Cuánto saber perdido tal vez para
siempre, decía el bibliotecario mientras sus ávidos ojos devoraban de forma
vertiginosa un gran tomo de pastas blancas cuyo nombre no pude descifrar. Nunca
el ser humano ha tenido tantos saberes al alcance de su mano y nunca había sido
tan abominablemente ignorante como ahora. Los libros dejan una estela
interminable de sabiduría que ya nadie es capaz de seguir. A cada segundo se
generan conocimientos que sólo sujetos dispersos, separados y rutinarios pueden
tomar por separado para tratar de darles un sentido que sólo le interesa a
quien persigue fines inconfesables y turbios. Tanta imagen y sonido, tantas
letras y números caen en el vacío por falta de un gran intérprete que le dé
sentido a esta exultante cacofonía. Todos los afanes de escritores, poetas,
críticos literarios, músicos, pintores, escultores, en fin, de tanto talento
creativo, son inútiles debido a la falta de diletantes devotos. Pasa con el
arte y la literatura como antes sucedía con la música popular: la mayor parte
de las personas está atenta a los vaivenes de la moda, y sus veleidosos gustos
imponen que hoy se den ciertas tendencias y mañana otras; el autor que ayer fue
ensalzado hoy es casi unánimemente olvidado. Esto está produciendo una nueva
generación de memos, de idiotas sin ilustración ni cultura. El supuesto
oscurantismo medieval se queda corto ante la abrumadora ignorancia de la
inmensa mayoría de la población. Mire usted si no estoy en lo cierto con un
simple ejercicio: supongamos que hay 3,650 libros que son indispensables para
nutrir la inteligencia del ser humano, incluyamos en esta nómina, no
necesariamente exhaustiva, a los clásicos griegos y latinos, a los autores del
alto y bajo medioevo, a los renacentistas e ilustrados, a los modernos y
contemporáneos, y no sólo a todos los premios Nobel, sino también a quienes
injustamente fueron excluidos del insigne galardón, digamos para empezar con
los nuestros, Juan Rulfo que aunque breve en su obra ha sido determinante para
las generaciones posteriores, Carlos Fuentes no debidamente laureado por su amplia
obra universal, el autodidacta Juan José Arreola cuentista genial; luego
sigamos con los que no son tan cercanos en distancia pero si en inspiración, el
siempre creativo Julio Cortázar o Jorge Luis Borges, el inefable; sigamos con
Marcel Proust o James Joyce, en fin, una interminable nómina de autores que
llegaría hoy día a un escritor aparentemente distante como Goran Petrovic. En
fin, supongamos que cada quien puede leer un libro al día, y con esto
contabilizamos diez años de vida, bajo el entendido de que obras como la Suma
Teológica de Santo Tomás de Aquino, la Ciudad de Dios de San Agustín de Hipona
o la Fenomenología del espíritu de Wilhelm Georg Friedrich Wilhem Hegel pudieran
ser leídas en un solo día. Diez años de lectura rápida que implica no rumiar
grandes monumentos literarios como el Ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha de Cervantes, las tragedias de Shakespeare, la Divina Comedia de Dante
Alighieri, las comedias de Moliere y el paraíso perdido de John Milton. En fin,
hoy vemos que las personas se obstinan por garantizar que en su vida se dé el
máximo de felicidad, bajo los criterios utilitaristas de Jeremy Bentham o de
John Stuart Mill. Ahora podrá usted dimensionar la magnitud de nuestra
tragedia, que pretendemos ignorar bajo un supuesto conocimiento experto basado
en la posibilidad de superar nuestra ignorancia prendiendo un ordenador y
haciendo una rápida consulta. No me cabe la menor duda de que esta época,
comparada con la supuestamente oscura Edad Media es la del más profundo
oscurantismo. Marchamos, sin saberlo, rumbo a "El corazón de las
tinieblas". Aquí el bibliotecario guardó silencio e intuí que el grueso
volumen que tenía ante sí era precisamente el de la Narrativa breve completa de
Joseph Conrad. A continuación abrió el libro en un lugar indeterminado y
comenzó a fatigar sus casi interminables páginas, al tiempo que con la mano
claramente señalaba que debía retirarme de su presencia. Así que lo dejé solo,
en sus cavilaciones, ensimismado en sus libros, y me fui pensando que tal vez
tenía razón, que nuestra supuesta sociedad del conocimiento es cada vez más
ignorante y que nada hay que pueda evitar que la humanidad se encamine de
manera implacable a una nueva era de ignorancia y superstición.
Febrero 14 y 15 de 2017
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