Hay una secta, considerada
unánimemente como herética, que defiende la tesis de que todos los libros que
conocemos, de cualquier época y formato, han sido escritos por un poder que
sobrepasa la capacidad del ser humano para producir algo que vaya más allá de
burdas creaciones técnicas, triviales en su funcionamiento, como máquinas y
maquinarias. Las consecuencias de esta tesis, en apariencia banal, son
demoledoras: todo lo que entendemos como moral, política, arte, en fin, todo en
absoluto es controvertible o irrefutable. Si una fuerza suprema dictó la
Biblia, el Corán y el Talmud, si al lado del Quijote escribió panfletos
absurdos, todo, absolutamente todo, tiene un valor literario que debe ser
ponderado en función de la fuente. Si aceptamos una teoría evolutiva según la
cual la evolución es, a final de cuentas, un proceso de variación y selección
que se da en el tiempo, entonces las obras completas de Donatien Alphonse Francois
conocido como el Marqués de Sade, son superiores a grandes libros sagrados. En
caso contrario, si no hay evolución en el ámbito de lo escrito, entonces todo
tiene valor igual: Shakespeare y la trama de una película pornográfica en la
que la narrativa se reduce al encuentro de dos personas para exuberar el
placer, son equivalentes en su valor: ambas fueron escritas por un ser
superior. He llegado a la conclusión que esta herejía es inadmisible y que tal
vez todos los libros han sido escritos por humanos. No obstante esto me
enfrenta a un gran dilema, ya que por otro lado, me es difícil negar la teoría
del origen divino de algunos libros, eso sería anular toda posibilidad de
revelación de grandes verdades por parte de algún ser superior; pero entonces
me acuerdo de las palabras de Octavio Paz: "No hay despotismo más
despiadado que el de los propietarios de la verdad". Así que estoy en un
callejón sin salida que tal vez alguna divinidad diseñó para que el ser humano
no pueda conocer los arcanos de la existencia.
Junio 29 de 2017