miércoles, 3 de junio de 2015

Cuento: A Dios rogando

Tiene toda la apariencia de ser una buena persona: bonachona, con la sonrisa en la boca cuando se le mira, siempre agradeciendo a Dios o deseando que las cosas sucedan si Dios quiere. Es devota, suele leer todos los días un librito de oraciones y también tiene la Biblia a la mano como su libro de cabecera, que es tal vez es el único libro que ha leído en los últimos años. Se viste con recato y camina con modestia. Da la apariencia de ser una persona impecable en su actuar. No habla más que de temas espirituales y si alguien le menciona a Dios se desvive en emociones y palabras de alabanza.

En el fondo, es una mala persona, con muy mal genio. Durante su vida se ha dedicado a intrigar y a esparcir rumores. Siempre que puede habla mal de los demás. Es de ese tipo de personas que si uno oculta un diamante en medio de un montón de desperdicios, lo único que ve son los desperdicios. A todo le ve el pero y pocas cosas le parecen. Trabaja, pero dado que recibe la protección de su empleador, no se le puede pedir gran cosa. No suele esforzarse para hacer más de lo que usualmente hace que es ir a entregar documentos a otras oficinas. Ya no le interesa estudiar ni aprender nada más y su tiempo lo ocupa sólo para sí misma. Cada vez que uno le da la espalda comienza su crítica destructiva: que si uno llegó tarde, que si está mal vestido, etcétera. En el trabajo cumple las funciones de reloj de oficina y si alguien llega tarde, no para en sus críticas hasta destrozar al prójimo, sin detenerse a pensar si acaso los hijos se enfermaron o si la esposa falleció y por eso no se pudo ser puntual. Constantemente pide permisos para ausentarse y se los conceden, porque al final de cuentas, la mayor parte del tiempo es tan útil como una planta y tan agradable como un ogro. Eso sí, a Dios no se lo quita nadie de la boca. Es de esas personas que, como dice el dicho “a Dios rogando y con el mazo dando”, sólo que esto último lo aplica en el sentido literal.

Junio 3 de 2015

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