martes, 26 de abril de 2016

Los mitos de la clase media


Por Javier Brown César

 

La clase media carece de identidad, quienes son parte de ella no se consideran ni pobres ni ricos, ni prósperos ni indigentes, ni amos ni esclavos. Habitan una región que sólo ellos conocen, eso sí, son buenos por sus modales e intenciones, pulcros porque no usan la misma ropa más de una vez y se bañan todos los días, y decentes porque en público no insultan ni denigran a nadie, aunque en privado hagan lo contrario.

 

En el sexo son decentes y recatados, aunque su sangre arda por la pasión, se contienen y son conservadores hasta en las poses sexuales, nada de sexo oral ni de poses extrañas, aunque en el fondo las deseen con furor y las piensen con obstinación.

 

Ante la mesa siempre tiene buenos modales, tan buenos que desperdician la comida en aras de la buena educación. No abren la boca cuando comen, ni eructan después de comer, no ponen los codos sobre la mesa y se duelen internamente del sufrimiento de los pobres, aunque en el fondo los detestan y limpian sus culpas donando dinero a la caridad o dando limosna a falsos mendigos e indigentes.

 

Se saben medianos y mediocres, aunque aspiran a ser ricos. Después de la universidad no vuelven a abrir un solo libro salvo que se trate de las obras de moda que todos leen y que digieren con tal de tener un tema de conversación interesante. Su cerebro está ayuno de ideas, constantemente repiten los mismos prejuicios y reiteran viejos moldes.

 

Como sus padres son buenas personas, no hacen el mal a nadie, aunque tampoco le hacen bien a nadie. Son moralmente neutros, indefensos, insípidos e incoloros, aunque llenan su vida de perfumes y sus vacíos existenciales de banalidades.

 

Son maniqueos irredentos, para los que el mundo se divide en dos bandos, y desde luego, ellos son los buenos. Todo se reduce a dos colores, dos morales, dos cosmovisiones y dos formas de ser.

 

Viven amando a las cosas y despreciando a quienes no son como ellos. Les gusta estar rodeados de placeres y quieren ser como los ricos, pero no pueden vivir como ellos, y a veces se endeudan e hipotecan su futuro para vivir momentos orgiásticos y realizar viajes exóticos sólo para contarles a otros sus aventuras en el safari africano, en el campamento en las montañas o en sus viajes en yates por mares e islas remotas.

 

No conocen de cualidades, todo para ellos es cantidad, por eso aman en exceso el dinero y lo atesoran y acumulan. En el fondo son pobres no porque tengan poco, sino porque comparten poco y cuando lo hacen es sólo para dar las sobras inútiles y los remanentes superfluos, para limpiar sus culpas y para lavar sus "pecados".

 

Van a museos para presumir que conocen, van a conciertos para que no digan que son ignorantes y consumen cultura para que otros hablen bien de ellos, porque para ellos no hay peor tormento, que otros hablen mal de ellos.

 

Sus vacaciones son el escape de hogares intolerables, de trabajos esclavizantes y de ciudades que detestan, por ello buscan huir de una vida que en el fondo, saben que es miserable.

 

Basan su plenitud en lo que llaman el matrimonio feliz, en el que nadie pelea, pero todos viven en un infierno privado, odiándose unos a otros, como sólo ellos saben odiar. Se creen felices con casa, auto y mascotas, pero en el fondo son la clase más infeliz, porque no tienen identidad, ni moral, ni tienen sabiduría, porque no tienen vergüenza y porque en el fondo quisieran ser como otros.

 

Pobre clase media, tan lejos de Dios y tan cerca de sí misma. No es capaz de valorar al otro, porque no tiene la capacidad de valorarse a sí misma, porque en el fondo es la elocuente expresión del vació existencial, de la nada venida al mundo, de la inanidad de la vida.

 

Abril 26 de 2016

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