Hemos recreado para los animales un
ambiente al que estamos acostumbrados como especie: la jaula de hierro o de
asfalto, como ustedes la prefieran definir. El animal en el zoológico está
atrapado entre paredes y rejas, va y viene todos los días en este espacio
limitado, reducido, avaro. Nosotros al contrario, nos consideramos libres
porque el espacio de paredes y rejas es más amplio: va de la casa a la oficina
y de vuelta, con el agravante de que a diferencia del animal, tenemos que
abordar vehículos para desplazarnos, y en este tránsito sudamos, nos
acongojamos, maldecimos y sufrimos por causa de congestionamientos, lluvias,
colas y transportes masivos saturados. Pero -dirán algunos obstinados defensores
de la especie- el ser humano tiene los fines de semana para descansar y días de
vacaciones que son un escape del zoológico humano. Mal consuelo -diríamos- para
un ser que se ve obligado a pagar su libertad trabajando el resto de su vida
útil, para cubrir el costo de su esparcimiento de los fines de semana y de sus
periodos de vacaciones. Y al final de su vida laboral, el animal humano, a
diferencia de otros animales, se verá recluido en un asilo -en el mejor
escenario- incapaz de alimentarse por sí mismo, y conviviendo con seres de su
misma especie que tienen que utilizar pañales y carriolas para bebés.
Agosto 24 de 2016
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