miércoles, 15 de febrero de 2017

Cuento: Nuestro nuevo oscurantismo


 Por Javier Brown César

Cuánto saber perdido tal vez para siempre, decía el bibliotecario mientras sus ávidos ojos devoraban de forma vertiginosa un gran tomo de pastas blancas cuyo nombre no pude descifrar. Nunca el ser humano ha tenido tantos saberes al alcance de su mano y nunca había sido tan abominablemente ignorante como ahora. Los libros dejan una estela interminable de sabiduría que ya nadie es capaz de seguir. A cada segundo se generan conocimientos que sólo sujetos dispersos, separados y rutinarios pueden tomar por separado para tratar de darles un sentido que sólo le interesa a quien persigue fines inconfesables y turbios. Tanta imagen y sonido, tantas letras y números caen en el vacío por falta de un gran intérprete que le dé sentido a esta exultante cacofonía. Todos los afanes de escritores, poetas, críticos literarios, músicos, pintores, escultores, en fin, de tanto talento creativo, son inútiles debido a la falta de diletantes devotos. Pasa con el arte y la literatura como antes sucedía con la música popular: la mayor parte de las personas está atenta a los vaivenes de la moda, y sus veleidosos gustos imponen que hoy se den ciertas tendencias y mañana otras; el autor que ayer fue ensalzado hoy es casi unánimemente olvidado. Esto está produciendo una nueva generación de memos, de idiotas sin ilustración ni cultura. El supuesto oscurantismo medieval se queda corto ante la abrumadora ignorancia de la inmensa mayoría de la población. Mire usted si no estoy en lo cierto con un simple ejercicio: supongamos que hay 3,650 libros que son indispensables para nutrir la inteligencia del ser humano, incluyamos en esta nómina, no necesariamente exhaustiva, a los clásicos griegos y latinos, a los autores del alto y bajo medioevo, a los renacentistas e ilustrados, a los modernos y contemporáneos, y no sólo a todos los premios Nobel, sino también a quienes injustamente fueron excluidos del insigne galardón, digamos para empezar con los nuestros, Juan Rulfo que aunque breve en su obra ha sido determinante para las generaciones posteriores, Carlos Fuentes no debidamente laureado por su amplia obra universal, el autodidacta Juan José Arreola cuentista genial; luego sigamos con los que no son tan cercanos en distancia pero si en inspiración, el siempre creativo Julio Cortázar o Jorge Luis Borges, el inefable; sigamos con Marcel Proust o James Joyce, en fin, una interminable nómina de autores que llegaría hoy día a un escritor aparentemente distante como Goran Petrovic. En fin, supongamos que cada quien puede leer un libro al día, y con esto contabilizamos diez años de vida, bajo el entendido de que obras como la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, la Ciudad de Dios de San Agustín de Hipona o la Fenomenología del espíritu de Wilhelm Georg Friedrich Wilhem Hegel pudieran ser leídas en un solo día. Diez años de lectura rápida que implica no rumiar grandes monumentos literarios como el Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Cervantes, las tragedias de Shakespeare, la Divina Comedia de Dante Alighieri, las comedias de Moliere y el paraíso perdido de John Milton. En fin, hoy vemos que las personas se obstinan por garantizar que en su vida se dé el máximo de felicidad, bajo los criterios utilitaristas de Jeremy Bentham o de John Stuart Mill. Ahora podrá usted dimensionar la magnitud de nuestra tragedia, que pretendemos ignorar bajo un supuesto conocimiento experto basado en la posibilidad de superar nuestra ignorancia prendiendo un ordenador y haciendo una rápida consulta. No me cabe la menor duda de que esta época, comparada con la supuestamente oscura Edad Media es la del más profundo oscurantismo. Marchamos, sin saberlo, rumbo a "El corazón de las tinieblas". Aquí el bibliotecario guardó silencio e intuí que el grueso volumen que tenía ante sí era precisamente el de la Narrativa breve completa de Joseph Conrad. A continuación abrió el libro en un lugar indeterminado y comenzó a fatigar sus casi interminables páginas, al tiempo que con la mano claramente señalaba que debía retirarme de su presencia. Así que lo dejé solo, en sus cavilaciones, ensimismado en sus libros, y me fui pensando que tal vez tenía razón, que nuestra supuesta sociedad del conocimiento es cada vez más ignorante y que nada hay que pueda evitar que la humanidad se encamine de manera implacable a una nueva era de ignorancia y superstición.

 

Febrero 14 y 15 de 2017

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