Por Javier Brown César
Desconfío de los mal llamados “head
hunters” desde que un ex presidente, famoso por su evidente falta de
inteligencia, confesó que armó su gabinete recurriendo a los servicios de las agencias
de casa talentos. Un día tuve el extraño atrevimiento de considerarme un
talento, y quién no pensaría así en un país en el que es un dato marginal y
exótico para la estadística, la cantidad de personas que han dedicado más de 20
años de su vida a estudiar en instituciones de educación superior, que han sido
beneficiadas con becas nacionales e internacionales y que tienen experiencia
probada en el sector público y privado. Así que un buen día decidí enviar mi
trayectoria de vida, que esto significa curriculum
vitae, en nuestra amado idioma, a cuanta agencia de casa talentos encontré
en la gran red mundial; también envié alguno que otro curriculum para postularme a empleos que requerían un perfil como
el mío. Mi decepción fue mayúscula cuando sólo recibí la respuesta de una de
estas mentadas agencias y de uno de los empleos que solicité; la agencia me
decía algo así como: qué interesante trayectoria, lo tomaremos en cuenta cuando
alguien busque un perfil extravagante como el suyo, y un esbirro del empleador me
envió un comunicado en el que, palabras más palabras menos decía que
almacenaría mi curriculum en el gabinete
de talentos. Así que cuál sería mi sorpresa cuando el hombre me abordó
repentinamente en mi trabajo. Sabía más cosas de mí que mi misma madre y tenía
listo un contrato con todas las cláusulas de ley y un atractivo empleo que difícilmente
podía negarme a aceptar. Entonces me di cuenta de que no era el único elegido,
había un nutrido grupo de personas entre las que reconocí prestigiados
académicos, reputados servidores públicos e intelectuales destacados. El
reclutador era un hombre de unos sesenta años con barba bien cuidada,
impecablemente vestido, y una notable calvicie que sólo le dejaba cabellos a
ambos lados de la cabeza; por alguna razón me resultaba familiar, pero sin duda
me inspiraba confianza: hablaba con soltura cuidando bien las palabras, lo que
daba cuenta de una inteligencia sobresaliente, sus modales eran refinados y su
apariencia impecable. Todas estas señales ahuyentaron de mi imaginación el
fantasma de la duda y más cuando al leer el contrato me di cuenta de que no
había letras pequeñas y todo era formal y jurídicamente correcto. Así que
accedí y entonces trajo una constitución y protesté guardarla y hacerla guardar,
así como las leyes que de ella emanan. Lo que más me asombró fue que ese
gobierno en particular se cuidara de buscar a personas con experiencia, pericia
y talento, a través de los servicios de un reclutador confiable y discreto. Era
algo tan sorprendente que mi primer pensamiento fue que por primera vez en
muchos años veía que alguien quería hacer bien las cosas… y lo primero que
escuché fue la voz de mi esposa que decía: ¡niños!, ¡despiértense!, ¡es hora de
ir a la escuela! Y entonces, desperté de mi sueño.
Febrero 5 de 2015
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