viernes, 17 de marzo de 2017

Cuento: Paradojas de la vida

Por Javier Brown César


Desde su infancia fue un niño resentido: resentido con la vida porque no fue precisamente el más agraciado de sus varios hermanos, resentido con sus padres porque el favoritismo de ellos se volcó a los más lindos, a quienes parecían extranjeros y él era un típico representante de una raza que en el fondo, detestaban. Creció negando cualquier forma de intervención divina en los asuntos humanos: estaba convencido de que la mano del creador se había alejado de él al momento de su concepción. Y así fue durante gran parte de su vida, y en cada giro afortunado del destino atribuyó su suerte a la fortuna; pudo estudiar en colegios privados gracias a su sentido del humor más no a su despierta inteligencia, recibió becas para terminar una carrera universitaria, contrajo matrimonio con la acaudalada hija de un teniente coronel surgido de la revolución, y recibió generosos legados que utilizó con liberalidad y desenfreno. Adquirió una casa, pequeña pero suficiente para su escasa descendencia y después ganó un premio importante en un sorteo universitario. Y entonces la suerte cambió, y perdió todo: negocios, familia y riqueza; abominó de su destino, blasfemó de un poder al que no se había rendido, gritó y maldijo, hasta que un buen día, repentinamente se convirtió a la fe y a partir de ese día fue un fiel devoto: rezaba todos los días; dejó de renegar de Dios y en su lugar abrazó el amor; perdonó a su antigua familia y la buscó denodadamente, un poco tarde porque había insultado a los hermanos que ahora vivían y que heredaron el negocio familiar, porque su padre, un antiguo empresario, sabía que su hijo tenía como único don la gracia heredada y como lastre una incapacidad para emprender y actuar incompresible en una familia de emprendedores. Su acaudalada esposa ahora lo vituperaba y lo mantenía a la distancia, sus familias natural y elegida, preferían olvidarlo, pero él era un fiel devoto, un alma conversa que rezaba con inconcebible devoción. Y así, olvidado en un rincón al que se fue a refugiar, esperaba la suerte que un día tuvo y que lo había abandonado; una suerte que no ha regresado a él, por más plegarias y súplicas elevadas a las alturas, por más pensamientos positivos que, le habían dicho, le traería abundancia y prosperidad. Y hoy día sigue así, con fe indescriptible, esperando que la suerte llegue para restaurar las glorias del pasado en un cuerpo envejecido por causa de la inactividad, en un alma que ayer odió y que hoy quiere abrazar la causa del amor universal. Paradojas de la vida: la suerte no vuelve para rescatar a quien antes dilapidó fortuna y hoy espera con fervor nuevos favores y mundanas glorias.

 

Marzo 14 de 2017

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