martes, 23 de abril de 2013

Un ensayo a propósito de las relaciones entre fe y razón

FE Y RAZÓN EN LA EDAD MEDIA

JAVIER BROWN CÉSAR
1997

PRESENTACIÓN

Este trabajo es un estudio de las relaciones entre fe y razón, verdad revelada y filosofía, durante la Edad Media. En él me limito a considerar la actitud que los filósofos cristianos de la Edad Media tuvieron ante la filosofía, buscando identificar los momentos críticos del pensamiento medieval al respecto y resaltando las diversas posturas, tanto favorables como desfavorables.

INTRODUCCIÓN

“Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: <<Al Dios desconocido.>>… Dios… anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse, porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos. Al oír la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: <<sobre esto ya te oiremos otra vez.>> Así salió Pablo de en medio de ellos.[1]

Elocuente relato del encuentro del Apóstol Pablo con los filósofos griegos, resultado inesperado: cerrazón de los filósofos ante las nuevas doctrinas reveladas, escepticismo declarado y burla. Este primer encuentro entre la verdad revelada por el cristianismo y la filosofía helénica fue accidentado, pero esta confrontación define los temas y problemas a los que habría de enfrentarse la filosofía cristiana a lo largo de la Edad Media: ¿qué relación existe entre la religión, basada en el asentimiento de la fe sobrenatural a las verdades reveladas y la filosofía, como conocimiento adquirido por la mera luz de la razón humana? ¿cómo explicar las coincidencias que había entre la filosofía y la verdad revelada por el cristianismo? ¿hay oposición irreconciliable o complementariedad entre las doctrinas filosóficas y las verdades reveladas?
 
LOS PADRES APOLOGISTAS

Durante los tiempos del emperador Marco Aurelio (161-180) los filósofos y retóricos Cornelio Frontón de Cirta, Crescente, Alejandro de Abonóticos, Luciano de Samosata y Celso llevan a cabo una auténtica ofensiva contra el cristianismo, cuya respuesta elocuente corrió a cargo de cristianos conversos que, antes de su conversión, se habían educado en escuelas filosóficas y literarias paganas. De ahí que compararan las doctrinas filosóficas con su nueva fe y que utilizaran conceptos adquiridos en su formación filosófica, para reflexionar acerca de la revelación.

San Justino (+160-165), en su Diálogo con Trifón, se plantea por vez primera los problemas que existen en las relaciones entre el cristianismo y la filosofía. Su respuesta es bastante benévola: “La filosofía… es en realidad el mayor de los bienes, y el más precioso ante Dios, al cual ella es la sola que nos conduce y recomienda. Y santos, a la verdad, son aquellos que a la filosofía consagran su inteligencia[2]”. No obstante, el mártir reconocer el carácter fragmentario de la verdad filosófica y la superioridad de la revelación. En el mencionado diálogo nos relata su encuentro con el estoicismo, al que abandonó cuando su maestro le pidió que señalaran juntos los honorarios a fin de tener un trato provechoso; después, como su alma bullía se dirigió a un pitagórico, el cual le pidió haber cursado estudios previos de música, astronomía y geometría, lo cual desilusionó a San Justino, al tener que dedicar tanto tiempo al estudio de estas disciplinas; después decidió finalmente tratar con los platónicos, los cuales le permitieron lograr algunos progresos.

En su búsqueda de la verdad, San Justino se encuentra con un anciano, el cual le habla acerca de los profetas como maestros de la verdad: “Existieron hace mucho tiempo… unos hombres más antiguos que todos estos tenidos por filósofos, hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, los cuales hablaron inspirados del espíritu divino, y divinamente inspirados predijeron lo porvenir… Sus escritos se conservan todavía y quien los lea y les preste fe, puede sacar el más grande provecho en las cuestiones de los principios y fin de las cosas y, en general, sobre aquello que un filósofo debe saber”[3]. San Justino señala además un tema que se repetirá en posteriores filósofos cristianos: la pluralidad de “cabezas” o de doctrinas filosóficas: “cada escuela tomó el nombre del que fue padre de su doctrina”[4]. La afirmación anterior se encuentra de hecho, firmemente anclada en la propia experiencia del apologista con los estoicos, los pitagóricos y los platónicos.

Esta actitud benévola de San Justino contrasta ampliamente con la actitud de otros padres apologistas como Taciano, San Teófilo, San Ireneo y Tertuliano. Notable es constatar que Taciano fue discípulo de San Justino siendo su actitud hacia la filosofía radicalmente opuesta. En su Oratio ad graecos, escrita hacia 170, “acumula las acusaciones más violentas contra los paganos, a quienes no reconoce el más mínimo mérito. Su religión es un conjunto de ridiculeces y monstruosidades, y su filosofía, un tejido de errores y contradicciones”[5].

San Teófilo Antioqueno (+183-185), en sus Tres libros  a Autólico, prueba la inferioridad de la filosofía ante el cristianismo retomando, en cierto sentido, el argumento de la pluralidad de doctrinas filosóficas de San Justino, pero radicalizándolo recurriendo a la idea de las disputas y controversias entre los filósofos, además de que esgrime el argumento del plagio de los libros sagrados, con lo que se explican las coincidencias existentes entre la filosofía y la verdad revelada: “tú, amigo mío, me increpaste con vanas palabras, vanagloriándote en tus dioses de piedra y leño, cincelados y fundidos, esculpidos y pintados, dioses que ni ven ni oye, pues son meros ídolos, obras de manos de los hombres; y me motejas además de cristiano, como si llevara yo un nombre infame”[6].

San Ireneo (140/160-202?) tenía la manifiesta preocupación de resaltar el conocimiento de las Sagradas Escrituras como verdadera sabiduría, despojada de las complejidades propias de la razón. La fe aparece en San Ireneo como el saber superior: “Si hubiesen tenido conocimiento de las Escrituras y hubiesen sido adoctrinados por la verdad, se habrían dado cuenta de que Dios no es como los hombres, ni sus pensamientos son como los de los hombres… El es simple, sin composición ni diversidad de miembros, todo uniforme y semejante a sí mismo”[7]. Es peligroso “mezclar la fe con doctrinas llenas de contradicciones”[8], la sencillez de la fe con la complejidad de los desvaríos de la razón, la simplicidad de Dios, con la multiplicidad de doctrinas filosóficas.

Pero quien lleva la oposición hacia la filosofía hasta el extremo es Tertuliano (155/160-220), quien resalta enfáticamente la absoluta suficiencia del cristianismo y rechaza abiertamente la filosofía como fuente de tinieblas, errores y contradicciones: “… no apelo a ti, alma, que, formada en las escuelas, ejercitada en las bibliotecas, vomitas la sabiduría que has conseguido en las academias y pórticos de la Ática”[9]. De tal manera que “Tan absurdo es un filósofo cristiano como un cristiano filósofo… Se puede vivir perfectamente sin necesidad de meterse en filosofías. Es preferible atenerse a la aceptación sencilla y humilde de la fe, que es el camino más seguro de la verdad”[10].

La actitud de los padres apologistas hacia la filosofía, tratando de explicar las coincidencias que había entre los libros sagrados y el saber pagano, puede resumirse en las siguientes teorías[11]:

1. La influencia de los demonios sobre los paganos. Los cuales les brindaron algunos destellos de verdad para así infiltrar sus errores.

2. Los ángeles prevaricadores tenían algún conocimiento de las profecías, del que se sirvieron para extraviar a los hombres, introduciendo semejanzas entre el paganismo y las religiones judía y cristiana. 

3. Dios permitió que se infiltraran en la religión revelada algunas prácticas idólatras del paganismo. Esto ha sido llamado teoría de la condescendencia divina.

4. El plagio o robo de los filósofos, quienes conocían las enseñanzas de la Biblia (de manera directa o por mediación de los ángeles prevaricadores), con lo que se explican las coincidencias entre filosofía y revelación. Aunque este teoría evolucionará en el sentido de justificar la utilización de las artes liberales y la filosofía en beneficio del cristianismo, gracias al derecho de recuperación.

5. El Verbo iluminador, el cual ha iluminado a los hombres aún antes de su encarnación. El Verbo divino iluminó a los judíos por medio de sus profetas y después a los gentiles por medio de los filósofos, aunque de una manera fragmentaria e imperfecta. De tal forma que judaísmo y filosofía aparecen como anticipaciones o preludios de la verdad, la cual llega a su plenitud mediante la revelación del cristianismo. De aquí que no haya oposición entre el cristianismo y la filosofía, siendo el cristianismo el término de la revelación, por lo que el judaísmo y la filosofía aparecen como la preparación para llegar a la fe perfecta del cristianismo.

Durante la Edad Media estos diversos matices que hemos constatado en los padres apologistas, los cuales van desde la absoluta suficiencia de la fe, hasta la absoluta suficiencia de la filosofía, pasando por el equilibrio o armonía entre ambas, tendrán sus propios partidarios y detractores.

LOS PADRES ORIENTALES

En Alejandría floreció a principios del siglo II una comunidad cristiana, la cual se educaba en una escuela catequética que se llamó el Didaskaleíon. Grande fue ahí el prestigio de Clemente de Alejandría (150?-214), el cual sucedió en la dirección a San Panteno entre los años 189 y 190. Encontramos en Clemente una actitud plenamente conciliadora y favorable. En su obra Stromata establece el orden jerárquico del saber, quizá de acuerdo al plan de estudios seguido en el Didaskaleíon, aquí es donde afirma que: “La filosofía hace un trabajo preliminar, preparatorio, disponiendo el camino a aquel a quien Cristo hace después perfecto”[12]. Clemente parece también refutar a Tertuliano en su tesis de la absoluta suficiencia de la fe respecto de la filosofía cuando dice que: “Algunos que se creen hombres de talento no quieren saludar a la filosofía ni a la dialéctica, ni aprender la contemplación natural, sino que sólo tienen por necesaria a la fe desnuda, lo mismo que si, no habiendo tenido ningún cuidado de la viña, quisiesen ya desde el principio recoger uvas… El cuidado de la viña necesita, creo yo, de la podadera, de la azada y de otras herramientas, si nos ha de dar unos racimos sabrosos…[13]

De aquí la utilidad de la filosofía y la cultura griegas para el filósofo cristiano: “La conclusión que es fruto de la demostración, deposita en el alma que sigue el razonamiento una tan firme convicción, que no le deja ni siquiera pensar que el objeto pueda ser de otra manera, ni sucumbir a las dudas que asaltan nuestro espíritu para engañarnos. En estos estudios, el alma es purificada de las impresiones sensibles, y se reaviva su fuego, de suerte que pueda llegar un día a contemplar la verdad”[14].

Pero la filosofía no es el grado superior del saber: “La verdad que se percibe en la fe es necesaria como el pan para la vida, mientras que esa disciplina propedéutica viene a ser el condimento y el postre”[15]. La fe culmina el orden jerárquico del saber: “por sola la fe se puede alcanzar lo que es el principio del universo[16]” y es el fundamento de toda ciencia, ya que “La ciencia es un habito demostrativo; en cambio, la fe es una gracia que se remonta de las cosas indemostrables hasta lo absolutamente simple, que ni está con la materia ni bajo la materia”[17].

Orígenes (185?-253), discípulo de Clemente de Alejandría, no comparte las optimistas ideas de su maestro hacia la filosofía: “Nosotros, empero, afirmamos que la naturaleza humana no es en manera alguna suficiente para buscar a Dios y hallarlo en su puro ser, de no ser ayudada por el mismo objeto de la búsqueda. Es, empero, hallado por los que después de hacer cuanto está en su mano, confiesan que necesitan de su ayuda; y se manifiesta a los que cree razonable manifestarse, en la medida que un hombre puede naturalmente conocer a Dios y alcanzarlo un alma humana que mora aún en el cuerpo”[18]. La fuente por excelencia del saber es para Orígenes la Sagrada Escritura y a ella dedicó sus mayores esfuerzos, ya que si bien la filosofía es un instrumento “Dios, al ver la arrogancia y el desprecio de los demás en quienes alardean de haber conocido a Dios y aprendido de la filosofía los misterios divinos, y, sin embargo, no de otro modo que los más incultos, se van tras los ídolos y sus templos y sus famosos misterios, escogió lo necio del mundo, a los más simples de entre los cristianos, pero que viven con más moderación y pureza que los filósofos, a fin de confundir a los sabios, que no se ruborizan de conversar con cosas inanimadas, como si fueran dioses o imágenes de los dioses… Un cristiano, empero, por ignorante que sea, está persuadido de que todo lugar es parte del universo, y todo el mundo templo de Dios”[19].

Durante la persecución de Decio en el 202-203 y la de Tracio hacia el 235-237, Clemente de Alejandría y Orígenes, respectivamente, estuvieron en Cesarea de Capadocia, donde floreció uno de los centros cristianos más importantes. Las figuras más importantes de la escuela de Cesarea fueron San Basilio, San Gregorio de Nacianzo y San Gregorio de Nisa, los tres profundos admiradores de Orígenes, acérrimos defensores de la ortodoxia cristiana ante la herejía arriana, y con una profunda inclinación mística que les llevó a subordinar la filosofía a la fe y a señalar los límites en el uso de la razón para el conocimiento de Dios. 

En San Basilio (330?-379) encontramos una fuerte influencia del platonismo. Su propósito es elevar al hombre de las cosas sensibles y visibles a las cosas inteligibles e invisibles. Esta idea puede encontrarse bosquejada en diálogos platónicos como el Banquete, que sin duda alguna tuvo en cuenta San Basilio cuando expresó que: “Por la contemplación de las bellezas de la creación puede conocer el hombre la infinita potencia de Dios, aunque no comprender su naturaleza, de la cual sólo es posible alcanzar un conocimiento esencialmente negativo”[20]. Estas consideraciones serán de importancia para el desarrollo de la mística y de la teología negativa del Seudo Dionisio. Además, encontramos en San Basilio cierto pesimismo respecto a las posibilidades de la razón humana para llegar al conocimiento de Dios: “No hay ningún nombre que sea capaz de abarcar toda la naturaleza de Dios y de declararla suficientemente; pero muchos y diversos, cada uno con su propia significación, llegan a formar un conocimiento oscuro, sí, y sumamente exiguo si se compara con todo el objeto, pero suficiente para nosotros”[21].

En San Gregorio de Nacianzo (329?-390) se mantiene la convicción de que la filosofía se subordina a la fe en calidad de subsidiaria y auxiliar. “Para un cristiano, lo primero es la fe en la Sagrada Escritura. El uso de la razón es legítimo, pero debe saber detenerse ante la frontera de los misterios, que son inaccesibles a sus fuerzas”[22]. Y en su segundo discurso teológico enfatiza con energía los límites de la razón: “es difícil conocer a Dios; y el expresarlo, imposible, como lo ha enseñado entre los griegos un filósofo que ha hablado de Dios, a mi juicio, no sin cierta intención, para dar, por una parte, la impresión de decir algo difícil, y esquivar, por otra parte, el reproche de expresar lo inexpresable. Por mi parte, pienso que no es posible expresar lo que Dios es, y que es menos posible aún el comprenderlo”[23].

LOS PADRES OCCIDENTALES: SAN AGUSTÍN DE HIPONA

A diferencia de Oriente, en Occidente no existían centros de estudios teológicos, en el pleno sentido de la expresión. Es de notar también, que a excepción de San Agustín (354-430), el influjo de la filosofía es mucho menor en los padres latinos que en los padres griegos, ya que la filosofía había casi desaparecido en las escuelas latinas. Por ello, me limito a considerar la manera como el Obispo de Hipona concebía las relaciones entre la fe y la filosofía.

Las relaciones entre fe y filosofía son en San Agustín de franca armonía: “Ni persigue otro fin la verdadera y auténtica filosofía sino enseñar el principio de todas las cosas, y la grandeza de la sabiduría que en El resplandece, y los bienes que sin detrimento suyo se han derivado para nuestra salvación de allí. Ella nos instruye en nuestros sagrados misterios, cuya fe sincera e inquebrantable salva a las naciones, dándoles a conocer a un Dios único, omnipotente…[24]” Y más adelante en el mismo opúsculo señala la tarea de la filosofía: “Dos problemas le inquietan: uno concerniente al alma, el otro concerniente a Dios. El primero nos lleva al propio conocimiento, el segundo al conocimiento de nuestro origen. El propio conocimiento nos es más grato, el de Dios más caro; aquél nos hace dignos de la vida feliz, éste nos hace felices. El primero es para los aprendices, el segundo para los doctos”[25]. 

Las relaciones entre fe y razón son así de una profunda intimidad: Intellige ut credas. Crede ut itelligas. Así, la inteligencia prepara para la fe, la fe a su vez dirige e ilumina la inteligencia y ambas juntas llevan al amor, o lo que es lo mismo “del entender al creer, del creer al entender, y del creer y el entender al amor”[26]. La actitud conciliadora de San Agustín sigue la línea ya trazada anteriormente por San Justino y Clemente de Alejandría, pero desgraciadamente, el Obispo de Hipona muere durante el asedio de los vándalos a su ciudad.

LA CULTURA EUROPEA A RAÍZ DE LA INVASIÓN DE LOS BÁRBAROS

Las invasiones bárbaras que asolaron Europa trastornaron el orden político, económico y social, paralizando la actividad cultural. La Iglesia Católica (a pesar de todos los prejuicios que se mantienen todavía al día de hoy) salvaguardó los bienes de la cultura clásica y en sus abadías mantuvo el movimiento cultural e inició el largo y lento proceso de recuperación y asimilación de la cultura antigua. Durante el largo periodo que va del siglo IV hasta ya entrado el siglo XI, la especulación medieval consiste fundamentalmente en una ciencia de libros, fundamentalmente de las Sagradas Escrituras y de los autores profanos que se iban recuperando gradualmente. El interés de los filósofos cristianos de este período se centra en la penetración y desentrañamiento del sentido de las Escrituras antes que en la especulación y estudio de la naturaleza y la realidad exterior. “Por esto, en la Edad Media occidental, más que de un desarrollo de la filosofía, podemos hablar de la formación de una teología cristiana”[27].


Para la interpretación de los textos se fueron incorporando algunos medios técnicos ya desarrollados en la antigüedad, como la gramática, la retórica y la dialéctica. Las artes liberales, y específicamente, la gramática y la dialéctica se incorporan como ayuda para interpretar las Sagradas Escrituras del siglo IX al XI. Durante el renacimiento carolingio la gramática, la retórica y posteriormente, la dialéctica, tendrán un lugar de primer orden, hasta que se de la recuperación de la filosofía completa de Aristóteles, por ello, la cuestión de las relaciones entre fe y filosofía queda por completo relegada. “… los medievales trabajan principalmente sobre libros”[28], su interés se centra principalmente en los comentarios.

PREPARACIÓN DE LA ESCOLÁSTICA

Un pesador excepcional por su rigor lógico, su amplitud sistemática y originalidad es en el siglo IX Juan Escoto Eriúgena (800-815-877?). En él se plantean con claridad nuevamente los problemas relativos a la relación entre la fe y la filosofía: “… el método de toda doctrina piadosa y perfecta, por el que se investiga con toda diligencia y con toda claridad se encuentra la esencia de todas las cosas, está determinado en aquella ciencia que los griegos suelen llamar filosofía…”[29].

El influjo de la teología negativa del  Seudo Dionisio en Escoto Eriúgena es patente: “La razón, por su parte, concentra todos sus esfuerzos en sugerirnos y probar, con bien fundadas investigaciones sobre la verdad, que no se puede decir nada de Dios con propiedad, ya que supera todo entendimiento y todas las expresiones sensibles e inteligibles Aquel que es mejor conocido no conociéndole y cuya ignorancia es la verdadera sabiduría, que con más verdad y exactitud es negado en todo que afirmado. Pues cualquier negación que de el hagas será una negación verdadera, mientras que no toda afirmación que hagas será una afirmación verdadera”[30].

Sin embargo, el irlandés antes “que plantearse el problema de la conciliación entre la revelación y la filosofía, se fija más bien en sus relaciones mutuas”[31]. Pero en su intento de realizar una filosofía cristiana, confunde los campos de la filosofía y la fe, en lo que él piensa que debe ser una labor conjunta: ”¿Qué otra cosa es tratar de filosofía, sino exponer las reglas de la verdadera religión, por la que se rinde humilde culto y se investiga con el trabajo de la razón a la suprema y principal causa de todas las cosas de Dios? De ahí que la verdadera filosofía es la verdadera religión, y, a la inversa, la verdadera religión es la verdadera filosofía.[32]” De aquí que no se vea en Escoto el punto exacto en que termina la labor de la filosofía, la cual aparece como una especie de prolongación racional de la fe.

DOS CONTROVERSIAS: DIALÉCTICOS Y ANTIDIALÉCTIVOS. REALISTAS Y VERBALISTAS

Durante el siglo XI, el panorama cultural cambia radicalmente. A raíz de las controversias sobre la Eucaristía y sobre la Trinidad, a la par que las discusiones sobre el poder papel y el de los reyes, tienen que afinarse los métodos de discusión, lo que llevó no solo al mayor desarrollo de la dialéctica sino también a notables abusos del método dialéctico y a una agria controversia entre dialécticos (Anselmo de Besata, Berengario de Tours)) y antidialécticos (San Pedro Damiani, Othloh de San Emerano).

Otra controversia que se desarrolla a partir del siglo X se refiere a la cuestión de la realidad de los universales. Esta controversia tiene dos posturas que se encuentran a lo largo de los siglos XI y XII: la de los realistas como San Anselmo que afirmaban la existencia de los universales dentro de los singulares, o sea, como una naturaleza común, participada por muchos individuos; y la de los verbalistas como Pedro Abelardo, quien afirmaba que los universales son sólo predicaciones (sermones).

La actitud de San Anselmo de Cantorbery (1033-1109) ante la filosofía, es de alguna manera la conclusión de la controversia entre dialécticos y antidialécticos, quienes indirectamente habían planteado el problema de las relaciones entre la razón y la fe. Su posición al respecto es de conciliación: así, contra los dialécticos exagerados afirma la absoluta supremacía y suficiencia de la fe, mientras que contra los antidialécticos  defiende la utilidad de la ciencia humana, para la mejor comprensión y explicación de las verdades aceptadas por la fe (siguiendo en esto la tradición de San Justino y Clemente de Alejandría, pero sobre todo de San Agustín)[33].

De raíz netamente agustiniana es este fragmento del Proslogio: “No intento, Señor, penetrar tu profundidad, porque de ninguna manera puede comparar con ella mi inteligencia; pero deseo comprender tu verdad, aunque sea imperfectamente, esa verdad que mi corazón cree y ama. Porque no busco comprender para creer, sino que creo para llegar a comprender. Creo, en efecto, porque, si no creyere, no llegaría a comprender”[34]. 

Pedro Abelardo (1079-1142) tiene méritos en el ámbito de la teología, donde desarrolla un espíritu singularmente crítico y analítico, teniendo como firme propósito la aplicación del método dialéctico a la teología. Pero pese a que Abelardo trata de distinguir los terrenos de la razón y la fe, “no siempre supo mantenerse estrictamente dentro de los límites de cada uno, exagerando el alcance de la primera para la comprensión y explicación de los misterios. No los niega ciertamente, pero su mentalidad de dialéctico repercute en su concepto de la teología, tratando de explicarla <<quaddamodo rationalter>>. Más que el fondo de los problemas, le interesa su formulación conforme a las leyes de la dialéctica…[35]

La Escuela de Chartres, cuya fundación se remonta al obispo San Fulberto (960-1028) representa un acercamiento mayor a la filosofía de la antigüedad, pese a que no se conocía la mayor parte de las obras de los filósofos antiguos. Gilberto Porreta (1076-1154) fue uno de los primeros que dio acogida a la división aristotélica de las ciencias y distingue entre los ámbitos de la fe y la razón. “En teología, la razón debe subordinarse a la fe, la cual es antes que la primera. Pero no logró el equilibrio perfecto entre ambas, inclinándose más bien a la tendencia de Abelardo a aplicar excesivamente la dialéctica a la teología…[36]” Por otro lado, Clarembaldo de Arras (+1170), discípulo de Teodorico no “sólo subordina la filosofía a la teología, sino que las considera como intrínsecas la una a la otra <<intima philosophiae disciplina; thelogizare est philosophari>>[37].

FILOSOFÍA Y MÍSTICA: ESCUELA DE SAN VÍCTOR Y EL CISTER Y CLARAVAL

La Abadía de San Víctor llegó a destacar muy especialmente en mística con las grandes figuras de Hugo y Ricardo. Hugo de San Víctor (h. 1097-1141) “consolida el concepto de las artes liberales como preparación para el estudio de la filosofía, de ésta como vestíbulo para la teología, y, finalmente, de la mística, que es la coronación de todo el saber, a la cual se ordenan todas las ciencias humanas”[38]. Esta actitud no es compartida por Ricardo de San Víctor (+1173), el cual pese a reconocer la utilidad del saber profano para la ciencia sagrada, demuestra una actitud poco favorable hacia la filosofía: “falleris, falleris, philosophe!”[39]. “No obstante, como San Anselmo y San Agustín, aspira a la inteligencia de la fe… pero exagerando el alcance de la razón y buscando razones necesarias para hacer comprensibles los misterios”[40].

La mística es sistematizada no sólo en la escuela de San Víctor, sino también en el Cister y Claraval bajo la inspiración de San Bernardo (1090-1153), quien mantiene una tajante oposición ante la especulación puramente filosófica. Así, pese a que San Bernardo reconoce que la ciencia humana puede ayudar a la ciencia sagrada, busca ante todo la ciencia divina. Sus invectivas contra la filosofía se dirigen principalmente contra Pedro Abelardo: “ventosa loquacitas, turpis curiositas, turpis vanitas, turpis quaestus[41]”. Más conciliadora es la postura de Alano de Lille, la cual era la excepción en el Cister y Claraval, ya que Alano estimaba las artes liberales y la filosofía, aunque reconociendo las limitaciones de la razón.

LA ESCOLÁSTICA EN PLENO: SAN ALBERTO MAGNO Y SANTO TOMÁS DE AQUINO

Poco a poco la teología escolástica comienza a adquirir el estatuto de ciencia, gracias a los frutos de lo logrado anteriormente, que se recogen en el siglo XII y preparan la plenitud escolástica del siglo XIII. La filosofía comienza también a manifestar la tendencia a recuperar su estatuto de ciencia autónoma y a tener una categoría propia en el ámbito del saber humano. La completa y cabal resolución de las relaciones entre la fe y la filosofía, entre el saber revelado y la tradición filosófica llega con el advenimiento de figuras de tal altura como San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. Un factor que influye en este desarrollo es sin lugar a dudas, la recuperación total del Corpus Aristotelicum y su traducción al latín.

San Alberto Magno (1206-1280) es una de las más grandes personalidades de la historia universal: poseedor de un saber enciclopédico, fue teólogo, filósofo, matemático, gobernante y obispo, entre otras actividades. Tuvo además San Alberto el enorme e indiscutible mérito de recuperar la filosofía aristotélica. En su comentario a los libros de la física de Aristóteles señala que: “Siendo tres las partes esenciales de la filosofía real… las cuales son la natural o la física y la metafísica y la matemática-, nuestra intención es hacer inteligibles a los latinos todas esas partes de la filosofía”[42]. Aquí sigue el Santo, la división de la filosofía que el estagirita había establecido en la metafísica. No obstante, la intensión de Sal Alberto no era tanto llevar a cabo un comentario totalmente apegado a los textos aristotélicos, sino interpretarlos y completarlos con aportaciones propias. “No se propone seguir servilmente ni reproducir sin más el pensamiento aristotélico, sino enriquecerlo y ponerlo al día, como si esas obras hubieran sido escritas en el siglo XIII”[43]. Pese a que San Alberto considera que la filosofía y la teología son dos campos del saber, con objetos, fines y métodos propios, no llega a la compenetración entre razón y fe, característica de su discípulo Santo Tomás.

La filosofía se mantiene en el orden puramente natural, quedando relegado en este campo el argumento de autoridad prevalece sobre el de la razón: “la luz de los objetos inteligibles de esta ciencia [la metafísica] recoge en todos los seres particulares lo que se proporciona más naturalmente a nuestro entendimiento, que está adherido al espacio y al tiempo. Va recibiendo, pues, poco a poco, cada vez más luz de la resolución de los inteligibles físicos y matemáticos en los principios divinos; y por ello, en nosotros arranca también esta ciencia de los objetos físicos y matemáticos y termina en la especulación de los divinos. Por lo cual también se la enseña en último lugar, y los filósofos, conducidos por las otras ciencias, culminaban su vida de estudios en ésta”[44]. Y por otro lado, en la teología, que corresponde al estudio del orden sobrenatural, prevalece el argumento de autoridad sobre el de la razón: “… en contra de lo que está determinado por la fe, no puede haber ninguna demostración, ya que la fe no está en contra de la razón, pues ninguna verdad se opone a otra, sino que está sobre la razón… Y por eso está necesitada de la luz de la fe…[45]

El problema de las relaciones entre la fe y la razón, entre la filosofía y la verdad revelada llega en Santo Tomás a su solución teórica y práctica. El aquinate distingue con claridad entre dos órdenes de conocimiento: el natural, que proviene la sola luz de la razón humana, y que lleva a la filosofía, la cual tiene sus leyes y métodos propios; y el sobrenatural, el cual proviene de la revelación divina y nos descubre, además de verdades al alcance de la razón (lo revelable), verdades que exceden el alcance de la razón natural y que el creyente acepta por un acto de fe (lo revelado). Ambos conocimientos provienen de Dios, por lo que no hay entre ellos contradicción intrínseca. La necesidad de este último orden de conocimiento la establece con toda claridad el Santo: ”fue también necesario que el hombre fuese instruido por revelación divina sobre las mismas verdades que la razón humana puede descubrir acerca de Dios, porque las verdades acerca de Dios investigadas por la razón humana llegarían a los hombres por intermedio de pocos, tras de mucho tiempo y mezcladas con muchos errores, y, sin embargo, de su conocimiento depende que el hombre se salve, y su salvación está en Dios. Luego para que con más prontitud y seguridad llegase la salvación a los hombres fue necesario que acerca de lo divino se les instruyese por revelación divina. Por consiguiente, fue necesario que, aparte de las disciplinas filosóficas, en cuya investigación se ejercita el entendimiento, hubiese una doctrina sagrada conocida por revelación”[46].

Así, las relaciones entre conocimiento natural y sobrenatural se dan en varios aspectos: 1º. Para un cristiano el orden natural se subordina al orden sobrenatural. 2º. Tanto la filosofía como la revelación son completas y autónomas en sus respectivos órdenes, lo que no excluye que puedan beneficiarse mediante su mutua colaboración. 3º. La revelación orienta la filosofía en dos sentidos: negativo, preservándola de los errores, y positivo, indicándole el término al que debe llegar o del que no se debe apartar. 4º. La filosofía puede ponerse al servicio de la fe para ilustrar, aclarar, explicar y defender los misterios de la revelación. “Esta colaboración armónica de la razón y la fe, o de la filosofía y la revelación, da por resultado una nueva figura de ciencia, típicamente cristiana, que es la teología”[47].

CONCLUSIONES

A lo largo de este estudio de las vicisitudes de la filosofía cristiana durante la Edad Media hemos podido constatar las dificultades que derivan de las relaciones que hay entre revelación y filosofía, entre fe y razón. La actitud de los filósofos cristianos se encuentra en un continuo que va desde la absoluta suficiencia de la fe y el repudio a la filosofía, hasta la absoluta suficiencia de la razón y la casi asimilación de la teología a la técnica dialéctica. Entre estos dos extremos se encuentran posturas intermedias, no siempre determinadas con claridad y en ocasiones plagadas de ambigüedades. No obstante, la luz sobre cómo deban ser las relaciones entre fe y razón aparece muy pronto en la historia del pensamiento filosófico medieval con posturas como las de San Justino y Clemente de Alejandría.

Un punto culminante en la historia de las relaciones entre fe y razón lo encontramos en San Agustín, pero la invasión bárbara que asoló a la Europa medieval significó un retroceso grave en mucho de lo logrado en este terreno. Las controversias entre dialéctico y antidialécticos, realistas y verbalistas y la incorporación de la técnica dialéctica y la posterior recuperación del Corpus Aristotelicum y de la filosofía clásica hicieron candente la cuestión de estas relaciones, además de que permitieron el pleno desarrollo de la filosofía escolástica. Es precisamente en el siglo XIII, con la monumental figura de Santo Tomás de Aquino, donde encontramos la solución plena de esta larga controversia y la armonización entre ambos campos del saber humano. El resultado de esta conciliación fue uno de los más grandes logros de la ciencia humana y una de las conquistas mayores del espíritu humano (que desgraciadamente ha sido menospreciado por el racionalismo mitificador y el jacobinismo trasnochado): la teología.


BIBLIOGRAFÍA

1. Los filósofos medievales: selección de textos. Por Clemente Fernández. Madrid, La Editorial Católica, 1980. 2 v. (Biblioteca de Autores Cristianos)

2. Fraile, Guillermo. Historia de la filosofía: II. 4ª ed. Madrid, La Editorial Católica, 1986. 2 v. (Biblioteca de Autores Cristianos)



[1]  Hch. 17 22-32
[2]  San Justino. Diálogo con Trifón. 2. En Clemente Fernández. Los filósofos medievales: selección de textos. Vol. 1. p. 5
[3]  Ibid. 7. p. 13
[4]  Ibid. 2. p.  4-5
[5]  Citado En Guillermo Fraile. Historia de la filosofía: II (1º). p. 76
[6]  Teófilo Antioqueno, Los tres libros a Autólico. Libro I. En Clemente Fernández. op. cit. P. 26
[7]  San Ireneo. Contra las Herejías. Capítulo XIII. En Clemente Fernández. op. cit. p. 32
[8]  Guillermo Fraile. Loc.. Cit.
[9]  Tertuliano. Sobre el testimonio del alma. Capítulo I. En Clemente Fernández. op. cit. p. 40
[10] Guillermo Fraile. op. cit. p. 78
[11]  Cfr. Guillermo Fraile. op. cit. p. 80-85
[12]  Clemente de Alejandría. Los Tapices. Libro I, Capítulo V. En Clemente Fernández. op. cit. p. 59
[13]  Ibid. Libro I, Capítulo IX. En Clemente Fernández. op. cit. p. 61
[14]  Ibid. Libro I, Capítulo VI. En Clemente Fernández. op. cit. p. 60
[15]  Ibid. Libro I. Capítulo XX. En Clemente Fernández. op. cit. p. 62
[16]  Ibid. Libro II, Capítulo IV. En Clemente Fernández. op. cit. p. 62
[17]  Ibid. Libro II, Capítulo IV. En Clemente Fernández. op. cit. p. 63
[18]  Orígenes. Contra Celso. Libro VII. En Clemente Fernández. op. cit. p. 95
[19] Ibid. En Clemente Fernández. op. cit. p. 97,
[20]  Guillermo Fraile. op. cit. p. 149
[21]  San Basilio. Contra Eunomio. Libro I. En Clemente Fernández. op. cit. p. 102
[22]  Guillermo Fraile. op. cit. p. 151
[23]  San Gregorio Nacianceno. Segundo discurso teológico. 4. En Clemente Fernández. op. cit. p. 106
[24]  San Agustín. Del Orden. Libro II, Capítulo V. En Clemente Fernández. op. cit. p. 174
[25]  Ibid. Capítulo XVIII. En Clemente Fernández. op. cit. p. 183
[26]  Guillermo Fraile. op. cit. p. 198
[27]  Guillermo Fraile. op. cit. p. 277
[28]  Idem.
[29]  Escoto Eriúgena. Sobre la predestinación divina. Capítulo I. En Clemente Fernández. Los filósofos medievales: selección de textos. Vol. 2. p. 43
[30]  Escoto Eriúgena. Periphyseon. Libro I. En Clemente Fernández. op. cit. p. 21
[31]  Guillermo Fraile. op. cit. p. 311
[32]  Escoto Eriúgena. Sobre la predestinación divina. loc. cit.
[33]  Cfr. Guillermo Fraile. op. cit. p. 372-373
[34]  San Anselmo. Proslogio. Capítulo I. En Clemente Fernández. op. cit. p. 70
[35]  Guillermo Fraile. op. cit. p. 415
[36]  Ibid. P. 431
[37] Ibid. P. 445
[38] Ibid. P. 474
[39] Citado en Guillermo Fraile. op. cit. p. 489
[40] Guillermo Fraile. op. cit. p. 490
[41] Citado en Guillermo Fraile. op. cit. p. 500
[42]  San Alberto Magno. Comentario a los ocho libros de la física de Aristóteles. Libro I, Tratado I, Capítulo I. En Clemente Fernández. op. cit. p. 164
[43]  Guillermo Fraile. Historia de la filosofía: II (2º). P. 237
[44]  San Alberto Magno. Metafísica. Tratado II, Capítulo X. En Clemente Fernández. op. cit. p. 192
[45] San Alberto Magno. Cometario a la Etica de Aristóteles. Libro I, Lección XIII. En Clemente Fernández. op. cit. p. 162
[46] Santo Tomás de Aquino. Suma teológica. q. 1. a. 1. . En Clemente Fernández. op. cit. p. 483
 
[47] Guillermo Fraile. op. cit. p. 275

No hay comentarios.:

Publicar un comentario