Desde su infancia fue un niño
resentido: resentido con la vida porque no fue precisamente el más agraciado de
sus varios hermanos, resentido con sus padres porque el favoritismo de ellos se
volcó a los más lindos, a quienes parecían extranjeros y él era un típico
representante de una raza que en el fondo, detestaban. Creció negando cualquier
forma de intervención divina en los asuntos humanos: estaba convencido de que
la mano del creador se había alejado de él al momento de su concepción. Y así
fue durante gran parte de su vida, y en cada giro afortunado del destino
atribuyó su suerte a la fortuna; pudo estudiar en colegios privados gracias a
su sentido del humor más no a su despierta inteligencia, recibió becas para
terminar una carrera universitaria, contrajo matrimonio con la acaudalada hija
de un teniente coronel surgido de la revolución, y recibió generosos legados
que utilizó con liberalidad y desenfreno. Adquirió una casa, pequeña pero
suficiente para su escasa descendencia y después ganó un premio importante en
un sorteo universitario. Y entonces la suerte cambió, y perdió todo: negocios,
familia y riqueza; abominó de su destino, blasfemó de un poder al que no se
había rendido, gritó y maldijo, hasta que un buen día, repentinamente se
convirtió a la fe y a partir de ese día fue un fiel devoto: rezaba todos los
días; dejó de renegar de Dios y en su lugar abrazó el amor; perdonó a su
antigua familia y la buscó denodadamente, un poco tarde porque había insultado
a los hermanos que ahora vivían y que heredaron el negocio familiar, porque su
padre, un antiguo empresario, sabía que su hijo tenía como único don la gracia
heredada y como lastre una incapacidad para emprender y actuar incompresible en
una familia de emprendedores. Su acaudalada esposa ahora lo vituperaba y lo
mantenía a la distancia, sus familias natural y elegida, preferían olvidarlo,
pero él era un fiel devoto, un alma conversa que rezaba con inconcebible
devoción. Y así, olvidado en un rincón al que se fue a refugiar, esperaba la
suerte que un día tuvo y que lo había abandonado; una suerte que no ha
regresado a él, por más plegarias y súplicas elevadas a las alturas, por más
pensamientos positivos que, le habían dicho, le traería abundancia y
prosperidad. Y hoy día sigue así, con fe indescriptible, esperando que la
suerte llegue para restaurar las glorias del pasado en un cuerpo envejecido por
causa de la inactividad, en un alma que ayer odió y que hoy quiere abrazar la
causa del amor universal. Paradojas de la vida: la suerte no vuelve para
rescatar a quien antes dilapidó fortuna y hoy espera con fervor nuevos favores
y mundanas glorias.
Marzo 14 de 2017
No hay comentarios.:
Publicar un comentario