Dicen
que Joseph de Maistre dijo que "cada nación tiene el gobierno que se
merece". No tengo a la mano la frase original por lo que no puedo decir si
está bien traducida, aunque sí suscribo la idea: podemos constatar que los
gobernantes son el fiel reflejo del pueblo que gobiernan. La estupidez,
corrupción, arbitrariedad y abuso del poder representan los males endémicos de
las sociedades que se encarnan de forma sublime y superlativa en su clase
gobernante.
De
forma análoga podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la televisión es el
fiel reflejo de la sociedad. Al recorrer la programación diaria, y por más
variedad de canales que se tenga a la mano, no encuentra uno mas que lugares
comunes, mitos burgueses, romance barato, gazmoñería interminable y estupidez
humana desbordante. La televisión y su programación es la proyección de una
sociedad incapaz de abrazar de forma generalizada las artes y las ciencias, es
la respuesta puntual a las masas que se refugian en lo barato y comercial para
evitar el esfuerzo de buscar por sí mismas, la bondad y la verdad.
Si
las personas dejaran de ver la basura de todos los días, las televisoras
tendrían que revisar sus contenidos, porque lo que mucha gente no sabe es que
si la televisión está llena de mierda, es porque a quienes ven la televisión
les gusta la misma basura de siempre. Por eso, sólo veré televisión si
transmiten un torneo de ajedrez, una ópera, un concierto con alguna sinfónica o
filarmónica, la presentación de un libro o disquisiciones que arrojen algo de luz
sobre la forma como la estupidez humana es tan sólo un reflejo del mal
inherente, perseverante y radical que nos aqueja a todos por igual.
La
propaganda televisiva está diseñada para activar los resortes instintivos más
profundos y "secretos" del animal humano. Está destinada a influir en
las zonas inconscientes más profundas, a activar los miedos, las pasiones y las
pulsiones básicas. Sexo, violencia y muerte se combinan en programas, películas
y comerciales para obligar a que el ser humano compre lo que no necesita y a
que hipoteque su futuro en aras de un presente orgiástico pero efímero.
La
televisión activa endorfinas, como si fuera una droga cuyo efecto secundario es
el permanente atontamiento de las capacidades básicas del ser humano, de aquellas
que lo impulsan a buscar con inquietud permanente la verdad, la belleza y el
bien. El ser humano renuncia a lo que es más valioso en aras del consumo de lo
banal, de lo superfluo, de lo absurdo, quedando atrapado en los brazos macabros
de la mercancía, abrazando por siempre la dinámica inflexible de la
mercantilización generalizada de su propia existencia; existencia que no está
por demás decir, se vuelve ridícula, se desperdicia en la búsqueda de lo
inútil, en la conquista de lo inservible, en la colonización de lo accesorio.
Diciembre 20 de 2015 con revisión del 9 de enero de 2016
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