Vivimos esperando a que algo mágico
o absolutamente inusual nos saque de la rutina. Así, consultamos el horóscopo
todos los días con la vana ilusión de que presagiará un presente portentoso que
sea la antesala de un futuro de gloria. Al despertar por la mañana creemos que
el día nos deparará una serie de sucesos afortunados que cambiarán de forma
dramática nuestras vidas. En las noches, esperamos que eclipses, lunas llenas,
cometas u otros fenómenos meteorológicos anticipen un cambio dramático de
nuestras vidas, incluso pedimos a una estrella luminosa un deseo largo tiempo
acariciado que ha esperado por años su realización plena. Quisiéramos que el
mundo no sea como sabemos que es, que repentinamente se invirtieran los roles
si somos pobres, y si somos ricos no sentirnos tan solos y amargados. Tal vez
un automóvil invisible nos golpee repentinamente y de él baje un ser superior y
luminoso que a la vez que nos ofrezca sanación puntual nos ofrezca las llaves
de un mundo nuevo. Estamos a la espera de encontrar la lámpara que Aladino frotó,
para así despertar al genio que nos concederá tres deseos, sin saber
precisamente qué es lo que tenemos que desear primero. Y así, soñando que las
cosas van a cambiar de un día para otro, o como dicen, de la noche a la mañana,
no hacemos lo necesario para cambiarlas aquí y ahora, apostando por
transformarnos a nosotros mismos. Se nos olvida que si por alguna razón dejamos
de ser como somos, en el momento en que esto suceda, el mundo dejará de ser
como era, para pasar a ser un mundo diferente. Al final, vivimos de vanas
esperanzas.
Febrero 12 de 2017
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