Por Javier Brown César
Juan predicaba en los jardines
universitarios por lo menos una vez a la semana. Tenía algunos fieles
seguidores que creían y apoyaban sus ideas, entre los que me encontraba yo. Su
teoría del amor tenía un poder de seducción innegable, por lo que me atrevo a
transcribir sus principales tesis, como un sentido homenaje a quien cambió para
siempre mi visión de las relaciones humanas.
Juan Donnt estaba convencido de
que el amor no es un sentimiento, ni una pasión, sino una acción o más bien, un
conjunto articulado de acciones decididas para transformar, de alguna forma, la
realidad, haciéndola más bella, noble, ordenada, armoniosa, justa y unida. Decía
que a veces se confunde el amor con un sentimiento porque sus efectos tienen
ciertas repercusiones fisiológicas; de forma similar a cuando se hace ejercicio
y al final de un esfuerzo máximo se siente una intensa gratificación, también
así sucede cuando uno hace algo noble por los demás, que es una de las tantas
expresiones del amor.
El amor y el enamoramiento son
cosas muy diferentes. El enamoramiento es una locura momentánea, un arrebato
temporal que puede terminar de forma abrupta en decepción y depresión. Una
causa frecuente del enamoramiento es lo que se suele llamar “atracción física”,
que lleva a que la persona se siente atraída por otra desde un inicio por
alguna cualidad física e incluso como resultado de reacciones químicas que no
somos capaces de descubrir, porque no conocemos bien sus señales. Esta
atracción inicial, cuando se acompaña de algún factor de evocación o de
atracción, como puede ser el recuerdo del padre o una simple palabra o gesto puede
causar esa locura temporal que es el enamoramiento.
El amor tampoco se debe confundir
con el deseo sexual, cuyas bases son los instintos que compartimos con los
animales superiores. Este deseo ardiente, una vez satisfecho se extingue, no
dura. En ocasiones el deseo sexual mueve al ansia de conquista y al delirio que
acompaña toda hazaña, pero una vez conquistada la meta, se desactiva.
Ya desde Platón se sabe que se
suele amar aquello que uno percibe como bello, pero la belleza es relativa y
depende tanto de la época como del lugar. Lo que es un hecho es que todo lo que
es bello tiene cierta proporción y armonía que hace que agrade a la vista. A
veces la belleza causa pasmo o estupidez, por eso es peligrosa, tanto para
quien la contempla, como para quien la porta.
Amar es hacer algo por alguien
más, darle lo mejor de uno mismo, como nuestro tiempo, nuestras caricias, nuestras
mejores palabras, nuestros más queridos pensamientos, nuestro conocimiento.
Amar es buscar el bien del otro, pero para esto es necesario conocer qué puede
ser bueno para otras personas, porque a veces se hace mucho daño pretendiendo
hacer el bien sin conocimiento adecuado.
En este mundo mercantilizado
prevalece la idea falaz y ridícula de que amar es dar cosas a los demás. Pero
las cosas sólo generan relaciones de esclavitud. Es absurdo pensar que entre
más costoso es el regalo más grande es el amor, no hay proporción entre una
cosa y otra y al contrario, a veces el vacío de amor es cubierto con la
abundancia de cosas.
Hoy la cultura del odio ha
derrotado a la del amor. Cuatro son las causas principales del odio en nuestra
civilización: el sexo, el poder, el dinero y las ideas. Aunque quizá la causa
más común del odio es, además de las cuatro que he mencionado, la falta de amor
a uno mismo o la incapacidad para amarnos. Vivimos en un mundo en el que no se
aprende el amor porque las personas no crecen amándose a sí mismas: pierden el
tiempo miserablemente sin poder compenetrarse de sí mismas, sin conocerse a sí
mismas y sin dedicar tiempo al auténtico cuidado de uno mismo, que no es el
vano maquillarse, sino el cultivo de la inteligencia y el espíritu, la
realización de ejercicio adecuado y la alimentación suficiente y nutritiva.
Las ideas son causas principales
de las guerras y el genocidio. Quienes se creen poseedores de la verdad
pretenden excluir a otros con base en sus ideologías y con ello buscan segregar,
y en el extremo, exterminar a quienes se atreven a pensar diferente.
En una sociedad mercantilizada el
dinero es la causa más común de las desavenencias, la codicia produce resentimiento,
la avaricia engendra mezquindad y la acumulación ilimitada de riquezas
materiales produce odio ilimitado. Un mundo en el que los ricos tienen demasiado
y los pobres tienen muy poco es además de injusto, insostenible.
El poder y la lucha desmedida por
cada vez tener más son fuentes permanentes del odio y la confrontación. Inclusive
quienes ambicionan el poder son capaces de asesinar, como lo sabemos gracias a historias
que datan de hace miles de años.
Por último, el sexo también puede
ser motivo de odio, ya que paradójicamente es posible que se dé el sexo sin
amor, así como el amor sin el sexo. A veces se llega al extremo de matar a una
persona para evitar que sea poseída por otra.
En fin, el amor es tan poco común
como la bondad, por lo que a veces uno se cuestiona si no será mejor hablar del
odio y de la maldad, porque ambos son los motores que parecen mover a esta
humanidad convulsionada que en lugar de evolucionar, parece que cada vez
retrocede más y más.
Abril 16 de 2015
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