lunes, 9 de febrero de 2015

Cuento: Traidor a la Patria

Por Javier Brown César

Queda también prohibida la pena de muerte por delitos políticos, y en cuanto a los demás, sólo podrá imponerse al traidor a la Patria en guerra extranjera, al parricida, al homicida con alevosía, premeditación y ventaja, al incendiario, al plagiario, al salteador de caminos, al pirata y a los reos de delitos graves del orden militar.

Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos promulgada el 5 de febrero de 1917

Hace varios años que me desvelo hurgando en el pasado familiar para tratar de desentrañar quién soy y por qué soy como soy. Alguien me dijo hace tiempo que si quería conocer con certeza meridiana mi misión en la tierra, debía indagar en las vocaciones, historias y andanzas de mis antepasados, para no repetir sus errores, para aprender de sus aciertos y comprender las razones por las que tengo ciertas habilidades particulares. Inquiriendo durante años en archivos y entrevistando a familiares y personas ya muy mayores llegué a conocer mejor mi pasado. De todas las historias que escuché no hay ninguna más perturbadora que la de mi tatarabuelo Don José Guajardo, un norteño de Parral que su Patria olvidó porque era un tipo con ideas abiertamente descabelladas.

Don José es lo que podríamos considerar un mexicano ingrato, un traidor a la Patria. Gracias a mis investigaciones pude saber que mi infame ancestro conoció a un tal Lorenzo de Zavala, defensor del pensamiento liberal y ávido promotor de los gringos, que aprendió por sí mismo el idioma inglés, visitó los Estados Unidos y escribió un panegírico sobre el vecino del norte en el que ensalzaba su talante laborioso, reflexivo, libre y perseverante. Supe que mi antepasado siguió a los gringos en sus campañas militares desde las batallas de Palo Alto y Resaca, Buenavista, hasta la de Molino del Rey, el ataque a la Casa Mata y la victoria en Chapultepec, y que consideró que el día más importante en la historia de nuestro país fue cuando la bandera de las barras y las estrellas fue izada en el Zócalo de la ciudad en la mañana del 14 de septiembre de 1847. Lo que pasaría después de ese acontecimiento que humilló a sus compatriotas es confuso y nadie me ha podido dar razones de mi ancestro.

Don José Guajardo tenía la extraña convicción de que nuestro país estaba destinado a la prosperidad, con tal de que superara el cerrado nacionalismo de los conservadores y “abriera el corazón de sus hijos a la causa de los Estados Unidos del Norte de América”. En uno de sus primeros panfletos, titulado Sobre la conveniencia de un México protestante, Don José argumentaba en contra de dos prácticas recurrentes de la iglesia: la compra de indulgencias y la confesión; con respecto a las indulgencias decía: “ahora compramos un cachito de cielo a los curitas y de seguro mañana terminaremos comprando los favores de los políticos conservadores mientras no nos deshagamos de esa runfla de vividores y buenos para nada”; para la confesión no era menos lacónico: “si la confesión sólo sirve para limpiarnos la conciencia y seguir siendo los mismos rufianes de siempre mal servicio nos da esta práctica que nos va a llevar a ser un país de ladrones, pillastres y asesinos”. Más adelante escribía en tono exaltado: “hoy intermedian para que logremos la gracia de un dios que todos dicen amar, aunque traicionen a sus propios hermanos, y mañana seguramente crearán grupúsculos de vividores que intermediarán entre quienes nos ofrecen el cielo en la tierra y quienes padecen el infierno en la tierra”. En otro de sus lapidarios panfletos titulado Sobre las diferencias entre el norte y el sur mi ancestro contrastaba de manera abierta el temperamento y carácter de los pueblos ubicados a ambos lados del río Bravo: “mientras que los que viven al norte trabajan día y noche y acumulan riqueza, explotando a una naturaleza poco prolija e ingrata, nosotros que vivimos en jauja y que con estirar la mano gozamos de los generosos frutos de la tierra nos hemos convertido en una nación de palurdos, salvajes y holgazanes incapaces de hacer nada para extraer la verdadera riqueza de donde está que es en las entrañas mismas de esta tierra”. Sin duda su escrito polémico más radical es Sobre la conveniencia de ser todos Americanos del Norte en el que argumentaba a favor de adoptar el inglés como lengua nacional y de la ideología liberal como filosofía de vida para “deshacernos de los malos prejuicios inculcados por quienes tiene al pueblo sumido en la miseria y la ignorancia”.

No cabe duda que el tatarabuelo tenía ideas extrañas. Todavía hoy me pregunto qué hubiera pasado si sus sueños se hubieran vuelto realidad, entonces veo a los Estados Unidos y me pongo a temblar, pensando en Corea y Viet Nam, en el tío Sam y el pato Donald, y tanta plebe gringa llena de lana pero en su mayoría ignorantes, comparada con una Patria que no ha vivido una sola guerra desde la Revolución y con una raza pobre hasta los huesos, pero eso sí muy orgullosa y mayoritariamente ignorante.

Febrero 9 de 2015

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