martes, 31 de diciembre de 2013

Cuento: Una entrevista de trabajo


Una entrevista de trabajo
Por Javier Brown César

Sí joven. Estoy cerca de cumplir los sesenta años. Podría ser su padre, e incluso su abuelo. Vine a esta entrevista de trabajo, a pesar de que solicitan personas no mayores de 55 años, porque sé que mis conocimientos y experiencia pueden ser de sumo valor para la empresa en la que trabaja. Sé también que ustedes que reclutan personal, siguen al pie de la letra los requisitos del perfil, y por ello, le agradezco que me reciba, a pesar de mi edad. Verá Usted –y se lo digo con todo respeto– he vivido, con todo lo que ello significa; ya estuve en un puesto similar al de Usted, aunque en ese entonces no había tanta especialización, y al frente del área de reclutamiento podía haber un administrador, y no como ahora, varios psicólogos, cada uno experto en alguna de las diversas pruebas que aplican. Sé que si he llegado hasta aquí es porque pasé pruebas que han sido diseñadas para que algunos no pasen, y estoy convencido de que en la vida, quien ha conocido el éxito y el fracaso, tiene mucho que enseñar, se lo digo con toda humildad; no es suficiente con ser un profesionista exitoso, esto enseña poco, lo que en verdad edifica el espíritu y da grandes lecciones de vida es haber fracasado alguna vez o varias veces, porque entonces uno sabe por qué fracasó y además adquiere la humildad necesaria para saber que ningún éxito es permanente y que la fama es inestable. He visto esta rueda de la fortuna, que es el mundo laboral, subir y bajar, he estado arriba y abajo: cuando he ocupado altas posiciones he sido benevolente y respetuoso, y cuando he ocupado las posiciones más humildes he sido honesto y trabajador, y nunca servil y lambiscón. He logrado cosas muy importantes y he aportado mis mejores años para engrandecer a las empresas y a las instituciones, pero ahora me es difícil encontrar un empleo digno. Verá Usted: tal parece que en este país nadie sabe hacer otra cosa que vender, se solicitan vendedores, agentes de venta, jóvenes para estar en los llamados call center muchas horas y a cambio recibir pocos pesos; y es triste, porque tal parece que no sabemos hacer otra cosas que vender o comprar, muchos incluso venden aquello que es dañino, como drogas y otros venden cosas superfluas y vanas, y en el peor de los casos, hay gente que vende su cuerpo y si pudieran, tal vez también venderían su alma al diablo; también están los que venden malas copias y productos defectuosos. Por mi parte, no me sé vender ni a mí mismo, y tal vez por eso no he escalado posiciones más altas, porque ante todo soy honesto y hablo de mis virtudes pero también de mis defectos, no como otros que nunca dicen que lo que venden tiene serias fallas o que va a durar poco tiempo y después va a dejar de funcionar. En mi juventud estaba acostumbrado a que lo que comprara duraría toda una vida, pero luego sucedió lo peor: las cosas comenzaban a descomponerse y era más caro componerlas que comprar otras nuevas, y así, todo se volvió reemplazable y perecedero, y ahora ha que comprar, y comprar y comprar. Pero bueno, no quiero distraerlo con nostalgias vanas. Le reitero que estoy convencido de que su empresa puede ser mejor si me contratan a mí. En fin, no quiero quitarle más su tiempo que sé que es muy valioso. Sólo espero que no haga lo que muchos han hecho conmigo: dicen que después me llamarán y al final ni siquiera me llaman. Por lo menos espero que ustedes tengan la atención de llamarme si no les interesa mi trabajo. Por lo menos eso espero, un poco de respeto y atención. Muchas gracias.

31 de diciembre de 2013

Poema: Donde paso la noche

Donde paso la noche
 
Por Javier Brown César

Donde paso la noche
larga noche que corroe mis huesos
larga noche que aviva el deseo
inertes aguardan las melancólicas horas
ser vivo receptáculo de ardientes ideas
 
Donde paso la noche
larga noche que conmueve al austero
larga noche que mueve al anhelo
vanas y llanas aguardan las sábanas
melancólicas y tristes reciben mi cuepto
 
Agosto 16 de 1992

Poema: Pretensiones

Pretensiones
 
Por Javier Brown César

El poeta piensa
que su alma peregrina
anida toda ella
en la mar inmensa

El cantante asume
que su canto matinal
con el de un Dios se une

El campesino cree
que en su diaria cosecha
un Dios se ve

El marino escucha
el oceano que se encrespa
y olea porque lucha

A hombres como estos
que aspiran a ser todo en la vida
habría que decirles sin duda
que su razón no está tan perdida

12 de agosto de 1992. Revisado el 31 de diciemre de 2013

martes, 24 de diciembre de 2013

Ciencia, técnica y tecnología en el nuevo milenio


CIENCIA, TÉCNICA Y TECNOLOGÍA EN EL NUEVO MILENIO

Por Javier Brown César
 

Hace casi 2,440 años, Aristóteles de Estagira, uno de los más grandes filósofos griegos y preceptor de Alejandro Magno, estableció un principio fundamental que al día de hoy sigue siendo vigente: “En cuanto a las denominaciones múltiples y diversas de las cosas, no es posible limitarse a indicar tal sólo sus diferentes matices, sino que es preciso tratar también de dar su explicación”[1].

 

Quedémonos un momento con la idea final: hay que explicar aquello que se puede entender de diferentes maneras. Los latinos llamaban plicare al acto de doblar o plegar un manuscrito y al acto de desdoblarlo o desplegarlo le llamaban explicare. La explicación latina tiene su correspondiente griego en el término λόγος que incorrectamente se le reduce al significado de tratado. Λόγος significa algo más que tratado y originalmente se opone a otro término griego, έργω o hechos.

 

Dichos y hechos o palabras y obras son dos aspectos fundamentales del análisis científico en todos los niveles y que en Michel Foucuault son designados como lo visible y lo decible. Lo que debemos recuperar aquí es la capacidad para hablar con sentido acerca de la ciencia y la técnica, o sea, para explicarlas. A la razón o explicación de algo los griegos le llamaban λόγον διδόναι. Nuestro objetivo en este trabajo es dar una explicación somera de lo que para nosotros han sido la ciencia y la técnica y una propuesta sobre lo que deben llegar a ser. De esta forma, vamos a confrontar los dichos y los hechos con las normas.

 

Ciencia y técnica: los griegos

 

Los términos ciencia y técnica admiten denominaciones múltiples y por ello se ha llegado a abusar de ellas al grado de que han sido objeto de un fenómeno característico: la degradación del lenguaje. A tal grado se han desvirtuado los términos ciencia y técnica que si preguntáramos a diferentes personas qué entienden por cada uno de estos términos, habría casi tantas definiciones como personas preguntadas. La degradación del lenguaje es una de las patologías más graves del siglo XX y un recurso ideal para quienes manipulan a las masas[2], por ello es importante explicar, o sea, definir las palabras que usamos antes de hablar acerca de ellas.

 

Las investigaciones sobre la ciencia y la técnica son tan viejas como la cita de Aristóteles que utilizamos al principio. Podemos considerar a Platón como el primer gran teórico de la ciencia y a Aristóteles como quien dio a la ciencia y a la técnica sus definiciones más rigurosas. A pesar del asombroso analfabetismo académico que recorre las aulas de muchas universidades y facultades del mundo, las ideas sobre lo que sean la ciencia y la técnica han cambiado poco en 2,400 años, lo que no implica que éstas no hayan progresado de una manera asombrosa, sobre todo en los últimos 600 años y más que todo, en el siglo XX.

 

El problema que se planteó Platón de Atenas en su tiempo es resultado de una controversia cuyos dos representantes más eminentes fueron Parménides y Heráclito. Para Parménides todas las cosas estaban en reposo, mientras que para Heráclito todo era movimiento al grado de que no era posible “bañarse dos veces en el mismo río”[3]. Los griegos, como las civilizaciones que les precedieron, atestiguaron la regularidad del movimiento de las esferas celestes, base de la astronomía y de las culturas agrarias, pero a la vez se dieron cuenta que el mundo era cambiante.

 

El primer problema al que se enfrentaron los que pretendieron hacer ciencia fue más o menos el siguiente: ¿cómo es posible que haya ciencia de realidades que están en constante cambio? A la ciencia se le atribuyó el carácter de conocimiento estable y cierto, pero como el mundo era inestable e incierto el problema era el de la ciencia de lo contingente. Platón resolvió este problema postulando un mundo de ideas fijas, que fungían como arquetipos de todo lo real. De esta forma, era posible hacer ciencia elevándose, mediante un método de preguntas y respuestas al que llamó dialéctica, al mundo de las ideas[4].

 

El más ilustre alumno de Platón en La Academia fue Aristóteles. El genio de Estagira dedicó al problema de la ciencia páginas importantes e inventó la lógica. Para Aristóteles, si bien las cosas cambian, la inteligencia es capaz de elevarse por encima del cambio para encontrar el conocimiento cierto de las cosas. Las famosas páginas iniciales de la metafísica resumen algunas de las principales ideas del Estagirita: “Lo que distingue al hombre de los otros seres vivos es que de las percepciones se origina memoria, y de la memoria, experiencia. Cuando los hombres han aprendido a formarse de muchos pensamientos, adquiridos por experiencia, una concepción general sobre lo semejante, logran saber y arte”[5].

 

A continuación sigue un párrafo de gran interés: “En la vida práctica la experiencia es al principio más importante que el arte y el saber. La experiencia es conocimiento de las cosas singulares… Sin embargo, colocamos el saber y el comprender más alto que la simple experiencia, y a quienes comprenden su arte los tenemos por más sabios que los hombres de experiencia. Esto lo hacemos, porque aquéllos conocen las causas... Los hombres de experiencia conocen sólo el que, no el porqué”[6].

 

Resumamos los principales logros de la teoría griega de la ciencia:

 

En Platón la ciencia se basa en ideas absolutas e inmóviles, sin embargo, y superando esta visión del mundo ideal platónico, debemos afirmar que los elementos fundamentales de toda ciencia son conceptos que se encuentran regulados y que son aceptados como válidos, en sus definiciones, por una comunidad científica determinada y que son aplicables a la realidad.

 

La ciencia se nos presenta como el conocimiento de lo no contingente, de lo estable, por ello, se trata de un conocimiento necesario: “El objeto conocido de ciencia cierta y la ciencia difieren del objeto conocido por opinión y de la opinión, en que la ciencia es universal y procede de proposiciones necesarias; y necesario es lo que no puede ser de otra manera que como es”[7].

 

La experiencia y la memoria son componentes fundamentales de la ciencia. Aristóteles fue un científico empírico -aunque muchos no lo reconozcan- que gustaba de la observación y el registro de lo observado. La palabra experimento y experiencia tienen la misma raíz, ya que a final de cuentas un experimento es una experiencia que se da bajo ciertas condiciones, que idealmente son controladas por el observador. La memoria en la que los científicos nos basamos para registrar nuestras observaciones son diversos tipos de registros a los que se les denomina técnicamente enunciados protocolarios, ya que son la base de los protocolos científicos.

 

Finalmente, la experiencia nos pone en contacto con lo singular, mientras que la ciencia busca lo universal, o sea, lo que es común a muchos. La ciencia requiere la realización de generalizaciones, o sea, de enunciar principios generales aplicables a circunstancias diversas en las que se dan ciertas constantes o regularidades. El científico se pregunta por los porqués de las cosas, o sea por las causas, ya sea que se investiguen las propiedades materiales de las cosas o lo que hace que algo suceda. De ahí la definición de ciencia dada en la Edad Media: cognitio rerum per causas (conocimiento de las cosas por sus causas).

 

Como se podrá constatar, definir la ciencia es muy difícil ya que “Cada una de las escuelas filosóficas explica de forma diferente qué es la ciencia y cómo funciona”[8]. Sin embargo, toda ciencia supone un conjunto de conocimientos ordenados, relacionados entre sí, universales y que tiende a dar una razón de cómo son las cosas o por qué suceden ciertos hechos.

 

En lo que respecta a la técnica, la controversia en torno a su definición es prácticamente inexistente y lo mismo pasa con la tecnología. La palabra técnica significa lo que los griegos llamaban arte y que no es otra cosa que un “conjunto de reglas aptas para dirigir eficazmente una actividad cualquiera”[9].Dos notas son importantes de esta definición: las técnicas se basan en reglas y estas reglas rigen cualquier actividad. Así por ejemplo, hay técnicas para tocar el violín y técnicas para realizar estudios de opinión pública. En ambos casos, las reglas deben ser observadas si se desea una ejecución adecuada o una aplicación exitosa.

 

La tecnología tampoco ofrece gran problema, se puede definir como: “El estudio de los procedimientos técnicos de una determinada rama de la producción industrial o de pluralidad de ramas”[10]. Digamos que el resultado de la tecnología o de las tecnologías es siempre algo tangible, resultado de la actividad productiva de las personas y que usualmente requiere de un proceso de elaboración y manufacturación. Así, un automóvil, una computadora, un juego de video o un disco compacto son el resultado de procedimientos técnicos en los que se siguen ciertas reglas de producción.

 

Ciencia moderna y ciencia contemporánea

 

Al considerar la ciencia, la técnica y la tecnología podemos constatar que la ciencia ofrece los mayores problemas. Ya en el siglo XVII de nuestra era Leibniz criticó severamente a Aristóteles y forjó una nueva lógica de las ciencias que si bien se basó en el ideal de la geometría de Euclides, incorporó y sistematizó algunos aspectos aparentemente novedosos.

 

La geometría de Euclides se consideró como el paradigma de toda construcción científica, ya que a través de un conjunto hasta cierto punto sencillo de enunciados, entre los que encontramos definiciones, postulados y axiomas, Euclides desarrolló la geometría que habría de prevalecer durante un par de milenios. Desde Euclides, las matemáticas fueron consideradas como el canon de las ciencias, ya que estaban más allá de cualquier contingencia. Ya es un lugar común, pero hay que repetir que aquí como en China 2 más 2 es igual a 4.

 

Leibniz propuso explicar las causas de las cosas por medio de leyes mecánicas, o sea, por medio de las matemáticas o la geometría[11]. En los siglos XVI y XVII diversas ciencias reclamaron autonomía deslindándose de la filosofía, aunque todavía en 1687 Newton llamó a su obra cumbre Principios matemáticos de filosofía natural. Las ciencias han convertido primero a la lógica y luego a las matemáticas en sus grandes aliadas, dándose avances notables en el transcurso unos pocos siglos si los comparamos con la larga Edad Media que duró cerca de 10 siglos y en la cual se consolidó, en las grandes Sumas, una ciencia única llamada teología.

 

Pero en el siglo XX, la ciencia moderna de base matemática y cuyo eje fueron leyes en apariencia inmutables se cimbró y no se ha vuelto a recuperar. Pronto se introdujeron fuertes críticas a sistemas como el de Euclides y Newton y luego se demostró que al nivel subatómico no era posible aplicar las matemáticas absolutas, sino sólo la estadística, al encontrarse que las partículas en este nivel de análisis tienen un doble movimiento impredecible: rectilíneo y ondulatorio.

 

Kart Popper, uno de los principales teóricos del racionalismo crítico, establece que en las ciencias no se pueden encontrar certidumbres definitivas, por lo que toda ley o teoría está constituida por enunciados provisionales, los cuales pueden ser falseados[12]. Thomas Kuhn, por su lado, habló acerca de cómo toda teoría científica es parte de un paradigma aceptado por una comunidad determinada y de cómo este paradigma puede ser reemplazado por otro nuevo. Los mejores ejemplos de paradigmas que fueron sustituidos por otros, son desde luego, la geometría Euclidiana y la física de Newton, las cuales fueron superadas, en el siglo XX, por las geometrías no Euclidianas y por la teoría de la relatividad de Einstein.

 

En el siglo XXI, la ciencia se enfrenta a una crisis profunda, resultado de los avances y los logros del siglo XX. La superespecialización hace cada vez más difícil encontrar un saber global e integrador y divide a las ciencias en pequeños compartimientos, mientras que ciertas cuestiones permanecen aún como incógnitas o son sujeto de diversas interpretaciones, como el origen del universo, la existencia del alma o de Dios mismo[13].

 

LOS RETOS DE LAS CIENCIAS, LAS TÉCNICAS Y LAS TENOLOGÍAS EN EL NUEVO MILENIO

 

Quienes vivimos una parte del siglo XX fuimos testigos de avances portentosos. Todavía recuerdo el televisor de bulbos, el cual tardaba varios segundos en encenderse o los primeros video juegos en blanco y negro o el primer reloj digital; desde luego que no existían los teléfonos celulares, ni las computadoras personales, ni Internet, ni la televisión por cable, en los sesentas el hombre llegó a la luna y poco después se creó el primer ordenador de tarjetas perforadas. Fueron avances sorprendentes al lado de los cuales encontramos acontecimientos brutales como las guerras mundiales o las múltiples guerras entre naciones en las que decenas de millones de seres humanos fueron asesinados brutalmente.

 

El siglo XX fue paradójico: fuimos testigos de grandes avances tecnológicos que fueron muy positivos para el género humano y que mejoraron nuestro nivel de vida, pero también fuimos testigos de cómo la ciencia y la técnica se ponían al servicio de las tecnologías de la muerte perpetrando un magnicidio de consecuencias nunca antes vistas. Fue en el siglo pasado que vivimos en riesgo de una tercera guerra y bajo el miedo de una guerra fría, y fue en un mes de octubre de 1962 que el mundo pudo haber terminado cuando los rusos instalaron misiles nucleares en Cuba y la inteligencia norteamericana lo supo.

 

El siglo XX demostró que la ciencia y la técnica, como todo producto humano, pueden ser puestas al servicio de la vida o de la muerte, pueden ayudar a mejorar el nivel de vida o empeorar dramáticamente nuestro nivel de vida y poner en riesgo la supervivencia de nuestra especie. Fueron las nuevas tecnologías las que hicieron el agujero de ozono que ahora amenaza a todos, fueron las nuevas tecnologías las que testificaron las grandes hambrunas y las peores masacres, fueron las nuevas tecnologías las que estuvieron al servicio de Hitler y el Tercer Reich, para asesinar a millones de judíos y fueron las nuevas tecnologías las que estuvieron al servicio de los norteamericanos en las guerras de Vietnam, Corea, Irán e Irak, y que ahora arman por igual a judíos y palestinos.

 

Independientemente de cómo definamos la ciencia las preguntas que tengo que plantear ahora y que espero que los lleve a reflexionar son las siguientes: ¿para qué sirve la ciencia? ¿A quién le sirve la ciencia? ¿Para qué debe servir la ciencia? Y ¿A quiénes debe de servir la ciencia? Hay aquí dos preguntas descriptivas y dos preguntas normativas. Iré por partes abordando primero el aspecto descriptivo, o sea, el para qué sirve y a quién le sirve la ciencia.

 

Durante el siglo XX la ciencia estuvo al servicio de la vida y de la muerte: permitió que la esperanza de vida al nacer aumentara dramáticamente, pero en muchos casos estos años más de vida no significaron mejor calidad de vida, el problema es que el acelerado desarrollo de las ciencias, las técnicas y las tecnologías no fue de la mano con el desarrollo moral de la humanidad y muchas personas las utilizaron en beneficio propio: los beneficios fueron distribuidos entre unos pocos y los perjuicios entre las mayorías hambrientas y sin esperanzas del tercer mundo, como dice Carlos Díaz: se socializaron las pérdidas y se individualizaron las ganancias[14].

 

 

Durante el siglo XX la ciencia estuvo principalmente bajo las órdenes del gran capital, de la acumulación de riqueza, del afán imperialista y de la necesidad de ganar guerras. Gracias a las guerras se dieron los mayores avances tecnológicos y gracias a las guerras se experimentó con nuevas tecnologías que se aplicaron después en beneficio de la sociedad civil. Es una lástima el hecho de que muchos de los grandes desarrollos científicos del siglo XX fueran resultado del afán del hombre por matar a otros y no del afán de promover un mejor nivel de vida para todos.

 

De aquí vamos a las cuestiones normativas. En una sociedad ideal, guiada por nuevas utopías, la ciencia, la técnica y la tecnología deberían estar al servicio de la promoción de la vida y el bienestar de toda la humanidad y no del de unos cuantos. La ciencia no debería estar sujeta a criterios de rentabilidad, sino a criterios de sustentabilidad: no se trata de analizar cómo ganar más dinero, sino de lograr que las personas vivan mejor durante más generaciones.

 

La ciencia debe servir incluso al hombre común de la calle[15], porque si éste no recibe ningún beneficio entonces hay personas excluidas de un supuesto beneficio colectivo: la comunidad científica no puede descansar mientras haya hambre, miseria, ignorancia y opresión en el mundo. La ciencia debe aprender a dominar sus propios dominios, a superar los límites que le impone el mundo sin superar el límite que le impone la ética. La ciencia nos hizo peores en el siglo XX, pero en este milenio nos puede hacer mejores, nos enajenó y nos llevó al suicidio colectivo y al ecocidio planetario, pero nos puede liberar, y generar mejores condiciones de vida, sobre todo para nosotros que habitamos en el todavía llamado tercer mundo.

 

Termino citando a un importante filósofo español, crítico de las ciencias, las técnicas y las tecnologías que no sirven a otros intereses que a los del capital anónimo e impersonal: “¿Qué nos pasará… si usamos la tecnología con un corazón perverso? El nivel de desarrollo moral de la humanidad no va parejo con el tecnológico. Por lo que vamos viendo, lo fácil es hacer ciencia y tecnología, más difícil es ser bueno, y no a la inversa, como los ingenieros nos dicen. La ciencia avanza, pero mientras tanto la ética a veces da la impresión de estar en retroceso”[16]. “Cada vez que se inaugura una nueva Facultad de ciencias económicas o de ciencias jurídicas, me trato de poner en la piel (o pellejo) de los pobres del mundo y me echo literalmente a temblar: ¡otra fábrica de verdugos de los desgraciados de la tierra!”[17]. En nuestras manos está que esto ya no sea así.




[1] Tópicos. I, 15.
[2] “Nada hay más grande en la vida humana que el lenguaje, pero nada más temible debido a su condición bifronte. El lenguaje puede construir una vida o destruirla, puede ser tierno o cruel, noble o banal, proclamador de verdades o propalador de mentiras”. Alfonso López Quintás. La manipulación del hombre a través del lenguaje. Primer curso Roma. p. 15.
[3] Fragmento 12: “Aguas distingas fluyen sobre los que entran en los mismos ríos”.
[4] En la alegoría de la línea partida en cuatro, que está en la célebre República, antes del mito de la caverna, Platón distingue cuatro tipos de objetos a los cuales corresponden cuatro niveles de conocimiento: 1. En el primer nivel están las sombras o reflejos (είκόνες) al cual corresponde la conjetura (είκόσία). 2. En el siguiente nivel están los objetos materiales, sensibles y visibles a los que corresponde la creencia (πίστις). 3. En el tercer nivel están los objetos inteligibles para los cuales el alma se vale de los objetos del mundo visible como de imágenes, a los cuales corresponde la razón discursiva (διάνοια). 4. Finalmente están los objetos inteligibles a los cuales se llega pasando de idea en idea y a los que corresponde la inteligencia pura (νούς).
[5] Metafísica. I, 1. Seguimos de cerca la traducción de Ingermar Düring. Aristóteles. México, UNAM, 1987. p. 410.
[6] Ibid. p. 410-411.
[7] Aristóteles. Segundos analíticos. V, 33.
[8] Paul Feyerabend. La ciencia en una sociedad libre. 2ª ed. México, Siglo Veintiuno. 1988. p. 83.
[9] Nicola Abbagnano Diccionario de filosofía. México, Fondo de Cultura Económica, 1961. p. 1091.
[10] Ibid. p. 1093.
[11] Carta a Conring del 18 de marzo de 1687 Citada en Feyerabend. Op. Cit. p. 68
[12] Cf. La lógica de la investigación científica. México, REI, 1991. p. 77 et passim.
[13] Es de notar que estos son casi los problemas que Kant desecha en su Crítica de la razón pura como insolubles y a los que en su Crítica de la razón práctica tiene que postular
[14] Carlos Díaz. Decir la persona. Madrid. Fundación Emmanuel Mounier, 2004. p. 19.
[15] Feyerabend propone incluso que sea el hombre de la calle el que supervise la ciencia. Cf. La ciencia en una sociedad libre. Op. Cit. p. 111 ss.
[16] Carlos Díaz. Op. Cit. p. 17.
[17] Ibid. p. 31.

El Proyecto Académico de la ENBA en los noventas


Ideas para el proyecto académico de la ENBA
 
(estas ideas, que fueron vertidas en los noventa, siguen vigentes, a pesar de los cambios)

 

La Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía enfrenta un entorno sumamente retador y un momento de transición y cambio. Asumir la Dirección de la Escuela implica plantear un proyecto a la altura del nuevo milenio, algunos de cuyos puntos deben ser:

 

1. Transparencia y rendición de cuentas: los recursos de las instituciones públicas provienen de los impuestos de los ciudadanos y deben ser administrados de manera escrupulosa; estos beneficios deben regresar a la ciudadanía mediante servicios y bienes de gran calidad que sean de utilidad pública. El servidor público debe asumir un compromiso con la administración honesta de recursos que provienen del erario.

 

2. Eficiencia y eficacia: se deben proponer objetivos ambiciosos pero realistas que reten a todos para la realización de fines nobles y que se den con una combinación de administración óptima de recursos escasos.

 

3. Programa especial de titulación: se debe promover la titulación expedita de alumnos, dados los bajos niveles actuales, para lo cual se requiere la organización de seminarios de metodología y de diseños de investigación socialmente relevantes. Las autoridades y docentes deben de ser facilitadores y promotores de la titulación.

 

4. Formación continua: se debe apostar por la realización de cursos, seminarios y talleres permanentes abiertos en función de perfiles y de manifiesta utilidad. Esta opción académica debe ser permanente.

 

5. Fortalecimiento de la opción a distancia: se debe vigorizar el sistema de educación a distancia mediante tutorías de alta calidad y un sistema de seguimiento eficaz.

 

6. Constitución de una auténtica comunidad: la ENBA está conformada por todos aquellos que en algún momento de nuestra vida nos hemos involucrada con ella; no sólo se trata de hacer un seguimiento de egresados, sino de formar una comunidad de vida, propósito, ideales, principios y valores.

 

7. Innovación teórica: la ENBA debe ser el principal referente de la teoría bibliotecaria del nuevo milenio, la cual debe desarrollarse a partir de modelos y paradigmas innovadores.

 

8. Vanguardia tecnológica: la Escuela debe ser referente en materia de tecnologías de enseñanza-aprendizaje, tecnologías de la información y la comunicación y nuevas técnicas pedagógicas.

 

9. Decisiones colegiadas: se deben fortalecer los órganos colegiados para que las decisiones trascendentales no se den bajo la inspiración de unos pocos, sino a través de la interacción de personas competentes y capaces.

 

10. Profesionalización: la ENBA debe contar con una plantilla de profesores y administrativos calificados para el trabajo.

 

11. Promoción de la investigación: la Escuela debe asumir el reto y aprovechar el nicho de la falta de investigación en la materia a partir de estudios de campo que comprometan a la comunidad y que sean socialmente relevantes.

 

12. Difusión y extensión cultural: la ENBA debe ser un espacio para la generacicón y difusión de la cultura en todos los niveles a través de diversos eventos.

 

13. Promoción de la Escuela y vinculación con diversas asociaciones, embajadas y otras instituciones: la ENBA debe ser eje de relaciones multilaterales con organismos afines en un esfuerzo común que trascienda intereses parciales y lógicas autorreferenciales.

 

Presentación inédita: Los bibliotecarios y la literatura


LOS BIBLIOTECARIOS Y LA LITERATURA

Javier Brown César

Para Laurentina y Alejandro Brown Zepeda

En algún momento de nuestras vidas podemos llegar a sentir una extraña confluencia entre profesión, literatura y vida. Para nosotros, los bibliotecarios, eso significa el despertar a un ámbito de posibilidades que nos lleva a darle nuevo sentido a nuestro quehacer. Nuestro mayor riesgo es perder de vista la trascendencia de nuestra labor. Voy a aventurar la tesis de que la relación entre literatura y biblioteconomía es mucho más íntima y profunda de lo que algunos creen: todo bibliotecario es ya, en sí, un literato y no me refiero a un literato en ciernes o como dirían los Peripatéticos, de un literato en potencia, o sea, de aquel que todavía no es, pero que está en camino de serlo.

¿Qué otra cosa es la descripción catalográfica que una sofisticada meta-literatura, o sea, una forma de literatura que se refiere a otra forma de literatura? Cada catalogador debe seguir un conjunto básico de reglas para combinar términos y formar así un lenguaje en el que se describe, de la mejor y más completa manera posible, un documento. Estos lenguajes documentales son representaciones, como los lenguajes naturales, de una realidad determinada. Todo lenguaje, para ser completo requiere de signos, de reglas para establecer el significado de cada conjunto de signos, de reglas para combinar los diferentes signos y de una relación significativa entre los signos y aquello a lo que se refieren; a estos diversos aspectos, los lingüistas les denominan semántica, sintáctica y pragmática.

Es así que casi sin darnos cuenta, construimos una forma de literatura que tiene como fin representar una realidad: la que es dada en los sistemas de gestión documental, llámense bibliotecas, archivos o centros de documentación. Esta literatura creada por nosotros es, en muchas ocasiones, más abstracta que la que intenta plasmar; a veces también, la visión de estos extraordinarios mapas nos hace perder de vista el campo real, en el que los documentos viven un sueño que sólo es perturbado por quien se atreve a despertarlos. Se trata de un campo de batalla para muchos, de un apacible bosque para otros, pero lo relevante, es que nuestra forma de acercarnos a él es indirecta.

Que todo lenguaje es una representación no es del todo evidente, pero es menos evidente todavía que todo conocimiento es fragmentario, incompleto y endeble. Ya desde Kant podemos afirmar que no conocemos al mundo tal como es, sino como se aparece ante nosotros, y así, quienes hablan de gestión del conocimiento se refieren a la administración de un mundo de sombras que pretende abarcar este mundo de luz, pero además, indican una realidad que no existe en sí, porque no existe una cosa llamada conocimiento; el conocimiento, todo conocimiento es una relación. Para dejar de lado estas digresiones filosóficas y entrar en materia quisiera comenzar a recuperar algunos textos clásicos en el sentido que será definido posteriormente.

En primer lugar, menciono esta genial constatación: ninguna representación de la realidad puede ser total, porque en este caso caeríamos en un círculo vicioso. El fragmento proviene, de una cita del genial Jorge Luis Borges: “Imaginemos que una porción del suelo de Inglaterra ha sido nivelada perfectamente y que en ella traza un cartógrafo un mapa de Inglaterra. La obra es perfecta; no hay detalle del suelo de Inglaterra, por diminuto que sea, que no esté registrado en el mapa; todo tiene ahí su correspondencia. Ese mapa, en tal caso, debe contener un mapa del mapa, que debe contener un mapa del mapa del mapa y así hasta lo infinito[1]”.

Borges bibliotecario

Jorge Luis Borges, fue bibliotecario. En 1938 fue nombrado auxiliar en la biblioteca municipal Miguel Cané, siendo este su primer trabajo remunerado estable. Podríamos pensar que en este mundo cultural Borges fue feliz, pero no fue así, él mismo nos relata: "Estuve en la biblioteca durante nueve años. Fueron nueve años de firme infelicidad. En el trabajo, los otros hombres no se interesaban en otra cosa que en las carreras de caballos, en el fútbol, en los cuentos obscenos. Una vez una mujer, que era una de las lectoras, fue violada cuando iba para el lavabo de Damas. Todos dijeron que esas cosas tenían que ocurrir, porque los lavabos de Damas y Caballeros eran contiguos."

Esta confesión personal es inquietante, porque refleja el mundo de ayer, el mundo de hoy, y esperemos que no sea una premonición de lo que nos depara el mañana. El portentoso mundo cultural, que es el de las bibliotecas, se ve inmerso en una realidad profundamente injusta en la que se vive en la banalidad, en la trivialidad. En este mundo al revés, un futbolista gana por su trabajo de un año lo que un bibliotecario no podrá ganar en toda su vida, un actor logra acumular una fortuna mucho más cuantiosa que la de un premio Nobel de literatura; también encontraremos una tienda donde se vende cerveza casi en cada esquina, pero en algunos lugares tendremos que caminar varios kilómetros para encontrar una biblioteca. Realidad decepcionante y frustrante, que habla elocuentemente acerca de nuestro supuesto progreso.

En otro episodio de su vida, Borges tiene que oponerse a la dictadura peronista y en 1946 un decreto lo promociona al cargo de inspector de aves y conejos en el mercado público. Borges, ironizando con el poder totalitario argumenta no tener suficiente erudición para el puesto. Redactando un testimonio contundente: "…las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez”. Sin duda, podríamos reflexionar que la calidad de un Estado se mide por el lugar que la profesión bibliotecaria y las bibliotecas ocupan; ahí donde los bibliotecarios son simples operarios de una enorme y anónima maquinaria y ahí donde las bibliotecas son sólo parte de un programa gubernamental a cumplir y de un presupuesto público a ejercer, encontraremos un Estado decadente y un pueblo sumido en la idiotez generalizada; ahí donde los bibliotecarios son profesionistas públicamente reconocidos y valorados y ahí donde las bibliotecas son prioridad nacional, encontraremos un Estado próspero y un pueblo culto e ilustrado.

Oponerse a toda forma de dictadura, con los costos que ello implica, es una labor heroica en todos los sentidos, porque las dictaduras no sólo impiden el ejercicio de las libertades, también fomentan la pública estupidez. En ocasiones, hay que pagar un costo muy alto por defender la verdad y por tratar de cambiar la realidad, para Borges esto significó que tuvo que vivir escribiendo y dando conferencias, hasta que en 1955, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional.

Lo fantástico

Muchas grandes novelas tienen como pretexto el descubrimiento de un libro, así por ejemplo, el Quijote de Cervantes. Según Cervantes, el autor de la célebre obra en la que se relatan las aventuras del Ingenioso Hidalgo no es él. Cabe recordar que en el libro nueve de la primera parte, Cervantes atribuye el texto original a Cide Hamete Benegueli. Resulta sorprendente también un hecho que Borges nos hace evidente y que comenta junto con el descubrimiento del manuscrito original: “En el sexto capítulo de la primera parte, el cura y el barbero revisan la biblioteca de don Quijote; asombrosamente uno de los libros examinados es la Galatea de Cervantes, y resulta que el barbero es amigo suyo y no lo admira demasiado, y dice que es más versado en desdichas que en versos y que el libro tiene algo de buena invención, propone algo y no concluye nada. El barbero, sueño de Cervantes o forma de un sueño de Cervantes, juzga a Cervantes… También es sorprendente saber…. Que la novela entera ha sido traducida del árabe y que Cervantes adquirió el manuscrito en el mercado de Toledo y lo hizo traducir por un morisco, a quien alojó más de mes y medio en su casa, mientras concluía la tarea[2]”.

Con el Quijote podríamos afirmar lo que dijo Carlyle en 1833: “la historia universal es un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender, y en el que también los escriben”[3]. Esto pasa precisamente en la segunda parte de la novela de Cervantes “los protagonistas del Quijote han leído la primera, los protagonistas del Quijote son, asimismo, lectores del Quijote. Aquí es inevitable recordar el caso de Shakespeare, que incluye en el escenario de Hamlet otro escenario, donde se representa una tragedia, que es más o menos la de Hamlet… Un artificio análogo al de Cervantes, y aún más asombroso, figura en el Ramayana, poema de Valmiki, que narra las proezas de Rama y su guerra con los demonios. En el libro final, los hijos de Rama, que no saben quién es su padre, buscan amparo en una selva, donde un asceta les enseña a leer. Ese maestro es, extrañamente, Valmiki; el libro en el que estudian, el Ramayana. Rama ordena un sacrificio de caballos; a esa fiesta acude Valmiki con sus alumnos. Éstos, acompañados por el laúd, cantan el Ramayana. Rama oye su propia historia, reconoce a sus hijos y luego recompensa al poeta”[4].

Otra memorable historia de un libro contenido en otro libro es la de Cien años de Soledad, obra en la que se exalta el placer de narrar y cuyo estilo simple y directo, es hasta cierto punto la contraparte del de Alejo Carpentier. La obra de García Márquez tiene fragmentos asombrosos, como este que ahora recupero: “Cuando estaba solo, José Arcadio Buendía se consolaba con el sueño de los cuartos infinitos. Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual, con la misma cama de cabecera de hierro forjado, el mismo sillón de mimbre y el mismo cuadrito de la Virgen de los Remedios en la pared del fondo. De ese cuarto pasaba a otro exactamente igual, cuya puerta abría para pasar a otro exactamente igual, y luego a otro exactamente igual, hasta el infinito. Le gustaba irse de cuarto en cuarto, como en una galería de espejos paralelos, hasta que Prudencio Aguilar le tocaba el hombro. Entonces regresaba de cuarto en cuarto, despertando hacia atrás, recorriendo el camino inverso, y encontraba a Prudencio Aguilar en el cuarto de la realidad. Pero una noche, dos semanas después de que lo llevaron a la cama, Prudencio Aguilar le tocó el hombro en un cuarto intermedio, y él se quedó allí para siempre, creyendo que era el cuarto real”.

 

Los más sorprendente, sin embargo, lo encontramos al final de la obra. Quienes han leído la novela de García Márquez recordarán que un gitano llamado Melquíades que transforma el mundo de Macondo. Entre otras cosas, Melquíades deja unos extraños manuscritos que son descifrados hasta el final de la novela, por el último de los Buendía: “Aureliano no había sido más lúcido en ningún acto de su vida que cuando olvidó sus muertos y el dolor de sus muertos, y volvió a clavar las puertas y las ventanas con las crucetas de Fernanda para no dejarse perturbar por ninguna tentación del mundo, porque entonces sabía que en los pergaminos de Melquíades estaba escrito su destino. Los encontró intactos, entre las plantas prehistóricas y los charcos humeantes y los insectos luminosos que habían desterrado del cuarto todo vestigio del paso de los hombres por la tierra, y no tuvo serenidad para sacarlos a la luz, sino que allí mismo, de pie, sin la menor dificultad, como si hubieran estado escritos en castellano bajo el resplandor deslumbrante del mediodía, empezó a descifrarlos en voz alta. Era la historia de la familia escrita por Melquíades hasta en sus detalles más triviales, con cien años de anticipación… entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía, y que Francis Drake había asaltado a Riohacha solamente para que ellos pudieran buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre, hasta engendrar el animal mitológico que había de poner término a la estirpe. Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

 

En otra obra igualmente fantástica Borges desenmascara las utopías bajo la forma de la más ordinaria y vulgar, la de una Biblioteca total, soñada por unos y por otros; esta Biblioteca total es en realidad una de tantas pesadillas, caótica y confusa: “Todo estará en sus ciegos volúmenes. Todo: la historia minuciosa del porvenir, los Egipcios de Esquilo, el número preciso de veces que las aguas del Ganges han reflejado el vuelo de un halcón, el secreto y verdadero nombre de Roma, la enciclopedia que hubiera edificado Novalis, mis sueños y entresueños en el alba del catorce de agosto de 1934, la demostración del teorema de Pierre Fermat… las paradojas que ideó Berkeley acerca del Tiempo y que no publicó… Uno de los hábitos de la mente es la invención de imaginaciones horribles. Ha inventado el Infiero, ha inventado la predestinación al Infierno… Yo he procurado rescatar del olvido un horror subalterno: la vasta Biblioteca contradictoria, cuyos desiertos verticales de libros corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira”[5].

 

Estas observaciones deberían ponernos sobre alerta ante quienes nos hacen creer en la solución de todos nuestros males. En un principio fueron las computadoras que eran alimentadas por tarjetas perforadas, luego las computadoras personales, luego la supuesta desaparición del libro, después la biblioteca digital, la Internet, la sociedad de la información, o la más reciente, la gestión del conocimiento. En fin horrores y errores que nos hacen creer que hemos encontrado la llave mágica que abrirá todas las puertas y que llevará a los bibliotecarios a una nueva era de esplendor y auge. Así, hemos creído que si somos expertos en las herramientas digitales y en las tecnologías de la información y la comunicación recuperaremos el prestigio perdido y nos convertiremos en los guías de la nueva sociedad del conocimiento. Pero aquí seguimos todos, buscando trabajos usualmente mal remunerados y peleándonos por las posiciones de élite, en las cuales algunos nos convertimos en incompetentes ejecutivos, llenos de dinero, pero a final de cuentas, incultos y banales. Estemos donde estemos y a pesar del avance de la ciencia y la técnica “… los problemas importantes de la vida, nunca se pueden resolver por completo. Si pareciera que ya están resueltos, es signo inequívoco de que algo anda mal. El sentido y propósito de un problema parece que no se encuentra en su solución, sino en nuestra forma incesante de abordarlo”.

 

En otra de sus geniales rememoraciones, Borges nos refiere una historia sorprendente: la construcción de la Gran Muralla China, nueva maravilla, que fue edificada a costa de la destrucción de todos los libros entonces existentes: “el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él”[6]. “El ministro Li Su propuso que la historia comenzara con el nuevo monarca, que tomó el título de Primer Emperador. Para tronchar las vanas pretensiones de la antigüedad, se ordenó la confiscación y quemazón de todos los libros, salvo los que enseñaran agricultura, medicina o astrología, quienes ocultaron sus libros, fueron marcados con un hierro candente y obligados a trabajar en la construcción de la Gran Muralla”[7].

 

Quizá destruir y edificar son dos operaciones “que de un modo secreto se anulan”[8]. Una de los proyectos más asombrosos nacidos de la fantasía de Borges nos lo relata en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”[9]. Se trata del descubrimiento de un artículo sobre Uqbar, del que proviene la sentencia “los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”. En vano Borges y Adolfo Bioy Casares buscan afanosamente el artículo en The Anglo-American Cyclopaedia hasta que dan con A Fist Encylopaedia of Tlön. El proyecto de esta enciclopedia, según Borges comenzó en una “sociedad secreta y benévola (que entre sus afiliados tuvo a Dalagarno y después George Berkeley)”[10]. Esta sociedad nació para inventar un país. Poco después un millonario llamado Ezra Buckley sugiere que es absurdo inventar un país y propone inventar un planeta. Según la literatura de Tlön hay un sujeto único: “todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo. La crítica suele inventar autores”[11]. En Tlön, las cosas sólo existen porque alguien las percibe, así “un umbral perduró mientras lo visitaba un mendigo y… se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un caballo han salvado las ruinas de un anfiteatro”[12]. Borges refiere el descubrimiento de un cono de metal cuyo peso era intolerable y que estaba hecho de un material desconocido. Tiempo después, en 1944 un investigador exhuma los cuarenta volúmenes de la Primera Enciclopedia de Tlön. “Si nuestras previsiones no erran, de aquí a cien años alguien descubrirá los cien tomos de la segunda enciclopedia de Tlön”[13].

Pequeñas fantasías

No quiero aburrirlos con largas historias sobre enciclopedias y planetas imaginarios, prefiero recurrir a algunas ideas sorprendentes rememoradas por Borges. La primera es de Coleridge: “Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?

Otras ideas son de Hawthorne: “Un hombre de fuerte voluntad ordena a otro, moralmente sujeto a él, que ejecute un acto. El que ordena muere y el otro, hasta el fin de sus días, sigue ejecutando aquel acto”[14]. “Un hombre rico deja en su testamento su casa a una pareja pobre. Ésta se muda ahí; encuentra a un sirviente sombrío que el testamento les prohíbe expulsar. Éste los atormenta; se descubre, al fin, que es el hombre que les ha legado la casa”. “Dos personas esperan en la calle un acontecimiento y la aparición de los principales actores. El acontecimiento ya está ocurriendo y ellos son los actores”. “Que un hombre escriba un cuento y compruebe que éste se desarrolla contra sus intenciones; que los personajes no obre como él quiera; que ocurran hechos no previstos por él y que se acerque una catástrofe que él trate, en vano, de eludir. Ese cuento podría prefigurar su propio destino y uno de los personajes es él[15].”

Wakefield es una de las ideas más interesantes: “Hawthorne había leído en un diario, o simuló por fines literarios haber leído en un diario, el caso de un señor inglés que dejó a su mujer sin motivo alguno, se alojó a la vuelta de su casa, y de ahí, sin que nadie lo sospechara, pasó oculto veinte años. Durante este largo tiempo, pasó todos los días frente a su casa o la miró desde la esquina, y muchas veces divisó a su mujer. Cuando lo habían dado por muerto, cuando hacía mucho tiempo que su mujer se había resignado a ser viuda, el hombre, un día, abrió la puerta de su casa y entró. Sencillamente, como si hubiera faltado unas horas. (Fue hasta el día de su muerte un esposo ejemplar)”[16].

Ya casi para concluir quisiera mencionar una parábola de Kafka que Borges rememora en su escrito sobre Chesterton: “Es la historia de un hombre que pide ser admitido en la ley. El guardián de la primera puerta le dice que adentro hay muchas otras y que no hay sala que no esté custodiada por un guardián, cada uno más fuerte que el anterior. El hombre se sienta a esperar. Pasan los días y los años y el hombre muere. En la agonía pregunta: ¿Será posible que en los años que espero nadie haya querido entrar sino yo?”. El guardián le responde: “Nadie ha querido entrar por que a ti solo estaba destinado esta puerta. Ahora voy a cerrarla”[17].

Conclusión

Intencionalmente he obviado un par de historias fantásticas: El Aleph y El jardín de los senderos que se bifurcan, que son quizá las más famosas páginas de Borges. Supuse que tal vez las conocerían sobradamente. En cualquier caso, quiero prevenirlos con respecto a un fenómeno de nuestro tiempo: ante la proliferación de documentos y ante tantas posibilidades de informarse, podemos caer en el vértigo de la existencia y llevados por la moda, creer que sabe más el que lee lo que todos los demás leen. El bibliotecario, consciente de la función de toda literatura sabe se convierte en un ser de excepción, que sabe qué, en medio del marasmo y confusión, qué es lo que vale la pena conocer. Como bien dice Camilo José Cela, en La familia de Pascual Duarte: “Cuando un ambiente está oliendo a algo, lo que hay que hacer, para que se fijen en uno, no es tratar de oler a lo mismo sólo que más fuerte, sino, simplemente, tratar de cambiar el olor”[18].

Aquí está el reto de la originalidad, en volver a los clásico, en el sentido que Borges le dio a este término: “Clásico no es un libro… que posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”[19]. Creo que la mejor forma de hacer esto es identificar aquellos libros que no pueden dejar de ser leídos y volver a ellos, una y otra vez en la vida. Borges no se sentía orgulloso por los libros que había escrito sino por los que había leído, quizá apenas unos cientos, en los que encontró ideas geniales. Adolfo Bioy Casares, entrañable amigo de Borges, propone esta idea en su libro La Trama Celeste: “Desde muy joven he comprendido que para no dejarse arrasar por la inconsiderada producción de libros y para conseguir, siquiera en apariencia, una cultura enciclopédica, era imprescindible un plan de lecturas. Este plan jalona mi vida…”[20]

Cuando somos capaces de identificar estas obras imprescindibles, sentimos que nuestra vida profesional es transformada por la literatura y entonces comprendemos qué significa ser una especie de libro viviente que es escrito por otros y que a su vez, escribe en los otros. De esta forma, el bibliotecario asume lo que Ortega y Gasset consideró su misión fundamental: ser higienista de las lecturas de los demás. Termino con una cita que da cuenta del férreo amor que Borges tenía por las bibliotecas: "Yo puedo estar en Londres, puedo estar en Tokio, puedo estar en Edimburgo, puedo estar en San Francisco de California, puedo estar en New Orleans, puedo estar en París, puedo estar en Sevilla, estuve últimamente en Marraquesh, pero de noche, cuando duermo, estoy siempre en la parroquia de Montserrat y en la Biblioteca Nacional que yo he dirigido... "

 

 

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[1] Josiah Royce. The World and the Individual. Citado por Jorge Luis Borges en Magias parciales del “Quijote”, compilado en Ficcionario. p. 298.
[2] Jorge Luis Borges en Magias parciales del “Quijote”, compilado en Ficcionario. p. 297.
[3] Ibid. p. 298.
[4] Ibid. p. 297-298.
[5] “La biblioteca total”. En Ficcionario. p. 128-129.
[6] “Los libros y la muralla”. En nueva antología personal. p. 193.
[7] Nathaniel Hawthorne. En Ibid. p. 185.
[8] “Los libros y la muralla”. Loc cit. p. 195.
[9] Cf. Ficcionario. p. 147 ss.
[10] Op cit. p. 156-157.
[11] Op. cit. p. 155.
[12] Ibid. p. 156.
[13] Ibid. p. 159.
[14] Nathaniel Hawthorne. En ficcionario. p. 281.
[15] Idem.
[16] Ibid. p. 283.
[17] Sobre Chesterton. En Nueva Antología personal. P. 202.
[18] p. 22.
[19] “Sobre los clásicos” En Nueva antología personal. p. 226
[20] P. 93.