martes, 23 de agosto de 2016

Cuento: El hotelero

Por Javier Brown César


Él es el más grande exponente de la hotelería que he conocido en mi vida. Me he hospedado en varios de sus hoteles y puedo decir que no he vivido una experiencia similar: me he sentido respetado, valorado… incluso amado. Volvería una y otra vez a sus hoteles si me fuera posible hacerlo, pero mi avanzada edad y mis constantes achaques me impiden viajar y me tienen atado a esta invalidez involuntaria. Muchas veces intenté entrevistarlo para dar a conocer sus métodos y sus hallazgos, pero constantemente me enfrenté a negativas y evasivas. No obstante, mi contacto directo con su trato afable y con sus vivencias únicas me permiten describir, aunque sea de forma fragmentaria, las razones de su éxito.

 
Lo que mi amigo el hotelero ofrece es una experiencia incomparable. Una vez que se llega a uno de sus hoteles, uno es beneficiario de un trato digno y decoroso, tal pareciera que el personal bajo su mando tuviera la consigna de tratar a cada huésped como un ser único, irrepetible e invaluable. Los responsables de los diversos servicios nos hacen sentirnos como en nuestra propia casa, desde la recepción hasta el servicio a los cuartos uno no se siente como un cliente que le entrega su dinero a un empresario distante y codicioso, sino como un ser humano digno del trato más amable posible. Ya desde la recepción no hay largas filas para el registro, ni formularios y formatos prescindibles, desde la llegada, uno siente que el tiempo de descanso es verdaderamente de uno y esto es porque el hotelero ha realizado cálculos actuariales que indican con precisión cuáles son los momentos de mayor demanda, lo que permite disponer de personal suficiente para que el registro, llegada a la habitación y entrega se den en breve tiempo, lo que garantiza que cada quien sea dueño de su vida y que viva una experiencia placentera y grata. Es como si el hotelero supiera que el tiempo es el recurso más valioso de quienes quieren disfrutar vacaciones plenas y satisfactorias; desde que uno llega a sus hoteles hasta que se va siente que es la personas más importante que hay y puede disfrutar cada segundo de su estancia y cada instante de esparcimiento y diversión.

 
El personal que lo atiende es diligente y servicial, pero no servil. No conoce de excusas ni de argumentos banales para no ofrecer un servicio expedito y excelente. Uno se sabe persona, no cliente ni objeto que consume y así es con cada servicio: recepción, ama de llave, meseros y cocineros, parrilleros y cuidadores, jardineros y bármanes, masajistas y mucamas. El personal contratado tiene experiencia, posee calidad humana y es capaz de ofrecer calidez, confort y descanso; no hay lugar para la improvisación y la excusa: el parrillero tiene que preparar la carne tal como el comensal la desea, la bebida debe reflejar la combinación perfecta de ingredientes, la cama tiene que ser del agrado de los huéspedes, los jardines deben ser magníficos e imperiales, el hotel debe ser memorable.

 
Las personas que trabajan para el hotelero se sienten orgullosas de pertenecer a una gran familia, porque además sus familias viven decorosamente del servicio y todos se sienten dueños de la cadena hotelera. El empleado peor remunerado es un trabajador confiable, que se siente apreciado, y que se mantiene en el servicio, no por las propinas, sino por la garantía de que él y su familia tienen en el presente una vida digna, decorosa y en el futuro tendrán posibilidades permanentes de mejora. Los diferentes empleados han desempeñado diversos roles, de tal forma que conocen los aspectos de la administración hotelera y saben ser exigentes donde se puede mejorar y comprensivos donde el trabajo es arduo.
 

Las instalaciones han sido diseñadas para brindar una experiencia única y memorable. Cada rincón ha sido cuidado hasta el mínimo detalle. Las habitaciones, el bar, el restaurante, las playas y albercas, las salas de juego y descanso, los servicios de spa y masaje, han sido diseñados para ofrecer al viajante una experiencia incomparable. Gracias a estas cualidades los hoteles estén siempre saturados sin que esto implique detrimento alguno en el servicio o lugares de esparcimiento atiborrados de personas. Las listas de espera para sus establecimientos son interminables porque quien vive la experiencia de ese trato amable, de ese ambiente único y de esos servicios de la más alta calidad quiere regresar una y otra vez.

 
Mi amigo el hotelero no tiene un lugar fijo donde vivir, habita de forma rotativa en sus diferentes hoteles, cuando llega, nadie sabe que es el dueño, porque su divisa es: haz que cada persona que llega se sienta como el dueño de este hotel. Es por ello que todos en sus hoteles nos tratan como dueños, porque saben que él puede ser uno de nosotros. Su riqueza es la alegría de sus huéspedes, su plenitud es el gozo de quienes se hospedan en sus hoteles; sus ganancias no son exorbitantes, pero no le interesa, porque es el hotelero más famoso del mundo y su vida es plena porque el servicio que da a los demás es absolutamente incomparable.

 

Agosto 22 y 23 de 2016

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