martes, 17 de septiembre de 2013

Cuento: La misión


LA MISIÓN

Por Javier Brown César 

Estaba al frente de la misión. No sabíamos que encontraríamos, pero el peligro acechaba en cada rincón de esa casa, que más que vivienda tradicional con sus cuartos y jardines, parecía un complejo de trincheras interconectadas por el peligro inminente.

 

Guié a mis hombres, marchando por delante, como lo debe hacer cualquier líder honesto, tentando el camino, olfateando el ambiente, mirando a todas partes. Nos adentramos en la construcción, paso a paso. Ante nosotros se presentó un pasillo con tres habitaciones a la izquierda y un jardín a la derecha, custodiado eficazmente por una barda de concreto de más un metro de altura.

 

Sabía que detrás de la barda podríamos encontrar cualquier ser vivo u obstáculo que pondría en riesgo la misión. Aun así avancé lentamente. La primera habitación no tenía puerta, de hecho, era un basto recinto en el que había arañas e iguanas, conviviendo en una extraña simbiosis.

 

Fue entonces que lo vi, me encaró de frente, era un enorme lagarto de unos cinco metros de longitud, a simple vista supe, por la particular configuración de su hocico, que se trataba de un cocodrilo. El gigantesco reptil se aproximó a mí. En ese momento fue “conciente” de que estaba a su alcance y que de una dentellada podría acabar con mi vida. Rápidamente retrocedí y me escabullí a una habitación que se encontraba antes del pasillo y sus habitaciones misteriosas. A diferencia de la habitación para arácnidos e iguánidos que había visto, esta era común y ordinaria, con una cama forrada por un edredón rojo, un buró y una lámpara. Rápidamente me interné en la habitación seguido por mi persecutor. Entonces, apoyándome en el colchón de la cama, salté por encima de él y cerré rápidamente la puerta. Una bestia había sido encerrada.

 

Regresé con mi pequeño y expectante ejército justo para percibir que algo se movía en la tercera habitación. Pasamos de largo por el mundo de las arañas y las iguanas, cerré la segunda de las puertas y me adelanté al grupo. Ante mí se encontraba una inmensa cobra con un cuerpo de aproximadamente treinta centímetros de diámetro con una cabeza tan grande como la de un perro doberman. La cobra yacía a la espera. Quedé petrificado por el impacto, la bestia se abalanzó y entonces cerré la puerta golpeándola en la cabeza. Una tercera bestia había sido encerrada.

 

Pasé con mis hombres por el final del pasillo tapizado de lodo e inmundicia para adentrarnos en la siguiente sección de la vivienda. No podía imaginar que ese pasillo había sido diseñado para impedir la llegada de cualquier ser vivo a la gran habitación azul que ante nosotros se imponía. En el medio, una enorme pecera guardaba a la más maravillosa y terrible de las bestias vistas alguna vez por el ojo humano.

 

Era difícil saber si se trataba de un ser de otro mundo, una creación de la imaginación delirante o la visión de una quimera. Un monstruo anfibio de un metro de largo nos contemplaba desde su roja coraza. Jamás he visto un rojo más intenso ni sentido un peligro más grande. Su coraza brillaba como si fuera de metal, la bestia parecía una especie de híbrido entre langosta y escarabajo. Sus pequeños ojos oteaban a los presentes desde una negrura inescrutable.

 

Nos acercamos lentamente. La bestia inmóvil parecía aguardar a su presa. La pecera se rompió y la bestia quedó en medio. Una enorme llamarada salió de su boca y cubrió a mis hombres. El caos se hizo presente, algunos se arrastraban por el piso, otros huían despavoridos y los menos dirigían las ráfagas de sus armas de fuego a la bestia, que inmune a las balas, arrojaba por su boca fuego de un rojo intenso. Sentí un fuerte golpe y caí viendo ante mis ojos una negrura interminable.

 

Yazco ahora en total reposo, con quemaduras de primer y segundo grado. Todos los miembros de mi equipo murieron incinerados y sus cuerpos carbonizados están en la morgue, en espera de ser reconocidos, todos salvo el cuerpo del ingeniero. Me pregunto qué habrá pasado con la bestia abominable que fue capaz de acabar con veinte seres humanos en cuestión de segundos. Más allá todavía, me pregunto no sólo de dónde procede o quién fue su creador, sino en manos de quién estará. Sé que un monstruo poderoso y acorazado, con esas características y aparentemente invulnerable es un arma descomunal al servicio de la industria de la muerte. El sueño me invade y llega a mí la visión de la fiera, brutal, inexplicable, misteriosa.

 

Febrero 17 de 2009

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