lunes, 3 de abril de 2017

Cuento: Iatrogenia

Por Javier Brown César


Ese día lo internaron por un severo cuadro, que decían que era influenza. En cuanto llegó al hospital, su situación comenzó a agravarse después de los primeros cuidados: la fiebre no cedía, así que hubo que aplicar medicamentos cuya eficacia ya había sido probada, pero cuyo elevado costo hubiera ofendido a estoicos e impávidos; eso no importaba, la familia tenía recursos suficientes: casas en playas, automóviles de colección, relojes de lujo, joyas indescriptibles. Ustedes atiéndalo, que la familia paga. A pesar de todo no mejoraba, al contrario, su salud se deterioraba poco a poco. Así que los médicos decidieron realizar un escaneo. Encontraron extrañas malformaciones que sus familiares no eran capaces de comprender, pero que era necesario extirpar -el abuelo recordó que los mecánicos de antes hacían lo mismo con los autos, pero en su delirio senil fue incapaz de comunicar esa lúcida relevación a los demás. Así que lo operaron para extirparle todo aquello que le causaba tanto malestar. Cuando despertó sentía que había pasado un segundo desde que entró al hospital, pero había estado ahí semanas, que en términos monetarios representaban una pequeña fortuna; pero sus familiares lo amaban tanto que la venta de la casa de Valle de Bravo bien valía la pena. Días después salió del hospital totalmente recuperado, con una pequeña cicatriz en el abdomen y algunos cientos de miles de pesos menos en su cuenta de banco, pero eso no le importaba. Antes de salir del nosocomio el abuelo, usualmente incontinente, entró a un cubículo pensando que era el sanitario y sin que nadie lo viera escuchó una conversación que ni comprendió cabalmente ni era capaz de comunicar a nadie, dada su avanzada demencia:

 

Ya sabe enfermera, el hotel de siempre, gran turismo, por un mes, y el vuelo en primera clase, pero eso sí, no me pase llamadas mientras esté fuera, y menos de la familia de ese estúpido ricachón que operamos hace algunos días.

 

Marzo 29 de 2017

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