martes, 26 de abril de 2016

Los mitos de la clase media


Por Javier Brown César

 

La clase media carece de identidad, quienes son parte de ella no se consideran ni pobres ni ricos, ni prósperos ni indigentes, ni amos ni esclavos. Habitan una región que sólo ellos conocen, eso sí, son buenos por sus modales e intenciones, pulcros porque no usan la misma ropa más de una vez y se bañan todos los días, y decentes porque en público no insultan ni denigran a nadie, aunque en privado hagan lo contrario.

 

En el sexo son decentes y recatados, aunque su sangre arda por la pasión, se contienen y son conservadores hasta en las poses sexuales, nada de sexo oral ni de poses extrañas, aunque en el fondo las deseen con furor y las piensen con obstinación.

 

Ante la mesa siempre tiene buenos modales, tan buenos que desperdician la comida en aras de la buena educación. No abren la boca cuando comen, ni eructan después de comer, no ponen los codos sobre la mesa y se duelen internamente del sufrimiento de los pobres, aunque en el fondo los detestan y limpian sus culpas donando dinero a la caridad o dando limosna a falsos mendigos e indigentes.

 

Se saben medianos y mediocres, aunque aspiran a ser ricos. Después de la universidad no vuelven a abrir un solo libro salvo que se trate de las obras de moda que todos leen y que digieren con tal de tener un tema de conversación interesante. Su cerebro está ayuno de ideas, constantemente repiten los mismos prejuicios y reiteran viejos moldes.

 

Como sus padres son buenas personas, no hacen el mal a nadie, aunque tampoco le hacen bien a nadie. Son moralmente neutros, indefensos, insípidos e incoloros, aunque llenan su vida de perfumes y sus vacíos existenciales de banalidades.

 

Son maniqueos irredentos, para los que el mundo se divide en dos bandos, y desde luego, ellos son los buenos. Todo se reduce a dos colores, dos morales, dos cosmovisiones y dos formas de ser.

 

Viven amando a las cosas y despreciando a quienes no son como ellos. Les gusta estar rodeados de placeres y quieren ser como los ricos, pero no pueden vivir como ellos, y a veces se endeudan e hipotecan su futuro para vivir momentos orgiásticos y realizar viajes exóticos sólo para contarles a otros sus aventuras en el safari africano, en el campamento en las montañas o en sus viajes en yates por mares e islas remotas.

 

No conocen de cualidades, todo para ellos es cantidad, por eso aman en exceso el dinero y lo atesoran y acumulan. En el fondo son pobres no porque tengan poco, sino porque comparten poco y cuando lo hacen es sólo para dar las sobras inútiles y los remanentes superfluos, para limpiar sus culpas y para lavar sus "pecados".

 

Van a museos para presumir que conocen, van a conciertos para que no digan que son ignorantes y consumen cultura para que otros hablen bien de ellos, porque para ellos no hay peor tormento, que otros hablen mal de ellos.

 

Sus vacaciones son el escape de hogares intolerables, de trabajos esclavizantes y de ciudades que detestan, por ello buscan huir de una vida que en el fondo, saben que es miserable.

 

Basan su plenitud en lo que llaman el matrimonio feliz, en el que nadie pelea, pero todos viven en un infierno privado, odiándose unos a otros, como sólo ellos saben odiar. Se creen felices con casa, auto y mascotas, pero en el fondo son la clase más infeliz, porque no tienen identidad, ni moral, ni tienen sabiduría, porque no tienen vergüenza y porque en el fondo quisieran ser como otros.

 

Pobre clase media, tan lejos de Dios y tan cerca de sí misma. No es capaz de valorar al otro, porque no tiene la capacidad de valorarse a sí misma, porque en el fondo es la elocuente expresión del vació existencial, de la nada venida al mundo, de la inanidad de la vida.

 

Abril 26 de 2016

martes, 19 de abril de 2016

KANT: ALCANCES Y LÍMITES DEL CRITICISMO


Por Javier Brown César

EL CONTEXTO DE LA FILOSOFÍA KANTIANA

Cuando nació Kant en Könisberg el 22 de abril de 1824 habían transcurrido cinco lustros desde la publicación de la importante obra de Newton Philosophiae naturalis principia mathematica. Los estudios iniciales del filósofo de Könisberg realizados alternativamente en el Collegium Friedericianum y en la Universidad de Könisberg fueron decisivos para su futura orientación intelectual y para el planteamiento de los problemas fundamentales de su filosofía crítica.

En el Friedericianum, Kant estudió con el profesor de teología y predicador Franz Albert Schultz, quien como los padres del filósofo, se movía dentro de los círculos pietistas. Pero también, Schultz se hallaba bastante familiarizado con la filosofía alemana de su tiempo, debido a haber sido discípulo de Wolff, en cuya escuela se había continuado con el racionalismo de Leibniz. En la Universidad, Kant estudia filosofía, ciencias naturales y matemáticas bajo la dirección de Martin Knutzen, filósofo wolffiano y gran admirador de Newton.

Así, Kant se encuentra ante una doble tradición: por un lado, la física de Newton como un sistema de interpretación del cosmos apoyado en principios y leyes construidos en términos de conceptos matemáticos, y por el otro, la metafísica dogmática de Wolff, que interpretaba la realidad a partir de un sistema de conceptos abstractos obtenidos a partir del análisis y que se fundamentaba en la existencia de entidades cuya realidad no se encontraba suficientemente demostrada. Por un lado tenemos entonces el problema de la física de Newton: ¿qué estructuras reales o ideales hacen posible la exactitud de la física newtoniana? ¿Cuál es el fundamento filosófico de semejante física? ¿En qué radica su objetividad? Por otro lado, el problema de la metafísica wolffiana: ¿es acaso posible desarrollar la metafísica en los términos en que Wolff lo ha hecho? ¿Cuál debe ser el rumbo de la metafísica para que se establezca sobre bases tan sólidas como las de la física de Newton?

Si bien las cuestiones sobre la física newtoniana dominan sus primeros escritos, en el escrito de 1755 Principiorum primorum cognitiones metaphysicae nova dilucidatio, Kant se aparta del racionalismo de Leibniz y Wolff. Al año siguiente, en su Monadología física separa dos esferas del saber: la ciencia de la naturaleza, fundada en una concepción mecánica; la esfera de la moral y la religión, que precisa explicar mediante la idea de libertad. Pero no sería sino hasta 1765 que Kant recibiría su última gran influencia con la lectura del Contrato social y del Emilio de Rousseau.

EL PROBLEMA DE LA METAFÍSICA

Ante todo, es fundamental evitar las interpretaciones simplistas de la Crítica de la razón pura. Esta obra no es solamente una teoría (crítica) del conocimiento o una fundamentación de la metafísica o un análisis de los presupuestos de la física newtoniana como ideal científico. A dos problemas acuciantes parece enfrentarse Kant en su primera Crítica: ¿cómo ha sido posible la física de Newton como ciencia? ¿Cómo es posible la metafísica como ciencia? Para responder a la primera cuestión, es necesario considerar antes los fundamentos matemáticos sobre los que se apoya la concepción científica newtoniana, en pocas palabras ¿cómo puede garantizarse la objetividad del tiempo y la del espacio? La estética trascendental realiza esta fundamentación a partir de la conceptualización del tiempo y del espacio como leyes del sujeto cognoscente que al aplicarse a la realidad la determinan como experiencia. Estas leyes encuentran su punto de fundamentación en una intuición a priori de carácter sumamente complejo. Las intuiciones a priori del tiempo y del espacio se dan en la sensibilidad como formas puras que determinan la materia del conocimiento, dada por el fenómeno, el cual es indeterminado en sí mismo.

El problema que radica en el fondo de la fundamentación kantiana es la existencia de conocimientos a priori concebidos como aquellos que son absolutamente independientes de toda experiencia. Pero el hecho de que se den estos conocimientos puros no parece del todo evidente. Para sustentar la tesis de que existen conocimientos a priori (puros) es indispensable desarrollar una argumentación similar a la kantiana. La distinción entre juicios analíticos y juicios sintéticos, así como la que se da entre juicios a priori y juicios a posteriori se ordena a la demostración de la existencia de conocimientos puros, libres de toda experiencia. La médula de la argumentación se encuentra en la idea del juicio sintético a priori: si se demuestra la existencia de este tipo de juicios será posible afirmar sin duda alguna, la existencia de conocimientos a priori.

El problema de los juicios sintéticos a priori es fundamental para la aproximación a la filosofía kantiana. La afirmación de que todos los juicios matemáticos son sintéticos contiene en sí un argumento que parece no poderse sostener con certeza apodíctica. Utilizando el ejemplo dado por Kant de un juicio sintético a priori: 7+5=12. En un primer momento, cabe cuestionar si el juicio 7+5=12 es sintético o analítico. Para ello, debe desglosarse el juicio en sus elementos: el sujeto estará conformado por la expresión 7+5, el enlace está dado por el signo de igual y el predicado es 12. Para ser sintético este juicio al concepto del sujeto se le debe añadir un predicado que no estaba pensado en él y no hubiera podido sacarse por análisis alguno. Pero en este juicio en particular el predicado no añade nada al concepto del sujeto. Si se nos da como predicado 12, se puede, a partir de las matemáticas, analizar sus posibles sujetos, llegando finalmente a 7+5=12, el cual es sólo una de las posibles formas de enlace con el predicado 12. Por otro lado, dado el sujeto 7+5 el predicado se enlaza con él sacándose directamente, también mediante un análisis matemático. Por otro lado, si la aprioridad del juicio radica en que el enlace del sujeto con el predicado es absolutamente necesario, podemos recurrir a la experiencia para demostrar que, en una primera aproximación a los juicios matemáticos, sean de la índole que sean, no puede darse asentimiento alguno si antes no se presupone que el signo “7” equivale a “siete” y que el signo “5” equivale a “cinco”, pero que además, tanto el signo “5” como el signo “7” equivalen a abstracciones de la cantidad discreta que idealmente representarían a un conjunto de objetos homogéneos que reunidos permite formar una especie de definición ostensiva de ambos conceptos. Es además evidente, que la definición de los conceptos “5” y “7” no es esencial: “5” es un número que está antes del 4 y que antecede al 6 (en esta definición, la especificidad del 5 no está dada, sólo su género, que es número, el resto de la definición sólo se puede establecer a partir de comparaciones entre lo que el “5” representa y lo que éste no representa). ¿Acaso entonces es cualquier cantidad numérica un concepto a priori?

Además, este juicio parece no darse a priori, ya que para su formación se requiere ante todo de la abstracción de la cantidad de los cuerpos, la cual sólo es posible realizarla a partir de la experiencia sensible. Pero también, el juicio 7+5=12 exige un elevado nivel de codificación y formalización, el cual no puede darse a priori en la inteligencia finita del hombre. De hecho, cualquier abstracción del accidente de cantidad, presupone una representación que en su alejamiento de la cosa real, demuestra un alto nivel de abstracción, de convencionalismo lingüístico y de poca motivación, definida ésta como una relación entre el significante y el significado no arbitraria. Cuando reflexionamos sobre cualquier cantidad matemática, digamos “5, en términos de un signo lingüístico, constaremos que la relación entre significante (imagen psíquica del número 5) y el significado (cualquier grupo homogéneo de cinco objetos, por ejemplo sillas) es totalmente arbitraria, ya que en el significado podemos incluir cualquier grupo de cinco objetos homogéneos); esta relación es inclusive menos arbitraria que la que se da entre el significante “mamá” y la representación de una madre; en este ejemplo, la relación entre significado y significante es más motivada que en el de la relación entre cualquier cantidad y su significado. Todo esto nos lleva a concluir que la matemática es un juego de lenguaje sumamente codificado, pero en el fondo es simplemente un esquema de representación-interpretación-explicación de lo real.

Antes bien, lo que parece darse absolutamente a priori no es tanto un contenido del conocimiento como lo puede ser un juicio, sino las condiciones formales en el sujeto para que el juicio 7+5=12 se dé. Estas condiciones formales estarían efectivamente dadas por formas de la sensibilidad, ya que los órganos de los sentidos no pueden contener la materia de la sensación; por ejemplo, el color, en tanto que contenido material no puede estar en el ojo, sino sólo las condiciones para que éste sea percibido. En el acto de conocimiento la sensación y el fenómeno se dan de manera simultánea, con determinación recíproca: el fenómeno aporta una cierta materia, que es determinada por la sensación del sujeto, pero que también determina la sensación de éste; el sujeto determina con las condiciones formales de su sensibilidad el contenido del fenómeno, por ello, el conocimiento es una relación y es siempre relativo a un sujeto. De aquí que la limitación en cuanto a la facultad del conocimiento es real, porque se refiere siempre a un ente finito y este es un mérito indiscutible de Kant.

Dentro de la relación cognoscitiva, Kant puso el acento en el sujeto, como giro fundamental de su especular. Heidegger encuentra en la Crítica de la razón pura, la fundamentación de la metafísica en términos de una ontología fundamental, que en el fondo se constituye como antropología y busca las condiciones del conocimiento en el ente finito, en el Dasein. El énfasis en el sujeto es un giro fundamental ya vislumbrado por la filosofía cartesiana, pero llevado a sus consecuencias gnoseológicas últimas por la filosofía del criticismo. El énfasis en el sujeto implica un cuestionamiento sobre el alcance de su facultad cognoscitiva y una paradoja: es la razón la que debe reflexionar sobre sus propios límites, es la razón la que debe ponerse cadenas para no hacer un uso arbitrario de las nociones, es la razón la que debe señalar el umbral entre un uso empírico correcto de los conceptos y un uso trascendental que lleva a regiones ontológicas en las que no es dado encontrar respuestas, sino sólo interrogantes.

La expresión juicio a priori es también problemática, porque el juicio representa siempre un cierto enlace, el cual difícilmente se puede dar a priori si no se conocen los elementos del enlace (sujeto y predicado). Vale esto para el juicio 7+5=12, el cual resulta desconocido para muchos; sin embargo, si es cierto que este juicio no es evidente e incluso puede resultar ininteligible para muchos, es posible aprender el significado de los elementos del juicio y comprender su enlace, ya que las condiciones para esto sí se encuentran dadas a priori. Lo a proiri entonces, aparece antes que nada como condición del conocimiento.

El problema del espacio como posibilidad de la geometría, presupone que las proposiciones geométricas son apodícticas y por lo tanto, a priori. Kant tiene a la vista la idea de un espacio absoluto que era presupuesto de la física de Newton, pero el problema de la exposición metafísica del concepto y muy en particular la demostración de que no se puede representar más que un único espacio, se vuelve problemática como fundamento de la física actual, la cual ha roto con la idealidad de un espacio absoluto a partir de la teoría de la relatividad y con el paradigma de la absoluta determinabilidad del sistema cósmico, echada por tierra por el principio de incertidumbre de Heisenberg y por el muy particular comportamiento de las partículas subatómicas (el cual  no puede predecirse con certeza absoluta, sino sólo con probabilidad estadística). Ciertamente, el espacio es un concepto problemático en filosofía, el cual por lo menos en la física aristotélica, no puede darse sin las cosas: el espacio es el lugar de la cosa. Bajo la concepción kantiana, es difícil eludir el planteamiento aporético del espacio que se da en Zenón de Elea: si las cosas están en el espacio (aunque este espacio sea dado a priori y sea absoluto), entonces el espacio es algo o es nada. Si es algo (aunque sea concepto o forma a priori) debe estar en otro espacio, y éste en otro, y así sucesivamente hasta el infinito. Pero si el espacio es nada, entonces las cosas extensas están en la nada. Así, el espacio como concepto es meramente inteligible y puede representarse como el espacio de un espacio, pero como concepto absoluto sería algo vacío, ya que llenarlo de cosas sería equivalente a determinarlo; pero entonces, en este espacio vacío no hay sustento alguno de la espacialidad, por la carencia de la cosa, ni hay razón de ser del concepto. Tal concepción del espacio es similar a la concepción de la nada absoluta: de ambos cabe afirmar que tienen validez como entes de razón, pero que son contradictorios en términos de experiencia; de ahí que tanto un espacio absoluto, como una nada absoluta, no puedan funcionar como leyes o principios a priori, sino solamente como conceptos negativos: lo opuesto al ser es el no-ser; la nada como tal es solamente pensable, pero no puede determinar experiencia alguna. Lo mismo parece suceder con un espacio absoluto: podemos pensar en él, pero no puede funcionar como ley mientras no se conciba como el espacio de este ente concreto en él. Un espacio único absoluto, al que todos los espacios se refieran y en el que todos se resuelvan, sin duda alguna representa un elevado grado de abstracción formal, pero por lo mismo, permanece como indeterminado y por este carácter como incapaz de determinar concepto alguno y menos aún, las condiciones de la experiencia.

El tiempo es también concebido en términos absolutos, únicos y nuevamente el carácter relativo y derivado del concepto queda de lado para permitir. Una fundamentación de la matemática pura La idea de que todas nuestras representaciones del tiempo se refieren a un tiempo único, es en el fondo correcta, pero este tiempo único, no es un absoluto, sino el presente. El problema de la temporalidad en la filosofía kantiana es uno de los más difíciles de abordar, Heidegger interpreta el pensamiento kantiano, tal como se da en la primera edición de la Crítica y sobre todo en la forma como en esta edición se plantea la parte del esqumat6ismo trascendental, para vincular al tiempo con la imaginación trascendental y a esta como raíz tanto de la intuición sensible, como de los conceptos del entendimiento. Si es cierto que diferentes tiempos no son más que partes de un mismo tiempo, entonces resulta un concepto que antes que a priori es absolutamente empírico: la noción de tiempo requiere ante todo de una labor comparativa a posteriori, derivada totalmente de la experiencia concreta: el tiempo es medida, pero es también percepción de la duración; pero para que, tanto medida como percepción de la duración se den, es precisa la percepción de un ahora que sea punto de referencia; ahora bien, para que se dé un ahora, es preciso un contenido de la facultad sensible sea capaz de evocar que algo ha transcurrido, tanto en términos de comparación de medidas, como en términos de duración o percepción subjetiva del devenir, pero esta percepción sólo puede darse a posteriori y gracias a la existencia en el sujeto de la memoria. Resulta entonces que lo absolutamente a priori de la percepción de tiempo es la condición subjetiva para que el concepto de tiempo se forme y la posibilidad de evocar un pasado en tanto que pasado y de proyectar un futuro en términos de futuro. Por un lado entonces, como condición a priori del concepto del tiempo se encuentra la existencia de la facultad denominada memoria, y por el otro, la posibilidad de proyectar sobre hechos devenidos a partir de la imaginación sobre lo que ha de transcurrir y la pro-yección sobre el actuar presente.

La cuestión relativa a la fundamentación de la física viene después de la fundamentación de la matemática y es expuesta en la primera parte de la lógica trascendental. En este apartado la base de la argumentación es la teoría de las categorías. El problema de las categorías, como determinaciones a priori del entendimiento, comienza con la cuestión de que la única facultad intuitiva es la sensibilidad, y que por consiguiente el entendimiento es siempre discursivo. Si además, espacio y tiempo radican en la sensibilidad como formas a priori y leyes aplicables a todo fenómeno, resulta entonces que el entendimiento tiene una doble limitación: no es capaz de intuición alguna y no puede obrar más que a condición de presuponer en la sensibilidad la realidad del espacio y el tiempo como formas a priori. Entonces, resulta que el entendimiento es una facultad de conocer por medio de conceptos a priori, pero entonces, ¿cómo pueden ser estos conceptos a priori si no son de carácter intuitivo? ¿Qué, sino la intuición, es lo que garantiza a estos conceptos del entendimiento su aprioridad?

En la lógica Aristotélica, el estudio del juicio es antecedido por el de sus elementos constitutivos: las categorías; pero en Kant las categorías están después del juicio. Este es el orden inverso, el giro copernicano dado por Kant: del sujeto al objeto. Sólo partiendo del sujeto se hace posible que los juicios determinen las categorías y no al contrario. Pero, ¿será el juicio el lugar en donde de manera primaria se revele el ser,  de la verdad? Por otro lado ¿no acaso si el entendimiento carece de intuiciones, no habría que negarle carácter o potencialidad apriosística? ¿Nos deberíamos entonces contentar sólo con la objetividad del tiempo y del espacio y relegar la razón a un plano inferior, llegando así al empirismo llano?

Hay en la deducción trascendental un problema que parece medular ¿por qué hay variaciones significativas entre la versión de la primera edición y la segunda de la Crítica? En la primera edición el fundamento de la imaginación trascendental como raíz del entendimiento y de la intuición plantea la cuestión ineludible del predominio de imaginación sobre entendimiento. ¿No acaso habrá llegado aquí Kant a una conclusión que parecía destrozar por entero el edificio de la razón pura? ¿Acaso la segunda edición representa un retroceso en su concepción de la deducción respecto de la segunda? Quizá, de haber ido más allá, desarrollando los presupuestos de su teoría de la imaginación trascendental, tal como se expone en la primera edición, Kant hubiera concluido que el lenguaje (incluyendo desde luego el matemático y el físico) no es más que una metáfora, una representación de la realidad, y por cierto una representación muy inapropiada de la realidad. Entre la palabra y la cosa, entre e inclusive entre la misma representación sensible y en el juicio del entendimiento parece haber una distancia infranqueable respecto de la cosa.

La sección del esquematismo trascendental es otro de los apartados más delicados de la Crítica ¿Cómo es posible el esquema en tanto que enlace entre los conceptos y las intuiciones sensibles, siendo ambos heterogéneos?

El tránsito de la razón pura a la razón práctica es problemático, tomando en cuenta que las ideas trascendentales de Dios, la inmortalidad del alma y la realidad del mundo quedan fuera del ámbito de la ciencia, permaneciendo sólo como ideas regulativas de la razón práctica y como principios heurísticos de la razón pura. El enlace de las críticas se realiza a través del concepto de libertad.

El problema para realizar el tránsito a la política se da no sólo al nivel del enlace que se dé entre la razón práctica y la política, sino también en la conciliación de la autonomía de la razón pura con la conservación de las instituciones estatales. Existe el problema adicional de llevar el método crítico al plano concreto de los actos de gobierno, de las leyes, de las instituciones y poderes estatales, ¿puede seguirse consecuentemente  método crítico en estas cuestiones?

Al presuponer un estado de naturaleza beligerante Kant parece traicionar los principios del método crítico al dar por supuesta una noción a posteriori como recurso originario de la comunidad política.

La crítica del juicio parece representar un último intento por establecer una unión entre la razón pura y la razón práctica a través de la facultad de juicio.

El deseo e incluso quizá hasta obsesión de Kant por las formas puras a priori, por las síntesis no reflejará de alguna manera la personalidad del filósofo. Detrás de esta búsqueda no habrá que ver acaso un rasgo fundamental de la personalidad Kant. Kant nunca salió de Könisberg, pero se cuenta que era capaz de descubrir con suma precisión lugares en los que nunca había estado. El lema de Kant parecía ser, dadme un concepto y os construiré un universo.

En la pequeñez y fragilidad del cuerpo de Kant cabría ver un constitutivo esencial de su personalidad: pequeño y grande, la existencia de la paradoja en el individuo, en el caso de Kant un cuerpo pequeño, débil, frágil y un espíritu gigantesco. Atado a este cuerpo, el espíritu se revela a los obstáculos de la materia, para divagar por las más altas cumbres, especular reflejando al mundo y saborear las delicias del conocimiento último; entonces, aparece una forma de compensar la fragilidad de la carne, con la magnanimidad del espíritu. Para un espíritu tan elevado, un cuerpo así debió haber representado el principio de la corrupción, la revelación de la contingencia, la fatalidad del sino, contra todo esto pareció haber luchado Kant. La cosa en-sí, esa incógnita, esa “x” del conocimiento que permanece inaccesible al espíritu parece un reflejo de todos los lugares en sí que Kant no pudo visitar pero que sí pudo representar.

Dos momentos de la Crítica atienden a ambas cuestiones: la analítica a la primera, la dialéctica a la segunda. A su vez, la dialéctica encuentra sus presupuestos fundamentales en la analítica. Mientras que la analítica explica cómo es posible la física de Newton, la dialéctica critica la metafísica de Wolff demostrando su imposibilidad: la analítica es constructiva; la dialéctica, destructiva. Pero aún con su poder de destrucción, la dialéctica tiene un aspecto positivo: señala los límites de la razón.

Pero el gran mérito de la filosofía kantiana no se encuentra sin duda, ni en los complejos esquemas de la analítica, ni en las difíciles argumentaciones de la dialéctica sino en la forma particular de abordar el problema de la filosofía. No es ahora el objeto el que dicta sus leyes a la facultad del conocimiento, no es el conocimiento un acto que consista en una mera receptividad, lo que se conoce no se conoce tal como es en sí mismo. El problema crítico no se refiere ya al conocimiento del objeto, sino a la forma de conocer al objeto. Lo trascendental será así no lo que se refiera a lo que está más allá del objeto, sino a nuestra facultad de conocer objetos. La experiencia no será ya más la mera receptividad del objeto sino la actividad del sujeto que con sus leyes determina al objeto. El giro es en verdad fascinante y la idea monumental: poner un límite a la facultad de conocimiento y señalar el alcance de la razón. Nunca más la razón deberá extralimitarse, sus ideas e ideales deberán someterse a los conceptos y las leyes del entendimiento.