SAN AGUSTÍN, APULEYO Y LOS DEMONIOS
San Agustín se enfrenta a las tesis que sustenta el platónico
Apuleyo Madurense, en su libro El Dios de Sócrates. La opinión
ampliamente compartida, y que es dogmáticamente compartida por el neoplatónico,
deriva de la siguiente clasificación de los animales[1] con
alma racional: los dioses, que ocupan el cielo, el lugar más elevado; los
demonios, que ocupan el aire, lugar intermedio entre los hombres y los dioses;
y los hombres, que ocupan el lugar más humilde, la tierra: “Y así como tienen
diferentes lugares, tienen también diferentes naturalezas. Por lo cual los
dioses son mejores que los hombres y los demonios; los hombres son inferiores a
los dioses y demonios, y como lo son en el orden de los elementos, así lo son
también en la diferencia de sus méritos. Los demonios, puesto que están en
medio, así como deben ser pospuestos a los dioses, debajo de los cuales
habitan, así se deben preferir a los hombres sobre quienes moran. Porque con
los dioses participan de la inmortalidad de los cuerpos, y con los hombres de
las pasiones del alma...”[2]
Para Apuleyo, los demonios padecen las mismas pasiones del
alma que los hombres: “se enojan e irritan con las injurias; ... se aplacan con
los dones; ... gustan de honores y se complacen con diferentes sacrificios y
ritos, y... se enojan cuando se deja de hacer alguna ceremonia en ellos”[3]. A
los demonios pertenecen también “las adivinaciones de los augures, arúspices,
adivinos y sueños” y son “los autores de los milagros o maravillas de los magos
o sabios”[4]. El
neoplatónico define así a los demonios: “en su clase, son animales; en el
ánimo, pasivos; en el entendimiento, racionales; en el cuerpo, aéreos; y en el
tiempo, eternos...”[5] La clasificación que
Apuleyo hace de los vivientes puede contemplarse mejor en el siguiente cuadro:
CLASIFICACIÓN DE LOS VIVIENTES (brutos, hombres, demonios y
dioses), SEGÚN APULEYO
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PROPIEDAD
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TIPO DE “ANIMAL”
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Con ánimo pasivo
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Demonios y hombres
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Con entendimiento racional
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Con cuerpo aéreo
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Demonios
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Con tiempo eterno
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Demonios y dioses
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La clasificación de Apuleyo lleva a afirmar que “es
indispensable que los demonios sean medianeros entre los dioses y entre los
hombres, para que lleven los deseos y peticiones de los hombres a los dioses y
de éstos traigan las respuestas de las gracias que hubieran alcanzado a los
hombres”[6]. La
razón para sostener este disparate: “es porque los dioses del cielo que cuidan
de las cosas humanas, sin duda no supieron lo que hacían los hombres de la
tierra si los demonios aéreos no se lo avisaran; porque la región celeste está
muy distante de la tierra”[7], pero
estas son afirmaciones absurdas, porque “si los dioses pueden ver nuestra alma
con la suya libre de los impedimentos del cuerpo, para esta operación no
necesitan de intermediarios los demonios; y si los dioses de la región etérea
conocen por su cuerpo los indicios corporales de las almas, como son el
semblante, el habla, el movimiento, infiriendo así lo que les anuncian los
demonios, pueden ser también engañados con los embustes y mentiras de los
demonios, esa divinidad no puede ignorar nuestras acciones”[8]. Los
demonios que describe el neopitagórico se pueden llamar, con toda propiedad,
ángeles malos, se trata de “espíritus deseosísimos de hacer mal, ajenos
totalmente de lo que es justo y bueno, llenos de soberbia, carcomidos de
envidia, forjados de engaños y cautelas que habitan en la región del aire,
porque cuando los echaron de la altura del cielo superior (lo que merecieron
por la culpa y transgresión irreiterable) los condenaron a este lugar como a
cárcel conveniente para ellos; y no porque la región del aire era superior en
el sitio a la tierra y al agua, por eso también ellos en el mérito son
superiores a los hombres, los cuales los exceden y aventajan, no en el cuerpo
terreno, sino en haber escogido en su favor al verdadero Dios, y en la
conciencia piadosa y temerosa de Dios”[9].
Siendo la naturaleza de los ángeles buenos y malos la misma,
la causa de que sus apetitos sean contrarios nace “de la variedad de sus
voluntades y deseos; habiendo preservado constantemente los unos en el bien
común a todos, que es el mismo dios en su eternidad y caridad, y habiéndose los
otros deleitado y pagado de su poder, como si ellos fueran su mismo bien, se
apartaron del bien superior, beatífico, común a todos, y volviéronse a sí
mismos teniendo el ostento fausto de su altivez por altísima eternidad, la
astucia de la vanidad por verdad indefectible, y la afición de su parcialidad
por una caridad individua, se hicieron soberbios, seductores y embusteros”[10]. Los
ángeles malos o demonios se caracterizan por su soberbia, pasión que comparten
con los hombres: “hay... entre los demonios ciencia sin caridad, y por eso son
tan altivos, esto es, tan soberbios, que han procurado todo cuanto pueden, y
con quien todavía procuran que los adoren y tributen el honor y el culto que
sabe que se debe al Dios verdadero; y contra esta soberbia de los demonios que
estaba apoderada del linaje humano por sus pecados cuánta fuerza tenga la
humildad de dios que apareció en forma de siervo, no lo acaban de conocer las
almas de los hombres, hinchadas con la abominación de la altivez, semejantes a
los demonios en la soberbia, aunque no en la ciencia”[11]
Pero la ciencia de los demonios difiere de la ciencia de los
dioses buenos, porque estos últimos: “no estiman la ciencia de las cosas
corporales y temporales con que se hinchan y ensorbecen los demonios; no porque
las ignoren, sino porque estiman y aprecian sobremanera la caridad de Dios con
que se santifican, y en comparación de su hermosura, que es no sólo incorpórea
sino inmutable e inefable, de cuyo santo amor están inflamados, desprecian
todas las cosas que están debajo de ella, y que no son lo que es ella, y a sí
propios entre ellas, para poder gozar con todas las dotes que les constituye en
la clase de una bondad suma de aquel sumo bien, de donde les proviene ser
buenos”[12]. Los
ángeles tienen también “una noticia más cierta” sobre las cosas temporales ya
que en el Verbo divino ven las principales causas de ellas, pero “los demonios
no contemplan ni ven en la sabiduría de dios las causas eternas de los tiempos
y las que son de algún modo las cardinales, sino que con la experiencia mayor
de algunas señales ocultas a nuestros limitados entendimientos alcanzan a
examinar muchas más cosas futuras que los hombres, y vaticinan algunas veces
sus admirables disposiciones”[13]. Por
ello, las artes mágicas deben rechazarse como ciencia de los demonios[14]:
“todas las maravillas de los magos, las cuales con razón... deben condenarse,
se hacen por arte y obra de los demonios”, de quienes debemos huir “si queremos
que nuestras oraciones lleguen delante del verdadero Dios”[15].
La distancia entre el hombre y Dios es mayor, entre más
desemejante “sea el alma del hombre al incorpóreo, eterno e inmutable Dios”[16].
Para superar esta distancia, para “remediar y reparar este quebranto, porque a
la inmortal pureza que reside en los sumo no pueden convenir las cosas morales
y abominables que hay en lo ínfimo, es innegable que es necesario un medianero,
pero tal que tenga el cuerpo inmortal que parezca a los sumos y el alma poseída
de las pasiones, flaca y enfermiza, que se asemeje a los ínfimos, para que...
nos favorezca para conseguir la salud espiritual...”[17] Este
mediador sólo puede ser Cristo[18], ya
que su divinidad es igual a la del Padre y su humanidad es semejante a la de
nosotros: “debemos buscar un medio que sea no sólo hombre, sino también Dios, a
fin de que conduzca a los hombres de esta miseria mortal a la bienaventurada
inmortalidad... Hízose, pues, mortal, sin disminuir la divinidad del Verbo,
recibiendo en sí la inestabilidad de la humana naturaleza, pero permaneció
mortal en la misma carne, porque la resucitó de entre los muertos, siendo el
fruto de su mediación que ni los mismos por cuya redenciones hizo medianero
quedaran sumergidos en la muerte perpetua aun de la carne. Por eso convino que
el mediador entre nosotros y dios tuviera una mortalidad transeúnte y una
bienaventuranza permanente y extensiva por los siglos de los siglos, para que
con lo mismo que pasa y es puramente temporal se acomodara a la suerte de los
que deben morir, y de muertos los lleve a la posesión perpetua de la patria
celestial
[1] Con
más precisión se podría decir que aquí no se presenta una clasificación de
animales, sino de seres con vida (animados).
[2] San
Agustín- La Ciudad de Dios. VIII. 14. p. 178.
[3] Ibid.
VIII. 16. p. 179.
[4] Idem.
[5] Idem.
[6] Ibid.
VIII. 20. p. 182.
[7] Ibid.
VIII. 21. p. 183.
[8] Idem.
[9] Ibid.
VIII. 22. p. 184.
[10]
Ibid. XII, 1. p. 266.
[11] Ibid. IX. 20. p. 206.
[12] Ibid. IX. 22. p. 206.
[13] Ibid. p. 207.
[14] “Los
que pretenden distinguir estas ridiculeces, quieren dar a entender que de los
que se entregan al estudio de las artes ilícitas, unos son reprensibles, cuales
son los que el vulgo llama maléficos o hechiceros, porque éstos dicen que
pertenecen a la goecia [arte de la brujería], y otros, más loables, a quienes
atribuyen la theurgia [arte mágica que busca la conciliación entre los ángeles
y los dioses, así como la purificación de la parte intelectual del alma para
que pueda recibir espíritus y ángeles y así ver a los dioses], siendo
indubitable que unos y otros están sujetos y dedicados a los falsos y engañosos
ritos de los demonios, bajo los nombres de ángeles”. Ibid. X. 9. p. 216.
[15]
Ibid. VIII. 19. p. 182.
[16]
Ibid. IX. 17. p. 204.
[17]
Ibid. IX. 17. p. 204.
[18]
“Porque éramos hombres, pero no éramos justos, y en su Encarnación hubo
naturaleza humana, pero justa, no pecadora. Esta es la mediación con que se dio
la mano a los caídos y postrados. Esta es la semilla dispuesta por los ángeles,
con cuyos edictos se promulgó la ley que mandó adorar y reverenciar un solo
Dios, y prometió que vendría este mediador”. Ibid. X. 24. p. 229. Cf. También Confesiones. VII, 18. p.
146: “Buscaba entonces el camino de adquirir aquella robustez que es necesaria
para gozar de Vos, y no podía hallarle, hasta que abrazase con Jesucristo,
mediador entre dios y los hombres, ensalzado sobre todas las criaturas, y verdadero
Dios bendito y alabado por todos los siglos, el cual me estaba llamando y
diciendo: Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
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