martes, 3 de febrero de 2015

Cuento: El Gremio

Por Javier Brown César

Debí haberlo sabido cuando el día en que se elegiría al nuevo jefe, a pesar de mi probada experiencia y lealtad, otro fue el afortunado. Desde entonces a la fecha, testimonié la aberrante arbitrariedad que se da cuando se nombra a quienes han de tener roles protagónicos y toman decisiones importantes. A pesar de ello terminé mis estudios con honores con el sueño de integrarme exitosamente al gremio, a cambio fui recibido con frialdad y miradas recelosas; sin embargo, todavía tenía la esperanza de que la disciplina, la honestidad y el trabajo eran condicionantes del éxito profesional y que tarde o temprano llegaría muy alto. Mi frustración fue mayúscula cuando descubrí el primer escándalo de corrupción, derivado del uso de recursos del gremio para apoyar la campaña personal de su dirigente y para renovar su parque vehicular; a cambio de mis denuncias tuve como recompensa la indiferencia, el desprecio e incluso la denostación. Jamás me hubiera imaginado que los profesionistas del gremio fueran capaces de solapar e incluso abrazar la causa de la corrupción, pero inquiriendo un poco más desentrañé una larga historia de abusos, corruptelas y encubrimiento: desvío de recursos de los agremiados para financiar viajes y lujos, deudas contraídas para pagar desmanes inagotables y jornadas de gula y lujuria, sobornos a funcionarios del gobierno para obtener concesiones, y un largo etcétera de aberraciones. Con el tiempo me di cuenta que los agremiados formaban una caterva de pillos mediocres y egoístas, que entre ellos se repartían los mejores cargos, las becas y los viajes y que impedían el libre acceso a posiciones de poder; controlaban elecciones, encubrían fraudes y exigían cuotas al margen de los estatutos del gremio. Debo decir que no soporté mucho tiempo la degeneración de mi profesión, degradada como la de todos aquéllos que en lugar de defender a las personas las defraudan y las condenan a la cárcel o de aquéllos que inventan un tumor para operar y para pagarse sus próximas vacaciones o de aquéllos que ayudan a evadir impuestos. Como podrá ver, esa es la razón por la que conduzco este taxi, a pesar de ser profesionista y tener una cédula profesional, que gustoso quemaría para olvidarme de todo lo que he visto que hacen quienes han convertido a los gremios en cuevas de bandidos. Por cierto… parece que ya podemos avanzar.


Febrero 3 de 2015

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