No señor, en este pueblo todos estamos igual de jodidos. Así nos han
tenido por generaciones. Ya nos acostumbramos a vivir en el límite, siempre
hambrientos y pulgosos como nuestros perritos. Vea a nuestras mujeres,
trabajando desde que despunta el sol hasta después que se pone, todo para que
no nos muramos de hambre y de miseria. Mire a nuestros hijos chorreados y
mugrosos jugando en el lodo con los animales. Las abuelas, que son quienes más
tiempo viven, cuentan la misma historia de pobreza y nos dicen que siempre se
nos promete que vamos a salir de la miseria. Así es bien difícil aguantar la
vida que llevamos a cuestas, por eso cada vez que uno de los mocosos cumple
años lo llevamos a la iglesia para agradecer a diosito que todavía esté vivo.
Los hombres dejan el pueblo para ir a trabajar fuera, preferentemente al otro
lado y mandan algunos billetes verdes con los que compramos en el pueblo lo
necesario para no morir de hambre. Por eso este pueblo terregoso está lleno de
mujeres, niños y ancianos, porque los jóvenes se van a buscar el pan a otra
parte, donde sí hay trabajo y dinero. Aquí todo el tiempo es lo mismo,
deambular por el pueblo cuidándose de no agarrar las enfermedades que andan en
las calles y en las casuchas, velar el sueño de los otros para que el alma no
se les vaya por la indignación. El año pasado una epidemia se llevó a la mitad
de los niños, nos quitó a nuestras criaturitas de nuestros brazos y nos
quedamos sólo con el recuerdo de sus risas y con nuestras lágrimas. Aquí no
llega nadie, ni siquiera los doctores y los maestros porque estamos lejos de
todas partes. Dicen los más viejos que los ancestros huyeron a las montañas
para que no los mataran, porque eran fuertes, pero ahora nos ha debilitado la
distancia. Por eso, cuando alguien como usted llega al pueblo y nos dice que
ahora sí van a cambiar las cosas, que votando por otros que no sean los mismos
tendremos futuro, yo le digo, muy señor mío, que no creo un bledo de lo que
dice. Por eso, vamos a votar por los mismos de siempre.
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