martes, 7 de marzo de 2017

Cuento: El topo

Por Javier Brown César


Si me vieras pensarías que soy un topo humano. Salgo de los túneles con una lámpara amarrada a la cabeza, provisto de golosinas en charola especialmente diseñada para optimizar el espacio, más no así la carga. Trepo por escaleras de piedra, como lo hicieron mis ancestros, pero ahora bordeando personas para ofrecer mis productos a una multitud exaltada que siempre es diferente, pero que con el tiempo llegas a pensar que es la misma: parejas ensimismadas, alguno que otro solitario extasiado y si tienes suerte alguna familia; estos últimos son los más amables, porque saben lo que es trabajar para ganar el sustento. Con mis botanas sobre la cabeza subo y bajo varias veces para tratar de cubrir mi cuota mínima de ventas, extenuando mi cuerpo hasta límites insultantes, cargando una y otra vez lo mismo y diciendo la misma cantaleta. Todo por vender un poco para dar de comer a mi familia. Voy a conciertos de música que ni entiendo ni me gustan y a veces tengo que soportar insultos, baños de cerveza, escupitajos y uno que otro borracho inmundo que trata de propasarse conmigo. Es una rutina infeliz, pero es la única para la que me han aceptado: llego a surtirme a los módulos de comida y una vez con mi charola pletórica entono mi monótona retahíla de palabras huecas, rivalizando con el grupo o espectáculo en turno. Y así, una y otra vez. La misma rutina de siempre, saliendo de los túneles a la superficie como topo que lo único que tiene que ofrecer es algo que no es suyo y que al final, le da apenas para sobrevivir en la miseria. Llego hoy a casa, después de dejar a mis hijos a cargo de su abuela, con el escaso dinero que logré juntar, porque la mayor parte de la ganancia es para el patrón, pero al fin y al cabo podemos sobrevivir de un trabajo que me obliga a vivir como topo humano todos los días. Sólo espero que mis hijos no repitan la misma y triste historia de su madre.

 

Marzo 1 de 2017

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