Por Javier Brown César
El siglo XX dio a luz al peor ser
humano de la historia. No me refiero a una sola persona, sino a una multitud
innumerable de personas que hicieron del pasado milenio el más violento, cruel,
criminal, sin sentido y absurdo en la historia del género humano.
La vida y la prosperidad se
vivieron como juegos de suma cero: unos pocos lograron condiciones dignas para
ellos y sus familias a costa de la miseria de millones. Nunca antes hubo tanta
prosperidad ostentosa al lado de masas sumidas en la más terrible pobreza. De
la nada surgieron fortunas inmensas, prácticamente incalculables, con cifras
que cuesta trabajo leer y más trabajo todavía pronunciar. La riqueza de unos
cuantos se construyó sobre los huesos de multitudes que murieron de hambre y
sed.
El animal humano se volvió el ser
más violento de la creación: diseñó mortíferas armas de guerra de tal manera
sofisticadas, que bastaba con oprimir un botón para acabar con naciones
enteras. Las ideas cerradas, el fanatismo exacerbado, la xenofobia
incomprensible, la envidia recalcitrante y la intolerancia hacia el diferente,
fueron los ejes en torno de los cuales giró la vida de millones de personas.
Como resultado de sistemas
educativos fraudulentos, se formó a un ser iletrado, inculto, analfabeto
funcional, fácil víctima de las ilusiones creadas por los medios masivos y de
los discursos absurdos de hordas de demagogos ineficaces.
Por todas partes proliferó el
tipo de humano petulante, pretencioso, pendenciero que multiplicó el odio, el
egoísmo, la vanidad; en todos los ámbitos del actuar humano constatamos la
realidad de un ser incapaz de resolver problemas, Inútil, insoportable, incompetente,
en fin unánimemente imbécil y absolutamente estúpido.
La mediocridad, la desidia y la
incompetencia pulularon en las estaciones del transporte público y en los
estacionamientos privados; en las verbenas populares y en las fiestas de los
pudientes; en los colegios privados y en las escuelas públicas; en los mercados
populosos y en los grandes complejos comerciales.
Tanta fue la estupidez que la
cadena de guerras parecía interminable: guerras en nombre de la raza y el color
de piel, en aras de ideologías e ideales, por afanes expansionistas y
comerciales, y para terminar “legítimamente” con otras guerras. Familias,
etnias y pueblos enteros desaparecieron, generaciones enteras se perdieron, obras
de arte y monumentos de valor incalculable fueron destruidos. Una larga estela
de muerte y desolación se extendió sobre todos los pueblos, en todos los
continentes, en todas las latitudes.
La mercantilización generalizada
de la vida dio al traste con los valores y tradiciones seculares, implantando
en su lugar la religión del dinero. Todo se ha reducido a su valor monetario,
incluso la dignidad humana. Nunca como antes había sido posible intercambiar la
vida de tantos por unas pocas monedas. La industria surtía las armas para la
guerra con el único afán de enriquecer a unos cuantos sobre los cadáveres de
millones, se construyeron viviendas en zonas de riesgo alimentando así la
especulación y la prosperidad inmobiliarias, se abrieron escuelas para amaestrar
y condicionar a las masas, vinieran de donde vinieran. Todo por el miserable y
anónimo dinero.
Al final del siglo pasado, el
Estado comenzó a desaparecer en todo el mundo, incapaz de proteger la vida y la
propiedad de sus propios ciudadanos, en algunas partes se volvió contra sus
mismos ciudadanos, fomentando el exterminio genocida, el odio xenofóbico y la
intolerancia ideológica y religiosa. Al final, las instituciones diseñadas por
la modernidad demostraron su obsolescencia.
El Estado ha sido tomado por
corporaciones que controlan los medios masivos, la industria de la guerra, la
economía informal, la delincuencia organizada. Se trata de un ente impersonal,
sin rostro, sin valores y principios que diariamente secuestra nuestras
libertades, escamotea la prosperidad, mata el orgullo y aniquila nuestras más queridas
esperanzas.
La peor noticia es que los moldes
con los que se “diseñó” este ser humano perverso y estúpido que convirtió al
siglo XX en la peor novela de horror, en el más dantesco de los infiernos, en
la más extrema distopía, siguen vigentes hoy. Con esos modelos caducos se
pretende ahora moldear al ser humano del nuevo milenio. El resultado está a la
vista de todos: nuestro milenio está repitiendo otra vez la misma historia a
escala magnificada. ¿Cuándo aprenderemos?
Julio 14 de 2015
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