LA NUEVA POLÍTICA MUNDIAL
Por Javier Brown César
En el siglo XX, la realidad política se describió de
manera preponderante utilizando categorías analíticas heredadas de los modernos
e ilustrados, hasta llegar a Marx y la teoría crítica, inmensamente populares,
pero intelectualmente sesgados. El aparato conceptual necesita ser renovado
para hacer frente a los complejos problemas propios del nuevo milenio. Nociones
tan desgastadas como lucha de clases han mostrado su obsolescencia ante la
realidad de las luchas raciales, la tan anunciada revolución proletaria se
convirtió en la dictadura de la burocracia partidista y el ideal del libre
mercado se ha convertido en los sistemas de economía mixta que imperan en
Europa y los Estados Unidos.
La larga marcha de la
política se mantendrá mientras predominen la injusticia y los abusos del poder,
por ello, es importante reflexionar acerca de los conceptos que mejor describen
los retos a los que se enfrentan gobiernos con altos ideales, que buscan la
realización de los valores individuales y sociales de las personas y que se
conciben como instrumentos entre el individuo y la más amplia comunidad
mundial. Los dilemas que aquí plantearemos están concebidos como oposiciones,
sin que esto signifique la incursión en la lógica dialéctica en la que los
opuestos luchan y son superados; antes bien, las contraposiciones se presentan
como dilemas morales codificados binariamente.
MAYORÍAS VS. MINORÍAS
En La democracia en
América Alexis de Tocqueville realizó una reconstrucción, hasta cierto
punto ideal, del sistema de gobierno norteamericano. Uno de los problemas
candentes que planteó fue cómo evitar que el ejercicio del gobierno se
convirtiera en una dictadura de las mayorías[1].
El problema, planteado en términos actuales, consiste en “buscar formas para
evitar que, en nuestras democracias postmodernas, aquellos que han sido
elegidos a través de la regla de la mayoría… impongan una tiranía
plebiscitaria”[2].
Tanto Platón como Aristóteles criticaron la democracia (el gobierno de todo el
pueblo), al considerarla como una opción de gobierno menos perfecta que la
aristocracia (el gobierno de los mejores)
De hecho, los sistemas
democráticos tienen un defecto de origen: el imperativo de la alternancia sin
derramamiento de sangre[3],
no es un obstáculo serio para que casi cualquiera pueda llegar al poder.
Incluso bajo el ideal weberiano de la dominación racional-legal-burocrática, es
posible que lo patológico invada las organizaciones y pervierta su fin natural,
que consiste en ser administradas por los más aptos con vistas al bien
específico de dicha comunidad organizada. Ni el gobierno de los competentes ni
la administración por los más aptos están garantizados en las democracias y
esto porque el elector es libre de decidir y en esta libertad se puede optar
incluso por acabar con la República para instaurar la tiranía[4].
El marketing político puede obrar en el mismo sentido,
logrando que al posicionar al candidato como si fuera un producto de consumo,
el elector supuestamente racional, opte por el mayor de los males. La
mercadotecnia política, además de su posible potencial manipulador, ha sido uno
de los mecanismos de movilidad entre élites cuyo logro más notable es el
intercambio que se da entre los gremios de actores y políticos: ahora casi
cualquier actor puede ser político y los políticos, bajo el imperativo
inflexible de ofrecer el mejor producto, se convierten gradualmente en actores[5].
La competencia política actual se ha vuelto sofisticada
pero limitada. Bajo el modelo de mercado perfecto garantiza que quienes llegan
al poder si bien no necesariamente son los más competentes, si son quizá los
más aguerridos y competitivos. Cuando la política se subordina a la economía no
sólo no se impide que los oportunistas y arrivistas lleguen al poder, sino que
posibilita que quien tiene más recursos “a la mano” pueda acercarse más al
éxito electoral, con lo que se da un patrón de acumulación que lleva a una muy
desigual distribución de los activos. Ni siquiera la propuesta de que los
partidos sean financiados en su mayor parte con recursos del erario público
permite revertir este patrón, ya que si bien las campañas políticas pueden
hacerse más justas, equitativas y competitivas, la arena de la política y su
agenda de prioridades seguirá bajo el control de quienes detentan mayor poderío
político y económico, llámense sindicatos, confederaciones patronales,
asociaciones patronales, magnates o grupos de interés. Quienes desean una
política justa, transparente, eficiente y más humana siguen siendo una minoría,
ya que estos elevados ideales entran en contradicción con aquellas prácticas
que hacen de la política una actividad lucrativa y por ende, atractiva para
muchos; la esencia de la política bajo nobles ideales, consiste en el arte de
dar, pero este arte no es aún popular entre una buena parte de la población
mundial.
PODEROSOS VS. DESPOSEÍDOS
Los pensadores marxistas redujeron la historia a la
oposición y lucha de clases, e incluso mermaron la dialéctica de las clases con
su interpretación meramente economicista del status social[6].
Como categoría analítica, la noción de clase social tiene un pobre rendimiento
si ésta se cuantifica en términos de ingreso, porque con esto sólo se mide el
poder económico, el cual es siempre relativo. La dinámica del poder personal es
mucho más rica que la simple posesión de dinero o de bienes de capital, la
riqueza no es meramente material; existen varias formas de ser poderosos y por
consiguiente, varias posibilidades de verse abandonado, desposeído o segregado.
El poder económico no es precisamente la dimensión más
noble ni el ideal más elevado, es sólo un medio y como tal así debería de
permanecer, pero las culturas hedonistas, escénicas y consumistas han promovido
el ideal de una vida cuya calidad se mide por la cantidad de recursos
materiales disponibles y utilizados. Debemos reconocer que en el mundo
contemporáneo el progreso se mide en términos materialistas: crecimiento del
Producto Interno Bruto, ingreso familiar o personal disponible, etc. Así, el
economicismo permea todas las esferas de actividad humana: el arte, la ciencia,
la filosofía, la educación e incluso la religión.
En un mundo que se basa en la economía lucrativa y en el
desarrollo personal consumista, los desposeídos son los más, porque los imperativos
del lucro y el consumo presionan de manera constante la lógica de la
acumulación y del afán de dinero casi ilimitados. De esta forma, el privilegio
del tiempo libre es miserablemente desperdiciado, sin tomar conciencia de su
carácter de recurso no renovable: incluso la economía, la política y los medios
masivos se orientan a la gestión de la cultura del ocio, cuyo principio es no
dejar tiempo libre al espectador con el fin de que éste no quede consigo mismo
y sus pensamientos. La evasión constante de la realidad del yo impide la
sustentabilidad del desarrollo espiritual y pone en duda la viabilidad del
progreso ético de las naciones que se incorporan a la lógica feroz de la
reproducción sin fin de los bienes materiales.
Medimos la riqueza con base en el tener y el acaparar,
pero no en términos del ser y del dar. En último lugar en nuestras cuentas
alegres están los ricos de espíritu, aunque su práctica diaria de la caridad
los haga espiritualmente más perfectos que los ricos en dinero, que los ricos en
ideas o que los ricos en apariencia física. La riqueza del carácter,
manifestada en la generosidad y el servicio ha quedado relegada por culturas
que promueven la apariencia de riqueza y que basan sus ponderaciones éticas en
la engañosa riqueza propia de la apariencia: la sombra de la materia muerta
suplanta a las luces del espíritu vivo.
LIBERTARIANISMO VS. RESTRICCIONISMO
“… al liberal se le alaba sobre todo por el acto de dar”[7].
La distancia que media entre este ideal y las prácticas propias de los liberales
contemporáneos es descomunal, no tanto en términos de siglos transcurridos,
como de valores asumidos y vividos. Nuestros liberales son expertos en el arte
de quitar, pero no en el de dar: proponen quitarle empresas y funciones al
estado, aranceles a ciertos productos, trabas al libre comercio y dinero y
tiempo a la ciudadanía. El liberalismo actual ha operado la inversión de los
principios liberales clásicos, tal como fueron establecidos por Aristóteles[8].
Pero además, los liberales padecen miopía libertaria: no
son capaces de valorar la libertad como medio para el desarrollo pleno del
espíritu, ni son capaces de concebir a la libertad como indiferencia activa
para actuar de conformidad con compromisos y decisiones éticas; para ellos, la
libertad se define por su negatividad: libre es el que no está sujeto a
coacciones. El problema del liberalismo y también del neoliberalismo es su
carácter impositivo, autoritario: en su defensa de las libertades occidentales
tradicionales pretenden imponer el punto de vista según el cual el libre
comercio (a la Bagwati) o el Estado ultramínimo (a la Nozick) son los ideales
últimos de una sociedad abierta (Popper) y libre.
La defensa liberal de las libertades civiles no implica
necesariamente la construcción de la política como una esfera en donde sólo se
restringa aquello que pueda afectar el libre y auténtico desarrollo, que
implica la construcción espiritual de un ser humano ético, comprometido,
confiable, responsable en la libertad y libre a partir del ejercicio habitual
de la responsabilidad. Al promover los derechos humanos, el esquema
(neo)liberal parece que busca quitarle al sujeto las cadenas que le impiden
ejercer su derecho a consumir, a votar y a desperdiciar su tiempo libre: el
sujeto amorfo y estéril del liberalismo vive la paz terapéutica que se afianza
en lo que se tiene, pero sufre de tormentas espirituales que se originan en la
intuición de aquello que no se tiene y que día con día se pierde: la dimensión
espiritual de su desarrollo.
AUTORITARISMO VS. POPULISMO
La paz espiritual que resulta del compromiso con el
auténtico desarrollo humano es un estado interior del espíritu, una vivencia
que se experimenta de manera contundente y que conceptualmente es difícil de
expresar. Esta paz no depende de un régimen político, sino de la armonía con un
proyecto cósmico de dimensiones universales que nos trasciende a todos por
igual: “nadie que no encuentre la armonía en el orden universal y que no sea
capaz de descubrir el sentido y valor de cada objeto y ser viviente, podrá
vivir en relativa paz”[9].
La paz, como la verdad, la belleza y la bondad percibidas
a través de los ojos finitos, sólo puede ser un estado relativo: quien mantiene
un estado de paz perpetua interna es sospechoso y puede ser tachado de indiferente,
inconsciente, alejado del mundo o francamente inocente; en última instancia, el
estado de paz perpetua tal vez sólo se da en los panteones y afecta al cuerpo,
no al espíritu, ya que como magistralmente lo ha expresado San Agustín: “nos
criaste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”[10].
El servicio (que no el servilismo) es una de las
actividades del espíritu que mayor paz interior proporciona. La nobleza de la
actividad política tiene su fundamento en que es precisamente a través del
servicio a los demás en la esfera de lo público, como se pueden promover los
mayores bienes para el mayor número posible de personas; la política ofrece la
más alta oportunidad de servicio en función del bien común temporal. No existe
otra actividad humana con un impacto positivo mayor, pero precisamente gracias
a esta elevación es también posible hacer de la política la actividad más
innoble, ruin y absurda.
El servicio políticamente mediado es independiente del
régimen: existen notables casos de altruismo, caridad, donación y entrega en
sistemas democráticos y en regímenes totalitarios; en los hospitales y clínicas
contemporáneas y en los ya extintos campos de concentración del Tercer Reich.
En cuestión de gobierno, es la vocación de servicio del gobernante, sus valores
e ideales lo que hace el estilo de gobernar “y en esto, como en la literatura,
el estilo hace al gobernante y al régimen”[11].
El autoritarismo, per se, no es un obstáculo al libre desarrollo
espiritual, y tampoco la democracia per se es la única vía para lograr
un libre desarrollo espiritual sustentablemente asegurado; el ethos de un
pueblo es lo que finalmente lleva a la transformación de sus instituciones,
hábitos de gobierno y mecanismos representativos: para algunos, la democracia
es repugnante, para otros es un mal necesario y para los menos es un sistema de
gobierno que puede ser mejorado.
PLEBISCITARIANISMO VS. REPRESENTACIONISMO
La democracia representativa a la mexicana es
excesivamente costosa: el financiamiento de órganos electorales independientes,
de partidos políticos nacionales, de campañas electorales y de cuerpos
colegiados como Congresos, Asambleas y Asociaciones representa una carga fiscal
que sólo se puede justificar si los resultados de la fórmula democrática muestran
su ventaja comparativa con respecto a otras fórmulas, como puede ser el
dirigismo de élites o la democracia directa. Pero quienes defienden los
mecanismos de la democracia directa deberían reflexionar sobre los aún mayores
costos que esta significaría cuando la cultura política se mantiene con el bajo
perfil del súbdito: apático, indiferente, reaccionario, sumiso o
abstencionista.
Quienes promueven la democracia directa muestran cierta
insensibilidad ante el problema de la cultura cívica que afecta al país, una de
cuyas aristas es el proceso de constante informalización de la política
transformándola en una palestra tipo escenario teatral, y la otra, la
disgregación ascendente de los valores más nobles con la consiguiente
corrupción de los asuntos públicos[12].
Muchas personas se ven obligadas a refugiarse de la política en pequeños grupos
de inconformes cuyas ideologías pueden ir desde el anarquismo, hasta ideales
republicanos que van más allá de lo platónico.
El problema de la política no parece radicar en el diseño
de base: las ramas ejecutivas, legislativa y judicial y los mecanismos de
representación de los electores, sino en la forma como estos mecanismos son
operados por los políticos y los técnicos; lo que está mal no es el mecanismo
para mover las marionetas sino las marionetas y quienes se encargan de
moverlas. En su afán por revertir la incompetencia rampante de los políticos y
la insensibilidad creciente de los técnicos, occidente ha copiado el modelo del
servicio civil chino, pero la profesionalización de la administración puede
también producir una élite de mandarines resistentes al cambio, a la innovación
y a la mejor forma de gobierno, como efectivamente sucedió en China.
La fórmula democrática “una persona un voto, difícilmente
se ha aplicado o se aplica en el mundo de la política hasta ahora conocido; más
bien, prevalece una fórmula que es bastante diferente: x número de personas es
igual a un voto”[13]. El
impacto real de la política se da cuando el ciudadano recibe beneficios tangibles
de sus representantes, los cuales, en compromiso con la autenticidad política,
funcionan idealmente como correas de transmisión de las demandas de los
electores al sistema, pero el patrón de acumulación del poder político en
grupos, coaliciones, corporaciones o individuos, nos aleja cada vez más de este
ideal de la democracia representativa: “Supongamos la siguiente situación
súpersimplificada: A, B y C son electores que apoyan al político Z, todos
condicionan su apoyo a la realización de determinadas políticas públicas. Pero
los recursos de que disponen A, B y C no son iguales. A cuenta con más capital
político que B y B con más capital político que C. Al final, el político Z gana
la elección, pero como tuvo más apoyo de A que de B y C, es más factible que
promueva las políticas que A le ha demandado implementar. Resultad, es probable
que B y C no vean realizadas sus demandas, a pesar de que se las hicieron
llegar a Z, y que por ende tengan que esperar a un nuevo candidato y un nuevo
periodo electoral: B y C quedan excluidos del mecanismo de conversión de
demandas del sistema político”[14].
¿Es la democracia directa la opción para salir del patrón
de acumulación del capital político? ¿O es que acaso se deba mejorar el
mecanismo de representación con el fin de que nuestra democracia sea
auténticamente representativa y no meramente plebiscitaria? Al considerar los
costos de la democracia directa a la Rousseau podemos preguntar si ésta es
viable en países que apenas han salido del autoritarismo, pero aún más, podemos
cuestionar si las decisiones políticas serán tomadas a tiempo, ya que si el
político en turno tiene que escuchar y atender por igual a todos los electores,
independientemente de su capital político, entonces se enfrentará no sólo a un
conflicto de intereses, sino también de prioridades y al problema del logro de
consensos mínimos satisfactorios. En última instancia, la idea de Rawls de la
justicia como imparcialidad se nos presenta como un ideal rector de la razón
política antes que como una realidad viable en las democracias contemporáneas
conocidas, las cuales pecan por su imperfección e incluso por su incongruente
diseño institucional.
SABIDURÍA POPULAR VS. INTELECTUALISMO ESTUPIDIZANTE
Para los minimalistas, la democracia es un sistema de
gobierno en el que se garantiza la alternancia en el poder sin derramamiento de
sangre, con esto basta, según ellos; sin embargo, el logro de una democracia
que valga la pena financiar, depende de su compromiso directo con la justicia y
de la medida en que aporte el “capital espiritual” necesario para la promoción
de una sociedad más madura y comprometida con el auténtico desarrollo cultural.
Las democracias conocidas no funcionan así: carecen de mecanismos éticos que
impidan la degeneración progresiva de la ciudadanía y se hayan relativamente
indefensas ante la promoción persuasiva a ultranza del consumismo y el
clientelismo estupidizantes; en sus mismas redes de gobierno abunda el tipo de
sujeto amorfo, moldeable, amaestrable, predecible y dócil, que suele ser técnicamente
competente, pero humanamente insensible, por decir lo menos.
La “sociedad de la información” tiende a saturar nuestras
mentes con imágenes, datos, anécdotas y sueños de opio irreligiosos y
superficiales. Pero la sabiduría auténtica “está lejos del intelectualismo
ampuloso que es típico de algunos eruditos: sabio no es el que sabe o conoce
muchos datos”,[15] sino
el que sabe paladear (sapere) los datos, elevando las configuraciones de la
experiencia propias del sentido común a la virtud de la vida buena y a la
audacia propia del pensamiento espiritualizado. Los ilustrados hicieron del sapere
aude (ten el valor de servirte de tu propia razón) una divisa
intrínsecamente crítica, cuyo ímpetu se ha perdido en las tinieblas del
cientificismo más burdo, al servicio de la violación constante de la naturaleza
y de la depredación vergonzante de los valores más nobles de la personalidad.
El predominio de la cultura y la democracia a la Internet,
provee la ilusión de un progreso material sin límites, para el cual la
tradición debe ser sepultada. Es cierto que, como bien ha dicho Gadamer, “una
tradición que no puede superarse no es tradición”, sino ley inflexible y
rígida, pero no es posible la superación de lo transcurrido sin una toma de
conciencia del instante y un proyecto de futuro articulado y congruente, que
guíe al espíritu mediante convicciones que sólo pueden arraigarse en una
experiencia personal reflexivamente asumida. La ciencia parecería trascender
todos los límites, pero en su búsqueda incansable de explicaciones últimas
propias de la filosofía y la experiencia religiosa, produce sólo nubes de humo
detrás de las que se refugian los pretendidos poseedores de la verdad.
El saber propio del sentido común -y esto ya lo sabía la
escuela escocesa de Thomas Reid-, puede ser elevado a “sistema” y ennoblecido
éticamente a través del servicio y el amor, pero nunca podrá ser sustituido por
la ciencia abstracta de base matemática. Los sistemas axiomáticos cerrados, no
admiten componentes externos que induzcan paradojas (Gödel), pero el saber
propio de quienes humildemente buscan la verdad, se abre a datos nuevos detrás
de los cuales acecha la probabilidad emergente: lo nuevo, lo creativo. Así, se
introduce en el espíritu humano la posibilidad del progreso espiritual, en los
dominios de la experiencia, del amor, la lealtad, del discernimiento de la
verdad, del deber y de la búsqueda de nobles valores espirituales.
INTEGRACIONISMO VS. SEGREGACIONISMO
Las ciudades contemporáneas manifiestan un patrón de
exclusión centrípeto: generan constantemente márgenes a los que son arrojados
aquellos que pueden poner en riesgo la estabilidad del sistema y quienes se ha
demostrado que son incompetentes para hacer funcionar la gran maquinaria. Los
sistemas económico, político, religioso, familiar, y jurídico, entre los más
importantes, construyen un afuera con su propia “ciudadanía” marginal: personas
humanas sensibles, con necesidades y aspiraciones, con esperanzas e historias
olvidadas y muchas ocasiones solitarias o abandonadas por sus semejantes. La
meta actual parece ser el funcionamiento correcto de los engranes de la
máquina, no la búsqueda cooperativa de la vida buena: “Deberíamos tener una
meta segura: la plenitud del género humano, considerado este último de la manera
más amplia y universal posible”[16].
Pero la propia operación de los sistemas y su desarrollo
intensivo, incluso a costa de las personas, nos pone en riesgo constante de ser
una especie en peligro de extinción: vivimos una existencia frágil y
contingente, pero a esta débil naturaleza le hemos agregado, mediante la
ciencia y la técnica, las posibilidades para llevar a cabo un suicidio
colectivo, un genocidio de tal magnitud, que podría ser considerado, en caso de
darse, como una tragedia de dimensiones universales. Los ecologistas están
preocupados por el mundo que dejarán a sus hijos, pero otros actores sociales
más conscientes se preguntan si es que todavía habrá mundo para nuestros hijos,
y no precisamente un mundo ecológicamente sustentable, sino un mundo donde se
puedan abrir horizontes para el desarrollo libre de sujetos éticos, esto es, un
mundo en el que todavía valga la pena vivir.
La peor segregación posible es la que se da cuando las
personas dejan de ser actores de la historia, sujetos de su desarrollo y
creadores creativos de su propio futuro. Un sistema productivo determinado o un
régimen político actuante pueden intentar disminuir las potencialidades
personales inherentes a cada sujeto, pero no podrán matar la semilla del
espíritu que en cada uno habita, para esto se requiere de un compromiso
irrenunciable y constante con la desobediencia fiel a los ideales más altos del
progreso espiritual: una renuncia intencional al llamado universal de
integración cósmica en ascenso.
COSMOPOLITISMO VS. NACIONALISMO
“Si fuéramos auténticamente justos, permitiríamos que las
así llamadas culturas se mantuvieran con sus propios y plenificantes usos y
costumbres, pero aboliríamos las fronteras que constituyen los territorios”[17].
Los ciudadanos que predican el credo nacionalista dicen: este es mi territorio
y por aquí no cruzarás con facilidad, estas son mis posesiones y mis dominios y
si eres extranjero no me los podrás quitar, a menos que inicies la guerra.
Mucho lograríamos si antes de valorar lo mío, apreciaríamos el valor innegable
de lo nuestro y si antes de valorar lo nuestro apreciáramos el valor planetario
de lo propiamente humano.
Debemos abolir toda forma de soberanía artificial que
medie entre el individuo personal y el gobierno planetario de una humanidad
plenificada. En la actualidad, la soberanía es el pretexto del secretismo, la
cerrazón, el proteccionismo y el aislamiento, pero para una auténtica noción de
soberanía sólo hay dos posibilidades: la soberanía que se da en el individuo
constructor de su propio principado, arquitecto de su propio destino y artífice
de su propia obra de arte, y la humanidad planetariamente solidaria.
La identidad ligada al lugar de nacimiento, la
nacionalidad, es más restringida conforme se retrocede en el tiempo y más
amplia si la proyectamos a futuro, con vistas al ideal de la ciudadanía
universal. Los ciudadanos contemporáneos suelen manifestar un exacerbado
narcisismo colectivo y un orgullo desmedido por sus costumbres, usos y
tradiciones. Los diversos símbolos aislacionistas proliferan conforme aumentan
los sentimientos de ser miembro exclusivo de una civitas (comunidad política o
ciudad) determinada; banderas, himnos, escudos y otros distintivos, son algo
así como la marca de membresía de un club político exclusivo y excluyente al
que se entra con un certificado eugenésico que garantiza el nacimiento en un
territorio determinado y la socialización habitual rutinaria, propia de una
comunidad relativamente autárquica y cerrada.
ECUMENISMO VS. INDIVIDUALISMO
La comunidad de comunidades universal es el ideal de un
gobierno planetario más imparcial, justo y democrático, auténticamente promotor
de los valores y derechos humanos. En esta dirección, la unificación de Europa
fue sólo el inicio, pero un mal inicio, porque ahí no se constituyó una
comunidad cultural y espiritual: antes de ponerse de acuerdo sobre un idioma
común o un ethos culturizante, determinaron el mecanismo generalizado para los
intercambios consumistas: la moneda común (el ECU). En esta unión de comunidades,
la economía ejerció un primado artificial sobre la política, siendo esta
arbitrariedad una de las causas de la fragilidad del nuevo orden comunitario
europeo.
La construcción de las grandes comunidades ética y
espiritualmente vinculadas es todavía una tarea pendiente. El encuentro de las
comunidades culturalmente mediado se ha relegado a un segundo plano ante la
prioridad que se ha dado al cruce de informaciones, capital financiero y
productos y servicios comercializables. La globalización exige el uso intensivo
de la tecnología y acarrea mayores dosis de acuerdos civilizatorios mínimos
entre comunidades diversas y dispersas, pero no necesariamente promueve el
destino espiritual de individuos y pueblos. Tanto los procesos civilizatorios
como la invasión de la técnica en las diversas esferas de la vida no conllevan
un mayor potencial de solidaridad social, sino todo lo contrario: el riesgo
latente de un individualismo aislante, egocéntrico, indiferente e
inhumano.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
La globalización, la Internet society, la eficientización
tecnocrática de los sistemas político y económico, y la ruptura de estructuras
y tradiciones familiares operan a favor de un mundo lleno de desencuentros y
mal entendidos; los afanes desmedidos de lucro y poder ilimitado, presionan
para la conformación de alianzas cómplices, de aquello que Aristóteles
consideró en su teoría de la amistad como las formas más bajas de ésta: la
amistad por placer y la amistad por utilidad, ninguna de las cuales permite
relaciones sociales estables, vínculos solidarios permanentes y asociaciones
cooperativas duraderas[18].
El encuentro de lo mejor de las personas, la aristotélica amistad por virtud
está en el horizonte de un nuevo orden mundial “que no sea ni opresivo para las
minorías ni gobernado sólo por los económica o políticamente poderosos, ni
controlado por los ricos ni restrictivo en sus ideales, en el justo medio entre
las democracias populistas y los autoritarismos dominantes, genuina y
auténticamente representativo, promotor de la sabiduría que nace de la
experiencia común, íntegro e integral, cosmopolita y universal”[19].
Ahora bien: “Este nuevo orden mundial no tiene nombre ni
etiqueta, no necesariamente se llamará democracia o poliarquía; porque el
nombre es la superficie del sistema… el fondo es lo que importa: la sustancia,
no los accidentes, dirían los aristotélicos”[20].
Los conceptos son sólo un pálido reflejo de las realidades, la práctica real y
la forma como nos organizamos constituyen la sustancia de la política. Podemos
obsequiar el calificativo de democrático a un régimen, pero si la democracia no
se manifiesta en su dimensión práctica y operativa, estaremos frente a una
simulación, a una vaga sombra. Más allá
de los intereses de los estados nacionales y sus imperativos productivos, no
podemos negar el atractivo de un gobierno mundial justo, promotor de la vida y
el desarrollo pleno de las personas, a este gobierno todavía desconocido le
podríamos llamar, con toda justicia, cosmópolis[21]:
el orden auténtico de la nueva política mundial.
[1]
“Cuando veo conceder el derecho y la facultad de hacerlo todo a un poder
cualquiera, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, digo: Aquí está el
germen de la tiranía, y trato de ir a vivir bajo otras leyes.
“Lo
que reprocho más al gobierno democrático, tal como ha sido organizado en los
Estados Unidos, no es… su debilidad, sino al contrario su fuerza irresistible.
Y lo que me repugna más en Norteamérica, no es la extremada libertad que allí
reina, es la poca garantía que se tiene contra la tiranía”. La democracia en
América. 2ª ed. México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 258.
[2]
Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio: problemas y
contradicciones”, en Bien común, No. 95, noviembre de 2002. El ensayo
que ahora presentamos es una versión considerablemente ampliada y corregida de
este primer trabajo.
[3] Esta
es la definición minimalista de democracia aceptada por Schumpeter, Popper y
Przeworski.
[4] Tal
como sucedió en Alemania con la victoria de los nacional socialistas, lo que
puso fin al efímero experimento de la República de Weimar.
[5] De
esta forma, se realiza una inversión total de los ideales platónicos, tal como
se plasmaron en su diálogo La República: los artesanos (los artistas, e
incluso los deportistas contemporáneos) son ahora parte de la élite central:
reciben ingresos mayores casi que cualquier otra clase, mientras que los
filósofos son una especie de clase residual, marginal, lejos de la posibilidad
de gobernar con los altos ideales del bien y la justicia en la mano.
[6] Según
la tesis marxista, proletarios y burgueses librarían la última gran batalla
entre clases previa a la instauración del comunismo. Sin embargo, “este
dualismo es muy aproximativo… La estratificación social es mucho más matizada
que lo que sugiere este grosero maniqueísmo”. Maurice Duverger. Los partidos
políticos. México, Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 11. Incluso ya
Aristóteles reconocía más clases que las seis tradicionalmente enunciadas: la
masa del pueblo, los obreros, los comerciantes, los jornaleros, la clase
militar, la que desempeña la justicia judicial y la clase deliberativa, los
ricos y los funcionarios públicos (¡un total de ocho clases sociales ya
reconocidas desde el siglo IV, a. C.!). Cf. Política. Libro IV, 3.
[7] Santo
Tomás de Aquino. Suma de teología. II-II. q. 177, a . 4.
[8] Cf. Ética
a Nicómaco. Libro IV, 1. v. gr.: la
liberalidad es la posición intermedia con relación a los bienes económicos, en
el justo medio entre la avaricia y la prodigalidad; lo propio del liberal es
dar a quien conviene y no recibir de donde conviene o no recibir de donde no
conviene.
[9]
Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio…” op. cit., p., 72.
[10] Confesiones.
Libro I, 1.
[11]
Ibid. p. 73.
[12] En
el pensamiento aristotélico, generación y corrupción son los términos que
designan, respectivamente: el surgimiento de entidades vivas y en expansión, y
el fin de la vida a partir de la degeneración progresiva del ser; la corrupción
extrema de lo público acaba con las instituciones y es, como también lo vio
Aristóteles, causa de las revoluciones: “Los motivos que impulsan a la
revolución, por su parte, son el lucro, el honor, y sus contrarios”. Política.
Libro V, 2.
[13]
Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio…” Op. cit., p. 7.
[14]
Javier Brown César. “Ética y política: el largo desencuentro”. En Bien común
y gobierno. No. 84, diciembre de 2001. p. 27.
[15]
Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio…” p. 73.
[16]
Javier Brown César. “Democracias del tercer milenio…” p. 73.
[17] Javier
Brown César. “Democracias del tercer milenio…” p. 74.
[18]
“Son… amistades por accidente, porque no se quiere a la persona amada por lo
que ella es, sino en cuanto proporciona beneficio o placer, según sea el caso. Ética
a Nicómaco. Libro VIII, 3.
[19] Javier
Brown César. “Democracias del tercer milenio…” p. 74.
[20]
Idem.
[21] Cf. Bernard Lonergan. Insight:
estudio sobre la comprensión humana, Salamanca, Sígueme, 1999. p. 297-302.
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