Por Javier Brown César
El
diseño del Estado moderno se debe en gran medida a Hobbes: su justificación fue la base
para la cesión del poder de las masas, mediante el contrato para consolidar el
poder radicado en un "hombre" o en una asamblea de
"hombres". Después del 11 de septiembre de 2011 junto con las Torres
Gemelas de Manhattan cayó por tierra la justificación del Leviatán: la nación
más poderosa del planeta, en términos de poderío militar y económico, fue
incapaz de proteger la vida y la propiedad de sus ciudadanos. El pacto
fundacional del Estado falló: se demostró que se había construido sobre una serie
interminable de falacias, entre ellas la representación que es hoy una de las
grandes mentiras de los sistemas democráticos: los políticos no representan a
la ciudadanía, sino a intereses inconfesables y a afanes mezquinos. Las bases
del Estado moderno se han venido a pique y en su lugar estamos ante una debacle
mundial de las instituciones forjadas en la modernidad: la educación ha
fracasado, el mercado mundial ha multiplicado a los hambrientos, los sistemas
de salud no pueden evitar que las personas mueran de gripe, los abogados no han
llevado la justicia a quienes la necesita y los economistas no han podido
promover el pleno empleo y el crecimiento sostenido. En cambio, hemos devastado
al planeta con inventos que han sofisticado la vida al costo de acabar con el medio
ambiente, hemos "facilitado" la vida de clases acomodadas que se han
vuelto inútiles dilapidadoras de cuantiosas fortunas en aras de una diversión
caótica y potencialmente destructiva. Hemos regado el hambre, la sed y la
miseria por todo el planeta. Se inventó la televisión para manipular a las
masas citadinas y la radio para idiotizar a gentes rupestres. La sociedad se
consume a sí misma en un afán desmedido de placer, sexo y dinero, socavando las
bases de su propia felicidad. Derruimos los valores y principios construidos
durante milenios, para edificar en su lugar falsos ídolos y para producir
interminables pesadillas. Debemos regresar a la base de todo, a una modernidad
que configuró instituciones que hoy sabemos que no sirven a la humanidad: el
Estado, la fábrica, el asilo, el manicomio, la cárcel, el hospital y la
escuela. Qué modernidad puede haber si somos peores que los humanos más salvajes
que hayamos conocido, porque nosotros matamos a cientos de miles con una sola
arma y ellos nunca tuvieron en sus manos el poder para aniquilar a comunidades
completas. La política se ha convertido en la lucha de los más fuertes entre
sí, para ver quién prevalece y aplasta a los más débiles. Vivimos tiempos
difíciles en las que la decoración no vale la pena, porque nada nos puede ya
hacer felices. Hemos perdido el gozo de vivir y sólo sobrevivimos como
autómatas, porque sabemos que no hay un futuro promisorio para nosotros. ¿En
qué clase de monstruos nos hemos convertido? Indiferentes a la miseria y al
dolor humano, lucrando con la ignorancia y el miedo, manipulando sin
miramientos a masas indolentes y sumisas. La humanidad de hoy no tiene futuro,
porque vaga desmemoriada por el mundo, aniquilando su pasado y guiándose con descomunal
ignorancia en el presente.
Junio 19 de 2015
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