CIENCIA, TÉCNICA Y TECNOLOGÍA EN
EL NUEVO MILENIO
Por Javier Brown César
Hace casi 2,440 años,
Aristóteles de Estagira, uno de los más grandes filósofos griegos y preceptor
de Alejandro Magno, estableció un principio fundamental que al día de hoy sigue
siendo vigente: “En cuanto a las denominaciones múltiples y diversas de las
cosas, no es posible limitarse a indicar tal sólo sus diferentes matices, sino
que es preciso tratar también de dar su explicación”[1].
Quedémonos un momento con la
idea final: hay que explicar aquello que se puede entender de diferentes
maneras. Los latinos llamaban plicare al acto de doblar o plegar un manuscrito
y al acto de desdoblarlo o desplegarlo le llamaban explicare. La explicación
latina tiene su correspondiente griego en el término λόγος que incorrectamente
se le reduce al significado de tratado. Λόγος significa algo más que tratado y
originalmente se opone a otro término griego, έργω o hechos.
Dichos y hechos o palabras y
obras son dos aspectos fundamentales del análisis científico en todos los
niveles y que en Michel Foucuault son designados como lo visible y lo decible.
Lo que debemos recuperar aquí es la capacidad para hablar con sentido acerca de
la ciencia y la técnica, o sea, para explicarlas. A la razón o explicación de
algo los griegos le llamaban λόγον διδόναι. Nuestro objetivo en este trabajo es
dar una explicación somera de lo que para nosotros han sido la ciencia y la
técnica y una propuesta sobre lo que deben llegar a ser. De esta forma, vamos a
confrontar los dichos y los hechos con las normas.
Ciencia y técnica: los griegos
Los términos ciencia y técnica
admiten denominaciones múltiples y por ello se ha llegado a abusar de ellas al
grado de que han sido objeto de un fenómeno característico: la degradación del
lenguaje. A tal grado se han desvirtuado los términos ciencia y técnica que si
preguntáramos a diferentes personas qué entienden por cada uno de estos
términos, habría casi tantas definiciones como personas preguntadas. La
degradación del lenguaje es una de las patologías más graves del siglo XX y un
recurso ideal para quienes manipulan a las masas[2],
por ello es importante explicar, o sea, definir las palabras que usamos antes
de hablar acerca de ellas.
Las investigaciones sobre la
ciencia y la técnica son tan viejas como la cita de Aristóteles que utilizamos
al principio. Podemos considerar a Platón como el primer gran teórico de la
ciencia y a Aristóteles como quien dio a la ciencia y a la técnica sus
definiciones más rigurosas. A pesar del asombroso analfabetismo académico que
recorre las aulas de muchas universidades y facultades del mundo, las ideas
sobre lo que sean la ciencia y la técnica han cambiado poco en 2,400 años, lo
que no implica que éstas no hayan progresado de una manera asombrosa, sobre
todo en los últimos 600 años y más que todo, en el siglo XX.
El problema que se planteó
Platón de Atenas en su tiempo es resultado de una controversia cuyos dos
representantes más eminentes fueron Parménides y Heráclito. Para Parménides
todas las cosas estaban en reposo, mientras que para Heráclito todo era
movimiento al grado de que no era posible “bañarse dos veces en el mismo río”[3].
Los griegos, como las civilizaciones que les precedieron, atestiguaron la
regularidad del movimiento de las esferas celestes, base de la astronomía y de
las culturas agrarias, pero a la vez se dieron cuenta que el mundo era
cambiante.
El primer problema al que se
enfrentaron los que pretendieron hacer ciencia fue más o menos el siguiente:
¿cómo es posible que haya ciencia de realidades que están en constante cambio?
A la ciencia se le atribuyó el carácter de conocimiento estable y cierto, pero
como el mundo era inestable e incierto el problema era el de la ciencia de lo
contingente. Platón resolvió este problema postulando un mundo de ideas fijas,
que fungían como arquetipos de todo lo real. De esta forma, era posible hacer
ciencia elevándose, mediante un método de preguntas y respuestas al que llamó
dialéctica, al mundo de las ideas[4].
El más ilustre alumno de Platón
en La Academia fue Aristóteles. El genio de Estagira dedicó al problema de la
ciencia páginas importantes e inventó la lógica. Para Aristóteles, si bien las
cosas cambian, la inteligencia es capaz de elevarse por encima del cambio para
encontrar el conocimiento cierto de las cosas. Las famosas páginas iniciales de
la metafísica resumen algunas de las principales ideas del Estagirita: “Lo que
distingue al hombre de los otros seres vivos es que de las percepciones se
origina memoria, y de la memoria, experiencia. Cuando los hombres han aprendido
a formarse de muchos pensamientos, adquiridos por experiencia, una concepción
general sobre lo semejante, logran saber y arte”[5].
A continuación sigue un párrafo
de gran interés: “En la vida práctica la experiencia es al principio más
importante que el arte y el saber. La experiencia es conocimiento de las cosas
singulares… Sin embargo, colocamos el saber y el comprender más alto que la
simple experiencia, y a quienes comprenden su arte los tenemos por más sabios
que los hombres de experiencia. Esto lo hacemos, porque aquéllos conocen las
causas... Los hombres de experiencia conocen sólo el que, no el porqué”[6].
Resumamos los principales logros
de la teoría griega de la ciencia:
En Platón la ciencia se basa en
ideas absolutas e inmóviles, sin embargo, y superando esta visión del mundo
ideal platónico, debemos afirmar que los elementos fundamentales de toda
ciencia son conceptos que se encuentran regulados y que son aceptados como
válidos, en sus definiciones, por una comunidad científica determinada y que
son aplicables a la realidad.
La ciencia se nos presenta como el
conocimiento de lo no contingente, de lo estable, por ello, se trata de un
conocimiento necesario: “El objeto conocido de ciencia cierta y la ciencia
difieren del objeto conocido por opinión y de la opinión, en que la ciencia es
universal y procede de proposiciones necesarias; y necesario es lo que no puede
ser de otra manera que como es”[7].
La experiencia y la memoria son
componentes fundamentales de la ciencia. Aristóteles fue un científico empírico
-aunque muchos no lo reconozcan- que gustaba de la observación y el registro de
lo observado. La palabra experimento y experiencia tienen la misma raíz, ya que
a final de cuentas un experimento es una experiencia que se da bajo ciertas
condiciones, que idealmente son controladas por el observador. La memoria en la
que los científicos nos basamos para registrar nuestras observaciones son
diversos tipos de registros a los que se les denomina técnicamente enunciados
protocolarios, ya que son la base de los protocolos científicos.
Finalmente, la experiencia nos
pone en contacto con lo singular, mientras que la ciencia busca lo universal, o
sea, lo que es común a muchos. La ciencia requiere la realización de
generalizaciones, o sea, de enunciar principios generales aplicables a
circunstancias diversas en las que se dan ciertas constantes o regularidades.
El científico se pregunta por los porqués de las cosas, o sea por las causas,
ya sea que se investiguen las propiedades materiales de las cosas o lo que hace
que algo suceda. De ahí la definición de ciencia dada en la Edad Media: cognitio rerum per causas (conocimiento
de las cosas por sus causas).
Como se podrá constatar, definir
la ciencia es muy difícil ya que “Cada una de las escuelas filosóficas explica
de forma diferente qué es la ciencia y cómo funciona”[8].
Sin embargo, toda ciencia supone un conjunto de conocimientos ordenados,
relacionados entre sí, universales y que tiende a dar una razón de cómo son las
cosas o por qué suceden ciertos hechos.
En lo que respecta a la técnica,
la controversia en torno a su definición es prácticamente inexistente y lo
mismo pasa con la tecnología. La palabra técnica significa lo que los griegos
llamaban arte y que no es otra cosa que un “conjunto de reglas aptas para
dirigir eficazmente una actividad cualquiera”[9].Dos
notas son importantes de esta definición: las técnicas se basan en reglas y
estas reglas rigen cualquier actividad. Así por ejemplo, hay técnicas para
tocar el violín y técnicas para realizar estudios de opinión pública. En ambos
casos, las reglas deben ser observadas si se desea una ejecución adecuada o una
aplicación exitosa.
La tecnología tampoco ofrece
gran problema, se puede definir como: “El estudio de los procedimientos
técnicos de una determinada rama de la producción industrial o de pluralidad de
ramas”[10].
Digamos que el resultado de la tecnología o de las tecnologías es siempre algo
tangible, resultado de la actividad productiva de las personas y que usualmente
requiere de un proceso de elaboración y manufacturación. Así, un automóvil, una
computadora, un juego de video o un disco compacto son el resultado de
procedimientos técnicos en los que se siguen ciertas reglas de producción.
Ciencia moderna y ciencia
contemporánea
Al considerar la ciencia, la
técnica y la tecnología podemos constatar que la ciencia ofrece los mayores
problemas. Ya en el siglo XVII de nuestra era Leibniz criticó severamente a
Aristóteles y forjó una nueva lógica de las ciencias que si bien se basó en el
ideal de la geometría de Euclides, incorporó y sistematizó algunos aspectos
aparentemente novedosos.
La geometría de Euclides se
consideró como el paradigma de toda construcción científica, ya que a través de
un conjunto hasta cierto punto sencillo de enunciados, entre los que
encontramos definiciones, postulados y axiomas, Euclides desarrolló la
geometría que habría de prevalecer durante un par de milenios. Desde Euclides,
las matemáticas fueron consideradas como el canon de las ciencias, ya que
estaban más allá de cualquier contingencia. Ya es un lugar común, pero hay que
repetir que aquí como en China 2 más 2 es igual a 4.
Leibniz propuso explicar las
causas de las cosas por medio de leyes mecánicas, o sea, por medio de las
matemáticas o la geometría[11].
En los siglos XVI y XVII diversas ciencias reclamaron autonomía deslindándose
de la filosofía, aunque todavía en 1687 Newton llamó a su obra cumbre Principios matemáticos de filosofía natural.
Las ciencias han convertido primero a la lógica y luego a las matemáticas en
sus grandes aliadas, dándose avances notables en el transcurso unos pocos
siglos si los comparamos con la larga Edad Media que duró cerca de 10 siglos y
en la cual se consolidó, en las grandes Sumas, una ciencia única llamada
teología.
Pero en el siglo XX, la ciencia
moderna de base matemática y cuyo eje fueron leyes en apariencia inmutables se
cimbró y no se ha vuelto a recuperar. Pronto se introdujeron fuertes críticas a
sistemas como el de Euclides y Newton y luego se demostró que al nivel subatómico
no era posible aplicar las matemáticas absolutas, sino sólo la estadística, al
encontrarse que las partículas en este nivel de análisis tienen un doble
movimiento impredecible: rectilíneo y ondulatorio.
Kart Popper, uno de los
principales teóricos del racionalismo crítico, establece que en las ciencias no
se pueden encontrar certidumbres definitivas, por lo que toda ley o teoría está
constituida por enunciados provisionales, los cuales pueden ser falseados[12].
Thomas Kuhn, por su lado, habló acerca de cómo toda teoría científica es parte
de un paradigma aceptado por una comunidad determinada y de cómo este paradigma
puede ser reemplazado por otro nuevo. Los mejores ejemplos de paradigmas que
fueron sustituidos por otros, son desde luego, la geometría Euclidiana y la
física de Newton, las cuales fueron superadas, en el siglo XX, por las
geometrías no Euclidianas y por la teoría de la relatividad de Einstein.
En el siglo XXI, la ciencia se
enfrenta a una crisis profunda, resultado de los avances y los logros del siglo
XX. La superespecialización hace cada vez más difícil encontrar un saber global
e integrador y divide a las ciencias en pequeños compartimientos, mientras que
ciertas cuestiones permanecen aún como incógnitas o son sujeto de diversas interpretaciones,
como el origen del universo, la existencia del alma o de Dios mismo[13].
LOS RETOS DE LAS CIENCIAS, LAS
TÉCNICAS Y LAS TENOLOGÍAS EN EL NUEVO MILENIO
Quienes vivimos una parte del
siglo XX fuimos testigos de avances portentosos. Todavía recuerdo el televisor
de bulbos, el cual tardaba varios segundos en encenderse o los primeros video
juegos en blanco y negro o el primer reloj digital; desde luego que no existían
los teléfonos celulares, ni las computadoras personales, ni Internet, ni la televisión
por cable, en los sesentas el hombre llegó a la luna y poco después se creó el
primer ordenador de tarjetas perforadas. Fueron avances sorprendentes al lado de los cuales
encontramos acontecimientos brutales como las guerras mundiales o las múltiples
guerras entre naciones en las que decenas de millones de seres humanos fueron
asesinados brutalmente.
El siglo XX fue paradójico:
fuimos testigos de grandes avances tecnológicos que fueron muy positivos para
el género humano y que mejoraron nuestro nivel de vida, pero también fuimos
testigos de cómo la ciencia y la técnica se ponían al servicio de las
tecnologías de la muerte perpetrando un magnicidio de consecuencias nunca antes
vistas. Fue en el siglo pasado que vivimos en riesgo de una tercera guerra y
bajo el miedo de una guerra fría, y fue en un mes de octubre de 1962 que el
mundo pudo haber terminado cuando los rusos instalaron misiles nucleares en
Cuba y la inteligencia norteamericana lo supo.
El siglo XX demostró que la
ciencia y la técnica, como todo producto humano, pueden ser puestas al servicio
de la vida o de la muerte, pueden ayudar a mejorar el nivel de vida o empeorar
dramáticamente nuestro nivel de vida y poner en riesgo la supervivencia de
nuestra especie. Fueron las nuevas tecnologías las que hicieron el agujero de
ozono que ahora amenaza a todos, fueron las nuevas tecnologías las que
testificaron las grandes hambrunas y las peores masacres, fueron las nuevas
tecnologías las que estuvieron al servicio de Hitler y el Tercer Reich, para
asesinar a millones de judíos y fueron las nuevas tecnologías las que
estuvieron al servicio de los norteamericanos en las guerras de Vietnam, Corea,
Irán e Irak, y que ahora arman por igual a judíos y palestinos.
Independientemente de cómo
definamos la ciencia las preguntas que tengo que plantear ahora y que espero
que los lleve a reflexionar son las siguientes: ¿para qué sirve la ciencia? ¿A
quién le sirve la ciencia? ¿Para qué debe servir la ciencia? Y ¿A quiénes debe
de servir la ciencia? Hay aquí dos preguntas descriptivas y dos preguntas
normativas. Iré por partes abordando primero el aspecto descriptivo, o sea, el
para qué sirve y a quién le sirve la ciencia.
Durante el siglo XX la ciencia
estuvo al servicio de la vida y de la muerte: permitió que la esperanza de vida
al nacer aumentara dramáticamente, pero en muchos casos estos años más de vida
no significaron mejor calidad de vida, el problema es que el acelerado
desarrollo de las ciencias, las técnicas y las tecnologías no fue de la mano
con el desarrollo moral de la humanidad y muchas personas las utilizaron en
beneficio propio: los beneficios fueron distribuidos entre unos pocos y los
perjuicios entre las mayorías hambrientas y sin esperanzas del tercer mundo,
como dice Carlos Díaz: se socializaron las pérdidas y se individualizaron las
ganancias[14].
Durante el siglo XX la ciencia
estuvo principalmente bajo las órdenes del gran capital, de la acumulación de
riqueza, del afán imperialista y de la necesidad de ganar guerras. Gracias a
las guerras se dieron los mayores avances tecnológicos y gracias a las guerras
se experimentó con nuevas tecnologías que se aplicaron después en beneficio de
la sociedad civil. Es una lástima el hecho de que muchos de los grandes
desarrollos científicos del siglo XX fueran resultado del afán del hombre por
matar a otros y no del afán de promover un mejor nivel de vida para todos.
De aquí vamos a las cuestiones
normativas. En una sociedad ideal, guiada por nuevas utopías, la ciencia, la
técnica y la tecnología deberían estar al servicio de la promoción de la vida y
el bienestar de toda la humanidad y no del de unos cuantos. La ciencia no
debería estar sujeta a criterios de rentabilidad, sino a criterios de
sustentabilidad: no se trata de analizar cómo ganar más dinero, sino de lograr
que las personas vivan mejor durante más generaciones.
La ciencia debe servir incluso
al hombre común de la calle[15],
porque si éste no recibe ningún beneficio entonces hay personas excluidas de un
supuesto beneficio colectivo: la comunidad científica no puede descansar
mientras haya hambre, miseria, ignorancia y opresión en el mundo. La ciencia
debe aprender a dominar sus propios dominios, a superar los límites que le
impone el mundo sin superar el límite que le impone la ética. La ciencia nos
hizo peores en el siglo XX, pero en este milenio nos puede hacer mejores, nos
enajenó y nos llevó al suicidio colectivo y al ecocidio planetario, pero nos
puede liberar, y generar mejores condiciones de vida, sobre todo para nosotros
que habitamos en el todavía llamado tercer mundo.
Termino citando a un importante
filósofo español, crítico de las ciencias, las técnicas y las tecnologías que
no sirven a otros intereses que a los del capital anónimo e impersonal: “¿Qué
nos pasará… si usamos la tecnología con un corazón perverso? El nivel de
desarrollo moral de la humanidad no va parejo con el tecnológico. Por lo que
vamos viendo, lo fácil es hacer ciencia y tecnología, más difícil es ser bueno,
y no a la inversa, como los ingenieros nos dicen. La ciencia avanza, pero
mientras tanto la ética a veces da la impresión de estar en retroceso”[16].
“Cada vez que se inaugura una nueva Facultad de ciencias económicas o de
ciencias jurídicas, me trato de poner en la piel (o pellejo) de los pobres del
mundo y me echo literalmente a temblar: ¡otra fábrica de verdugos de los
desgraciados de la tierra!”[17].
En nuestras manos está que esto ya no sea así.
[1] Tópicos. I, 15.
[2] “Nada hay más grande en la vida
humana que el lenguaje, pero nada más temible debido a su condición bifronte.
El lenguaje puede construir una vida o destruirla, puede ser tierno o cruel,
noble o banal, proclamador de verdades o propalador de mentiras”. Alfonso López
Quintás. La manipulación del hombre a través del lenguaje. Primer curso Roma.
p. 15.
[3] Fragmento 12: “Aguas distingas
fluyen sobre los que entran en los mismos ríos”.
[4] En la alegoría de la línea
partida en cuatro, que está en la célebre República, antes del mito de la
caverna, Platón distingue cuatro tipos de objetos a los cuales corresponden
cuatro niveles de conocimiento: 1. En el primer nivel están las sombras o
reflejos (είκόνες) al cual corresponde la conjetura (είκόσία). 2. En el
siguiente nivel están los objetos materiales, sensibles y visibles a los que
corresponde la creencia (πίστις). 3. En el tercer nivel están los objetos
inteligibles para los cuales el alma se vale de los objetos del mundo visible
como de imágenes, a los cuales corresponde la razón discursiva (διάνοια). 4.
Finalmente están los objetos inteligibles a los cuales se llega pasando de idea
en idea y a los que corresponde la inteligencia pura (νούς).
[5] Metafísica. I, 1. Seguimos de
cerca la traducción de Ingermar Düring. Aristóteles. México, UNAM, 1987. p.
410.
[6] Ibid. p. 410-411.
[7] Aristóteles. Segundos
analíticos. V, 33.
[8] Paul Feyerabend. La ciencia en
una sociedad libre. 2ª ed. México, Siglo Veintiuno. 1988. p. 83.
[9]
Nicola Abbagnano Diccionario de filosofía. México, Fondo de Cultura Económica,
1961. p. 1091.
[10] Ibid. p. 1093.
[11] Carta a Conring del 18 de marzo
de 1687 Citada en Feyerabend. Op. Cit. p. 68
[12] Cf. La lógica de la
investigación científica. México, REI, 1991. p. 77 et passim.
[13] Es de notar que estos son casi
los problemas que Kant desecha en su Crítica de la razón pura como insolubles y
a los que en su Crítica de la razón práctica tiene que postular
[14]
Carlos Díaz. Decir la
persona. Madrid. Fundación Emmanuel Mounier, 2004. p. 19.
[15] Feyerabend propone incluso que sea el hombre
de la calle el que supervise la ciencia. Cf. La ciencia en una sociedad libre.
Op. Cit. p. 111 ss.
[16] Carlos Díaz. Op. Cit. p. 17.
[17] Ibid. p. 31.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario