No sé cómo llegamos a este nivel de
salvajismo. Primero fueron los más ancianos, los enviaron a los márgenes y
cerraron las puertas; pero luego, en un paso inaceptable para quienes amamos la
justicia, expulsaron a todos los pobres, y les cerraron la puerta. Después sólo
quedamos los más sumisos, los débiles, pero moderadamente ricos. Sobre nosotros
se cerró el sistema, nosotros fuimos los últimos que quedamos dentro. Las
puertas de todas las ciudades se bloquearon y quedamos aislados del resto por
muros infranqueables e invisibles. De afuera sólo se ven paisajes creados,
ficciones proyectadas para evitar ver el mundo de los miserables, el de los
ancianos, el de la humanidad que sufre y se duele, el de la indignación y el
hambre. Aquí todos somos iguales, no hay diferencias: afuera la revuelta,
dicen; adentro la intolerable monotonía. Para viajar de una ciudad a otra sólo
se necesita una tarjeta bancaria de identidad. Hoy todo lo mueve el dinero,
quien no lo tiene no entra ni sale de las ciudades. En algún tiempo hubo
mercado negro de tarjetas, pero la inteligencia desmontó las redes y literalmente
asesinó a millones. Hoy todos vivimos en paz, aislados de lo que antes fue
nuestro mundo, y uno a uno morimos de depresión, en medio de nuestra humillante
riqueza.
Marzo 11 de 2017
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