Llegó al fin el momento que esperé
durante tanto tiempo. Hoy puedo comprar los libros que quiera, pero ya no tengo
tiempo para leerlos, puedo rodearme de mujeres hermosas pero ya no soy capaz de
sentir las culposas excitaciones de mis años mozos, puedo pedir los más
exóticos platillos y degustar los más caros vinos pero mi cuerpo no es capaz de
asimilar ya otra cosa que sueros y complementos proteínicos, tengo tanta música
en mi discoteca que lo que me queda de vida no sería suficiente para escuchar más
que apenas un porcentaje nimio. Si quiero puedo comprar un auto de lujo pero
mis reflejos no alcanzan para que se desplace unos metros fuera de casa, puedo
comprar una mansión que sé que no podré habitar porque mis pasos no podrán ir
más allá de los primeros metros, puedo comprar un avión privado pero mi corazón
no soportaría el umbral de los diez mil pies, puedo comprar un viaje alrededor
del mundo pero mi salud no daría ni para llegar al más cercano aeropuerto.
Tengo todo lo que quise y por lo que trabajé por largos días e interminables
noches, empeñé desvelos y fulminé las horas, todo para tener lo que ahora
tengo. Y hoy, ante el umbral de esta gloria terrenal largo tiempo anhelada,
ante el cuerno de la abundancia que se ofrece generoso y pleno, lo único que
puedo hacer es esperar a que el gigantesco reloj de oro del recibidor -que
muchos no podrían pagar con el trabajo de toda una vida- señale la hora que
pondrá fin a todos mis dolores. ¡Tantos afanes para al final quedarme muerto!
Febrero 21 de 2017
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