Por Javier Brown César
El gato: tumbado a la mitad del camino de la evolución -entre la rata y el chango. El gato me ve y me interpreta: no hay misterio cerrado, a la mirada del gato; porque el misterio, es el gato. Yo estoy al servicio del gato, el gato me ordena con su mirada: ¡abre la puerta!, ¡dame comida!, ¡dame leche!; pero el gato no puede ser ordenado, por nadie; el gato es el orden mismo. No necesita máscara sobre máscara, ni perfumes sobre hormonas, ni jabones con agua; el gato es su agua, su jabón, su perfume y su máscara. El gato es libre, porque no me necesita, y menos aún, las cosas que yo necesito -el gato puede vivir sin cosas, pero yo no-: ¡si no me das de comer, me voy de cacería! El gato es inflexible, imperativo, determinante. Sólo el gato sabe lo que quiere el gato. Sólo el gato sabe lo que es importante: ni televisión, ni automóvil, ni labadora; ¡ser libre y jugar es lo importante! ¡Juguemos al gato! El gato me ve y me interpreta, y en su mirada inescrutable, encuentro que yo mismo soy un gato, y que no puedo estar escribiendo esto...
Barranca del Muerto, Agosto 13 de 1999
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