sábado, 27 de agosto de 2016

Cuento: La venderora

Por Javier Brown César


Ese día llegué temprano al departamento, y ahí estaban un par de señoras entradas en años, muy acicaladas y muy decentemente vestidas, en compañía de mi esposa y sus amigas, según que para hacer una demostración de productos de belleza; doble pecado, porque para mí los productos de belleza son algo así como ofrecerle espejos a aborígenes, y porque desde hace algunas décadas he considerado que la "profesión" de vendedor es la peor que puede haber, ya que quienes a ella se dedican suelen vender aquello que nadie necesita o cosas que al final van a traducirse en pingües ganancias para extraños y onerosas pérdidas para uno. Así que presencié con notable escepticismo esa "demostración" grandilocuente de las virtudes de sus productos, y al serme presentadas las susodichas señoras no pude dejar de expresar un cierto gesto de distancia y azoro, y más cuando me dijeron que habían conocido a una familia de la que he tratado de distanciarme desde mi adolescencia.

 

Algunos días después supe que de esas venerables señoras, una era la líder y la otra la seguidora, una la vendedora y la otra su alcahueta; también supe que efectivamente eran vecinas mías y que habían conocido a algunos miembros de mi familia. Las odié en la intimidad porque lo único que hicieron con mi esposa y sus amigas fue venderles cosas que, como suele suceder, no necesitaban. Y ahí está todavía en el baño el producto que un hábil empresario puso en el mercado para engañar a los memos, y que una muy astuta vendedora le hizo comprar a mi esposa, con el dinero que tanto trabajo me costó ganar.

 

Algunos meses después mi esposa me dio la trágica noticia: la vendedora murió de forma repentina. Debo confesar que sentí tristeza y lástima a la vez: tristeza, porque había juzgado muy severamente a esa mujer, y lástima, porque en el fondo de mi ser siento que no hay peor forma de trabajar en la vejez e incluso en cualquier etapa de la vida, que vendiendo cualquier cosa, incluyendo productos de belleza. Aún así, me siento culpable porque aquel día en el que conocí a la vendedora no fui más generoso y afable, pero cómo demonios iba a saber que estaba conociendo a una venerable anciana a la que le quedaban pocos días de vida. Todavía hoy, después de más de un año de su deceso siento tristeza, porque al final de cuentas, por más que odie a los vendedores, no puedo dejar de sentirme acongojado por la súbita y triste muerte de la vendedora.

 

Agosto 25 de 2016

miércoles, 24 de agosto de 2016

El zoológico humano

Por Javier Brown César


Hemos recreado para los animales un ambiente al que estamos acostumbrados como especie: la jaula de hierro o de asfalto, como ustedes la prefieran definir. El animal en el zoológico está atrapado entre paredes y rejas, va y viene todos los días en este espacio limitado, reducido, avaro. Nosotros al contrario, nos consideramos libres porque el espacio de paredes y rejas es más amplio: va de la casa a la oficina y de vuelta, con el agravante de que a diferencia del animal, tenemos que abordar vehículos para desplazarnos, y en este tránsito sudamos, nos acongojamos, maldecimos y sufrimos por causa de congestionamientos, lluvias, colas y transportes masivos saturados. Pero -dirán algunos obstinados defensores de la especie- el ser humano tiene los fines de semana para descansar y días de vacaciones que son un escape del zoológico humano. Mal consuelo -diríamos- para un ser que se ve obligado a pagar su libertad trabajando el resto de su vida útil, para cubrir el costo de su esparcimiento de los fines de semana y de sus periodos de vacaciones. Y al final de su vida laboral, el animal humano, a diferencia de otros animales, se verá recluido en un asilo -en el mejor escenario- incapaz de alimentarse por sí mismo, y conviviendo con seres de su misma especie que tienen que utilizar pañales y carriolas para bebés.

 

Agosto 24 de 2016

martes, 23 de agosto de 2016

Cuento: El hotelero

Por Javier Brown César


Él es el más grande exponente de la hotelería que he conocido en mi vida. Me he hospedado en varios de sus hoteles y puedo decir que no he vivido una experiencia similar: me he sentido respetado, valorado… incluso amado. Volvería una y otra vez a sus hoteles si me fuera posible hacerlo, pero mi avanzada edad y mis constantes achaques me impiden viajar y me tienen atado a esta invalidez involuntaria. Muchas veces intenté entrevistarlo para dar a conocer sus métodos y sus hallazgos, pero constantemente me enfrenté a negativas y evasivas. No obstante, mi contacto directo con su trato afable y con sus vivencias únicas me permiten describir, aunque sea de forma fragmentaria, las razones de su éxito.

 
Lo que mi amigo el hotelero ofrece es una experiencia incomparable. Una vez que se llega a uno de sus hoteles, uno es beneficiario de un trato digno y decoroso, tal pareciera que el personal bajo su mando tuviera la consigna de tratar a cada huésped como un ser único, irrepetible e invaluable. Los responsables de los diversos servicios nos hacen sentirnos como en nuestra propia casa, desde la recepción hasta el servicio a los cuartos uno no se siente como un cliente que le entrega su dinero a un empresario distante y codicioso, sino como un ser humano digno del trato más amable posible. Ya desde la recepción no hay largas filas para el registro, ni formularios y formatos prescindibles, desde la llegada, uno siente que el tiempo de descanso es verdaderamente de uno y esto es porque el hotelero ha realizado cálculos actuariales que indican con precisión cuáles son los momentos de mayor demanda, lo que permite disponer de personal suficiente para que el registro, llegada a la habitación y entrega se den en breve tiempo, lo que garantiza que cada quien sea dueño de su vida y que viva una experiencia placentera y grata. Es como si el hotelero supiera que el tiempo es el recurso más valioso de quienes quieren disfrutar vacaciones plenas y satisfactorias; desde que uno llega a sus hoteles hasta que se va siente que es la personas más importante que hay y puede disfrutar cada segundo de su estancia y cada instante de esparcimiento y diversión.

 
El personal que lo atiende es diligente y servicial, pero no servil. No conoce de excusas ni de argumentos banales para no ofrecer un servicio expedito y excelente. Uno se sabe persona, no cliente ni objeto que consume y así es con cada servicio: recepción, ama de llave, meseros y cocineros, parrilleros y cuidadores, jardineros y bármanes, masajistas y mucamas. El personal contratado tiene experiencia, posee calidad humana y es capaz de ofrecer calidez, confort y descanso; no hay lugar para la improvisación y la excusa: el parrillero tiene que preparar la carne tal como el comensal la desea, la bebida debe reflejar la combinación perfecta de ingredientes, la cama tiene que ser del agrado de los huéspedes, los jardines deben ser magníficos e imperiales, el hotel debe ser memorable.

 
Las personas que trabajan para el hotelero se sienten orgullosas de pertenecer a una gran familia, porque además sus familias viven decorosamente del servicio y todos se sienten dueños de la cadena hotelera. El empleado peor remunerado es un trabajador confiable, que se siente apreciado, y que se mantiene en el servicio, no por las propinas, sino por la garantía de que él y su familia tienen en el presente una vida digna, decorosa y en el futuro tendrán posibilidades permanentes de mejora. Los diferentes empleados han desempeñado diversos roles, de tal forma que conocen los aspectos de la administración hotelera y saben ser exigentes donde se puede mejorar y comprensivos donde el trabajo es arduo.
 

Las instalaciones han sido diseñadas para brindar una experiencia única y memorable. Cada rincón ha sido cuidado hasta el mínimo detalle. Las habitaciones, el bar, el restaurante, las playas y albercas, las salas de juego y descanso, los servicios de spa y masaje, han sido diseñados para ofrecer al viajante una experiencia incomparable. Gracias a estas cualidades los hoteles estén siempre saturados sin que esto implique detrimento alguno en el servicio o lugares de esparcimiento atiborrados de personas. Las listas de espera para sus establecimientos son interminables porque quien vive la experiencia de ese trato amable, de ese ambiente único y de esos servicios de la más alta calidad quiere regresar una y otra vez.

 
Mi amigo el hotelero no tiene un lugar fijo donde vivir, habita de forma rotativa en sus diferentes hoteles, cuando llega, nadie sabe que es el dueño, porque su divisa es: haz que cada persona que llega se sienta como el dueño de este hotel. Es por ello que todos en sus hoteles nos tratan como dueños, porque saben que él puede ser uno de nosotros. Su riqueza es la alegría de sus huéspedes, su plenitud es el gozo de quienes se hospedan en sus hoteles; sus ganancias no son exorbitantes, pero no le interesa, porque es el hotelero más famoso del mundo y su vida es plena porque el servicio que da a los demás es absolutamente incomparable.

 

Agosto 22 y 23 de 2016