miércoles, 8 de febrero de 2017

Cuento: Nos hemos acostrumbrado a vivir así

Por Javier Brown César


Nos hemos acostumbrado a vivir así, un día tras otro, semana tras semana, por tantos años que cuesta trabajo recordar cuántos son. Hay que despertarse muy temprano, antes que claree, para bañarse rápidamente con el agua que esté disponible, a veces tibia y en época de invierno tan fría que penetra hasta la médula de los huesos y paraliza tus emociones al grado de sentir un golpe rotundo de hielo sobre el cuerpo. Luego ya desperezados y en ayunas salir todavía sin sol, sintiendo el frío de la mañana que congela el corazón y paraliza las emociones, para bordear las calles insolentes, infames, vacías, para arremolinarse en torno al transporte público, esperando un lugar en la larga fila que comienza a nutrirse apenas clareando, y subir como animales, uno tras otro para pagar la tarifa sin siquiera ver la mano anónima que la recibe desganada, rutinaria, y si tienes suerte ocupar un lugar ahí donde los sueños de los pasajeros se reúnen hasta que por una especie de reloj automático bajan como autómatas en sus lugares de destino, y si no, aguardar de pie, observando cómo nadie cede su asiento al desvalido o al enfermo, al anciano o a la embarazada, a los niños inquietos que van a la escuela como otros vamos al trabajo, con el tedio que asoma a los ojos, con el odio que circula por las venas, con el resentimiento que transpira en cada poro. Y luego bajar para ir al lugar de trabajo, llegar y recibir la misma fría acogida de miradas aprensivas y si acaso el buenos días o el aparentemente correcto buen día cómo estás que no espera respuesta, porque a nadie le interesa en realidad cómo está uno, sino sólo repetir una fórmula gastada que se puede decir una y mil veces, como la absurda maquinaria de un reloj de cuerda que repite su rutina hasta que se agota su energía. Y de ahí a hacinarse en el lugar de trabajo, unos al lado de otros, olores y humores malviviendo hora tras hora en lo que el reloj avanza despacio, segundo tras segundo, sosegado y en apariencia interminable. Quienes pueden desayunan una hogaza de pan y un café, y los más respiran hambre hasta la hora del almuerzo, robando tiempo al tiempo, con la esperanza de que algún día su jefe los vea y se dé cuenta que existen, y ofrezca el anhelado ascenso. Y todo consiste en atender a la gente, como si fueran bultos animados de problemas y achaques, esperando que dé la hora de salida, para repetir la rutina de regreso, y de nuevo a hacer fila frente al transporte público, anhelando un lugar en el que descansar el hastío y el tedio y arrumbar el cuerpo molido a punta de horas absurdas. Y de regreso a casa ver dormir en el transporte a los afortunados que pueden hacerlo sentados o parados y oler los sudores de un día ajetreado y los hedores venenosos del odio que exuda en el cansancio del día, todo para llegar a casa de noche, ya sin luz y sin sombras, con la mirada inquieta de quien espera llegar con bien. Y una vez en casa ser recibido por la cama unánime que es la única capaz de arropar las esperanzas casi perdidas y dar consuelo a una cabeza que durante el día se alimentó de rumores interminables, de odios mal canalizados. El fin de semana, para descansar del tedio puede uno ir a las tiendas bonitas y ponerse el atuendo guardado con celo sólo para esos días, un poco luido y remendado, pero suficientemente digno como para que no te echen de la tienda, pero no tanto como para que te respeten y se dignen mirarte, y así recorres los centros comerciales viendo, porque el dinero no alcanza para lo que quieres y anhelas, y ves con ilusión lo que quisieras pero no puedes comprar, y esperas a que alguien se dé cuenta de que existes y te saque de tu vida rutinaria, miserable e insensata. Y al final se termina tu fin de semana y de vuelta a la rutina y a la densa oscuridad de una vida que sólo tiene sentido cuando puedes soñar que eres alguien más. Es la batalla de todos los días, semana tras semana, por años y años. ¿Por qué somos capaces de resistir? No lo sé. Tal vez porque nos hemos acostumbrado a vivir así.

 

Febrero 8 de 2017

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