Nunca se le ocurrió que podía
cambiar. Toda su vida fue el incesante repetir de patrones y conductas de las
que no había sido consciente, porque el muy desmemoriado se parecía tanto a su
padre y a su abuelo. Como ellos, dejó de leer una vez que terminó su carrera
universitaria, se casó con una mujer que no quería, pero que sin saberlo, le
recordaba a su madre, golpeó y humilló a sus hijos como a él lo habían golpeado
y humillado y trató a su esposa de la forma cruel y malediciente como habían
tratado a su madre y a su abuela. Siempre tenía el pretexto en la boca para
todo: que había llegado tarde al trabajo o simplemente no había llegado por lo
que fuera menos porque el día anterior había gastado el salario de un mes
invitando a sus amigos a una auténtica bacanal, en la cantina de siempre, donde
su padre y su abuelo habían hecho lo mismo innumerables veces; que no había
terminado de hacer el trabajo por falta de algún recurso absurdo; que no había
llevado el gasto a casa porque lo había donado a algún amigo necesitado o lo
habían asaltado en el camino; y todo ello, repitiendo un patrón que parecía
eterno, que era el de su familia en línea paterna. Y así, descuidó su
apariencia física, engordó y pronto padeció gota y diabetes, tal como su padre
y su abuelo las habían padecido. Y murió y fue sepultado y nunca fue consiente
de que estaba reproduciendo un patrón familiar que desconocía por completo y
que lo obligaba a repetir las conductas de sus antecesores, por ello, era una
víctima inocente de su propia desmemoria; no sabía lo que hacía. Al final, al
pobre hombre nunca se le ocurrió que podía cambiar.
Febrero 23 de 2017
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