martes, 28 de febrero de 2017

Cuento: El momento esperado

Por Javier Brown César
 
Llegó al fin el momento que esperé durante tanto tiempo. Hoy puedo comprar los libros que quiera, pero ya no tengo tiempo para leerlos, puedo rodearme de mujeres hermosas pero ya no soy capaz de sentir las culposas excitaciones de mis años mozos, puedo pedir los más exóticos platillos y degustar los más caros vinos pero mi cuerpo no es capaz de asimilar ya otra cosa que sueros y complementos proteínicos, tengo tanta música en mi discoteca que lo que me queda de vida no sería suficiente para escuchar más que apenas un porcentaje nimio. Si quiero puedo comprar un auto de lujo pero mis reflejos no alcanzan para que se desplace unos metros fuera de casa, puedo comprar una mansión que sé que no podré habitar porque mis pasos no podrán ir más allá de los primeros metros, puedo comprar un avión privado pero mi corazón no soportaría el umbral de los diez mil pies, puedo comprar un viaje alrededor del mundo pero mi salud no daría ni para llegar al más cercano aeropuerto. Tengo todo lo que quise y por lo que trabajé por largos días e interminables noches, empeñé desvelos y fulminé las horas, todo para tener lo que ahora tengo. Y hoy, ante el umbral de esta gloria terrenal largo tiempo anhelada, ante el cuerno de la abundancia que se ofrece generoso y pleno, lo único que puedo hacer es esperar a que el gigantesco reloj de oro del recibidor -que muchos no podrían pagar con el trabajo de toda una vida- señale la hora que pondrá fin a todos mis dolores. ¡Tantos afanes para al final quedarme muerto!

 

Febrero 21 de 2017

lunes, 27 de febrero de 2017

Cuento: Un día más de escuela

Por Javier Brown César


Pararse de la cama temprano, como si fueras a trabajar, desayunar cualquier cosa porque se hace tarde, como si fueras a trabajar, y presionado con el tiempo encima porque tienes que llegar antes que cierren la puerta de la escuela, tal como pasaría si llegaras tarde al trabajo y no alcanzas a accionar los biométricos antes de la hora límite de entrada. Y llegas a la escuela y un maestro te dice lo que hay que hacer, como si estuvieras en una oficina en la que con o sin jefe sabes que tienes que sujetarte a cierta rutina. El recreo es el único momento en el que somos realmente libres y jugamos aprovechando al máximo los escasos minutos que tenemos para hacerlo, y en el trabajo, el único tiempo libre disponible es para comer sintiendo siempre la presión del reloj que pende sobre nuestras libertades para señalar la hora del regreso a la rutina. Terminar el día en la escuela para regresar a casa y sentir que se es libre por algunos instantes, sólo para escuchar la voz que nos impera: ¡a hacer la tarea! Y así, día tras día, se forja la rutina, la inflexible rutina que nos habitúa a ser triviales, banales, absurdos. Somos lo que éramos como niños pero ahora yendo a trabajar; la escuela nos quitó lo rebeldes, lo inventivos, lo inquisitivos, ahora nada más miramos el reloj, esperando que dé la hora de salida para huir de este infierno insensato en el que nos metimos todos, por estudiar en la escuela.

 

Febrero 26 de 2017

domingo, 26 de febrero de 2017

Cuento: Trayectoria inflexible

Por Javier Brown César


Nunca se le ocurrió que podía cambiar. Toda su vida fue el incesante repetir de patrones y conductas de las que no había sido consciente, porque el muy desmemoriado se parecía tanto a su padre y a su abuelo. Como ellos, dejó de leer una vez que terminó su carrera universitaria, se casó con una mujer que no quería, pero que sin saberlo, le recordaba a su madre, golpeó y humilló a sus hijos como a él lo habían golpeado y humillado y trató a su esposa de la forma cruel y malediciente como habían tratado a su madre y a su abuela. Siempre tenía el pretexto en la boca para todo: que había llegado tarde al trabajo o simplemente no había llegado por lo que fuera menos porque el día anterior había gastado el salario de un mes invitando a sus amigos a una auténtica bacanal, en la cantina de siempre, donde su padre y su abuelo habían hecho lo mismo innumerables veces; que no había terminado de hacer el trabajo por falta de algún recurso absurdo; que no había llevado el gasto a casa porque lo había donado a algún amigo necesitado o lo habían asaltado en el camino; y todo ello, repitiendo un patrón que parecía eterno, que era el de su familia en línea paterna. Y así, descuidó su apariencia física, engordó y pronto padeció gota y diabetes, tal como su padre y su abuelo las habían padecido. Y murió y fue sepultado y nunca fue consiente de que estaba reproduciendo un patrón familiar que desconocía por completo y que lo obligaba a repetir las conductas de sus antecesores, por ello, era una víctima inocente de su propia desmemoria; no sabía lo que hacía. Al final, al pobre hombre nunca se le ocurrió que podía cambiar.

 

Febrero 23 de 2017

jueves, 23 de febrero de 2017

Cuento: Vivir al día

Por Javier Brown César


Se reinventaba a sí mismo todos los días, lo hacía porque era millonario y su fortuna era suficiente para comprar cada nuevo día un auto diferente del que había conducido ayer sólo para no aburrirse, un nuevo aparato de sonido que develara las más recónditas sonoridades de sus grupos favoritos, desde luego ropa diferente, nuevos amantes, otras aventuras y vivencias inéditas. Era la expresión última de lo que es vivir al día, no como quienes cada mañana desentrañan la trama de su humana supervivencia, sino de quien se puede reinventar perpetuamente: hoy en Madrid, mañana en Antigua, pasado mañana en Canberra y luego en Cartagena de Indias. Y cada día es el interminable viajar de ciudad en ciudad, por obra de la súper abundancia de quien no tiene que pensar, porque su vida consiste en una interminable sucesión de momentos placenteros. Hoy puede ser músico y mañana gran poeta, porque siempre encontrará, en las burbujas irreverentes de la champaña, infinitas compañías aduladoras e incondicionales sujeciones: siempre hay alguien dispuesto a decir que el cielo es café y el mar es blanco, si alguien poderoso lo afirma contundentemente. Al reinventarse de esta forma, diariamente, perdía el sentido de quién era, porque como bien lo dice el gran Borges "la identidad personal se basa en la memoria". Su identidad se basaba en la persistencia del flujo del dinero, pero como creo recordar que afirmaba Marx el dinero no tiene memoria o tal vez lo dice Simmel en su Filosofía del dinero, para el caso no importa; el desmemoriado dinero pasa de mano en mano, incapaz de recordar a su último amo, sin lealtad alguna con quien antes lo poseyó, es el más traicionero de los objetos mundanos y a la vez el más dinámico, porque -eso sí lo dice Marx- es el equivalente general del valor. Un buen día, el dinero se fue de las manos del millonario y entonces se quedó sin su memoria, despersonalizado, ya no era reconocido por nadie y, desde luego, no se podía reconocer a sí mismo, no sabía quién era. Llegó así al umbral de la locura y lo traspasó, porque mucho peor que tener la vista y quedarse repentinamente ciego es quedarse pobre habiendo sido millonario. La nostalgia de su vida anterior lo aniquiló, lo redujo a esperpento humano a vil piltrafa, que tuvo que vivir hasta el final de sus miserables días una existencia indigna y humillante.

 

Febrero 21 y 22 de 2017

miércoles, 22 de febrero de 2017

Cuento: El asesor

Por Javier Brown César


Señor presidente, Platón decía que el puesto del funcionario encargado de la educación es "con mucho el más importante de todos los cargos supremos del estado". Mi convicción es que la persona a la que Usted designe para tan digno cargo debe ser un gran conocedor de nuestra problemática educativa, una persona culta y letrada, que haya vivido la realidad de nuestros sistemas educativos, que como alumno y maestro haya padecido la miseria de nuestros establecimientos, que conozca las carencias profundas que aquejan a un modelo que basa su eficacia en la reproducción de conductas triviales, en la formación para el trabajo esclavo, en la repetición del modelo del trabajador servil que se forma desde la escuela y cuya vida se desenvolverá en la inflexible trama de instituciones que van de la guardería al asilo. No podemos seguir apostando a un esquema educativo en el que las personas tienen éxito precisamente a pesar de lo aprendido en la escuela, en el que se tiene que desaprender todo lo que se transmitió, porque en el fondo no es más que condicionamiento, prejuicios y vanas mitologías. Nuestras escuelas no deben seguir formando a personas condicionadas a repetir la historia de fracasos y decepciones que ha sido la de sus padres y la de nuestra muy maltrecha nación. Debemos transformar la realidad del sistema educativo: los maestros sólo le rinden cuentas a una burocracia aséptica, la burocracia llena formatos y formularios para justificar su existencia y a la cabeza del ministerio educativo tenemos hoy una persona que ayer era canciller, antier ministro de hacienda y tal vez mañana será ministro de salud. Así que, señor presidente, si Usted quiere que este país cambie, apueste por la transformación del sistema educativo, elija a alguien con experiencia, a una persona capaz y formada para hacer realidad el ideal platónico, porque bien o mal, y a pesar de que el filósofo ateniense fue vendido como esclavo, tenía razones que el corazón no es capaz de comprender.
 
El asesor calló. El presidente lo miró con detenimiento y se levantó de su silla, señalando al asesor para anunciar la gran decisión: ¡este pendejo está despedido!

 

Febrero 22 de 2017

Cuento: ¡Asesiné a mi madre!

Por Javier Brown César


Todo fue perfectamente planeado, nada dejé al azar. Un diecinueve de septiembre la visité en el día de su cumpleaños para establecer mi coartada, celebré con sus amistades, salí de forma prematura y afuera esperé pacientemente a que una a una abandonaran la casa que alguna vez habitamos mi padre y yo. Cuando todos se marcharon regresé esgrimiendo un fútil pretexto y así nos quedamos solos en un ambiente de manifiesta tensión y evidente conflicto. Fue entonces que le eché en cara mis más profundos resentimientos, la ira contenida se desató en una larga narración de mis desventuras y sinsabores. Al final me vio con un enojo que se hacía evidente en el tono rojizo de su rostro, y fue en ese momento que la golpeé directamente en la frente, cayó desmayada y supe que había llegado el momento, agarré su cuello con mis manos y lo apreté con violencia ejemplar, en su desmayo reaccionó con espasmos violentos, luchando desde la inconciencia para tratar de liberarse del inhóspito arrebato de furia. La vi luchar con sus fuerzas restantes, agitar sus piernas y brazos en sorpresiva plegaria, hasta que el color azul inundó su rostro y las últimas excrecencias abandonaron su cuerpo para dar paso a un último aliento. Entonces la tomé en mis brazos, emulando el gesto agónico de la Piedad de Miguel Ángel y la conduje al féretro que había dispuesto, clavando su caja mortuoria para sepultarla en el sótano de la casa, donde hoy todavía descansa. Me alejé y dejé todo al destino.

 
Al paso de los días fue evidente su desaparición, pero nada dije y oculté todo a todos. Con el transcurrir del tiempo empecé a sentir, en el fondo de mi ser, la llamada de la conciencia, el remordimiento que corroe las entrañas, el arrepentimiento que impide el sueño. Y un buen día la perdoné por todas las afrentas y la quise ver de nuevo, pero me di cuenta que había asesinado a mi madre, al ser que me dio la vida, a la persona que casi muere para verme vivir, a quien me alimentó en mis primeros días, a quien nutrió mis primeros esmeros, a quien alentó mis primeros pasos. Hoy, con la conciencia intranquila y el alma desecha vago por las calles sin encontrar consuelo, odiándome a mí mismo por mi acto abominable, y grito desesperado a quien me ve que cometí el crimen más artero, más vil y repugnante del que un ser humano es capaz. Hoy son un ser desecho, un vil despojo de lo peor del género humano, un gusano hediondo que se atrevió a la peor de las abominaciones. Hoy pido perdón a quien quiera que me escuche, a un dios que no sé si me brinde consuelo, a un jurado que seguramente me condenará. Vago moribundo por estas calles inciertas, con la terrible culpa y la mala conciencia de quien asesinó a una anciana inocente, a una mujer buena, a la luz de mis días, a mi madre.

 

Agosto 28 de 2016

martes, 21 de febrero de 2017

Cuento: El impostor

Por Javier Brown César


Era un ser insignificante, nadie al verlo creería el inmenso poder que llegó a tener. La historia de su vida pendía entera de una serie articulada y muy bien tramada de mentiras que mutuamente se reforzaban y daban sentido a una vida que no había vivido. Se decía de noble cuna, descendiente de reyes y reinas exóticos, su apariencia no presagiaba ese origen ilustre, pero algo en su forma de hablar daba la impresión de que era entendido en asuntos mundanos y extramundanos. Presumía de un inquietante dominio de lenguas exóticas que quienes lo rodeaban no conocían, era capaz de repetir frases articuladas con una dicción tan puntual y correcta que no se podía dudar de que hablaba con sabiduría y rectitud. Pulcro en su vestimenta y de modales escrupulosamente estudiados decía poseer diplomas de disciplinas que para quienes le rodeaban eran exóticas, por decir lo menos; se decía bachiller en lógica estoica, maestro en fenomenología y doctor en teodicea, por universidades extranjeras que no animaban a nadie a indagar en los respectivos historiales académicos. Dicen que un buen día apareció de la nada, con sus formas correctas y su atuendo impecable, hablando con un extraordinario, melodioso y meloso acento. Así fue encumbrado a las más altas esferas, vivió como rey y casi murió como tal. Fui yo, su primer biógrafo, quien desentrañó el fraude descomunal. En sus años mocos había sido condenado por robar la riqueza de hospicios y las reliquias de iglesias. En la cárcel aprendió de otros frases en griego antiguo, arameo y latín, durante su larga reclusión aprendió el arte de la seducción y el engaño. Al salir asesinó a un culto gentilhombre y vestido con sus atuendos e imitando las formas y modos de la gente rica se hizo con un pasado ilustre que todos creyeron ser real, aquel día que llegó a la fiesta de gala en palacio. Desde ese día vivió los favores de reyes y príncipes, presumiendo su exótico linaje, así acumuló fama, fortuna y mujeres. Quiso el destino que un día se tuviera que liar con otro por un problema de faldas y en duelo matutino fue masacrado por quien rebeló que su dominio del florete era tan falso como su regia ascendencia. Al contar esta historia llena de mentiras y artificios me pregunto cuántos de quienes nos gobiernan no se habrán hecho con el poder de forma similar.

 

Febrero 20 de 2017

domingo, 19 de febrero de 2017

Cuento: La Academia de los irremplazables

Por Javier Brown César


Dicen que la Academia existe en algún lugar, no me consta. Quienes la dirigen sostienen la extraña teoría de que un patrón universal, un algoritmo casi indiscernible, guía los destinos de la humanidad. Este guión aparentemente inflexible "hace" que cada determinado tiempo aparezca un genio indiscutible, no importa si en las artes, las ciencias o los negocios, tarde o temprano el genio aparecerá. Pero lo realmente relevante no es el hecho fortuito de la aparición de algún ignoto talento de la humanidad en las cercanías del Rin o allende el Ganges o el Papaloapan, el genio aparecerá y si las condiciones no lo impiden transformará, de alguna manera u otra, el destino de la humanidad. Los defensores de esta teoría afirman que muchos genios han desaparecido sin dejar rastro, ya sea porque nunca encontraron condiciones propicias para florecer, porque fueron perseguidos y asesinados o porque sus obras se perdieron irremediablemente por fanatismo o ignorancia. De ahí que la misión de la Academia sea descifrar el arcano, el oculto algoritmo que subyace a la aparición del genio y actuar antes de que el destino realice su obra de desaparición, para evitar que la humanidad progrese. Algunos afirman que la mentada Academia tiene hoy más de mil alumnos y que en un futuro no muy remoto éstos cambiarán el destino de la humanidad, para bien o para mal. Ellos creen que si Beethoven no hubiera escrito su novena sinfonía nadie lo hubiera hecho: ni un compositor genial, ni una computadora súper poderosa, ni un ser humano inmortal; lo mismo afirman de algunas de las obras de Balzac, Dostoievsky, Mahler, Tchaikovsky, Picasso y de las obras de miles de seres humanos que han cambiado para siempre la forma como pensamos y sentimos. Extraña academia es esa que cree que el genio es predecible.

 

Hoy llegaron a mi casa unos sujetos con apariencia de lerdos, formas sutiles y aires de suficiencia, argumentando que yo era uno de esos genios exóticos. Sinceramente no les creí… y sigo sin creerles.

 

Febrero 18 de 2017

sábado, 18 de febrero de 2017

Cuento: La estraña teoría del bibliotecario

Por Javier Brown César

A Jorge Luis Borges, el inefable


Un buen día, como todo diletante, fui a buscar al sabio bibliotecario al que suelo frecuentar cuando estoy aburrido, sólo para escuchar una más de sus muy disparatadas teorías, que en resumidas cuentas, dice más o menos así:


"Todos los libros son la creación de un único y supremo autor universal. Quienes creen que escriben lo hacen movidos por un gran arquitecto que es quien en realidad dicta cada frase de cada obra, cada línea de cada novela, cuento o narración; cada estrofa de los diversos poemas que al final no son sino uno; los escritores son como títeres en manos de un diestro titiritero que ha escrito y escribirá absolutamente todo lo que existe en el planeta: desde libros sagrados como la Biblia, el Corán o el Bhagavad Gita hasta obras consideradas por muchos como prohibidas, comos Los 120 días de Sodoma del Marqués de Sade, la Historia del ojo de Georges Bataille, El Anticristo de Friedrich Nietzsche y los Trópicos de Henry Miller. Todos los libros establecen la enunciación suprema de quien ha querido revelar facetas de sí mismo a los seres humanos, y que tiene que hacerlo de acuerdo a la forma como es cada quien, por eso no puede haber un solo libro universal que congregue a toda la humanidad en torno a él; no es posible que exista un libro sagrado, ni siquiera una gran novela que sea bien recibida por todos en todas partes: el Quijote tuvo y tiene sus detractores, como también la Divina comedia, Hamlet o Tartufo, por mencionar algunas de las más insignes obras, que no pocos consideran como dignas de crédito y aceptación unánimes. Con los libros pasa como con las religiones, la revelación no puede ser una sino que tiene que ser múltiple, para adecuarse a las diversas culturas e inteligencias, a las diferentes sensibilidades y animadversiones. Los seres humanos nunca comprendieron la enseñanza detrás de Babel, que no es otra que la plasmación metafórica de una de las pocas verdades que, junto con la muerte, deber ser unánimemente aceptada: no hay una sola interpretación del sentido de la existencia humana que sea válida para todos y en todo lugar. Las guerras interminables por motivos ideológicos e incluso religiosos nacen de la incomprensión de esta verdad fundamental y del intento por demás absurdo de tratar de imponer las ideas de unos a otros por medios violentos. Si Babel no fue posible, menos lo es y llegará a ser cualquier misión planetaria ideológica, destinada a imponer un solo mito humano hegemónico; la diversidad humana nos hermana tanto como la muerte".

 

Febrero 18 de 2017

miércoles, 15 de febrero de 2017

Cuento: Nuestro nuevo oscurantismo


 Por Javier Brown César

Cuánto saber perdido tal vez para siempre, decía el bibliotecario mientras sus ávidos ojos devoraban de forma vertiginosa un gran tomo de pastas blancas cuyo nombre no pude descifrar. Nunca el ser humano ha tenido tantos saberes al alcance de su mano y nunca había sido tan abominablemente ignorante como ahora. Los libros dejan una estela interminable de sabiduría que ya nadie es capaz de seguir. A cada segundo se generan conocimientos que sólo sujetos dispersos, separados y rutinarios pueden tomar por separado para tratar de darles un sentido que sólo le interesa a quien persigue fines inconfesables y turbios. Tanta imagen y sonido, tantas letras y números caen en el vacío por falta de un gran intérprete que le dé sentido a esta exultante cacofonía. Todos los afanes de escritores, poetas, críticos literarios, músicos, pintores, escultores, en fin, de tanto talento creativo, son inútiles debido a la falta de diletantes devotos. Pasa con el arte y la literatura como antes sucedía con la música popular: la mayor parte de las personas está atenta a los vaivenes de la moda, y sus veleidosos gustos imponen que hoy se den ciertas tendencias y mañana otras; el autor que ayer fue ensalzado hoy es casi unánimemente olvidado. Esto está produciendo una nueva generación de memos, de idiotas sin ilustración ni cultura. El supuesto oscurantismo medieval se queda corto ante la abrumadora ignorancia de la inmensa mayoría de la población. Mire usted si no estoy en lo cierto con un simple ejercicio: supongamos que hay 3,650 libros que son indispensables para nutrir la inteligencia del ser humano, incluyamos en esta nómina, no necesariamente exhaustiva, a los clásicos griegos y latinos, a los autores del alto y bajo medioevo, a los renacentistas e ilustrados, a los modernos y contemporáneos, y no sólo a todos los premios Nobel, sino también a quienes injustamente fueron excluidos del insigne galardón, digamos para empezar con los nuestros, Juan Rulfo que aunque breve en su obra ha sido determinante para las generaciones posteriores, Carlos Fuentes no debidamente laureado por su amplia obra universal, el autodidacta Juan José Arreola cuentista genial; luego sigamos con los que no son tan cercanos en distancia pero si en inspiración, el siempre creativo Julio Cortázar o Jorge Luis Borges, el inefable; sigamos con Marcel Proust o James Joyce, en fin, una interminable nómina de autores que llegaría hoy día a un escritor aparentemente distante como Goran Petrovic. En fin, supongamos que cada quien puede leer un libro al día, y con esto contabilizamos diez años de vida, bajo el entendido de que obras como la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, la Ciudad de Dios de San Agustín de Hipona o la Fenomenología del espíritu de Wilhelm Georg Friedrich Wilhem Hegel pudieran ser leídas en un solo día. Diez años de lectura rápida que implica no rumiar grandes monumentos literarios como el Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Cervantes, las tragedias de Shakespeare, la Divina Comedia de Dante Alighieri, las comedias de Moliere y el paraíso perdido de John Milton. En fin, hoy vemos que las personas se obstinan por garantizar que en su vida se dé el máximo de felicidad, bajo los criterios utilitaristas de Jeremy Bentham o de John Stuart Mill. Ahora podrá usted dimensionar la magnitud de nuestra tragedia, que pretendemos ignorar bajo un supuesto conocimiento experto basado en la posibilidad de superar nuestra ignorancia prendiendo un ordenador y haciendo una rápida consulta. No me cabe la menor duda de que esta época, comparada con la supuestamente oscura Edad Media es la del más profundo oscurantismo. Marchamos, sin saberlo, rumbo a "El corazón de las tinieblas". Aquí el bibliotecario guardó silencio e intuí que el grueso volumen que tenía ante sí era precisamente el de la Narrativa breve completa de Joseph Conrad. A continuación abrió el libro en un lugar indeterminado y comenzó a fatigar sus casi interminables páginas, al tiempo que con la mano claramente señalaba que debía retirarme de su presencia. Así que lo dejé solo, en sus cavilaciones, ensimismado en sus libros, y me fui pensando que tal vez tenía razón, que nuestra supuesta sociedad del conocimiento es cada vez más ignorante y que nada hay que pueda evitar que la humanidad se encamine de manera implacable a una nueva era de ignorancia y superstición.

 

Febrero 14 y 15 de 2017

domingo, 12 de febrero de 2017

Poema: La muerte es bella en su rostro último

Por Javier Brown César


A Tomy

 

La muerte es bella en su rostro último
Abraza de forma inclemente
Inflexible, directa y ruda
Lanza su dardo al centro del ser
 
Aniquila sin reconocer tiempo ni espacio
Sin pensar en dignidades o miserias cae unánime
A todos iguala en su hálito final
Repentina o lenta atrapa sin escapatoria
Del fondo de cada uno extrae la energía vital
Convoca sin respiro y sin apelación
Una vez que te llega te hace suya
Secuestra vida y aliento y todo
 
Somos llamados a su encuentro cierto
Y en su manto final somos abrazados
Sin tribunal, ni defensa, ni prórroga
Nos invita a ser soberanamente liberados
 
En su paso inclemente por el mundo de la vida
Extrae de todo el plasma elemental
Recorre regiones y fatiga ánimas en pie
Levanta el pedestal de la hora final
 La muerte es bella en su rostro último

 

Febrero 9 de 2017

Cuento: Vanas esperanzas

Por Javier Brown César


Vivimos esperando a que algo mágico o absolutamente inusual nos saque de la rutina. Así, consultamos el horóscopo todos los días con la vana ilusión de que presagiará un presente portentoso que sea la antesala de un futuro de gloria. Al despertar por la mañana creemos que el día nos deparará una serie de sucesos afortunados que cambiarán de forma dramática nuestras vidas. En las noches, esperamos que eclipses, lunas llenas, cometas u otros fenómenos meteorológicos anticipen un cambio dramático de nuestras vidas, incluso pedimos a una estrella luminosa un deseo largo tiempo acariciado que ha esperado por años su realización plena. Quisiéramos que el mundo no sea como sabemos que es, que repentinamente se invirtieran los roles si somos pobres, y si somos ricos no sentirnos tan solos y amargados. Tal vez un automóvil invisible nos golpee repentinamente y de él baje un ser superior y luminoso que a la vez que nos ofrezca sanación puntual nos ofrezca las llaves de un mundo nuevo. Estamos a la espera de encontrar la lámpara que Aladino frotó, para así despertar al genio que nos concederá tres deseos, sin saber precisamente qué es lo que tenemos que desear primero. Y así, soñando que las cosas van a cambiar de un día para otro, o como dicen, de la noche a la mañana, no hacemos lo necesario para cambiarlas aquí y ahora, apostando por transformarnos a nosotros mismos. Se nos olvida que si por alguna razón dejamos de ser como somos, en el momento en que esto suceda, el mundo dejará de ser como era, para pasar a ser un mundo diferente. Al final, vivimos de vanas esperanzas.

 

Febrero 12 de 2017

miércoles, 8 de febrero de 2017

Cuento: Nos hemos acostrumbrado a vivir así

Por Javier Brown César


Nos hemos acostumbrado a vivir así, un día tras otro, semana tras semana, por tantos años que cuesta trabajo recordar cuántos son. Hay que despertarse muy temprano, antes que claree, para bañarse rápidamente con el agua que esté disponible, a veces tibia y en época de invierno tan fría que penetra hasta la médula de los huesos y paraliza tus emociones al grado de sentir un golpe rotundo de hielo sobre el cuerpo. Luego ya desperezados y en ayunas salir todavía sin sol, sintiendo el frío de la mañana que congela el corazón y paraliza las emociones, para bordear las calles insolentes, infames, vacías, para arremolinarse en torno al transporte público, esperando un lugar en la larga fila que comienza a nutrirse apenas clareando, y subir como animales, uno tras otro para pagar la tarifa sin siquiera ver la mano anónima que la recibe desganada, rutinaria, y si tienes suerte ocupar un lugar ahí donde los sueños de los pasajeros se reúnen hasta que por una especie de reloj automático bajan como autómatas en sus lugares de destino, y si no, aguardar de pie, observando cómo nadie cede su asiento al desvalido o al enfermo, al anciano o a la embarazada, a los niños inquietos que van a la escuela como otros vamos al trabajo, con el tedio que asoma a los ojos, con el odio que circula por las venas, con el resentimiento que transpira en cada poro. Y luego bajar para ir al lugar de trabajo, llegar y recibir la misma fría acogida de miradas aprensivas y si acaso el buenos días o el aparentemente correcto buen día cómo estás que no espera respuesta, porque a nadie le interesa en realidad cómo está uno, sino sólo repetir una fórmula gastada que se puede decir una y mil veces, como la absurda maquinaria de un reloj de cuerda que repite su rutina hasta que se agota su energía. Y de ahí a hacinarse en el lugar de trabajo, unos al lado de otros, olores y humores malviviendo hora tras hora en lo que el reloj avanza despacio, segundo tras segundo, sosegado y en apariencia interminable. Quienes pueden desayunan una hogaza de pan y un café, y los más respiran hambre hasta la hora del almuerzo, robando tiempo al tiempo, con la esperanza de que algún día su jefe los vea y se dé cuenta que existen, y ofrezca el anhelado ascenso. Y todo consiste en atender a la gente, como si fueran bultos animados de problemas y achaques, esperando que dé la hora de salida, para repetir la rutina de regreso, y de nuevo a hacer fila frente al transporte público, anhelando un lugar en el que descansar el hastío y el tedio y arrumbar el cuerpo molido a punta de horas absurdas. Y de regreso a casa ver dormir en el transporte a los afortunados que pueden hacerlo sentados o parados y oler los sudores de un día ajetreado y los hedores venenosos del odio que exuda en el cansancio del día, todo para llegar a casa de noche, ya sin luz y sin sombras, con la mirada inquieta de quien espera llegar con bien. Y una vez en casa ser recibido por la cama unánime que es la única capaz de arropar las esperanzas casi perdidas y dar consuelo a una cabeza que durante el día se alimentó de rumores interminables, de odios mal canalizados. El fin de semana, para descansar del tedio puede uno ir a las tiendas bonitas y ponerse el atuendo guardado con celo sólo para esos días, un poco luido y remendado, pero suficientemente digno como para que no te echen de la tienda, pero no tanto como para que te respeten y se dignen mirarte, y así recorres los centros comerciales viendo, porque el dinero no alcanza para lo que quieres y anhelas, y ves con ilusión lo que quisieras pero no puedes comprar, y esperas a que alguien se dé cuenta de que existes y te saque de tu vida rutinaria, miserable e insensata. Y al final se termina tu fin de semana y de vuelta a la rutina y a la densa oscuridad de una vida que sólo tiene sentido cuando puedes soñar que eres alguien más. Es la batalla de todos los días, semana tras semana, por años y años. ¿Por qué somos capaces de resistir? No lo sé. Tal vez porque nos hemos acostumbrado a vivir así.

 

Febrero 8 de 2017