UN DÍA DE LOCURA
Esa vez, como ya
era costumbre, llegué tarde a la función de cine. Los jóvenes se arremolinaban
en torno a los puntos de venta de golosinas, así que tuve que pasar de largo.
Me adentré en la penumbra de la sala cuando todavía exhibían los cortos y me
quedé profundamente dormido. Soñé que estaba con mi padre y unos amigos en las
instalaciones de la Universidad, yo dormía en el primer piso sobre una banca de
cemento, pero mi sueño era interrumpido constantemente por un ahogo repentino
que parecía aniquilarme lentamente.
Cuando desperté,
los jóvenes salían en tropel de la sala. No vi ni un instante de la película,
pero me pareció que aquello era la película real. Unos a otros, los jóvenes se
empujaban buscando salir apresuradamente de la sala de cine, con rapidez
inusual, muchos bajaron las escaleras atropellando a su paso a quien caía o a quien
se les ponía enfrente. En cuestión de segundos todos estaban afuera, a plena
luz del sol.
Como guiados por
una misteriosa fuerza, los jóvenes se transformaban gradualmente en una manada
de enfurecidos animales que se atacaban entre sí, a golpes, mordiscos,
puntapiés, patadas y haciendo uso de todos los recursos a su alcance. Salí como
pude y me topé con el interminable baño de sangre que habría de marcar para
siempre ese día. A mi paso encontraba cadáveres y miembros desperdigados,
mientras huía despavorido, sin saber qué estaba sucediendo.
El ejército de
jóvenes se desplazaba por la explanada, destruyendo todo a su paso, cual
langostas furiosas. En pocas horas sólo quedaban los restos de una terrible
carnicería que se extendió por varias horas y que no pudo ser contenida por la
fuerza pública. Sentado en una banca me pregunté si acaso no había soñado ese
episodio, y si tal vez mi cuerpo seguía en la sala de cine, mientras mi
imaginación contemplaba esa atroz pesadilla.
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