los principios y de todos los valores”[15]. En el fondo, la gran carencia de la vida masificada es la imposibilidad de ejercer el autogobierno; por ello, las masas requieren y exigen la existencia de un caudillo, de un líder, de un mesías. En estas ideas late la crítica nietzscheana al espíritu de rebaño, auténtico enemigo de la libertad.

 

3. La tercera fórmula es declaradamente antipositivista: el progreso no garantiza, necesariamente, la libertad. “Si el progreso es la meta ¿para quién estamos trabajando? ¿Quién es este Moloch que, cuando sus fieles se acercan, en lugar de recompensarlos retrocede siempre? como consuelo a las multitudes exhaustas y condenadas que gritan: “Morituri te salutant”, sólo puede darles la respuesta burlona de que, después de su muerte, todo será hermoso en la tierra”[16]. Esta fórmula, combinada con las dos primeras, o sea, llevada al plano de la experiencia individual y al caso concreto de México, se traduce, hic et nunc, en la siguiente reflexión: el Gobierno mexicano nos pide (sobre todo a los más desprotegidos y pobres) sacrificios en aras de un futuro mejor, pero este sacrificio que ahora nos pide realizar, fue exigido también a nuestros padres, a nuestros abuelos… todo en nombre del progreso, del paraíso anticipado en la tierra. Nuestros progenitores vivieron la estreches económica, política y social porque pensaban que así construían un futuro mejor, mientras que lo único que hicieron fue destruir un buen presente. ¿Estamos nosotros también dispuestos, como ellos, a destruir nuestro presente (quizá bueno, quizá mediocre) en aras de un futuro que nunca veremos? ¿Hasta cuándo nos dejaremos engañar?

 

La fórmula de la libertad como resultado del progreso parte de una falacia interesante: el considerar al futuro como actualidad y no como posibilidad o proyecto. Al actualizar el futuro escamoteamos el presente, que es lo único verdaderamente actual: “Todo en la naturaleza, en la historia, es lo que es. Y es su propio fin. El presente es su propia realización, no existe en nombre de un futuro desconocido…”[17].  La crítica a las ideas positivistas de orden y progreso queda así consolidada: el futuro es un mero ente de razón, el presente, que se nos escapa a cada momento de las manos, es lo único real.

 

4. La cuarta fórmula, y última que consideraré aquí, es también típicamente antipositivista: la libertad no se da cuando la naturaleza es concebida como un instrumento al servicio del hombre. “¿Por qué se debe concebir a la naturaleza como instrumento utilitario planeado para el progreso y la felicidad del hombre? ¿Con qué derecho se exige utilidad -la realización de los propósitos- al proceso cósmico infinitamente rico, infinitamente generoso?”[18]. Al instrumentalizar la naturaleza y la realidad perdemos de vista la dimensión estética y ética de la existencia, dejamos de considerar que nuestras acciones pueden ser la expresión de lo mejor de nosotros mismos y sólo contemplamos a las acciones en su efecto inmediato. Así, la existencia humana se afirma como economía pero no como desinterés[19] (el desinterés garantiza la esteticidad de la vida) y menos aún como caridad (la caridad invierte la ley económica de la vida, subvierte el principio del menor esfuerzo con el máximo de resultados: el máximo de esfuerzo con el mínimo de resultados). En esta civilización, que niega el desinterés y la caridad, la vida se afirma como economía, pero no como compromiso ético y tampoco como creación y obra de arte.

 

LO QUE SÍ ES LA LIBERTAD

 

La primera condición para la existencia de individuos libres es una exigencia de carácter político con implicaciones éticas, consistente en “Hacer de la política un juego… quitarle densidad, hacerla más humana y menos divina”. “El mundo no conocerá la libertad hasta que todo lo que es religioso y político se transforme en algo sencillo y humano, se vuelva susceptible de crítica y rechazo. La lógica, al llegar a su mayor edad, detesta las verdades canonizadas… No considera nada sacrosanto…”[20] Este aligeramiento de la política es resultado de una visión pluralista y analógica de la realidad, que flexibiliza las categorías duales a partir de las cuales vemos en todo oposiciones irreconciliables: “La vida no es buena ni mala, y los hombres son lo que hacen de sí mismos”[21].

 

Una existencia política menos densa, más terrenal, más humanizada, nos permitiría concentrarnos en el aquí y el ahora y recuperar la conciencia del valor absoluto del individuo: “El propósito de la lucha por la libertad es la libertad aquí, ahora, de los hombres vivos, cada uno con sus propios fines individuales, por los cuales se agitan y luchan y sufren, fines que son sagrados para ellos…”[22] La opción por la libertad es siempre por los fines propios, por los ideales personales. La libertad, deviene así un ejercicio subjetivo donde la construcción del yo o la libre determinación del guión del self es por esencia la piedra de toque de una sociedad libre.

 

La libertad se afianza como una práctica arquitéctonica: el edificio a construir es el templo del propio yo, los cimientos estarán constituidos por un ejercicio crítico que permita a cada quien determinar sus propios relatos y guiones, crear normas y valores propios: “El hombre verdaderamente libre crea su propia moralidad”[23]. Cada uno de nosotros debe tomar la vida en sus manos, crear su propia historia, ser “el arquitecto de su propio destino”: “La historia no está determinada. La vida, por fortuna, no tiene un libreto; la improvisación siempre es posible y nada obliga al futuro a cumplir con el programa preparado por los metafísicos”[24].

 

Ninguno de nosotros está predeterminado, predestinado o condenado, todos somos capaces de lograr la plena libertad, de encontrar nuestros propios caminos. Nadie tiene derecho a determinar nuestro guión personal, ni los políticos, ni los científicos subordinados al poder que tan servilmente construyen la disciplina y el orden sociales, ni los pastores que conducen al rebaño humano. El futuro es un proyecto por construir en el aquí y el ahora; este futuro se retroalimenta constantemente de presentes siempre vitales: “Nuestros caminos no son inalterables. Por el contrario, cambian con las circunstancias, con el entendimiento, con la energía personal. El hombre ha sido hecho por… acontecimientos, pero los acontecimientos también son hechos por individuos, y llevan su sello: hay una interacción perpetua”[25].

 

La apuesta por la libertad es individual o no es; se da en cada uno de nosotros o no se da: “las grandes revoluciones empiezan en uno mismo”. “Si en lugar de querer salvar al mundo, los hombres sólo quisieran salvarse a sí mismos, en vez de liberar a la humanidad, liberarse a sí mismos, mucho harían por la salvación del mundo y la liberación del hombre”[26]. Herzen y Berlin apuestan por el individuo y no se equivocan, porque lo único real somos cada uno de nosotros; la sociedad, la historia, el progreso, la ciencia, son entes abstractos, fríos, que nos miran a la distancia y que pueden escamotear nuestra subjetividad y arrestar nuestra libertad: ”. … los propósitos particulares de personas particulares son lo único que, en último término, es valioso, y pisotear esto es siempre un crimen, porque no hay ni puede haber principio ni valor más alto que los fines de los individuos, y por tanto no hay principio en nombre del cual deba permitirse cometer violencia o degradar o matar a los individuos, únicos autores de todos los principios y de todos los valores”[27].

 

La libertad tiene un valor que es absoluto: “El valor de la libertad, como el de la civilización o la educación -ninguna de las cuales es “natural” ni puede conseguirse sin gran esfuerzo- consiste en el hecho de que sin ella la personalidad individual no puede realizar todas sus potencialidades, no puede vivir, gozar, crear de las incontables maneras que nos ofrece cada momento de la historia, y que difieren de modo insondable de cada otro momento de la historia, y son absolutamente inconmensurables entre sí”[28].

 

La esencia de la libertad es que se da en el plano real y concreto o no se da; se da en el individuo y su experiencia subjetiva o no se da; se da en el presente o no se da; se da con la naturaleza y no contra ella. Por ello, la libertad es más una excepción que una regla: muchas personas son como paredes pretendiendo ser libres, pero son engañadas por abstracciones; existen masificadas y sin rostro; viven de las promesas en un futuro mejor y de la ilusión de un paraíso que no han visto; y, pretenden ser felices, pero rompen la armonía con la naturaleza, con el cosmos y consigo mismos.

 

Por ello, en el espacio político, la libertad puede darse en mayor o menor grado, porque es, ante todo, posibilidad: “Cuando hablamos del grado de libertad de que disfruta una sociedad o un hombre, tenemos presente, a mi parecer, la amplitud o la extensión de los caminos que se les ofrecen, el número de puertas que se les abren, valga la expresión y la magnitud de su apertura”[29]. Así, la acción política debería tener como cometido el garantizar un espacio mínimo a todos los hombres en el cual puedan actuar como lo deseen[30]. Cualquier pretensión de suprimir libertades, sea en nombre de consideraciones utilitarias o de principios autoritarios, de fines revelados místicamente o de reverencia ante un poder irresistible o la lógica de los hechos es un abuso de poder: “… son las puertas reales abiertas las que determinan la magnitud de la libertad de un hombre…”[31].

 

Para Berlin y para Herzen, la naturaleza humana no es algo dado, a priori, acabado y predeterminado; la humanidad es un constante hacerse, un fluir incesante, a través de un proceso vital cuyo final no es claro, porque no es conocido. Herzen prefiere ante todo el vivir en el presente siempre incierto y fugaz, por trágico que sea, que vivir en un futuro utópico, irreal e impredecible. Además, hay en Berlin y en Herzen un exhorto al gobierno de sí mismo y a la autonomía en la construcción del destino individual. También podemos percibir en ambos autores una visión trágica, pero optimista, de la naturaleza humana; trágica, porque el hombre, en la construcción autónoma de su yo, puede fracasar rotundamente, pero subyace ante todo el optimismo en la capacidad del individuo para determinar libremente su destino.

 

El espacio político, debería ser el lugar donde las oportunidades para la construcción del yo sean reales y actuales, de tal manera que la apuesta por la libertad pueda darse. Si esto es liberalismo, entonces también Nietzsche, Kierkegaard, Heidegger, Sartre y muchos otros pensadores caen dentro de esta etiqueta; por ello, tachar a Berlin de liberal o relativista, es aplicarle el tipo de cosmovisión monista que tanto detestaba; es ponerle una etiqueta de superficie, que esquematiza el pensamiento de un filósofo, que va más allá de cualquier clasificación, y que puede llamarse, con toda justicia, pensador universal.



[1] Estas son etiquetas demasiado superficiales y ambiguas que, en definitiva, simplifican en extremo la filosofía de un pensador complejo, diverso, apasionado y apasionante.
[2] Isaiah Berlin. “¿Existe aún la teoría política?” en Conceptos y categorías. México, Fondo de Cultura Económica, 1983. p. 254
[3] Ibid. p. 241
[4] Este monismo tiene como base una proposición fundamental: el método de las ciencias naturales formales, como la física, puede y debe aplicarse a las ciencias del hombre. Así por ejemplo, Comte concebía a las ciencias sociales, y en especial a la sociología, como una física social.
[5] Ibid. p. 279
[6] Isaiah Berlin. “La contra-ilustración” en Contra la corriente: ensayos sobre historia de las ideas. México, Fondo de Cultura Económica, 1992. p. 59
[7] Roger Hausheer. “Introducción” en Contra la corriente: ensayos sobre historia de las ideas. p. 35
[8] Isaiah Berlin. “Herzen y Bakunin, y la libertad individual” en Pensadores rusos. México, Fondo de Cultura Económica, 1985. p. 189-190
[9] Ibid. p. 186
[10] Isaiah Berlin. “¿Existe aún la teoría política?” en Conceptos y categorías. p. 250
[11] Isaiah Berlin. “De la esperanza y del miedo liberado” en Conceptos y categorías. p. 287
[12] Ibid. p. 299
[13] Isaiah Berlin. “Herzen y Bakunin, y la libertad individual” en Pensadores rusos.  p. 225
[14] Ibid. p. 185
[15] Ibid. p. 226
[16] Ibid. p. 191
[17] Ibid. p. 194
[18] Ibid. p. 193
[19] Estas ideas pueden encontrarse, ampliamente desarrolladas, en la obra La existencia como economía, como desinterés, como caridad, del insigne filósofo mexicano Antonio Caso
[20] Isaiah Berlin. “Herzen y Bakunin…” p. 190
[21] Ibid. p. 205
[22] Ibid. p. 195
[23] Ibid. p. 197
[24] Ibid. p. 205
[25] Ibid. p. 206
[26] Idem.
[27] Ibid. p. 226
[28] Ibid. p. 196
[29]  Isaiah Berlin. “De la esperanza y del miedo liberado” p. 307-308
[30] Cfr. Isaiah Berlin. “Herzen y Bakunin…” p. 226
[31] Ibid. p. 310

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