CONDICIONAMIENTO
EDUCATIVO
Por Javier Brown César
Artículo originalmente publicado en la Revista Bien Común y
gobierno
Es un lunes muy temprano por la
mañana. En algunos lugares, y dependiendo de la época del año, apenas está
amaneciendo. Un numeroso grupo de personas está reunido en el patio central,
algunos han podido almorzar antes, pero otros apenas tuvieron tiempo para
ponerse el uniforme. Están distanciados unos de otros, pero formados en filas,
entonando todos juntos un himno, festejando un emblema, un símbolo, un caudillo
o un héroe. Al terminar la ceremonia, se dispersan en silencio, dispuestos a
entrar a aulas cerradas donde se darán las primeras instrucciones del día.
La imagen que he descrito puede corresponder, tanto a una
escuela como a una zona militar. ¿Dónde está la diferencia radical? La escuela
moderna es deudora de una institución que muchos no vinculan directamente con
la educación, sino con el ejercicio legítimo de la coacción y la violencia: el
ejército. Pero también en el ejército se educa, se forma al soldado y también
al médico militar, al técnico militar, etc.; en la escuela, a diferencia del
ejército, se pretende formar al ciudadano, al empleado, consumidor y elector
racional. Pero a pesar de sus fines tan diversos, escuela y ejército tienen
aulas donde lo principal es el ejercicio casi indiscriminado del poder de
mandar, corregir, vigilar[1] y
castigar. Escuela y ejército basan la premisa de formar, respectivamente
ciudadanos y militares, en el control que el superior ejerce sobre un grupo.
A su vez, escuela y ejército
deben a las órdenes monásticas y al modelo de la mirada médica, instrumentos de
exclusión y normalización[2]. El
examen de conciencia[3],
detecta y atribuye culpas y culpables; la mirada médica funge como instrumento
diagnóstico en el que frecuentemente se atiende antes a los signos (lo visible,
lo que es posible observar y describir, a partir de pruebas y registros
observacionales estandarizados), que a los síntomas[4] (lo
enunciable, lo que los sujetos dicen que para ellos es importante y lo que
dicen que sienten). De manera similar a otras instituciones, en la escuela el
castigo suele basarse en la privación, la clausura[5] y/o
la reclusión; también, se da el control y dominio del uno sobre los muchos,
fundamentado en el rango, el conocimiento y la autoridad auto-atribuida. El
modelo de la consigna varias veces repetidas y del sermón subyacen a prácticas
típicamente escolares; el credo, la disciplina, y el ascetismo de la ética
escolar explican, en muy buena medida, la razón por la cual son las órdenes
religiosas quienes forman élites[6] (incluso
en países subdesarrollados y “fracasados”).
El ritual escolar
Inicia la clase, se dan indicaciones para revisar “la tarea”,
ese pesado fardo de labores muchas veces estúpidas, rutinarias, tediosas,
aburridas. Los alumnos responden a las preguntas del docente, éste, a cada
respuesta acertada, proporcionará un “reforzamiento positivo”: bien,
felicidades, excelente, buen chico. La tarea es también el filtro para los
excluidos, los holgazanes e irresponsables que en lugar de tarea llevan
pretextos. Con la tarea se forma también una calificación, un rango que permite
distinguir entre “burros” y “aplicados”, entre genios y tarados. Rara vez,
durante la sesión de clase, se revisan los errores o se corrige, con suavidad,
la estupidez. Usualmente, la respuesta errónea estigmatiza al que la pronuncia
y los aciertos entronizan a quienes “atinan” con la respuesta que el docente
desea que el alumno diga. El examen aparece ocasionalmente, es un instrumento
de exclusión[7] hasta cierto punto
contingente, variable, ya que, si se informa al inicio del curso, los alumnos
sabrán cuándo atenerse a cada examen, pero también puede darse el caso del
“examen sorpresa” en el que se evidencian las faltas de disciplina, constancia
y responsabilidad del estudiante. Después de una vida académica, un alumno
promedio habrá realizado miles de tareas y cientos de exámenes; a cambio de
estos papeles que ha llenado con corrección, obtendrá el fragmento de papel que
lo acredita como competente para... En una sociedad en la que prevalecen los
intereses mercantilizados sobre el fomento de la capacidad de aprender, el
extremo de este credencialismo se da cuando el título o diploma, antes que una
constancia de competencias demostradas es una certificación de el pago a tiempo
de las correspondientes colegiaturas y cuotas.
Sigamos en la clase: después de
revisar la tarea el docente continúa con su exposición, o incluso permite que
algún alumno o grupo de alumnos expongan; los demás deberán escuchar en
silencio, quien rompa la regla del silencio glacial en torno al dominio de la
carne[8] puede
ser amonestado, estigmatizado, excluido o definitivamente expulsado. Siempre
debe hablar uno a la vez, sin importar si alguien escucha o no; a veces el
monólogo suele parecer interminable. El monólogo sería aceptable si la
exposición y el expositor fueran absolutamente brillantes, cautivadores y propositivos;
pero usualmente no es así, el docente pronuncia un interminable sermón acerca
de las propiedades del... o acerca de la historia de... Al final pregunta ¿hay
dudas? El silencio, que ha prevalecido a lo largo de la clase, difícilmente es
roto; tal vez algún tímido pregunte algo en apariencia evidente y entonces será
reprimido por compañeros y docentes. En ocasiones, el docente ensalzará a los
héroes, genios y grandes hombres para al siguiente momento reprimir al alumno
que ha tomado la iniciativa de pararse de su pupitre.
El pupitre: recinto sagrado donde
se estudia, pero también, ancla e isla del alumno. Frágil fragmento de madera o
metal, más o menos bien cuidado, más o menos bien elaborado, que tiene al
alumno, en su soledad[9], con
los pies en el suelo y la cabeza idealmente viendo hacia arriba, hacia donde
está el maestro, aunque usualmente fija en un horizonte o mundo imaginario
mejores, o en una compañera atractiva, o en las piernas de... En algunas
escuelas, los pupitres están atornillados al suelo de cemento, para evitar que
los alumnos se los lleven; pero aunque no estén atornillados, los pupitres
establecen un ámbito de observación: quienes están al frente ven pizarrón y
maestro, quienes están atrás ven, además de todo esto, a sus otros compañeros
de enfrente. El pupitre se ha fabricado para hacer incómodo el acto de voltear,
sin tener que girar este objeto 180 grados.
Volvamos al aula: si es el primer
día de clases, cada alumno se sentará en un pupitre al azar, su amigo (a veces
el único o el mejor) suele ser el compañero de al lado, o el de atrás o el de
adelante; quienes cambian de pupitre en el año (en caso de que el docente
permita este libre juego) pueden sentarse cerca de sus compañeros de juego o
amigos, pero es casi seguro que el docente los volverá a separar. Los equipos
de trabajo se forman de manera aleatoria, y en ocasiones enemigos y rivales
“trabajan juntos”, obstaculizándose mutuamente el logro de las metas
colectivas. Cuando el equipo es grande, unos trabajan y otros contemplan;
cuando es pequeño, en ocasiones las riñas impiden el cumplimiento de la tarea
prevista.
A lo largo de la clase habrá que
repetir fórmulas, consignas, fechas, datos, nombres, argumentos; en muchas
ocasiones, la repetición tiene que ser puntual, exacta, infalible (tres por
cuatro igual a doce o la capital de Panamá es la ciudad de Panamá, etc.). El
ritual de la memoria es aparente, quien se prepara para el examen, quien
memoriza las posibles respuestas, difícilmente lo hace para recordar por
siempre, y frecuentemente no encuentra sentido a lo que memoriza: el fragmento
de conocimiento memorizado no tiene lugar dentro de sus esquemas mentales,
carece de sentido, es sólo un fragmento de sinsentido. Una vez memorizado el
dato, una vez reconocida la fecha, una vez contestado el examen o satisfecho el
docente, el alumno puede olvidar. En apariencia, el tema está en Platón:
aprender es ante todo recordar, la clave es la reminiscencia, lo que fuimos
antes de ser lo que somos. Así, puede leerse en el Menón: “Siendo el alma
inmortal, y habiendo nacido muchas veces y habiendo visto tanto lo de aquí como
lo del Hades y todas las cosas, no hay nada que no tenga aprendido; con lo que
no es de extrañar que también sobre la virtud y sobre las demás cosas sea capaz
ella de recordar lo que, desde luego, ya antes sabía... el investigar y el
aprender... no son en absoluto otra cosa que reminiscencia”[10].
Pero la memoria es sólo una región que preferimos señalar antes que el olvido:
“Sólo el olvido (el despliegue) encuentra lo que está plegado en la memoria (en
el propio pliegue)... Lo que se opone a la memoria no es el olvido, sino el
olvido del olvido que nos disuelve en el afuera y que coexiste
con la muerte”[11]. ¿Recordar u olvidar?
¿Cuándo aprendemos? “A la relación de retener y acordarse pertenece también de
una manera largo tiempo desatendida el olvido, que no es sólo omisión y defecto
sino, como ha destacado sobre todo Fr. Nietzsche, una condición para la vida
del espíritu. Sólo por el olvido obtiene el espíritu la posibilidad de su total
renovación, la capacidad de verlo todo con ojos nuevos, de manera que lo que es
de antiguo familiar se funda con lo recién percibido en una unidad de muchos
estratos”[12]. (Gadamer, 1977, p. 45).
La memoria establece una ruta que
es en apariencia la del conocimiento seguro, pero la mente del alumno,
bombardeada con imágenes, con datos, con informaciones y rematada por las
tardes ante un monitor de televisión, se llena de informaciones muchas veces
irrelevantes y en frecuentes ocasiones francamente manipuladoras. Al alumno
también se le condiciona para consumir: se le enseña que el conocimiento es
algo que se puede adquirir, como un artículo de supermercado; se le condiciona
para manipular, para utilizar objetos con fines de instrumentos y para utilizar
personas como medios para la realización de sus objetivos y fines privados; se
le condiciona para pensar en cosas que en muchas ocasiones no quiere pensar; y
con estos condicionamientos se le llena la cabeza de bagatelas, de tal forma
que cuando en realidad quiere pensar, su cabeza está tan llena de banalidades,
que las ideas nuevas, simplemente no llegan.
Acostumbrado a asimilar lo que
está en su entorno y a funcionar como una urna en la que se puede vaciar el
conocimiento, el alumno aprende a ser poco selectivo: no discrimina entre
órdenes legítimas e ilegítimas, entre disciplina y “disciplinas”[13],
entre autoridad y prepotencia, entre convivencia y cruda rudeza... Y luego se
le pide que sea “buen ciudadano”, desde luego, la idea del “buen ciudadano” que
se promueve desde el poder político y económico es la de un sujeto neutral,
amorfo, insípido: no atenta contra los derechos de propiedad de los otros, no se
“droga” (aunque tome alcohol como cosaco y café como habitante de los
trópicos), se somete, elige a sus gobernantes, consume artículos superfluos y
emprende negocios donde pagará malos salarios y venderá productos y ofrecerá
servicios que muchos ni siquiera necesitan.
Esta es la escuela que se
consolidó en el siglo XX. Hemos pintado el retrato de la organización escolar
tradicional, a este paisaje no podemos asimilar otros tipos de organización
escolar que se han ofrecido como alternativa: la pedagogía del oprimido, la
escuela nueva o la educación comunitaria. Por lo general, los modelos
didácticos no tradicionales, operan en zonas rurales, urbano-marginales o en
comunidades indígenas; es ahí donde se han experimentado modelos alternativos,
menos coactivos, más dialógicos, menos manipuladores, más orientados a la
emancipación de los sujetos. Pero la escuela que prevalece en las grandes urbes
y donde se forman élites es similar a tanto a la cárcel, como al taller, como al confesionario, como
al convento: es un tipo de organización híbrida que, de cada modelo
organizativo, retoma algo que supuestamente productiviza el aprendizaje: de la
cárcel, la integración y segregación vía grupos; del taller el modelo serial de
la línea de montaje; del ejército, la disciplina severa e incuestionable; del
monasterio, la clausura y el examen constantes. Algunos podrían suponer que
este tipo de organización se relaja conforme se asciende en grados, pero esto
no es así en todos los casos: es común constatar que en el kindergarten los es
niños son más libres que en la primaria, que la coacción aumenta en la
secundaria y que adopta formas más sutiles y manipuladoras conforme se entra al
bachillerato y se ingresa a la universidad.
Entre otras cosas, la escuela nos
ha enseñado también a detestar a la misma escuela, y quizá también a muchos de
nuestros compañeros (salvo a algunos cuantos) y a varios de nuestros docentes
(menos uno o quizá varios, dependiendo de la “fortuna” de cada quien). Algo hay
en la escuela que está mal. El rezago educativo, la baja calidad de la
educación y los altos índices de deserción y repitencia son síntomas de un mal
endémico: quizá todo este al revés, quizá “hemos puesto la carreta antes que
los bueyes”, y así no se puede avanzar. Quizá se requiera una inversión total
de los principios didácticos latentes, que configuran el currículo oculto y
verdadero, y que obran como factores que condicionan la baja calidad de la
educación, el fracaso, la frustración de los educandos y el desprecio hacia la
escuela: credencialismo vs. competencia, aprender del acierto vs. aprender del
error, control disciplinario vs. práctica de la libertad, repetición vs.
innovación, memorización vs. comprensión, afirmación vs. interrogación,
monólogo vs. diálogo, rigidez vs. flexibilidad, homogeneidad vs. diversidad,
amistad por contigüidad vs. amistad por afinidad.
¿Una nueva organización escolar?
Cuando se habla de
transformaciones a nivel de la organización escolar y aula, cuando se
manifiesta la clara intención de centrar los procesos didácticos en el
aprendizaje y no en la enseñanza, se intuye un nuevo modelo de organización
escolar todavía poco común. Algunos hablan de aprendizaje centrado en el alumno
y otros más especulan que esto no basta, que es necesario además, centrar el
aprendizaje en el conocimiento del alumno: “esto es, un modelo que supere las
etiquetas que se han utilizado en el aula para simplificar la compleja
situación enseñanza-aprendizaje... [que] debe superar estas simplificaciones
para proponer una metodología que permita, por lo menos, lo siguiente: primero,
determinar bajo qué condiciones facilitadoras individuales (atención,
nutrición, sensibilidad) se da el aprendizaje de cada alumno y bajo qué
condiciones individuales obstaculizadoras (falta de atención, desnutrición,
problemas visuales o auditivos) se dificulta; segundo, determinar bajo qué
condiciones grupales (por ejemplo, en grupos integrados, cohesionados y
solidarios) se facilita el aprendizaje de cada alumno y bajo qué condiciones
grupales se facilita; todo esto con el fin de llevar a cabo acciones
correctivas a nivel individual y grupal (a nivel individual, por ejemplo, se
pueden realizar exámenes de la vista que demuestren que los alumnos irregulares
o indisciplinados tenían, en su mayoría, problemas visuales; a nivel grupal,
por ejemplo, se podría cambiar la distribución del grupo, con el fin de romper
grupos informales nocivos para el clima del grupo). Para llevar a la práctica
este modelo se requerirían nuevos instrumentos diagnósticos que permitan
aproximarse al conocimiento de los alumnos a nivel individual y grupal y
desentrañar mejor (y desde luego, nunca de forma totalmente satisfactoria)
quién y qué factores están detrás de cada calificación aprobatoria y
reprobatoria, y por qué causas se pudo dar dicha calificación en cada caso
individual. Para la operación del modelo, requerimos volver al tipo de
psicología que permite pasar de las clasificaciones genéricas al énfasis en las
diferencias individuales”. Para llevar a cabo este modelo se requiere descender
de los universal a lo particular, de las generalizaciones a las
individuaciones: “La acción educativa... no se ejerce sobre una tabla rasa. El
niño [cada niño] tiene una naturaleza propia y puesto que es a esta naturaleza
a la que se tiene que informar, para actuar sobre ella con conocimiento de
causa, necesitamos ante todo, conocerla. Debemos preguntarnos, en primer lugar,
en qué medida y de qué manera es el niño accesible al estado de espíritu que
deseamos suscitar en él; cuáles son, entre sus aptitudes naturales, aquellas en
que podemos apoyarnos para obtener el resultado deseado. Ha llegado el
momento... de interrogar la psicología del niño, la única que puede informarnos
necesariamente sobre este punto”. [14]
El modelo didáctico centrado en el
conocimiento del alumno puede reforzarse reorganizando la escuela en torno a
nuevos supuestos. Las escuelas del tercer milenio ya no pueden seguir el modelo
de las del segundo; el paso de la línea de montaje (del fordismo) a la
organización tipo U (toyotismo) o tipo M, significa también que la organización
escolar debe preparar para el trabajo en equipo, flexible, abierto,
interdisciplinario e innovador; la transición de regímenes autoritarios a
democráticos, exige la formación de un nuevo ciudadano, interesado en los
demás, dispuesto a escuchar y a argumentar, listo para interactuar con otros y
para acordar respecto a las mejores formas para cooperar a lo largo del tiempo.
Se ha sugerido que las nuevas escuelas del tercer milenio se vinculan con una
nueva forma de pensar la educación[15]: se
argumenta que las personas pueden aprender de diversas fuentes (y no sólo a
través de canales formales o mediante sistemas escolarizados que hacen del
alumno una especie de rehén); se enfatiza la comprensión del proceso de
aprendizaje y el desarrollo de ciertas competencias básicas (en lugar de buscar
un núcleo común de textos, contenidos e informaciones); se sugiere que el
estudiante controla el proceso de aprendizaje, determinando cuándo es enseñado,
como se ha de enseñar y aquello que se ha de enseñar; se considera a la
educación como vinculada a procesos de aprendizaje en equipo y a sistemas no
necesariamente formalizados; la escuela es considerada como parte de las
múltiples pasos que llevan a una vida educada, proveyendo una amplia gama de
interacciones y mayores capacidades de adaptación, ajuste e innovación; y se
argumenta que la educación será financiada con fondos públicos y privados.
El desarrollo de escuelas para el
nuevo milenio no sólo requiere el desideratum de los buenos argumentos: es
difícil decir no a un aprendizaje que se prolonga por toda la vida, a una
escuela que rompe los muros tradicionales y abre espacios de libertad, pero no
basta con enunciar líneas generales de pensamiento, si en realidad se quiere
que la educación haga libres a las personas, dueñas de sí mismo y auténticas,
entonces la institución llamada escuela deberá orientarse a la formación de la
autonomía de sujetos críticos ante su entorno y autorreflexivos y conscientes
de que es necesario luchar por una desarrollar un guión del yo que rompa con la
inflexible trama de una vida condenada a una trama institucional inflexible:
“... de la asistencia al orfanato, a la casa de corrección, a la penitenciaría,
al batallón disciplinario, a la prisión; de la escuela a la sociedad de
patronato, al obrador, al refugio, al convento penitenciario; de la ciudad
obrera al hospital, a la prisión”. Vigilar y castigar, p. 306. Detrás de la
intencionalidad educativa está la idea de provocar cambios en las personas, la
educación es concebida y medida en términos de cambios de conducta, en nuevas
valoraciones, en ciertos esquemas mentales: “Lo que se requiere, aquello en lo
que debe consistir el saber validado y aceptable, tanto para el sabio como para
su discípulo, no es un ser centrado en ellos mismos, un saber que haría de uno
mismo el objeto propio del conocimiento, sino más bien un saber que tiene por
objeto las cosas, el mundo, los dioses y los hombres; sin embargo, es un saber
que tiene por efecto y por función modificar el ser del sujeto. Es preciso que
esta verdad afecte al sujeto”[16].
Independientemente del debate
sobre el papel del Estado en la educación, sería lamentable y acto de pública
“cobardía” que repentinamente el Estado dijera: ahora, después de casi dos
siglos de Estado educador, devuelvo la educación a la sociedad para que ella
organice las escuelas. Independientemente de que este acto pueda implicar una
renuncia o un riesgo potencial para la estabilidad social, sería lamentable
que, ahora ya no bajo el argumento de controlar la sexualidad[17],
sino con la idea de formar ciudadanos, la escuela siga tomando a los niños y
jóvenes en sus manos para darles una educación manipuladora, de mala calidad y
con pobres resultados.
[1] “...
la escuela-edificio debe ser un operador de encauzamiento de la conducta... El
edificio mismo de la Escuela debía ser un aparato par vigilar: los aposentos
estaban repartidos a lo largo de un pasillo como una serie de pequeñas celdas;
a intervalos regulares, se encontraba el alojamiento de un oficial, de tal
manera que cada decena de alumnos tiene un oficial a derecha y a izquierda...
Las instituciones disciplinarias han secretado una máquina de control que ha
funcionado como un microscopio de la conducta; las divisiones tenues y
analíticas que han realizado han llegado a formar, en torno de los hombres, un
aparato de observación, de registro, de encauzamiento de la conducta”. Michel
Foucault, Vigilar y castigar, 16ª ed., México, Siglo Veintiuno, 1989
(Nueva Criminalística). p. 177-178.
[2] “Lo
que el siglo XVIII introdujo mediante el sistema disciplina, con efecto de
normalización, el sistema disciplina-normalización, me parece que es ese poder
que, de hecho, no es represivo sino productivo; la represión no figura en él
más que en concepto de efecto lateral y secundario, con respecto a mecanismos
que, por su parte, son centrales en relación con ese poder, mecanismos que
fabrican, mecanismos que crean, mecanismos que producen”. Michel Foucault, Los anormales: curso en el Collège de France
(1974-1975), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, (Sección de
Obras de Sociología), p. 58-59.
[3]
“Desde su aparición como objeto de un discurso analítico infinito y de una
vigilancia constante, la carne está ligada, a la vez, a la introducción de un
procedimiento de examen completo y a la de una regla de silencio conexa. Hay
que decirlo todo, pero sólo aquí y a él... la regla del silencio, la regla del
no decir, es correlativa de otro mecanismo, que es el mecanismo de la
enunciación: es preciso que enuncies todo, pero sólo debes hacerlo en ciertas
condiciones, dentro de un cierto ritual y ante una cierta persona
determinada... El poder que se ejerce en la dirección espiritual, por ende, no
plantea el silencio, el no decir, como regla fundamental, lo postula
simplemente como adyuvante necesario o condición de funcionamiento de la regla,
completamente positiva, de la enunciación. La carne es lo que se nombra, la
carne es aquello de que se habla, la carne es lo que se dice”. Michel Foucault,
Los anormales, p. 188.
[4] “En
la medicina clínica, bajo su forma primera, el signo no era por naturaleza
diferente de los síntomas. Toda manifestación de la enfermedad podía tomar
valor de signo sin modificación esencial, a condición de que una lectura médica
informada, fuera capaz de situarla en la totalidad cronológica del mal. Todo
síntoma era signo en potencia, y el signo no era otra cosa que un síntoma
leído... El mutismo de los síntomas puede ser rodeado, pero no vencido. El
signo desempeña precisamente este papel de vuelta; no es el síntoma que habla,
sino lo que sustituye a la ausencia fundamental de palabra en el síntoma”. Michel Foucault. El nacimiento de la
clínica: una arqueología de la mirada médica, 12ª ed., México, Siglo
Veintiuno, 1987. (Salud y sociedad) p. 226.
[5] “La
disciplina exige a veces la clausura, la especificación de un lugar heterogéneo
a todos los demás y cerrado sobre sí mismo. Lugar protegido de la monotonía
disciplinaria... Colegios: el modelo de convento se impone poco a poco; el
internado aparece como el régimen de educación si no más frecuente, al menos el
más perfecto”. Vigilar y castigar, p. 145.
[6] “Los
seminarios fueron el punto de partida, y con frecuencia el modelo, de los
grandes establecimientos escolares destinados a la enseñanza que nosotros
llamamos secundaria. Los grandes colegios de jesuitas y oratorianos eran la
prolongación o bien la imitación de esos seminarios. De modo que la tecnología
sutil de la confesión no fue, desde luego, una práctica de masas, pero tampoco
una mera ensoñación, una pura utopía. Formó efectivamente élites”. Los
anormales, p. 184
[7] “...
la escuela pasa a ser un especie de aparato de examen ininterrumpido que
acompaña en toda su longitud la operación de enseñanza... el examen no se limita a sancionar un
aprendizaje, es uno de sus factores permanentes, subyacentes, según un ritual
de poder constantemente prorrogado... el examen, en la escuela, crea un
verdadero y constante intercambio de saberes: garantiza el paso de los
conocimientos del maestro al discípulo, pero toma del discípulo un saber
reservado y destinado al maestro. La escuela pasa a ser el lugar de elaboración
de la pedagogía. Y así como el procedimiento del examen hospitalario ha
permitido el desbloqueo epistemológico de la medicina, la época de la escuela
“examinatoria” ha marcado el comienzo de una pedagogía que funciona como
ciencia”. Vigilar y castigar, p. 191-192.
[8] “...
al mismo tiempo que se procura introducir una regla, si no de silencio, sí al
menos de discretio máxima, al mismo tiempo, las arquitecturas, las
disposiciones de los lugares y las cosas, la manera en que se ordenan los
dormitorios comunes y se institucionalizan las vigilancias, la manera misma en
que se constituyen y disponen dentro de un salón de clase los bancos y las
mesas, todo el espacio de visibilidad que se organiza con tanto cuidado (la
forma, la disposición de las letrinas, la altura de las puertas, la supresión
de los rincones oscuros), todo esto, en los establecimientos escolares,
reemplaza –y para hacerlo callar- el discurso indiscreto de la carne que
implicaba la dirección de conciencia. En pocas palabras, los dispositivos
materiales deben inutilizar todo ese parloteo incandescente que la técnica
cristiana postridentina había introducido en los siglos XVI y XVII... en los
colegios, los seminarios, las escuelas... se habla lo menos posible, pero todo,
en el ordenamiento de los lugares y las cosas, designa los peligros de ese
cuerpo de placer. Se dice lo menos posible, pero todo habla de ello”. Michel
Foucault, Los anormales, p. 216
[9] “La
organización de un espacio serial fue una de las grandes técnica de la
enseñanza elemental. Permitió sobrepasar el sistema tradicional (un alumno que
trabaja unos minutos con el maestro, mientras el grupo confuso de los que
esperan permanece ocioso y sin vigilancia). Al asignar lugares individuales, es
hecho posible el control de cada cual y el trabajo simultáneo de todos. Ha
organizado una nueva economía del tiempo de aprender. Ha hecho funcionar el
espacio escolar como una máquina de aprender, pero también de vigilar, de
jerarquizar, de recompensar”. Vigilar y castigar, p. 151.
[10] Menón.
81d.
[11]Gilles Deleuze, Foucault, Barcelona, Paidós, 1987. (Paidós
Studio; 53). P. 170
[12]
Hans-George Gadamer. Verdad y método, Salamanca, Sígueme,
1977. v. 1. (Hermeneia; 7). p. 45.
[13] “La revolución burguesa del
siglo XVIII y comienzos del XIX fue la invención de una nueva tecnología del
poder, del que las disciplinas constituyen las piezas esenciales”. Michel Foucault, Los anormales, p. 89.
[14] Emile Durkheim. La educación moral, Buenos Aires, Losada, 1947. p. 125.
[15] Cf. Third millenium schools.
[16] Michel Foucault, Hermenéutica del
sujeto, Buenos Aires, Altamira, 1996, p. 73.
[17] “La
sexualidad de los hijos fue la trampa en que cayeron los padres... Fue uno de
los vectores de la constitución de la familia sólida. Fue uno de los
instrumentos de intercambio que permitieron desplazar al niño del medio de su
familia al espacio institucionalizado y normalizado de la educación. Es la moneda
ficticia, sin valor, la promesa vana que quedó en manos de los padres; promesa
vana a la que éstos, sin embargo... se aferran enormemente, porque hasta en
1974, cuando se trate de impartir educación sexual a los niños en las escuelas,
los padres tendrán derecho, si conocen la historia, de decir: ¡bueno, hace ya
dos siglos que nos engañan!”. Michel
Foucault. Los anormales, p. 243-244.
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