viernes, 21 de febrero de 2014

La Utopía, la Tópica y la Ética


LA UTOPÍA, LA TÓPICA Y LA ÉTICA

 

Por Javier Brown César

Ensayo inconcluso [circa 2003]

La polis griega fue una comunidad relativamente pequeña y autárquica cuyo exterior estuvo marcado por la noción de extranjero. Los altos ideales de la democracia griega se vieron negados en la práctica por la exclusión de las mujeres, los esclavos y los extranjeros. La consecuencia histórica fue la fugacidad de este orden democrático y la victoria final de las fuerzas despóticas que obligaron a Aristóteles a huir de Grecia: amicus Plato, sed magis amica veritas[1]. La frase de Aristóteles no sólo justifica la huida del Estagirita, sino que también da cuenta del particular ethos del ciudadano griego, que por encima de la amistad era capaz de enarbolar los valores por los que estaba dispuesto a vivir… y a morir[2]. De aquí podemos extraer una primera lección: las comunidades cerradas que promueven la exclusión del otro y lo ven como enemigo potencial no perduran, aunque se denominen a sí mismas, democráticas.
 
La decadencia del Imperio romano por la falta de cohesión. Pero es cierto que el derecho fue lo primero, pero incapaz de lograr la cohesión social requerida. Primera lección: un orden jurídico no es, por sí mismo, causa del orden y la unidad estatales; esto lo deberían concienciar los promotores a ultranza del Estado de derecho; Aristóteles diría: el Imperio de la Ley tiene como límite la virtud ciudadana, además de leyes justas se necesita acatamiento, pero también amistad. Ningún orden es perdurable si falta la amistad basada en el desinterés y la virtud.
 
Desde que Marco Polo amplió, en los siglos XIII y XIV la hasta ese entonces cerrada conciencia del europeo con la inclusión de la remota Asia en el plano de la configuración y descripción del mundo, Europa no ha vuelto a ser la misma: la revelación de la cultura milenaria de la distante China comenzó una profunda transformación de Europa que recibió un nuevo impulso con el descubrimiento de América, en el siglo XV. Y a pesar de esto, la noción cerrada y exclusivista de soberanía habla abiertamente acerca de lo poco que hemos cambiado: seguimos pensando que en este mundo las naciones pueden tener el privilegio de instalar pequeñas tiranías autárquicas, sustituyendo así la cooperación internacional en aras de altos ideales, por un nacionalismo competitivo guiado bajo preceptos mercantilistas. Hasta la misma Unión Europea nace bajo criterios comerciales y laborales y no bajo ideales espirituales, fraternales o solidarios.
 
Marco Polo inauguró una era de diplomacia que ahora parece estar llegando a su fin, la estancia de 17 años en la corte de Kublai Khan abrió su percepción de otro orden político y social, bajo la administración de los Mongoles, los cuales mantenían un eficiente sistema de comunicación, una gran riqueza y prosperidad y una compleja estructura social[3]. También con Marco Polo se inicia una de las primeras grandes controversias internacionalistas, la cual se centró en la veracidad de sus historias. Debido, entre otras cosas a la distancia y a la poca credibilidad dada al explorador, el tema de las relaciones internacionales fue reemplazado por los cuestionamientos acerca de su viaje[4].
 
Fue el descubrimiento del Nuevo Mundo y sobre todo, la discusión sobre los legítimos derechos de conquista, lo que activó la discusión sobre el orden mundial deseable para el mundo moderno. Francisco de Vitoria dio fin a la utopía medieval basada en un imperio universal de corte teocrático. Para Vitoria, el nuevo ideal debe ser la comunidad universal, a la cual pertenecen todos los hombres y que es anterior y superior a la división en naciones. Esta comunidad debe regirse por el derecho natural y el de gentes y agrupar a las naciones, autónomas e independientes, bajo un poder universal que sea libremente aceptados por todas o por lo menos, por la mayoría. Para Vitoria, el legítimo derecho de guerra es una sanción que se impone a otra nación que ha infringido el derecho natural o de gentes, esta sanción debe ser impuesta por un juez legitimado por una organización interestatal poseedora de un órgano superior adecuado, que sea capaz de ejercer la función judicial entre las naciones. Tercera lección: la legítima conquista no puede basarse en supuestas superioridades o inferioridades, ya que estas nociones son relativas; es posible que se dé la superioridad material en el medio de la inferioridad espiritual.
 
Juan Bodin reaccionó principalmente contra el comunismo de Tomás Moro, pero su fama proviene, sobre todo, de su noción de soberanía, expuesta en los Seis libros de la República. Según el hugonote, la república consiste en el “gobierno recto de muchas familias y de lo que es común a las mismas, con poder soberano”. El poder y la soberanía son diferentes: el poder puede dividirse y transferirse, pero la soberanía es indivisible. Toda comunidad política requiere de una soberanía única, absoluta e indivisible, cuyo fin es el bien público y la justicia y tiene los siguientes atributos: hacer leyes, castigar delitos, perdonar a los condenados, declarar la guerra y hacer la paz. Para Bodin, el sujeto de la soberanía es el cuerpo político, o sea el conjunto de los ciudadanos, porque es el cuerpo social el origen y verdadera fuente de toda república. Pero debido a que el pueblo no puede ejercer por sí mismo el poder, lo delega a uno o varios representantes de lo que resultan las formas de gobierno: monarquía absoluta, aristocracia y democracia absoluta.
 
La noción de soberanía de Bodin tiene repercusiones que se hacen sentir hasta el día de hoy. Nuestra Constitución es abiertamente bodiniana en sus artículos. Hobbes asume algunas ideas de Bodin, al asumir el supuesto de que el pacto que constituye al Estado implica la renuncia de los individuos a sus derechos naturales con el fin de lograr paz y seguridad colectivas; la diferencia es que en Bodin, esta delegación se basaba en la incapacidad del pueblo para ejercer por sí mismo el poder y en Hobbes en la necesidad de salir del violento estado de naturaleza.. En Hobbes, el poder soberano así constituido es único, indivisible e inviolable.
 
Kant asume el supuesto hobbesiano de la esencial insociabilidad del ser humano para de ahí inferir que un Estado determinado sólo pueden esperar un mal similar por parte de otros, pero este proceso que a nivel individual es superado por el contrato, también puede superarse a nivel mundial mediante la conformación de una gran federación de naciones “de una potencia unida y de la decisión según leyes de la voluntad unida”[5]. Y aunque este ideal parezca irrealizable, es para el genio de Könisberg, “la única salida ineludible de la necesidad en que se colocan mutuamente los hombres, y que forzará a los Estados a tomar la resolución (por muy duro que ello se les haga)… a hacer dejación de su brutal libertad y a buscar tranquilidad y seguridad en una constitución legal”[6].
 
Las tensiones que se dan entre los Estados exigen una “ley de equilibrio y un poder unificador que les preste fuerza”, pero eso no es todo, según Kant se requiere el tránsito de los imperativos de la cultura y la civilización a la necesaria moralización, lo que implica la formación interior de la manera de pensar de los ciudadanos sin constreñimientos por parte del Estado y la “preparación interior de cada comunidad para la educación de sus ciudadanos”[7]. El cambio auténtico hacia un estado civil mundial pasa necesariamente por una moralidad que forma parte de la cultura. Es así que el estado de ciudadanía mundial o cosmopolita es incongruente con la noción de Estados soberanos cerrados: se requiere una relación legal que sea exterior a los Estados mismos, un orden que equilibre y un poder que unifique.
 
Kühn y la ética mundial. Este orden no puede basarse en la vigencia de las leyes, pero lo supone, tampoco puede basarse en decisiones de política pública, debe basarse, por el contrario, en la ética: en valores colectivamente vinculantes, estándares irrevocables y actitudes internas fundamentales en una declaración capaz de producir consensos, formulada en un lenguaje claramente entendible y traducible, exento de tecnicismos y de jergas especializadas.
 
A pesar del fracaso de las grandes utopías, el nuevo orden mundial no puede ser víctima de la tópica, esto es, de todos aquellos lugares comunes de los que pueden extraerse argumentos, ni siquiera si estos lugares comunes son los derechos humanos o cualquier otra declaración o conjunto de enunciados de carácter programático. El auténtico cambio mundial es interno y cultural, atañe a los individuos y no a las naciones; ni siquiera atañe a individuos nacionales o nacionalistas, sino a individuos soberanos capaces de someterse sólo a un orden mundial soberano, y no a la soberanía limitada de naciones cerradas, excluyentes, autárquicas, dominantes o dominadas.
 
Una religión mundial no institucionalizada u organizada, basada en verdades fundamentales mínimas, de aceptación general. El positivismo reemplazó teología por ciencia meramente experimental, iglesia organizada por sacerdocio positivista, pero no fue capaz de lograr un cambio cultural para mejor, al contrario, fue una de las fuerzas promotoras del empirismo grosero, del individualismo egoísta y del materialismo vulgar.
 
Un idioma mundial. Si bien las lenguas nacionales se afirman por obra de la imprenta, la búsqueda de significados y sentidos comunes está en el horizonte de una mayor integración mundial: Babel no implica unidad, y sí el principio de la dispersión. Dos lecciones finales de Babel: la ambición desmedida por las grandes obras materiales es superflua si no se cimienta en la construcción de altos ideales espirituales.



[1] Soy amigo de Platón, pero lo soy más de la verdad. Cf. Ética a Nicómaco. I, 6, como el supuesto origen de la frase citada: “son amigos nuestros los que han introducido las Formas”.
[2] En la actualidad, el ethos generalizado de la política invierte estas prioridades: antes la amistad que los valores, por ello, muchos gobernantes prefieren dar cabida a sus amigos en el gobierno que buscar valores como la eficiencia, la competencia y en última instancia, la imparcialidad. La política actual es más cooperativa que competitiva, mientras que la política griega era más competitiva que cooperativa.
[3] Sin embargo, la administración eficiente no explica por sí misma la permanencia del Imperio Chino, el cual ha perdurado sobre todo gracias a la fuerza de las tradiciones vinculadas a los ancestros, lo que ha permitido la consolidación del hogar como institución básica y la transmisión intergeneracional de valores culturales milenarios, cosa que ha faltado en otras culturas. Si bien los antiguos mexicanos también tenían fuertes tradiciones vinculadas al hogar, la violencia propia de la conquista introdujo al laberinto de la soledad a millones de “hijos de la chingada”, auténticos vástagos de la violación, la fuerza bruta y la barbarie.
[4] Esta vivencia es congruente con la tesis de Humbolt según la cual, hay tres etapas en la actitud popular en relación con los grandes descubrimientos: primera, se duda de su existencia, segunda, se niega su importancia, y por último, se da crédito a otro. Al día de hoy, la persona de Marco Polo es ante todo, materia de ficción literaria y novelesca, que tópico socorrido por historiadores, humanistas e internacionalistas.
[5] Idea de una historia universal en sentido cosmopolita. Séptimo principio.
[6] Idem.
[7] Idem.

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