Tiene toda la apariencia de ser
una buena persona: bonachona, con la sonrisa en la boca cuando se le mira,
siempre agradeciendo a Dios o deseando que las cosas sucedan si Dios quiere. Es
devota, suele leer todos los días un librito de oraciones y también tiene la Biblia
a la mano como su libro de cabecera, que es tal vez es el único libro que ha
leído en los últimos años. Se viste con recato y camina con modestia. Da la
apariencia de ser una persona impecable en su actuar. No habla más que de temas
espirituales y si alguien le menciona a Dios se desvive en emociones y palabras
de alabanza.
En el fondo, es una mala persona,
con muy mal genio. Durante su vida se ha dedicado a intrigar y a esparcir
rumores. Siempre que puede habla mal de los demás. Es de ese tipo de personas
que si uno oculta un diamante en medio de un montón de desperdicios, lo único
que ve son los desperdicios. A todo le ve el pero y pocas cosas le parecen. Trabaja,
pero dado que recibe la protección de su empleador, no se le puede pedir gran
cosa. No suele esforzarse para hacer más de lo que usualmente hace que es ir a
entregar documentos a otras oficinas. Ya no le interesa estudiar ni aprender
nada más y su tiempo lo ocupa sólo para sí misma. Cada vez que uno le da la
espalda comienza su crítica destructiva: que si uno llegó tarde, que si está
mal vestido, etcétera. En el trabajo cumple las funciones de reloj de oficina y
si alguien llega tarde, no para en sus críticas hasta destrozar al prójimo, sin
detenerse a pensar si acaso los hijos se enfermaron o si la esposa falleció y
por eso no se pudo ser puntual. Constantemente pide permisos para ausentarse y
se los conceden, porque al final de cuentas, la mayor parte del tiempo es tan
útil como una planta y tan agradable como un ogro. Eso sí, a Dios no se lo
quita nadie de la boca. Es de esas personas que, como dice el dicho “a Dios
rogando y con el mazo dando”, sólo que esto último lo aplica en el sentido
literal.
Junio 3 de 2015
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