martes, 11 de febrero de 2014

La nueva política mundial


LA NUEVA POLÍTICA MUNDIAL

 

Por Javier Brown César

Artículo publicado originalmente en Palabra. No. 63, enero-marzo de 2003. p. 30-42.

En el siglo XX, la realidad política se describió de manera preponderante utilizando categorías analíticas heredadas de los modernos e ilustrados, hasta llegar a Marx y la teoría crítica, inmensamente populares, pero intelectualmente sesgados. El aparato conceptual necesita ser renovado para hacer frente a los complejos problemas propios del nuevo milenio. Nociones tan desgastadas como lucha de clases han mostrado su obsolescencia ante la realidad de las luchas raciales, la tan anunciada revolución proletaria se convirtió en la dictadura de la burocracia partidista y el ideal del libre mercado se ha convertido en los sistemas de economía mixta que imperan en Europa y los Estados Unidos.
 
La larga marcha de la política se mantendrá mientras predominen la injusticia y los abusos del poder, por ello, es importante reflexionar acerca de los conceptos que mejor describen los retos a los que se enfrentan gobiernos con altos ideales, que buscan la realización de los valores individuales y sociales de las personas y que se conciben como instrumentos entre el individuo y la más amplia comunidad mundial. Los dilemas que aquí plantearemos están concebidos como oposiciones, sin que esto signifique la incursión en la lógica dialéctica en la que los opuestos luchan y son superados; antes bien, las contraposiciones se presentan como dilemas morales codificados binariamente.
 
MAYORÍAS VS. MINORÍAS

 

En La democracia en América Alexis de Tocqueville realizó una reconstrucción, hasta cierto punto ideal, del sistema de gobierno norteamericano. Uno de los problemas candentes que planteó fue cómo evitar que el ejercicio del gobierno se convirtiera en una dictadura de las mayorías[1]. El problema, planteado en términos actuales, consiste en “buscar formas para evitar que, en nuestras democracias postmodernas, aquellos que han sido elegidos a través de la regla de la mayoría… impongan una tiranía plebiscitaria”[2]. Tanto Platón como Aristóteles criticaron la democracia (el gobierno de todo el pueblo), al considerarla como una opción de gobierno menos perfecta que la aristocracia (el gobierno de los mejores)

 

De hecho, los sistemas democráticos tienen un defecto de origen: el imperativo de la alternancia sin derramamiento de sangre[3], no es un obstáculo serio para que casi cualquiera pueda llegar al poder. Incluso bajo el ideal weberiano de la dominación racional-legal-burocrática, es posible que lo patológico invada las organizaciones y pervierta su fin natural, que consiste en ser administradas por los más aptos con vistas al bien específico de dicha comunidad organizada. Ni el gobierno de los competentes ni la administración por los más aptos están garantizados en las democracias y esto porque el elector es libre de decidir y en esta libertad se puede optar incluso por acabar con la República para instaurar la tiranía[4].

 

El marketing político puede obrar en el mismo sentido, logrando que al posicionar al candidato como si fuera un producto de consumo, el elector supuestamente racional, opte por el mayor de los males. La mercadotecnia política, además de su posible potencial manipulador, ha sido uno de los mecanismos de movilidad entre élites cuyo logro más notable es el intercambio que se da entre los gremios de actores y políticos: ahora casi cualquier actor puede ser político y los políticos, bajo el imperativo inflexible de ofrecer el mejor producto, se convierten gradualmente en actores[5].
 
La competencia política actual se ha vuelto sofisticada pero limitada. Bajo el modelo de mercado perfecto garantiza que quienes llegan al poder si bien no necesariamente son los más competentes, si son quizá los más aguerridos y competitivos. Cuando la política se subordina a la economía no sólo no se impide que los oportunistas y arrivistas lleguen al poder, sino que posibilita que quien tiene más recursos “a la mano” pueda acercarse más al éxito electoral, con lo que se da un patrón de acumulación que lleva a una muy desigual distribución de los activos. Ni siquiera la propuesta de que los partidos sean financiados en su mayor parte con recursos del erario público permite revertir este patrón, ya que si bien las campañas políticas pueden hacerse más justas, equitativas y competitivas, la arena de la política y su agenda de prioridades seguirá bajo el control de quienes detentan mayor poderío político y económico, llámense sindicatos, confederaciones patronales, asociaciones patronales, magnates o grupos de interés. Quienes desean una política justa, transparente, eficiente y más humana siguen siendo una minoría, ya que estos elevados ideales entran en contradicción con aquellas prácticas que hacen de la política una actividad lucrativa y por ende, atractiva para muchos; la esencia de la política bajo nobles ideales, consiste en el arte de dar, pero este arte no es aún popular entre una buena parte de la población mundial.

 

PODEROSOS VS. DESPOSEÍDOS

 

Los pensadores marxistas redujeron la historia a la oposición y lucha de clases, e incluso mermaron la dialéctica de las clases con su interpretación meramente economicista del status social[6]. Como categoría analítica, la noción de clase social tiene un pobre rendimiento si ésta se cuantifica en términos de ingreso, porque con esto sólo se mide el poder económico, el cual es siempre relativo. La dinámica del poder personal es mucho más rica que la simple posesión de dinero o de bienes de capital, la riqueza no es meramente material; existen varias formas de ser poderosos y por consiguiente, varias posibilidades de verse abandonado, desposeído o segregado.
 
El poder económico no es precisamente la dimensión más noble ni el ideal más elevado, es sólo un medio y como tal así debería de permanecer, pero las culturas hedonistas, escénicas y consumistas han promovido el ideal de una vida cuya calidad se mide por la cantidad de recursos materiales disponibles y utilizados. Debemos reconocer que en el mundo contemporáneo el progreso se mide en términos materialistas: crecimiento del Producto Interno Bruto, ingreso familiar o personal disponible, etc. Así, el economicismo permea todas las esferas de actividad humana: el arte, la ciencia, la filosofía, la educación e incluso la religión. 
 
En un mundo que se basa en la economía lucrativa y en el desarrollo personal consumista, los desposeídos son los más, porque los imperativos del lucro y el consumo presionan de manera constante la lógica de la acumulación y del afán de dinero casi ilimitados. De esta forma, el privilegio del tiempo libre es miserablemente desperdiciado, sin tomar conciencia de su carácter de recurso no renovable: incluso la economía, la política y los medios masivos se orientan a la gestión de la cultura del ocio, cuyo principio es no dejar tiempo libre al espectador con el fin de que éste no quede consigo mismo y sus pensamientos. La evasión constante de la realidad del yo impide la sustentabilidad del desarrollo espiritual y pone en duda la viabilidad del progreso ético de las naciones que se incorporan a la lógica feroz de la reproducción sin fin de los bienes materiales.
 
Medimos la riqueza con base en el tener y el acaparar, pero no en términos del ser y del dar. En último lugar en nuestras cuentas alegres están los ricos de espíritu, aunque su práctica diaria de la caridad los haga espiritualmente más perfectos que los ricos en dinero, que los ricos en ideas o que los ricos en apariencia física. La riqueza del carácter, manifestada en la generosidad y el servicio ha quedado relegada por culturas que promueven la apariencia de riqueza y que basan sus ponderaciones éticas en la engañosa riqueza propia de la apariencia: la sombra de la materia muerta suplanta a las luces del espíritu vivo.

 

LIBERTARIANISMO VS. RESTRICCIONISMO

 
“… al liberal se le alaba sobre todo por el acto de dar”[7]. La distancia que media entre este ideal y las prácticas propias de los liberales contemporáneos es descomunal, no tanto en términos de siglos transcurridos, como de valores asumidos y vividos. Nuestros liberales son expertos en el arte de quitar, pero no en el de dar: proponen quitarle empresas y funciones al estado, aranceles a ciertos productos, trabas al libre comercio y dinero y tiempo a la ciudadanía. El liberalismo actual ha operado la inversión de los principios liberales clásicos, tal como fueron establecidos por Aristóteles[8].
 
Pero además, los liberales padecen miopía libertaria: no son capaces de valorar la libertad como medio para el desarrollo pleno del espíritu, ni son capaces de concebir a la libertad como indiferencia activa para actuar de conformidad con compromisos y decisiones éticas; para ellos, la libertad se define por su negatividad: libre es el que no está sujeto a coacciones. El problema del liberalismo y también del neoliberalismo es su carácter impositivo, autoritario: en su defensa de las libertades occidentales tradicionales pretenden imponer el punto de vista según el cual el libre comercio (a la Bagwati) o el Estado ultramínimo (a la Nozick) son los ideales últimos de una sociedad abierta (Popper) y libre.
 
La defensa liberal de las libertades civiles no implica necesariamente la construcción de la política como una esfera en donde sólo se restringa aquello que pueda afectar el libre y auténtico desarrollo, que implica la construcción espiritual de un ser humano ético, comprometido, confiable, responsable en la libertad y libre a partir del ejercicio habitual de la responsabilidad. Al promover los derechos humanos, el esquema (neo)liberal parece que busca quitarle al sujeto las cadenas que le impiden ejercer su derecho a consumir, a votar y a desperdiciar su tiempo libre: el sujeto amorfo y estéril del liberalismo vive la paz terapéutica que se afianza en lo que se tiene, pero sufre de tormentas espirituales que se originan en la intuición de aquello que no se tiene y que día con día se pierde: la dimensión espiritual de su desarrollo.
 

AUTORITARISMO VS. POPULISMO

 

La paz espiritual que resulta del compromiso con el auténtico desarrollo humano es un estado interior del espíritu, una vivencia que se experimenta de manera contundente y que conceptualmente es difícil de expresar. Esta paz no depende de un régimen político, sino de la armonía con un proyecto cósmico de dimensiones universales que nos trasciende a todos por igual: “nadie que no encuentre la armonía en el orden universal y que no sea capaz de descubrir el sentido y valor de cada objeto y ser viviente, podrá vivir en relativa paz”[9].

 

La paz, como la verdad, la belleza y la bondad percibidas a través de los ojos finitos, sólo puede ser un estado relativo: quien mantiene un estado de paz perpetua interna es sospechoso y puede ser tachado de indiferente, inconsciente, alejado del mundo o francamente inocente; en última instancia, el estado de paz perpetua tal vez sólo se da en los panteones y afecta al cuerpo, no al espíritu, ya que como magistralmente lo ha expresado San Agustín: “nos criaste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”[10].
 
El servicio (que no el servilismo) es una de las actividades del espíritu que mayor paz interior proporciona. La nobleza de la actividad política tiene su fundamento en que es precisamente a través del servicio a los demás en la esfera de lo público, como se pueden promover los mayores bienes para el mayor número posible de personas; la política ofrece la más alta oportunidad de servicio en función del bien común temporal. No existe otra actividad humana con un impacto positivo mayor, pero precisamente gracias a esta elevación es también posible hacer de la política la actividad más innoble, ruin y absurda.
 
El servicio políticamente mediado es independiente del régimen: existen notables casos de altruismo, caridad, donación y entrega en sistemas democráticos y en regímenes totalitarios; en los hospitales y clínicas contemporáneas y en los ya extintos campos de concentración del Tercer Reich. En cuestión de gobierno, es la vocación de servicio del gobernante, sus valores e ideales lo que hace el estilo de gobernar “y en esto, como en la literatura, el estilo hace al gobernante y al régimen”[11]. El autoritarismo, per se, no es un obstáculo al libre desarrollo espiritual, y tampoco la democracia per se es la única vía para lograr un libre desarrollo espiritual sustentablemente asegurado; el ethos de un pueblo es lo que finalmente lleva a la transformación de sus instituciones, hábitos de gobierno y mecanismos representativos: para algunos, la democracia es repugnante, para otros es un mal necesario y para los menos es un sistema de gobierno que puede ser mejorado.

 

PLEBISCITARIANISMO VS. REPRESENTACIONISMO

 

La democracia representativa a la mexicana es excesivamente costosa: el financiamiento de órganos electorales independientes, de partidos políticos nacionales, de campañas electorales y de cuerpos colegiados como Congresos, Asambleas y Asociaciones representa una carga fiscal que sólo se puede justificar si los resultados de la fórmula democrática muestran su ventaja comparativa con respecto a otras fórmulas, como puede ser el dirigismo de élites o la democracia directa. Pero quienes defienden los mecanismos de la democracia directa deberían reflexionar sobre los aún mayores costos que esta significaría cuando la cultura política se mantiene con el bajo perfil del súbdito: apático, indiferente, reaccionario, sumiso o abstencionista.
 
Quienes promueven la democracia directa muestran cierta insensibilidad ante el problema de la cultura cívica que afecta al país, una de cuyas aristas es el proceso de constante informalización de la política transformándola en una palestra tipo escenario teatral, y la otra, la disgregación ascendente de los valores más nobles con la consiguiente corrupción de los asuntos públicos[12]. Muchas personas se ven obligadas a refugiarse de la política en pequeños grupos de inconformes cuyas ideologías pueden ir desde el anarquismo, hasta ideales republicanos que van más allá de lo platónico.

 

El problema de la política no parece radicar en el diseño de base: las ramas ejecutivas, legislativa y judicial y los mecanismos de representación de los electores, sino en la forma como estos mecanismos son operados por los políticos y los técnicos; lo que está mal no es el mecanismo para mover las marionetas sino las marionetas y quienes se encargan de moverlas. En su afán por revertir la incompetencia rampante de los políticos y la insensibilidad creciente de los técnicos, occidente ha copiado el modelo del servicio civil chino, pero la profesionalización de la administración puede también producir una élite de mandarines resistentes al cambio, a la innovación y a la mejor forma de gobierno, como efectivamente sucedió en China. 
 
La fórmula democrática “una persona un voto, difícilmente se ha aplicado o se aplica en el mundo de la política hasta ahora conocido; más bien, prevalece una fórmula que es bastante diferente: x número de personas es igual a un voto”[13]. El impacto real de la política se da cuando el ciudadano recibe beneficios tangibles de sus representantes, los cuales, en compromiso con la autenticidad política, funcionan idealmente como correas de transmisión de las demandas de los electores al sistema, pero el patrón de acumulación del poder político en grupos, coaliciones, corporaciones o individuos, nos aleja cada vez más de este ideal de la democracia representativa: “Supongamos la siguiente situación súpersimplificada: A, B y C son electores que apoyan al político Z, todos condicionan su apoyo a la realización de determinadas políticas públicas. Pero los recursos de que disponen A, B y C no son iguales. A cuenta con más capital político que B y B con más capital político que C. Al final, el político Z gana la elección, pero como tuvo más apoyo de A que de B y C, es más factible que promueva las políticas que A le ha demandado implementar. Resultad, es probable que B y C no vean realizadas sus demandas, a pesar de que se las hicieron llegar a Z, y que por ende tengan que esperar a un nuevo candidato y un nuevo periodo electoral: B y C quedan excluidos del mecanismo de conversión de demandas del sistema político”[14].
 
¿Es la democracia directa la opción para salir del patrón de acumulación del capital político? ¿O es que acaso se deba mejorar el mecanismo de representación con el fin de que nuestra democracia sea auténticamente representativa y no meramente plebiscitaria? Al considerar los costos de la democracia directa a la Rousseau podemos preguntar si ésta es viable en países que apenas han salido del autoritarismo, pero aún más, podemos cuestionar si las decisiones políticas serán tomadas a tiempo, ya que si el político en turno tiene que escuchar y atender por igual a todos los electores, independientemente de su capital político, entonces se enfrentará no sólo a un conflicto de intereses, sino también de prioridades y al problema del logro de consensos mínimos satisfactorios. En última instancia, la idea de Rawls de la justicia como imparcialidad se nos presenta como un ideal rector de la razón política antes que como una realidad viable en las democracias contemporáneas conocidas, las cuales pecan por su imperfección e incluso por su incongruente diseño institucional.

 

SABIDURÍA POPULAR VS. INTELECTUALISMO ESTUPIDIZANTE

 

Para los minimalistas, la democracia es un sistema de gobierno en el que se garantiza la alternancia en el poder sin derramamiento de sangre, con esto basta, según ellos; sin embargo, el logro de una democracia que valga la pena financiar, depende de su compromiso directo con la justicia y de la medida en que aporte el “capital espiritual” necesario para la promoción de una sociedad más madura y comprometida con el auténtico desarrollo cultural. Las democracias conocidas no funcionan así: carecen de mecanismos éticos que impidan la degeneración progresiva de la ciudadanía y se hayan relativamente indefensas ante la promoción persuasiva a ultranza del consumismo y el clientelismo estupidizantes; en sus mismas redes de gobierno abunda el tipo de sujeto amorfo, moldeable, amaestrable, predecible y dócil, que suele ser técnicamente competente, pero humanamente insensible, por decir lo menos.
 
La “sociedad de la información” tiende a saturar nuestras mentes con imágenes, datos, anécdotas y sueños de opio irreligiosos y superficiales. Pero la sabiduría auténtica “está lejos del intelectualismo ampuloso que es típico de algunos eruditos: sabio no es el que sabe o conoce muchos datos”,[15] sino el que sabe paladear (sapere) los datos, elevando las configuraciones de la experiencia propias del sentido común a la virtud de la vida buena y a la audacia propia del pensamiento espiritualizado. Los ilustrados hicieron del sapere aude (ten el valor de servirte de tu propia razón) una divisa intrínsecamente crítica, cuyo ímpetu se ha perdido en las tinieblas del cientificismo más burdo, al servicio de la violación constante de la naturaleza y de la depredación vergonzante de los valores más nobles de la personalidad.
 
El predominio de la cultura y la democracia a la Internet, provee la ilusión de un progreso material sin límites, para el cual la tradición debe ser sepultada. Es cierto que, como bien ha dicho Gadamer, “una tradición que no puede superarse no es tradición”, sino ley inflexible y rígida, pero no es posible la superación de lo transcurrido sin una toma de conciencia del instante y un proyecto de futuro articulado y congruente, que guíe al espíritu mediante convicciones que sólo pueden arraigarse en una experiencia personal reflexivamente asumida. La ciencia parecería trascender todos los límites, pero en su búsqueda incansable de explicaciones últimas propias de la filosofía y la experiencia religiosa, produce sólo nubes de humo detrás de las que se refugian los pretendidos poseedores de la verdad.
 
El saber propio del sentido común -y esto ya lo sabía la escuela escocesa de Thomas Reid-, puede ser elevado a “sistema” y ennoblecido éticamente a través del servicio y el amor, pero nunca podrá ser sustituido por la ciencia abstracta de base matemática. Los sistemas axiomáticos cerrados, no admiten componentes externos que induzcan paradojas (Gödel), pero el saber propio de quienes humildemente buscan la verdad, se abre a datos nuevos detrás de los cuales acecha la probabilidad emergente: lo nuevo, lo creativo. Así, se introduce en el espíritu humano la posibilidad del progreso espiritual, en los dominios de la experiencia, del amor, la lealtad, del discernimiento de la verdad, del deber y de la búsqueda de nobles valores espirituales.
 

INTEGRACIONISMO VS. SEGREGACIONISMO

 

Las ciudades contemporáneas manifiestan un patrón de exclusión centrípeto: generan constantemente márgenes a los que son arrojados aquellos que pueden poner en riesgo la estabilidad del sistema y quienes se ha demostrado que son incompetentes para hacer funcionar la gran maquinaria. Los sistemas económico, político, religioso, familiar, y jurídico, entre los más importantes, construyen un afuera con su propia “ciudadanía” marginal: personas humanas sensibles, con necesidades y aspiraciones, con esperanzas e historias olvidadas y muchas ocasiones solitarias o abandonadas por sus semejantes. La meta actual parece ser el funcionamiento correcto de los engranes de la máquina, no la búsqueda cooperativa de la vida buena: “Deberíamos tener una meta segura: la plenitud del género humano, considerado este último de la manera más amplia y universal posible”[16].
 
Pero la propia operación de los sistemas y su desarrollo intensivo, incluso a costa de las personas, nos pone en riesgo constante de ser una especie en peligro de extinción: vivimos una existencia frágil y contingente, pero a esta débil naturaleza le hemos agregado, mediante la ciencia y la técnica, las posibilidades para llevar a cabo un suicidio colectivo, un genocidio de tal magnitud, que podría ser considerado, en caso de darse, como una tragedia de dimensiones universales. Los ecologistas están preocupados por el mundo que dejarán a sus hijos, pero otros actores sociales más conscientes se preguntan si es que todavía habrá mundo para nuestros hijos, y no precisamente un mundo ecológicamente sustentable, sino un mundo donde se puedan abrir horizontes para el desarrollo libre de sujetos éticos, esto es, un mundo en el que todavía valga la pena vivir.
 
La peor segregación posible es la que se da cuando las personas dejan de ser actores de la historia, sujetos de su desarrollo y creadores creativos de su propio futuro. Un sistema productivo determinado o un régimen político actuante pueden intentar disminuir las potencialidades personales inherentes a cada sujeto, pero no podrán matar la semilla del espíritu que en cada uno habita, para esto se requiere de un compromiso irrenunciable y constante con la desobediencia fiel a los ideales más altos del progreso espiritual: una renuncia intencional al llamado universal de integración cósmica en ascenso.
 
COSMOPOLITISMO VS. NACIONALISMO
 
“Si fuéramos auténticamente justos, permitiríamos que las así llamadas culturas se mantuvieran con sus propios y plenificantes usos y costumbres, pero aboliríamos las fronteras que constituyen los territorios”[17]. Los ciudadanos que predican el credo nacionalista dicen: este es mi territorio y por aquí no cruzarás con facilidad, estas son mis posesiones y mis dominios y si eres extranjero no me los podrás quitar, a menos que inicies la guerra. Mucho lograríamos si antes de valorar lo mío, apreciaríamos el valor innegable de lo nuestro y si antes de valorar lo nuestro apreciáramos el valor planetario de lo propiamente humano.
 
Debemos abolir toda forma de soberanía artificial que medie entre el individuo personal y el gobierno planetario de una humanidad plenificada. En la actualidad, la soberanía es el pretexto del secretismo, la cerrazón, el proteccionismo y el aislamiento, pero para una auténtica noción de soberanía sólo hay dos posibilidades: la soberanía que se da en el individuo constructor de su propio principado, arquitecto de su propio destino y artífice de su propia obra de arte, y la humanidad planetariamente solidaria.
 
La identidad ligada al lugar de nacimiento, la nacionalidad, es más restringida conforme se retrocede en el tiempo y más amplia si la proyectamos a futuro, con vistas al ideal de la ciudadanía universal. Los ciudadanos contemporáneos suelen manifestar un exacerbado narcisismo colectivo y un orgullo desmedido por sus costumbres, usos y tradiciones. Los diversos símbolos aislacionistas proliferan conforme aumentan los sentimientos de ser miembro exclusivo de una civitas (comunidad política o ciudad) determinada; banderas, himnos, escudos y otros distintivos, son algo así como la marca de membresía de un club político exclusivo y excluyente al que se entra con un certificado eugenésico que garantiza el nacimiento en un territorio determinado y la socialización habitual rutinaria, propia de una comunidad relativamente autárquica y cerrada.
 
ECUMENISMO VS. INDIVIDUALISMO
 
La comunidad de comunidades universal es el ideal de un gobierno planetario más imparcial, justo y democrático, auténticamente promotor de los valores y derechos humanos. En esta dirección, la unificación de Europa fue sólo el inicio, pero un mal inicio, porque ahí no se constituyó una comunidad cultural y espiritual: antes de ponerse de acuerdo sobre un idioma común o un ethos culturizante, determinaron el mecanismo generalizado para los intercambios consumistas: la moneda común (el ECU). En esta unión de comunidades, la economía ejerció un primado artificial sobre la política, siendo esta arbitrariedad una de las causas de la fragilidad del nuevo orden comunitario europeo.
 
La construcción de las grandes comunidades ética y espiritualmente vinculadas es todavía una tarea pendiente. El encuentro de las comunidades culturalmente mediado se ha relegado a un segundo plano ante la prioridad que se ha dado al cruce de informaciones, capital financiero y productos y servicios comercializables. La globalización exige el uso intensivo de la tecnología y acarrea mayores dosis de acuerdos civilizatorios mínimos entre comunidades diversas y dispersas, pero no necesariamente promueve el destino espiritual de individuos y pueblos. Tanto los procesos civilizatorios como la invasión de la técnica en las diversas esferas de la vida no conllevan un mayor potencial de solidaridad social, sino todo lo contrario: el riesgo latente de un individualismo aislante, egocéntrico, indiferente e inhumano.  
 
A MANERA DE CONCLUSIÓN
 
La globalización, la Internet society, la eficientización tecnocrática de los sistemas político y económico, y la ruptura de estructuras y tradiciones familiares operan a favor de un mundo lleno de desencuentros y mal entendidos; los afanes desmedidos de lucro y poder ilimitado, presionan para la conformación de alianzas cómplices, de aquello que Aristóteles consideró en su teoría de la amistad como las formas más bajas de ésta: la amistad por placer y la amistad por utilidad, ninguna de las cuales permite relaciones sociales estables, vínculos solidarios permanentes y asociaciones cooperativas duraderas[18]. El encuentro de lo mejor de las personas, la aristotélica amistad por virtud está en el horizonte de un nuevo orden mundial “que no sea ni opresivo para las minorías ni gobernado sólo por los económica o políticamente poderosos, ni controlado por los ricos ni restrictivo en sus ideales, en el justo medio entre las democracias populistas y los autoritarismos dominantes, genuina y auténticamente representativo, promotor de la sabiduría que nace de la experiencia común, íntegro e integral, cosmopolita y universal”[19].
 
Ahora bien: “Este nuevo orden mundial no tiene nombre ni etiqueta, no necesariamente se llamará democracia o poliarquía; porque el nombre es la superficie del sistema… el fondo es lo que importa: la sustancia, no los accidentes, dirían los aristotélicos”[20]. Los conceptos son sólo un pálido reflejo de las realidades, la práctica real y la forma como nos organizamos constituyen la sustancia de la política. Podemos obsequiar el calificativo de democrático a un régimen, pero si la democracia no se manifiesta en su dimensión práctica y operativa, estaremos frente a una simulación, a una vaga sombra.  Más allá de los intereses de los estados nacionales y sus imperativos productivos, no podemos negar el atractivo de un gobierno mundial justo, promotor de la vida y el desarrollo pleno de las personas, a este gobierno todavía desconocido le podríamos llamar, con toda justicia, cosmópolis[21]: el orden auténtico de la nueva política mundial.


[1] “Cuando veo conceder el derecho y la facultad de hacerlo todo a un poder cualquiera, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, digo: Aquí está el germen de la tiranía, y trato de ir a vivir bajo otras leyes.
“Lo que reprocho más al gobierno democrático, tal como ha sido organizado en los Estados Unidos, no es… su debilidad, sino al contrario su fuerza irresistible. Y lo que me repugna más en Norteamérica, no es la extremada libertad que allí reina, es la poca garantía que se tiene contra la tiranía”. La democracia en América. 2ª ed. México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 258.
[2] Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio: problemas y contradicciones”, en Bien común, No. 95, noviembre de 2002. El ensayo que ahora presentamos es una versión considerablemente ampliada y corregida de este primer trabajo.
[3] Esta es la definición minimalista de democracia aceptada por Schumpeter, Popper y Przeworski.
[4] Tal como sucedió en Alemania con la victoria de los nacional socialistas, lo que puso fin al efímero experimento de la República de Weimar.
[5] De esta forma, se realiza una inversión total de los ideales platónicos, tal como se plasmaron en su diálogo La República: los artesanos (los artistas, e incluso los deportistas contemporáneos) son ahora parte de la élite central: reciben ingresos mayores casi que cualquier otra clase, mientras que los filósofos son una especie de clase residual, marginal, lejos de la posibilidad de gobernar con los altos ideales del bien y la justicia en la mano.
[6] Según la tesis marxista, proletarios y burgueses librarían la última gran batalla entre clases previa a la instauración del comunismo. Sin embargo, “este dualismo es muy aproximativo… La estratificación social es mucho más matizada que lo que sugiere este grosero maniqueísmo”. Maurice Duverger. Los partidos políticos. México, Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 11. Incluso ya Aristóteles reconocía más clases que las seis tradicionalmente enunciadas: la masa del pueblo, los obreros, los comerciantes, los jornaleros, la clase militar, la que desempeña la justicia judicial y la clase deliberativa, los ricos y los funcionarios públicos (¡un total de ocho clases sociales ya reconocidas desde el siglo IV, a. C.!). Cf. Política. Libro IV, 3.
[7] Santo Tomás de Aquino. Suma de teología. II-II. q. 177, a. 4.
[8] Cf. Ética a Nicómaco. Libro IV, 1. v. gr.:  la liberalidad es la posición intermedia con relación a los bienes económicos, en el justo medio entre la avaricia y la prodigalidad; lo propio del liberal es dar a quien conviene y no recibir de donde conviene o no recibir de donde no conviene.
[9] Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio…” op. cit., p., 72.
[10] Confesiones. Libro I, 1.
[11] Ibid. p. 73.
[12] En el pensamiento aristotélico, generación y corrupción son los términos que designan, respectivamente: el surgimiento de entidades vivas y en expansión, y el fin de la vida a partir de la degeneración progresiva del ser; la corrupción extrema de lo público acaba con las instituciones y es, como también lo vio Aristóteles, causa de las revoluciones: “Los motivos que impulsan a la revolución, por su parte, son el lucro, el honor, y sus contrarios”. Política. Libro V, 2.
[13] Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio…” Op. cit., p. 7.
[14] Javier Brown César. “Ética y política: el largo desencuentro”. En Bien común y gobierno. No. 84, diciembre de 2001. p. 27.
[15] Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio…”  p. 73.
[16] Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio…” p. 73.
[17] Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio…” p. 74.
[18] “Son… amistades por accidente, porque no se quiere a la persona amada por lo que ella es, sino en cuanto proporciona beneficio o placer, según sea el caso. Ética a Nicómaco. Libro VIII, 3.
[19] Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio…” p. 74.
[20] Idem.
[21] Cf. Bernard Lonergan. Insight: estudio sobre la comprensión humana, Salamanca, Sígueme, 1999. p. 297-302.

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