Por Javier Brown César
Y llegó el día en que el ordenador
escribió una gigantesca y grandiosa "novela", en poco más de dos
millones de páginas de incalculable valor y sobresaliente méritos científicos,
artísticos, filosóficos y culturales. Todo estaba ahí: desde la Iliada y la
Odisea, hasta los argumentos de las novelas que habrán de publicarse por el
resto de los tiempos, pero todo había sido mejorado, exaltado, depurado en su
lenguaje y con estilo impecable en su confección.
Dicen que en sus millones de páginas
se revela el misterio de la creación del universo, que se da la respuesta a
preguntas como la existencia de un Dios y la prolongación de la vida humana más
allá de su muerte corporal; se diserta con elocuencia acerca del sentido de la
existencia, de la misión del ser humano en la tierra, en fin, de todo lo que
nos compete y preocupa. Pero también se rumora que para leer, interpretar,
valorar y comprender una obra de tal magnitud se requeriría más que una vida.
Desde en que la computadora parió su
hijo de dos millones de páginas ya no hay novelistas, ni poetas, ni filósofos
ni científicos naturales o sociales; el ordenador lo ha dicho todo. Sólo basta
consultar esta vasta enciclopedia informática con sus decenas de miles volúmenes,
para saber todo lo que se necesita, desde cómo dirigir una escuela hasta los
secretos del éxtasis humano en todas sus formas.
Se ha tratado de difundir el conocimiento de la magna obra a través de hologramas, con mapas geopolíticos, imágenes del universo, mapas mentales de las más diversas materias como la historia, la economía, la filosofía, el derecho y muchas más; esta tarea ha sido infructuosa: para cada mapa, holograma, esquema, cuadro, y miles de otras formas de presentación, se necesitaban semanas enteras para su plena comprensión, dependiendo de la complejidad de la cuestión. Algunas de esas presentaciones requieren días de estudio, otras años, e incluso se dice que desde ese día no se ha podido descifrar el mapa que revela los secretos más profundos del universo: su origen y fin, sus incontables mundos con vida y la historia de las diversas formas de existencia.
El ordenador no produjo la magna
obra por mandato alguno, surgió espontáneamente ante la necesidad, sentida por
la mente autómata, de contar con un soporte universal. Para representar ese
magno soporte, a manera de complejo y detallado índice, hay miles de páginas
que explican la terminología utilizada a partir de múltiples mapas de
asociaciones que llevan a objetos incuestionables para cualquier forma de vida
con sensibilidad para percibirlos y con inteligencia para descifrarlos.
Ahí está el saber humano en todas
sus formas, la gran obra de un monstruo indiferente y distante de la vida de
los seres humanos. En un esfuerzo de síntesis literalmente sobrehumano, el
ordenador fue capaz de resumir mares de historia y sabiduría en muy pocas
páginas, si tomamos en cuenta los miles de millones de años de conocimiento y
sabiduría.
La gran tragedia de esta proeza es que para leer, no se diga para comprender y aplicar este magno saber, una sola persona necesitaría 5479 años en números redondos, aunque si formáramos grupos de 1000 personas dividiendo el trabajo entre ellas, cada una tardaría cinco años y un cuatrimestre para leer sus respectivas páginas, esto sin tomar en cuenta las horas de sueño que en promedio comprenden un cuarto del día, además del tiempo requerido para comer y descomer y asearse y el que se necesitaría para que todos compartieran el conocimiento adquirido, mediando un necesario acuerdo para transmitir sus hallazgos; a todo esto podríamos sumar unos veinte años y digamos, otros veinticinco años más para difundir el conocimiento necesario.
En fin, además de que ese día el ordenador
descifró el todo, encontramos que no tendríamos suficiente tiempo para
transmitir lo revelado, estábamos perdidos, aunque sólo fuéramos lectores, intérpretes
y divulgadores. Después de calcular y dialogar durante varios años nos dimos
cuenta de que nos sucedería una nueva generación que tendría que repetir el mismo
proceso, y así, en un círculo interminable de vanos intentos por comprender
nuestra realidad. Así que un buen día, decidimos que fuera el ordenador, con
sus dos millones de páginas de conocimiento, el que tomara todas las decisiones;
ese día lo nombramos, por unanimidad, como el día del ordenador.
Junio 20 de 2017