Por Javier Brown César
Queda también prohibida la pena de muerte por delitos políticos, y en
cuanto a los demás, sólo podrá imponerse al traidor a la Patria en guerra
extranjera, al parricida, al homicida con alevosía, premeditación y ventaja, al
incendiario, al plagiario, al salteador de caminos, al pirata y a los reos de
delitos graves del orden militar.
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos
promulgada el 5 de febrero de 1917
Hace varios años que me desvelo
hurgando en el pasado familiar para tratar de desentrañar quién soy y por qué
soy como soy. Alguien me dijo hace tiempo que si quería conocer con certeza
meridiana mi misión en la tierra, debía indagar en las vocaciones, historias y
andanzas de mis antepasados, para no repetir sus errores, para aprender de sus
aciertos y comprender las razones por las que tengo ciertas habilidades
particulares. Inquiriendo durante años en archivos y entrevistando a familiares
y personas ya muy mayores llegué a conocer mejor mi pasado. De todas las
historias que escuché no hay ninguna más perturbadora que la de mi tatarabuelo
Don José Guajardo, un norteño de Parral que su Patria olvidó porque era un tipo
con ideas abiertamente descabelladas.
Don José es lo que podríamos
considerar un mexicano ingrato, un traidor a la Patria. Gracias a mis
investigaciones pude saber que mi infame ancestro conoció a un tal Lorenzo de
Zavala, defensor del pensamiento liberal y ávido promotor de los gringos, que
aprendió por sí mismo el idioma inglés, visitó los Estados Unidos y escribió un
panegírico sobre el vecino del norte en el que ensalzaba su talante laborioso,
reflexivo, libre y perseverante. Supe que mi antepasado siguió a los gringos en
sus campañas militares desde las batallas de Palo Alto y Resaca, Buenavista,
hasta la de Molino del Rey, el ataque a la Casa Mata y la victoria en
Chapultepec, y que consideró que el día más importante en la historia de
nuestro país fue cuando la bandera de las barras y las estrellas fue izada en
el Zócalo de la ciudad en la mañana del 14 de septiembre de 1847. Lo que
pasaría después de ese acontecimiento que humilló a sus compatriotas es confuso
y nadie me ha podido dar razones de mi ancestro.
Don José Guajardo tenía la
extraña convicción de que nuestro país estaba destinado a la prosperidad, con
tal de que superara el cerrado nacionalismo de los conservadores y “abriera el
corazón de sus hijos a la causa de los Estados Unidos del Norte de América”. En
uno de sus primeros panfletos, titulado Sobre
la conveniencia de un México protestante, Don José argumentaba en contra de
dos prácticas recurrentes de la iglesia: la compra de indulgencias y la
confesión; con respecto a las indulgencias decía: “ahora compramos un cachito
de cielo a los curitas y de seguro mañana terminaremos comprando los favores de
los políticos conservadores mientras no nos deshagamos de esa runfla de
vividores y buenos para nada”; para la confesión no era menos lacónico: “si la
confesión sólo sirve para limpiarnos la conciencia y seguir siendo los mismos
rufianes de siempre mal servicio nos da esta práctica que nos va a llevar a ser
un país de ladrones, pillastres y asesinos”. Más adelante escribía en tono
exaltado: “hoy intermedian para que logremos la gracia de un dios que todos
dicen amar, aunque traicionen a sus propios hermanos, y mañana seguramente
crearán grupúsculos de vividores que intermediarán entre quienes nos ofrecen el
cielo en la tierra y quienes padecen el infierno en la tierra”. En otro de sus
lapidarios panfletos titulado Sobre las
diferencias entre el norte y el sur mi ancestro contrastaba de manera
abierta el temperamento y carácter de los pueblos ubicados a ambos lados del
río Bravo: “mientras que los que viven al norte trabajan día y noche y acumulan
riqueza, explotando a una naturaleza poco prolija e ingrata, nosotros que
vivimos en jauja y que con estirar la mano gozamos de los generosos frutos de
la tierra nos hemos convertido en una nación de palurdos, salvajes y holgazanes
incapaces de hacer nada para extraer la verdadera riqueza de donde está que es
en las entrañas mismas de esta tierra”. Sin duda su escrito polémico más
radical es Sobre la conveniencia de ser
todos Americanos del Norte en el que argumentaba a favor de adoptar el
inglés como lengua nacional y de la ideología liberal como filosofía de vida para
“deshacernos de los malos prejuicios inculcados por quienes tiene al pueblo
sumido en la miseria y la ignorancia”.
No cabe duda que el tatarabuelo
tenía ideas extrañas. Todavía hoy me pregunto qué hubiera pasado si sus sueños
se hubieran vuelto realidad, entonces veo a los Estados Unidos y me pongo a temblar,
pensando en Corea y Viet Nam, en el tío Sam y el pato Donald, y tanta plebe gringa
llena de lana pero en su mayoría ignorantes, comparada con una Patria que no ha
vivido una sola guerra desde la Revolución y con una raza pobre hasta los
huesos, pero eso sí muy orgullosa y mayoritariamente ignorante.
Febrero 9 de 2015
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